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«Días de vino y rosas», se dijo Wilt. Era una observación intrascendente, pero permaneciendo sentado en la reunión del Comité de Finanzas y Asuntos Generales de la escuela necesitaba algún desahogo, y por quinto año consecutivo el doctor Mayfield se había puesto de pie y anunciado:
–Hemos de situar en el mapa la Escuela de Artes y Oficios Fenland.
–Yo hubiera dicho que ya estaba en el mapa –dijo el doctor Board, recurriendo como de costumbre a la interpretación literal para no volverse loco–. De hecho, según mis informes, lleva ahí desde 1895, cuando...
–Usted sabe perfectamente a lo que me refiero –interrumpió el doctor Mayfield–; el hecho es que la escuela ha llegado a un punto sin retorno.
–¿Retorno de dónde? –preguntó el doctor Board.
El doctor Mayfied se volvió hacia el director:
–Lo que estoy tratando de decir... –comenzó. Pero el doctor Board no había terminado.
–Es que según parece somos o bien un avión a medio camino de su destino, o una referencia cartográfica. O probablemente ambas cosas.
El director suspiró y pensó en el retiro anticipado.
–Doctor Board –dijo–, estamos aquí para discutir los caminos y los medios de mantener nuestra actual estructura de cursos y niveles del profesorado frente a las presiones del delegado local de Educación y del Gobierno central con el fin de reducir la escuela a un anexo de la Oficina de Desempleo.
El doctor Board alzó una ceja:
–¿De veras? Yo creía que estábamos aquí para enseñar. Naturalmente puedo estar equivocado, pero, cuando entré en esta profesión, eso es lo que me indujeron a creer. Ahora me entero de que estamos aquí para mantener la estructura de los cursos, sea eso lo que fuere, y los niveles del personal. Hablando claro, para conseguirles trabajo a los muchachos.
–Y a las chicas –dijo la directora de Aprovisionamiento, que no había estado escuchando con mucha atención. El doctor Board la miró con aire crítico.
–Y sin duda también a una o dos criaturas de género indeterminado –murmuró–. Ahora, si el doctor Mayfield...
–Se le permite continuar –interrumpió el director–, podremos llegar a una decisión para la hora de comer.
El doctor Mayfield continuó. Wilt miraba por la ventana hacia el nuevo edificio de Electrónica y se preguntaba por enésima vez qué pasaba con los comités, que convertían a hombres y mujeres educados y relativamente inteligentes, todos ellos con título universitario, en individuos amargados y aburridos y discutidores, cuyo único propósito parecía ser escucharse a sí mismos y demostrar que todos los demás se equivocaban. Y los comités habían llegado a dominar la escuela. En los viejos tiempos, él había podido acudir al trabajo y pasarse las mañanas y las tardes tratando de enseñar, o al menos de despertar alguna curiosidad intelectual en las clases de Torneros y Ajustadores, o incluso de Enlucidores e Impresores, y, si no habían aprendido mucho de él, al menos había podido volver a casa por la noche sabiendo que él sí había obtenido algo de ellos.
Ahora todo era diferente. Incluso su título, director de Estudios Liberales, había sido cambiado por el de director de Técnicas de Comunicación y Adquisición Expresiva, y se pasaba el tiempo en comités o redactando memorandos y los llamados documentos consultivos, o leyendo los textos igualmente insensatos de los otros departamentos. En toda la escuela pasaba lo mismo. El director de Construcción, cuya alfabetización siempre se había puesto en duda, había sido forzado a justificar las clases de Albañilería o Enlucido en un documento de discusión de cuarenta y cinco páginas sobre «Construcción Modular y Aplicación de las Superficies Interiores», una obra de tan monumental aburrimiento y mala gramática que el doctor Board había recomendado que se transmitiera al IRAB (Instituto Real de Arquitectos Británicos) con la recomendación de que le concedieran una beca de Semántica Arquitectónica o, alternativamente, Cernéntica. Hubo una pelea similar con relación a la monografía presentada por la directora de Aprovisionamiento sobre «Avances Dietéticos en el Aprovisionamiento Institucional Multifase», la cual el doctor Mayfield había desaprobado argumentando que el énfasis puesto en los apios y el Pudín de la Reina podía provocar malentendidos en algunos sectores. El doctor Cox, director de Ciencias, había querido saber qué era una Institución Multifase, y qué demonios tenían de malo los apios, si él los comía desde la infancia. El doctor Mayfield había explicado que se refería a los gais y que la directora de Aprovisionamiento había confundido aún más la situación negando que ella fuera feminista. Durante toda esa controversia, Wilt permaneció sentado, sumido en silenciosa ensoñación como hacía en ese momento, meditando sobre la curiosa suposición moderna de que uno puede alterar los hechos utilizando las palabras de manera diferente. Un cocinero era un cocinero, por mucho que se le llamase Científico Culinario. Y llamar a un instalador de gas Ingeniero de Gases y Licuefacción no alteraba el hecho de que estaba siguiendo un curso de Instalación de gas.
Estaba justamente considerando cuánto tardarían en llamarle a él Científico Educacional o incluso Funcionario de Procesos Mentales, cuando fue arrancado de sus meditaciones por una cuestión de «horas de contacto».
–Si pudiera conseguir una interrupción del horario departamental sobre la base de una hora de contacto en tiempo real –dijo el doctor Mayfield–, podríamos computerizar esas horas de solapamiento que, en las presentes circunstancias, hacen inviables nuestros niveles de dotación personal según un análisis de coste efectivo.
Hubo un silencio mientras los directores de departamento trataban de descifrar eso. El doctor Board dio un bufido y el director picó el anzuelo.
–¿Bien, doctor Board? –preguntó.
–No particularmente –dijo el director de Lenguas Modernas–. Pero gracias por preguntarlo, de todos modos.
–Usted sabe muy bien lo que desea el doctor Mayfield.
–Solo sobre la base de la experiencia pasada y del trabajo de deducción lingüística –dijo el doctor Board–. Lo que me despista en el presente momento es su utilización de la frase «horas de contacto en tiempo real». De acuerdo con mi vocabulario...
–Doctor Board –dijo el director, rogando a Dios que le permitiera expulsar a ese hombre–, lo que queremos saber es simplemente el número de horas de contacto que los miembros de su departamento hacen por semana.
El doctor Board fingió consultar su cuaderno de notas.
–Ninguna –dijo finalmente.
–¿Ninguna?
–Eso es lo que he dicho.
–¿Trata usted de afirmar que su personal no enseña en absoluto? Eso es una mentira total. Es...
–Yo nada he dicho acerca de enseñar y nadie me lo preguntó. El doctor Mayfield preguntó específicamente por el «tiempo real»...
–Me tiene sin cuidado el tiempo real. Quiere decir «efectivo».
–Eso mismo quiero decir yo –dijo el doctor Board–, y si cualquiera de mis profesores ha estado tocando a los alumnos ni siquiera un minuto, no hablemos de una hora, yo...
–Board –rugió el director–, está usted acabando con mi paciencia. Responda a la pregunta.
–He respondido. «Contacto» significa «tocamiento», y una hora de contacto debe por lo tanto significar una hora de tocamientos. Nada más y nada menos. Consulte el diccionario que quiera, y encontrará que deriva directamente del latín contactus. El infinitivo es contigere y el participio pasado contactum, y, cualquiera que sea el modo en que lo mire, seguirá significando «tocar». No puede significar «enseñar».
–Dios mío –dijo el director, a través de los dientes apretados. Pero el doctor Board no había terminado todavía.
–Bien, yo no sé qué es lo que el doctor Mayfield fomenta en Sociología, y por lo que sé puede que se dedique a la enseñanza por el tacto o, como creo que se llama en lengua vernácula, «tocamientos en grupo», pero en mi departamento...
–Cállese –gritó el director, ya completamente agotado–, todos ustedes presentarán por escrito el número de horas de clase, las horas efectivas de clase, cada miembro del departamento...
Cuando la reunión terminó, el doctor Board recorrió el pasillo en compañía de Wilt.
–No es frecuente que uno pueda marcar un tanto en favor de la precisión lingüística –dijo–, pero al menos he metido una cuña en la maquinaria mental de Mayfield. Ese hombre está loco.
Era un tema que Wilt retomaría con Peter Braintree en el bar El Trato a Ciegas, media hora más tarde.
–Todo el sistema está chiflado –dijo, mientras bebía la segunda jarra de cerveza–. Mayfield ha abandonado la construcción de imperios mediante la categoría de los cursos y ahora le ha dado por la relación coste-efectividad.
–No me hables –dijo Braintree–. Ya hemos perdido la mitad de nuestro presupuesto para libros de texto de este año, y Foster y Carston han sido intimidados para aceptar el retiro anticipado. A este paso terminaré enseñando El rey Lear a una clase de sesenta alumnos con ocho ejemplares de la obra para todos.
–Por lo menos tú estás enseñando algo. ¿Quieres probar la Adquisición Expresiva con los Mecánicos de Motores III? ¡Adquisición Expresiva! Los cabrones saben todo lo que hay que saber sobre coches, eso para empezar, y yo no tengo ni idea de lo que significa la Adquisición Expresiva. Luego hablan de malgastar el dinero del contribuyente. Y, en cualquier caso, paso más tiempo en comités del que se supone debo pasar enseñando. Eso es lo que me saca de quicio.
–¿Cómo está Eva? –preguntó Braintree al darse cuenta del estado de ánimo de Wilt y tratando de cambiar de tema.
–Plus ça change, plus c’est la même chose. Aunque eso no es enteramente cierto. Al menos ha abandonado el Sufragio para los Niños Pequeños y el Voto para los Mayores de Once. Después de eso llegaron dos tipos del IIP y se fueron con las orejas coloradas.
–¿IIP?
–Intercambio de Información Pedófila. Se solían llamar corruptores de menores. Aquellos dos cabrones cometieron el error de intentar conseguir el apoyo de Eva para rebajar la edad del consentimiento a cuatro años. Yo podría haberles dicho que, en casa, cuatro era un número desdichado, considerando que las cuatrillizas van a cumplirlos. Para cuando Eva terminó con ellos, tenían la impresión de que el 45 de la avenida Oakhurst era parte de algún maldito zoo, y que le habían planteado el tema a un tigresa preñada.
–Bien merecido lo tienen, cerdos.
–Pero al señor Birkenshaw no le pareció que lo tuviesen tan bien merecido. Samantha organizó enseguida a las otras cuatro en el NCV, también conocido como Niños Contra la Violación, y colocó un blanco para el tiro en el jardín. Afortunadamente, los vecinos ejercieron sus derechos comunales antes de que alguno de los niños de la calle resultase castrado. Las cuatrillizas estaban simplemente ejercitándose con cortaplumas. Bueno, de hecho eran navajas Sabatier de la cocina, y les hubieran servido muy bien para esa labor. Emmeline podía darle al escroto de la maldita cosa desde cinco metros y medio de distancia y Penelope lo perforaba desde tres.
–¿Lo perforaba? –dijo Braintree desmayadamente.
–Bueno, piensa que tenía unas dimensiones exageradas. Lo hicieron con un viejo balón de fútbol desinflado y dos pelotas de tenis. Pero fue el pene lo que hizo que los vecinos pusieran el grito en el cielo. Y el señor Birkenshaw. Yo no sabía que tenía un prepucio como ese. Puestos a pensar en ello, dudo que alguien más de la calle lo supiera. Al menos hasta que Emmeline escribió su nombre en el maldito preservativo y le pegó papel de envolver del bizcocho de Navidad en la punta, y el viento se lo llevó hasta diez jardines más allá en el momento de la tarde del sábado en que hay más gente. Terminó colgado del cerezo del rincón en el jardín de la señora Lorrimer. De esa manera se podía leer BIRKENSHAW con bastante claridad desde cuatro calles d...