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Una sátira orgiástica donde el horror arranca carcajadas y en la que nadie se salva del ridículo, ya sea de izquierdas o de derechas, ecologista o partidario de la energía atómica, esposo fiel o donjuán irredento: ¡temblad, temblad, malditos!

En esta novela, Wilt vive con su mujer, la inefable Eva, entregada a sus sucesivas pasiones alternativas, medicinales, nutritivas, religiosas, etc., y con sus temibles cuatrillizas... El sufrido Wilt alarga sus jornadas en el Politécnico para huir del tumultuoso gineceo que le espera en casa. Hasta que un día Eva alquila una habitación en la planta alta a una estudiante alemana de sólidos encantos, y Wilt comienza a padecer la tortura del amor imposible y la lujuria frustrada. Que, por cierto, no es nada comparado con los sufrimientos que le esperan cuando descubra que la chica es una despiadada terrorista internacional y reaparezca en su vida el temible inspector Flint...

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Información

Año
1993
ISBN
9788433944641
Categoría
Literatura
1
Era la semana de inscripción en la Escuela Técnica.1 Henry Wilt estaba sentado a una mesa del Aula 467 y observaba, fingiendo interés, la cara de la ansiosa mujer que se encontraba frente a él.
–Bien, hay una plaza vacante en Lectura Rápida los lunes por la tarde –dijo–. Si quisiera usted simplemente llenar este formulario... –señaló vagamente en dirección a la ventana, pero la mujer no estaba dispuesta a dejarse engañar.
–Me gustaría saber algo más acerca del curso. Quiero decir que eso ayuda, ¿no?
–¿Ayudar? –dijo Wilt, resistiéndose a permitir que le arrastrase a compartir su entusiasmo por el perfeccionamiento personal–. Eso depende de lo que usted entienda por ayudar.
–Mi problema ha sido siempre que soy una lectora tan lenta que, para cuando he terminado un libro, ya no puedo recordar de qué trataba el comienzo –dijo la mujer–. Mi esposo dice que soy prácticamente analfabeta.
Sonrió con desamparo, sugiriendo un matrimonio a punto de romperse que Wilt podía salvar, animándola a pasar los lunes por la tarde fuera de casa y el resto de la semana leyendo libros rápidamente. Wilt dudaba de la eficacia de esa terapia, y trató de pasar a algún otro el fardo de aconsejarla.
–Quizá sería mejor que se inscribiese en Apreciación Literaria –sugirió.
–Ya lo hice el año pasado, y Mr. Fogerty fue maravilloso. Dijo que yo tenía una sensibilidad potentísima.
Reprimiendo el impulso de decirle que la noción de potencia de Mr. Fogerty no tenía nada que ver con la literatura, pues era de índole más bien física (aunque para él constituía un misterio lo que Fogerty podía haber visto en esa criatura tan deprimida y formal), Wilt se rindió.
–El propósito de la Lectura Rápida –dijo, comenzando con la palabrería– es mejorar su capacidad de lectura, tanto en velocidad como en retención de lo que se ha leído. Descubrirá que se concentra más cuanto más rápido avance y que...
Continuó durante cinco minutos soltando el discurso que se había aprendido de memoria en cuatro años de matricular potenciales Lectores Rápidos. Frente a él, la mujer cambió visiblemente. Eso era lo que había venido a escuchar, el evangelio de las clases nocturnas de perfeccionamiento. Cuando Wilt concluyó y ella hubo cumplimentado el formulario, se veía que estaba mucho más animada.
A Wilt en cambio, se le veía menos animado. Permaneció sentado lo que quedaba de las dos horas, escuchando conversaciones similares en las otras mesas y preguntándose cómo demonios se las arreglaba Bill Paschendaele para mantener su fervor proselitista después de veinte años de recomendar la Introducción a la Subcultura Fenland. El tipo brillaba literalmente de entusiasmo. Wilt se estremeció y matriculó a seis Lectores Rápidos más, con una falta de interés que estaba calculada para desanimar a todos salvo a los más fanáticos. En los intervalos daba gracias a Dios por no tener que seguir dando clases sobre ese tema y no estar allí más que para conducir las ovejas al redil. Como jefe de Estudios Liberales, Wilt había superado las Clases Nocturnas para entrar en el reino de los horarios, los comités, los memorandos, el preguntarse cuál de los miembros de su personal iba a ser el próximo en sufrir una crisis nerviosa, y las lecciones ocasionales a los Estudiantes Extranjeros. Esto último tenía que agradecérselo a Mayfield. Mientras el resto de la Escuela se había visto muy afectada por los recortes financieros, los Estudiantes Extranjeros pagaban, y el doctor Mayfield, ahora director de Desarrollo Académico, había creado un imperio de árabes, suecos, alemanes, sudamericanos e incluso japoneses que iban de un aula a otra, tratando de comprender la lengua inglesa y, más difícil todavía, la cultura y costumbres inglesas; un popurrí de lecciones que llevaban el título de Inglés Avanzado para Extranjeros. La contribución de Wilt era una conferencia semanal sobre la Vida Familiar Británica, que le proporcionaba la oportunidad de hablar de su propia vida familiar con una libertad y franqueza que hubiera puesto furiosa a Eva y avergonzado al propio Wilt, si no hubiera sabido que sus alumnos carecían de la perspicacia necesaria para comprender lo que les estaba diciendo. La discrepancia entre la apariencia de Wilt y los hechos había desconcertado incluso a sus más íntimos amigos. Frente a ochenta extranjeros, tenía asegurado el anonimato. Tenía asegurado el anonimato y nada más. Sentado en el Aula 467, Wilt podía matar el tiempo especulando sobre las ironías de la vida.
En todas las salas, en todos los pisos, en los departamentos de toda la Escuela, había profesores sentados a las mesas, gente que hacía preguntas, recibía respuestas atentas y, finalmente, llenaba formularios que aseguraban a los profesores que conservarían su trabajo al menos un año más. Wilt conservaría el suyo para siempre. Los Estudios Liberales no podían desaparecer por falta de alumnos. La Ley de educación lo había previsto. Los aprendices en formación debían tener su hora semanal de opiniones progresistas tanto si querían como si no. Wilt estaba a salvo y, si no hubiera sido por el aburrimiento, habría sido un hombre feliz. Por el aburrimiento y por Eva.
No es que Eva fuese aburrida. Ahora que tenía que cuidar a las cuatrillizas, el entusiasmo de Eva Wilt se había ampliado hasta incluir toda «Alternativa» de la que iba teniendo noticia. La Medicina Alternativa alternaba con la Jardinería Alternativa, la Nutrición Alternativa e incluso diversas Religiones Alternativas, de tal manera que, al volver a casa tras la diaria rutina sin opciones de la Escuela, Wilt nunca podía estar seguro de lo que le esperaba, excepto que no era lo de la noche anterior. Casi la única constante era el estrépito organizado por las cuatrillizas. Las cuatro hijas de Wilt habían salido a su madre. Allí donde Eva era entusiasta y enérgica, ellas eran inagotables y cuadriplicaban sus múltiples entusiasmos. Para no llegar a casa antes que estuvieran acostadas, Wilt había adoptado la costumbre de ir y volver de la Escuela andando, y era resueltamente displicente respecto al uso del coche. Para aumentar sus problemas, Eva había heredado un legado de una tía y, como el salario de Wilt se había duplicado, se habían trasladado de Parkview Avenue a Willington Road y a una gran casa con un gran jardín. Los Wilt habían ascendido en la escala social. Lo cual no era una mejora, en opinión de Wilt, y había días en que añoraba los viejos tiempos, cuando los entusiasmos de Eva se veían ligeramente amortiguados por lo que podían pensar los vecinos. Ahora, como madre de cuatro hijas y señora de una mansión, ya no se preocupaba. Había cultivado una horrenda seguridad en sí misma.
Y así, al final de sus dos horas, Wilt llevó su lista de nuevos alumnos a la oficina y vagabundeó por los corredores del edificio de la administración, camino de las escaleras. Estaba bajándolas, cuando Peter Braintree se reunió con él.
–Acabo de matricular a quince marineros de agua dulce en Navegación Náutica. ¿Qué te parece eso? Este curso va a ser movidito.
–Mañana sí que será movidita la maldita reunión del claustro de profesores de Mayfield –dijo Wilt–. Lo de esta tarde no ha sido nada. He tratado de disuadir a varias insistentes mujeres y cuatro jóvenes granujientos de que se inscribieran en Lectura Rápida, y he fracasado. Me pregunto por qué no damos un curso sobre la manera de resolver el crucigrama del Times en quince minutos exactos. Eso probablemente potenciaría mucho más su confianza que batir el récord de velocidad en El paraíso perdido.
Bajaron las escaleras y cruzaron el hall, donde Miss Pansak estaba todavía matriculando en Badminton para Principiantes.
–Me produce una sed de cerveza terrible –dijo Braintree. Wilt asintió. Cualquier cosa con tal de retrasar la vuelta a casa. Fuera todavía estaban llegando rezagados y había muchos coches aparcados en Post Road.
–¿Qué tal lo pasaste en Francia? –preguntó Braintree.
–Lo pasé como era de esperar, con Eva y las crías en una tienda. Nos pidieron que nos fuéramos del primer camping cuando Samantha soltó los tirantes de dos de las tiendas. No hubiese sido tan grave si la mujer que estaba dentro de una de ellas no hubiese tenido asma. Eso fue en el Loira. En La Vendée nos instalamos junto a un alemán que había combatido en el frente ruso y que sufría neurosis de guerra. No sé si alguna vez te habrá despertado en medio de la noche un hombre gritando Flammenwerfern, pero puedo asegurarte que es enervante. Esa vez nos mudamos sin que nos lo pidieran.
–Yo creí que ibais a la Dordoña. Eva le dijo a Betty que había estado leyendo un libro acerca de tres ríos y que era absolutamente apasionante.
–La lectura puede haberlo sido, pero los ríos no lo eran –dijo Wilt–, por lo menos los que vimos nosotros. Llovía y, naturalmente, Eva se empeñó en colocar la tienda sobre lo que resultó ser un afluente. Ya era bastante difícil levantar el trasto cuando estaba seco, pero sacarlo en medio de una tromba de agua, sobre cien metros de zarzales, a las doce de la noche, cuando esa tienda de mierda estaba chorreando...
Wilt se interrumpió. El recuerdo le resultaba insoportable.
–Y supongo que seguiría lloviendo –dijo Braintree con simpatía–. Ésa ha sido nuestra experiencia en todos los casos.
–Así fue –dijo Wilt–. Durante cinco días enteros. Después de eso nos trasladamos a un hotel.
–Lo mejor que podíais hacer. Al menos hay comida decente y se puede dormir cómodamente.
–Tú quizá puedas. Nosotros no. No pudimos porque Samantha se hizo caca en el bidet. Yo me preguntaba qué era aquella peste, alrededor de las dos de la madrugada. Dejémoslo y hablemos de algo civilizado.
Entraron en el Gato por Liebre y pidieron dos jarras.
–Por supuesto que los hombres son egoístas –dijo Mavis Mottram mientras ella y Eva estaban sentadas en la cocina en Willington Road–. Patrick casi nunca llega a casa hasta después de las ocho, y siempre se excusa con lo de la Universidad Abierta. No es nada de eso, o si lo es, se trata de alguna estudiante divorciada que desea un coito extra. No es que me importe, a estas alturas. La otra noche le dije: «Si quieres hacer el tonto corriendo detrás de otras mujeres es asunto tuyo; pero no creas que voy a aceptarlo tumbada a la bartola. Tú puedes montártelo como quieras, que yo también lo haré.»
–¿Qué dijo él a eso? –preguntó Eva, probando la plancha y comenzando con los vestidos de las cuatrillizas.
–Oh, sólo algo estúpido acerca de que él tampoco había pensado hacerlo de pie. Los hombres son tan groseros. No me explico por qué nos preocupamos por ellos.
–A veces desearía que Henry fuera un poco más grosero –dijo Eva, pensativa–. Siempre ha sido letárgico, pero ahora dice que está demasiado cansado porque va andando a la Escuela cada día. Son nueve kilómetros, así que supongo que debe estarlo.
–Puedo imaginarme otra razón –dijo Mavis amargamente–. Desconfía de las aguas mansas...
–Con Henry no. Yo lo sabría. Además, desde que nacieron las cuatrillizas ha estado muy pensativo.
–Sí, pero ¿acerca de qué ha estado pensativo? Eso es lo que tienes que preguntarte, Eva.
–Quiero decir que ha sido considerado conmigo. Se levanta a las siete y me trae el té a la cama y por la noche siempre me prepara Horlicks.
–Si Patrick comenzara a comportarse así, a mí me parecería muy sospechoso –dijo Mavis–. No me suena como algo natural.
–¿Verdad que no? Pero Henry es así. Es realmente amable. El único problema es que no es muy dominante. Dice que eso será porque está rodeado por cinco mujeres y él es de los que sabe cuándo está perdido.
–Si sigues adelante con el plan de la chica au pair, serán seis –dijo Mavis.
–Irmgard no es exactamente una chica au pair. Alquila el piso de arriba y dice que ayudará en la casa siempre que pueda.
–Lo cual, si la experiencia de los Everard con la finlandesa sirve de algo, será nunca. Se quedaba en la cama hasta las doce y prácticamente se les comió todo lo que había en casa.
–Los finlandeses son distintos –dijo Eva–, Irmgard es alemana. La conocí en una reunión de protesta en contra del Mundial argentino, en casa de los Van Donken. Ya sabes que consiguieron casi ciento veinte libras para los tupamaros torturados.
–No sabía que aún quedaran tupamaros en Argentina. Yo creía que el ejército los había matado a todos.
–Éstos son los que escaparon –dijo Eva–. En cualquier caso, allí conocí a Miss Müller, y mencioné que tenía el ático libre, y ella estaba tan ansiosa por quedárselo. Se hará ella misma todas sus comidas y demás.
–¿Demás? ¿Le preguntaste en qué otras cosas había pensado?
–Bueno, no exactamente, pero dice que quiere estudiar mucho y que es una adicta de la forma física.
–¿Y qué dice Henry de ella? –preguntó Mavis aproximándose más a lo que realmente la preocupaba.
–No se lo he contado todavía. Ya sabes cómo es cuando se trata de tener extraños en casa, pero creo que si ella permanece en su piso, y por las noches se mantiene lejos de su camino...
–Querida Eva –dijo Mavis con liberal sinceridad–, sé que esto no es asunto mío, pero ¿no estás tentando un poquito al destino?
–No veo cómo. Quiero decir que es un arreglo buenísimo. Ella puede cuidar de las niñas cuando queramos salir. Además, la casa es demasiado grande para nosotros y nadie sube nunca a esa planta.
–Pero subirán cuando ella viva allí. Ya verás, habrá todo tipo de gente circulando por la casa, y seguro que tendrá tocadiscos. Todas lo tienen.
–Aunque lo tenga, no lo oiremos. He encargado esteras de junco en Soales, y el otro día subí con un transistor y casi no se oye nada.
–Bueno, es asunto tuyo, querida, pero si yo tuviera una chica au pair en casa, con Patrick circulando por ahí, preferiría oír algo.
–Creí que le habías dicho a Patrick que hiciese lo que quisiera.
–No dije que lo hiciera en casa –dijo Mavis–. Puede hacer lo que quiera en cualquier otro sitio, pero si alguna vez le pillo jugando al Casanova en casa, lo lamentará el resto de su vida.
–Bueno, Henry es diferente. Creo que ni siquiera se dará cuenta de su presencia –dijo Eva complacida–. Le he dicho a ella que él es muy tranquilo y amante del hogar, y ella dice que lo único que quiere es paz y tranquilidad, también.
Con el secreto pensamiento de que la señorit...

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  22. 21
  23. 22
  24. 23
  25. Notas
  26. Créditos