Individuacion, proyectos y estilo de vida
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Individuacion, proyectos y estilo de vida

Intertextualidad desde la psicología social

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Individuacion, proyectos y estilo de vida

Intertextualidad desde la psicología social

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Información del libro

Esta obra editada por el Dr. Sergio González Rodríguez pretende abrirse a una conversación desde la psicología social sobre las profundas transformaciones que han ocurrido en los últimos 30 años en nuestro país y en América Latina sobre la relación individuo-sociedad. Cuyos mayores efectos son los cambios culturales producidos por los procesos de modernización y modernidad que hemos enfrentado.

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Información

Año
2022
ISBN
9789563033632
Categoría
Sociología

Capítulo 1
Intersubjetividad del Ocaso

Sergio González Rodríguez
Si el mundo no puede mejorar drásticamente por ahora,
tal vez lo que hace falta es iniciar una relación estética con él.
L. Concheiro.
Vivimos tiempos de reflujo en las mareas. De retiradas –tal vez tácticas– ante las caídas de los íconos del siglo XX. Tiempos de reflexividad y retraimientos. Reflexividad y retraimiento para la acción. No esperemos otro camino de salida. Está ha sido una época de finales, no cabe duda, junto al final de un siglo y de un milenio, cierre de las ideologías y las teorías únicas y excluyentes. Todo esto en un torbellino de inquietudes, entusiasmos, malestares y frustraciones asociados a lo que queda atrás y, sin quedar claro aún, si lo que está arribando convence como un nuevo inicio. Porque es época de comienzos con nuevos derroteros para la conformación de un orden/desorden postradicional. Etapa de transición en que las nuevas definiciones, que no lo son tanto, se caracterizan por las convulsiones que generan. Espasmos ante los advenimientos que no se legitiman del todo y quedan en entredicho ante la duda cargada de sospechas en una intersubjetividad atribulada con su propio protagonismo y los posibles logros que se proyectan.
Estos tiempos postradicionales de finales y de comienzos, en que los nuevos tiempos, como suele suceder, no terminan de llegar y hay que recibirlos acostumbrándose a sus nuevas interrogantes, con sus ambigüedades –como borradores para completar y corregir– a pesar de constituirse en un universo social de acciones sorpresivas y plenas de nuevas experiencias, no deja de ser un espacio indefinido. Es decir, un espacio abierto, donde cohabitan todas las seguridades posibles junto a los peligros de lo insondable, en unos cuantos kilómetros cuadrados en que se ha convertido el mundo global. Se trata de un orden social en el que los nexos sociales tienen que hacerse, y no heredarse del pasado, tanto a nivel personal como en los espacios colectivos. Esta es una empresa laboriosa y difícil, pero también, contiene la promesa de grandes recompensas. Estaríamos ante un orden social descentralizado en lo que se refiere a los diversos polos de poder, los cuales se han multiplicado y desterritorializados, pero paradójicamente, en lógica de concentración se han recentralizado las oportunidades y dilemas, porque se han configurado nuevas formas de interdependencia social, económica y política en conexiones múltiples y saturadas. Así, han surgido nuevos estilos de vida desde los cuales se configuran modularmente los planes o proyectos de vida de las personas, siempre en el devenir de renovadas contingencias.
No puede ser de otra forma. La modernidad reflexiva o, la reflexividad de la modernidad conduce a espacios de por sí abiertos y permeables a conmociones paradojales, al tiempo que se avanza en las transformaciones del bienestar. Así, la individuación actual en este contexto de singularización creciente de las trayectorias personales, evidencia una búsqueda de autenticidad y creatividad personal como nunca hemos conocido formando parte de la agenda moderna. Debido a las situaciones críticas reiteradas y a los cuestionamientos, la función de socialización desempeñada por las instituciones se está desplazando, en gran medida, hacia la acción de los propios actores sociales; éstos deben hacer hoy buena parte de lo que antes las instituciones hacían por ellos. La pérdida de preeminencia de los marcos colectivos estructurantes obliga a los individuos a configurar sus propias soluciones biográficas frente a las contradicciones sistémicas (Beck y Beck-Gernsheim, 2003). Estos procesos pueden ser entendidos también como desocialización en que las referencias y determinaciones de la vida social ahora implican deconstrucción de los nexos prescritos que suponían determinaciones institucionales para pasar ahora a ser aportados por lineamientos y preceptos emanados por referencias comunitarias e incluso, por la propia iniciativa del sujeto (Touraine, 1997). Las sociedades así, se asocian a una cultura de la prescindencia y del pluralismo que, bajo un clima de incertidumbre existencial, generan zozobras inespecíficas, que inciden profundamente sobre la identidad personal. Las normas sociales ya no se hallan tan fuertemente fundadas en la culpabilidad y la disciplina, sino que cada vez más se encuentran ancladas en la responsabilidad individual y en el imperativo de la iniciativa personal (Ehrenberg, 2000).
En este nuevo escenario no se ha cumplido lo previsto por el programa de la Ilustración sobre las finalidades razonables que el conocimiento del mundo acarrearía favorablemente para la humanidad, permitiendo este conocer objetivado actuar de acuerdo a propósitos superiores. La acumulación de información –diríamos hoy– que ha desentrañado gran parte de los secretos sobre las condicionantes y fenomenologías tanto del mundo natural y social, tendría como consecuencia directa o indirecta que brindarnos una mayor certeza respecto a las coordenadas bajo las que conducimos nuestras vidas. Consecuentemente, se ampliaría el dominio humano sobre lo que pueden y habían sido, otras influencias. Pero, los vínculos entre el desarrollo del conocimiento y la autocomprensión humana han demostrado ser más complejas de lo que auguraba esta perspectiva. Caracteriza a nuestras vidas actuales lo que Giddens (1997) llama Incertidumbre fabricada. “Muchos aspectos de nuestra vida han devenido repentinamente abiertos, organizados solo desde el punto de vista de un pensamiento de escenarios, la construcción como-si de posibles resultados futuros. Esto puede decirse tanto de nuestra vida individual como de la humanidad en su conjunto” (p. 220). No obstante, apreciamos las oportunidades que nos liberan de las limitaciones del pasado, a las que, por cierto, no estamos fácilmente resueltos a renunciar. Junto a ello, percibimos con tensión el espectro de la posible tragedia circundante. Esta sensación está reforzada por el dinamismo revulsivo que caracteriza a la modernidad, que se traduce en la percepción de un mundo desbocado que se caracteriza en ello no solo por el ritmo del paso acelerado de los cambios de todo tipo (sociales, tecnológicos, culturales, políticos, individuales) sino que, además, porque también están disueltas sus metas y objetos validados socialmente en las prácticas y los comportamientos instituidos, siempre en la amenaza de quedar en el terreno de la inconsistencia y de la obsolescencia por la aparición de nuevas transformaciones y optimizaciones tecnológicas.
No es claro discernir con cierto grado de seguridad cuál será el destino de este estado de cosas. Podríamos argumentar que esto no es nada nuevo y, que el devenir humano siempre ha estado marcado por contingencias renovadoras y prodigas de novedad en los saberes y las tecnologías de cada tiempo. De igual modo, el futuro siempre ha sido abierto y en cierto modo, inescrutable. No obstante, lo que ha irrumpido marcando una nueva situación son la constatación que los factores y causas de lo impredecible han aumentado exponencialmente. Gran parte de las nuevas condiciones de incertidumbre, o las nuevas familias de riesgos, han sido creadas en el mismo proceso de desarrollo del conocimiento humano y en sus aplicaciones con resultados inciertos. Tal vez, lo que hay que aceptar, más allá de nuestros gustos, es que los intentos de control humano –necesarios y urgentes– son eso: intentos –con éxitos y fracasos– que están sometidos a múltiples fracturas, para bien o para mal. Los desarrollos científicos y tecnológicos al tiempo que generan seguridad ontológica y bienestar en sus consecuencias y externalidades no deseadas, abren nuevas condiciones imprevistas de riesgos y de inseguridades que deben, en una cadena sucesiva, ser recusados por nuevas respuestas. Así, la ingeniería genética aplicada a los alimentos ha permitido avanzar en seguridad alimentaria y disminuir el hambre en el mundo, al mismo tiempo que en sus consecuencias, también, se han abierto nuevas formas de cáncer por el consumo de alimentos intervenidos genéticamente. El debate actual sobre los transgénicos en la alimentación masiva de Occidente es un ejemplo muy demostrativo de este tipo de contradicciones.
Sobre la pregunta del sentido vital y a su posible pérdida en el torbellino de la acción social e individual, al parecer se ha desplazado y está presente de manera activa en otra semántica, en el sentido de la historia. “Pero no busquemos el sentido donde ya no lo hay, sino allí donde está, a saber, en la cultura y en la personalidad, y no en economía o en la gran política” (Touraine, 2007:190). Esta pregunta por el sentido está en el trasfondo de los procesos de reflexividad ante la emergencia de mundos plurales y el descalabro de los discursos de verdades únicas y excluyentes. La reflexión actual para el individuo, para el sujeto social y para los colectivos se posiciona en el o los sentidos de la vida –en tiempos psicológicos–, para el individuo como una realidad ontológica específica e ineludible.
La reproducción de la reflexividad sigue el camino de la modernidad como proyecto emancipatorio, sin linealidades y posibilidades siempre de expresión universal. También genera segregación, en la medida que la ampliación de las oportunidades y del bienestar para nuevos actores, puede estar acompañada de limitaciones y opresiones para otros sectores sociales. No obstante, un ámbito esencial a nuestra argumentación guarda relación con que un aspecto ineludible es el imperativo a la demanda incremental a hacer la propia vida, a desarrollar la biografía de forma egosintónica, es decir, en correspondencia a una reflexión personal y actuada de acuerdo a lo que se quiere colonizar como presente y futuro propio. Lo cual tiene como consecuencia, también en oposición, al no contarse de manera universal con las condiciones objetivas para ello, en que se generan nuevas formas de pobreza o de restricciones, que dicen relación, con esta carencia de capacidad de autonomía y de autorrealización1. Condiciones relativas, por cierto, de bienestar social, presentes o ausentes en las sociedades modernas actuales. Una condición o, mejor dicho, una profesía que la modernidad debe intentar cumplir para aportar con el sustrato mínimo para que las personas diseñen y desarrollen sus planeamientos de vida. Así, las relaciones asimétricas, por ejemplo, aunque en algunos aspectos puedan ser acentuadas, quedan totalmente impregnadas por la toma de decisiones biográficas, al catalizarse las oportunidades vitales para el ejercicio de la autonomía, más allá que se desencadenen consecuencias negativas, al tiempo, que se ejerce mayor control sobre la propia vida2.
La centralidad del individuo es inevitable en el paisaje de la modernidad reflexiva, independientemente que se instaure un culto a la individualidad como parte constitutiva de la ideología dominante. Señalaba Durkheim (1984) que a medida que todas las creencias y todas las demás prácticas adquieren un carácter cada vez menos religioso, el individuo se convierte en el objeto de una suerte de religión. Esto es un resultado de los procesos de secularización, de la instauración de un nuevo orden moral universal que pretende –ya sabemos que con éxitos exiguos y relativos– estar centrado en el respeto a la persona y a su dignidad y que incluye la defensa de los derechos individuales y sociales. Estos procesos se expanden en la medida que lo referente al individuo y a lo social son entendidos como actos reflejos en su interdependencia. La emancipación del individuo no supone per se un debilitamiento de los vínculos sociales, sino su transformación en nuevas expresiones del estar juntos, de la convivencia societal. La interdependencia o, más bien dicho la compleja relación actual individuo-cultura, es el motor de la reflexividad del mundo moderno en que la sociedad piensa al individuo, en concordancia con que el individuo se piensa a sí mismo y, a través de ello, a la sociedad en una interacción en que las instancias intermedias pierden la referencia y potestad canónica para el individuo. El análisis más allá de la calidad de los preceptos y conclusiones axiomáticas, debe incluir en la trama comprensiva de los hechos, fuertes componentes emocionales-conativos –hoy ineludibles– que estaban negados del mero análisis racional de los hechos sociales y políticos. La reflexividad de la modernidad radical incorpora los elementos de la subjetividad, reconocida como fuente determinante, y reinstala con fuerza sus resonancias en la composición de las nuevas intersubjetividades que reclaman reconocimiento e instalan sus agendas en el espacio público en sintonía con sus pareceres, malestares y expectativas. La reflexividad del yo forma parte de la conversación de la modernidad que se requiere reconsiderar y profundizar.
En el discurso de la actual modernidad se constata que el individuo está compelido a mantener diversos y múltiples lazos y relaciones con otros actuantes, incluso, a no obviar las determinaciones de la sociedad global, que es tan cercana a su cotidianidad. No obstante, la autonomía devengada implica sacudirse de los atisbos de la sociedad tradicional para vivirse como enteramente responsable de sí mismo, en sus opciones, gustos y decisiones vitales. La individualidad, entendida como la conciencia de ser un ser singular, es una conquista ontológica que presupone una nueva manera de estar en el mundo y de desenvolverse con actos reflejos de auto-percepción obligados a mostrar correspondencia con un plan de acción que debe tener una mirada de compromiso con el presente y futuro en cada persona.
De esta manera sociedad e individuo no necesariamente se oponen, sino que siguiendo a Durkheim: “La sociedad ha consagrado al individuo y lo ha hecho preeminentemente digno de respeto. Su emancipación no implica una debilitación, sino una transformación de los vínculos sociales (…). El individuo se somete a la sociedad y esta sumisión es la condición de su liberación. Para el hombre la libertad consiste en su liberación de las fuerzas físicas ciegas e irracionales; esto lo consigue oponiéndoles la fuerza grandiosa e inteligente que es la sociedad, bajo cuya protección se cobija. Colocándose bajo las alas de la sociedad se convierte también, hasta cierto punto, en dependiente de ella. Pero se trata de una dependencia liberadora” (citado por Giddens, 1997). Esta situación implica reconocer la interdicción entre individuo y sociedad con los múltiples conflictos que conlleva la tensión por mantener y conquistar espacios de autonomía. “Los más profundos problemas de la vida moderna manan de la pretensión del individuo de conservar la autonomía y peculiaridad de su existencia frente a la prepotencia de la sociedad, de lo históricamente heredado, de la cultura externa y de la técnica de la vida” (Simmel, 1986:247). El flujo en la trama de dependencias y expresiones de autonomía que no termina de emanar nuevos nexos y determinaciones, son parte de la dialéctica inevitable del individuo en sus contextos que, no obstante, también pueden ser producto de opciones –mayores o menores– en los intersticios de lo social. Las redes de interacción en que el individuo se reproduce son de intercambio en lo que ajeno/social se incorpora como propio, como pertenencia –el lenguaje, por ejemplo– y que es al mismo tiempo el producto de sus relaciones con otros en el intercambio de significados. Estas pertenencias no son solo expresión de estandarización identitaria y de control: “Sólo la modelación social hace que se desarrollen también en el individuo, en el cuadro de caracteres típicamente sociales, los rasgos y los comportamientos por los cuales el individuo se distingue de todos los otros representantes de la sociedad. La sociedad no es solamente el factor de caracterización y de uniformización, ella es también factor de individualización” (Elías, 1991:103). Esta individualización sostenemos que se realiza, también, en este ejercicio de opcionalidad reflexiva en torno a las dimensiones de los estilos de vida que la sintaxis social pone ante el individuo; con las posibilidades de realizar, aunque sea en parte, el diseño vital acompañado de las sucesivas derivaciones y readaptaciones del proyecto de vida de cada individuo.
Consecuentemente, la noción de reflexividad no hay que entenderla, exclusivamente, como un acto psicológico intrapsíquico. La reflexividad se ejecuta en los actos, en las decisiones que se toman y actúan en el curso biográfico y, también, en los pequeños comportamientos de la vida cotidiana. Así la reflexividad es una compulsión individual y social en la que participamos más allá de nuestra conciencia y posibilidades de percepción. “La reflexividad es como un reflejo” (Lash, 1977:238) en que los individuos se involucran en la construcción de sus propias identidades de forma activa. La reflexividad supone la reflexión, individual y colectiva, pero apunta fundamentalmente a no desconocer los efectos colaterales de la modernidad, los peligros o males que se derivan de la producción de bienes de la modernidad. Lo verdaderamente nuevo es que a través de la reflexividad individual también la sociedad se piensa a sí misma. Y, tal vez, es la forma más genuina –en que individuos/ciudadanos/as reflexivos disciernen y deliberan– que una sociedad se piense y determine su reproducción y validación.

Entre lo social y lo comunitario

Es pertinente la clásica nomenclatura de Tonnies (1947) distinguiendo entre lo societal (Gesellshaft) y lo comunitario (Gemeinshaft) entendida, esta última, como lo...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Presentación
  6. Capítulo 1 Intersubjetividad del Ocaso
  7. Capítulo 2 Proyectos y Estilos de Vida: Identidad y Tiempo biográfico
  8. Capítulo 3 La experiencia fragmentada: Estilos de Vida, Quiebres y Resignificaciones Biográficas
  9. Capítulo 4 Quiebre biográfico y resiliencia colectiva: La experiencia de la prisión política
  10. Capítulo 5 Identidad, Trayectorias e Individuación laboral en el contexto actual
  11. Capítulo 6 Nuevos Contextos del Mundo del trabajo: Identidades laborales en transformación
  12. Pérdidas de adherencia y cambios en el vínculo organizacional
  13. Referencias bibliográficas