Meditaciones para nuestro tiempo
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Meditaciones para nuestro tiempo

  1. 136 páginas
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Meditaciones para nuestro tiempo

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Índice
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Información del libro

Las Meditaciones son consideradas la gran obra de Marco Aurelio, emperador del Imperio romano y una de las figuras más representativas de la filosofía estoica. Su obra constituye una compilación de ideas y sentencias breves que reflexionan sobre temas filosóficos y la vida interior del emperador. La presente edición se trata de una nueva traducción y selección de la gran obra de Marco Aurelio, una compilación de ideas que reflexionan sobre la vida y el mundo.

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Información

Año
2022
ISBN
9788417951252

I. MEDITACIONES PARA EL HOMBRE DE HOY

1

Ser semejante al promontorio donde constantemente rompen las olas: se mantiene erguido y en torno a él se amansan las olas hirvientes.
«¡Desdichado de mí, que me ha ocurrido esto!» Desde luego que no, sino «Afortunado yo, que habiéndome pasado esto me mantengo ecuánime, sin abatirme por el presente ni temer al futuro. Una cosa así podía ocurrirle a cualquiera, pero no cualquiera se hubiera mantenido ecuánime ante ello».
¿Por qué, entonces, va a ser más aquello una desdicha que esto una suerte? ¿Llamas, en general, «desdicha humana» a lo que no es un fracaso de la naturaleza humana? ¿Te parece que es un fracaso de la naturaleza humana lo que no queda fuera del propósito de su naturaleza?
Entonces, ¿qué? ¿Has entendido su propósito? ¿Verdad que ese suceso no te impide ser justo, magnánimo, prudente, centrado, reflexivo, sincero, respetuoso, libre y las demás virtudes que, cuando están presentes, la naturaleza humana alcanza sus fines propios?
Acuérdate, entonces, en cualquier caso que te empuje a la tristeza, de utilizar esta convicción: que no es que esto sea una desdicha, sino que sobrellevarlo noblemente es una suerte.
(IV 49)

2

Sigue ofendiéndote, alma, sigue ofendiéndote a ti misma; ya no tendrás ocasión de honrarte. Todos tenemos la vida breve; casi la has llevado a término sin respetarte a ti misma y poniendo tu bienestar en las almas ajenas.
(II 6)

3

¿Te distraen en algo los acontecimientos exteriores? Date a ti mismo asueto para aprender alguna cosa buena más y dejar de dar vueltas.
Y guárdate también de otro desvío: los que están cansados de la vida no solo disparatan por sus acciones, sino también por no tener un objetivo al que dirigir sus impulsos y, en una palabra, por sus representaciones.
(II 7)

4

Es cosa de la facultad intelectual percatarse de:
— Qué rápidamente se desvanece todo: los propios cuerpos, en el universo; el recuerdo de ellos, en el tiempo; cómo es todo lo sensible y, sobre todo, lo que atrae por el placer, atemoriza por el sufrimiento o se propala por la vanidad del orgullo, cómo es de banal y despreciable y sucio y perecedero y muerto.
— Qué son aquellos cuyas suposiciones y voces otorgan el renombre y la falta de él.
— En qué consiste morir, y que si uno atiende solo a eso y analiza mediante el intelecto lo que se le representa, ya no tendrá otra suposición sobre ello más que la de que es obra de la naturaleza (y si uno teme una obra de la naturaleza es que es un niño; y, además, no solo es una obra de la naturaleza, sino que le es conveniente).
— Cómo es el contacto del hombre con la divinidad, y mediante qué parte, y cuándo esa parte determinada está en qué condiciones.
(II 12)

5

Aunque vayas a vivir tres mil años o tres mil veces diez mil, recuerda de todos modos que nadie pierde otra vida más que la que vive, ni vive otra más que la que pierde. Lo más largo y lo más breve se hacen iguales, pues lo presente es igual para todos y lo que ha muerto es igual, y lo que se pierde es evidentemente demasiado breve, pues nadie podría perder el pasado ni el futuro. ¿Cómo podría uno verse privado de lo que no tiene?
Recordar siempre estas dos cosas: una, que desde la eternidad todo es semejante y de eterno retorno, y en nada difiere si uno verá lo mismo en cien años o en doscientos o en un tiempo infinito. La otra, que igual el de más larga vida que el que morirá prontísimo pierden lo mismo: el presente es lo único de lo que se van a ver privados, si es que es lo único que tienen y que nadie pierde lo que no tiene.
(II 14)

6

Referentes de Marco Aurelio: Epicteto
Tal y como son nuestras razones en cada cosa, así son también los resultados. Por tanto, cuando hagamos algo inconveniente, a partir de ese día no echaremos la culpa a otra cosa más que a la opinión por la que lo hicimos, e intentaremos suprimir y extirpar eso más que los tumores y abscesos del cuerpo.
EPICTETO,
Disertaciones por Arriano I, 11, 35
*
El alma del hombre se ofende a sí misma cuando se vuelve, en lo que depende de ella, un absceso y como un tumor del mundo. Y es un absceso de la naturaleza, que engloba las demás naturalezas particulares:
— En primer lugar, el enfadarse con algo de lo que sucede.
— En segundo lugar, cuando se aparta de un individuo o actúa en su contra para perjudicarle, como hacen las almas de los iracundos.
— En tercer lugar, se ofende a sí misma cuando es derrotada por el placer o el sufrimiento.
— En cuarto lugar, cuando finge y actúa o habla con disimulo o falsedad.
— En quinto, cuando desencadena una acción y un impulso suyos sin ningún objetivo, sino al azar y sin coherencia, a pesar de que es necesario que hasta lo más pequeño se cumpla según su relación con el fin. Y el fin de los seres racionales es actuar de modo consecuente con la lógica y las leyes no escritas de la ciudad y el gobierno más antiguos.
(II 16)

7

El tiempo de la vida humana, un segundo; su esencia, un fluir; su percepción, imprecisa; la ensambladura del cuerpo entero, corruptible; el alma, una peonza; el destino, difícil de predecir; la fama, incierta. Resumiendo, todo lo del cuerpo es un río; lo del alma, sueño y humo; la vida, lucha y visita de peregrino; la fama futura, olvido. ¿Qué es, pues, lo que puede escoltarnos? Una cosa y solo una: la filosofía.
Y eso consiste en preservar al dios interior libre de ofensas e intacto, más fuerte que los placeres y sufrimientos, que no actúe al azar ni con falsedad ni con fingimiento, sin necesitar que otro haga o deje de hacer algo; y, además, aceptando lo que ocurra y se le asigne en el reparto, puesto que todo ello procede del mismo lugar del que vino uno mismo; en toda circunstancia, esperando la muerte con ánimo alegre en la idea de que no es otra cosa sino disolución de los elementos que componen cada ser vivo. Y, si para esos elementos transformarse constantemente unos en otros no tiene nada de terrible, ¿por qué va uno a mirar con recelo la transformación y la disolución de todos? Es conforme a naturaleza, y nada conforme a naturaleza es malo.
(II 17)

8

Hipócrates, que curó muchas enfermedades, enfermó él mismo y murió. Los caldeos predijeron la muerte de muchos y luego también a ellos los alcanzó el destino. Alejandro, Pompeyo y Cayo César, que tomaron tantas veces ciudades enteras y mataron en combate a muchos miles de jinetes e infantes, también ellos un día abandonaron la vida. Heráclito, que tanto disertó sobre la conflagración del mundo, murió hidrópico y cubierto de boñiga.3 A Demócrito lo mataron los piojos, y a Sócrates, piojos de otra clase.
¿Y eso qué significa? Embarcaste, navegaste, arribaste: desembarca.
Si es a otra vida, tampoco aquello estará vacío de dioses; si es a la insensibilidad, dejarás de cargar con dolores y placeres y de servir a una envoltura tan inferior cuanto superior es lo que la sirve, pues...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Epígrafe
  5. Presentación
  6. I. Meditaciones para el hombre de hoy
  7. II. «Cuando quieras alegrarte, piensa en las cualidades destacadas de los que viven contigo»
  8. III. La piedad de Marco Aurelio
  9. IV. Antonino Pío, modelo moral
  10. V. Decálogo para el trato humano
  11. VI. Elenco de personajes y lugares
  12. Notas
  13. Colofón