Ensayos de crítica literaria
Estudio y pequeña antología poética de Emilio Ballagas
El poeta Emilio Ballagas y yo nos conocimos únicamente por cartas. Creo que fue en el año de 1940 cuando algún amigo mutuo nos conectó. Desde entonces, casi sin interrupción, intercambiábamos correspondencia hasta los últimos meses del año 1949, en que yo salí de esta capital para Tepic, y él se cambió a una provincia de su tierra para ejercer su profesión de maestro. Ya no volví a saber de él hasta que en 1954 me llegó la noticia de su muerte. La vaga noción que tengo de su rostro es la que hasta ahora he contemplado en un dibujo de Fernando García Mora que viene en las primeras páginas del libro póstumo que agrupa su obra poética.
Al saber la noticia de su muerte, quise, desde luego, hacer un estudio sobre su obra; pero como en realidad no la conocía del todo, tuve que escribir a mi amigo el escritor Gastón Baquero para que me la proporcionara, y no fue hasta hace pocos días que llegó a mis manos.
La Obra poética de Emilio Ballagas, aparece en un solo tomo cuya publicación hizo la Comisión Editora de José María Chacón y Calvo, Mariano Brull, Gastón Baquero y Cintio Vitier, éste último escribió un bello y jugoso prólogo de treinta y ocho páginas.
No creo que mi estudio pueda añadir nada nuevo, puesto que Cintio Vitier casi lo ha aclarado todo y lo ha velado todo; pero, no obstante, yo pienso que, después de atentas lecturas, puedo expresar mi impresión personal y los descubrimientos de los secretos íntimos que siempre la poesía revela, debido a las distintas reacciones que en cada uno produce. Cada poema, queramos o no, guarda en sus entrañas una escondida biografía, a veces hasta desconocida por el poeta, pero que, al ser removida por los ojos del lector, puede resucitar una clave más que nos ayude a desnudar su verdad. Lo que importa de un poeta es la experiencia que nos deja de su vida.
Emilio Ballagas es casi desconocido en nuestro medio. Fuera de unos cuantos poemas recogidos en la Antología poética laurel, en 1941, y otros publicados en Cuadernos Americanos en el año de 1943, nada más de su obra ha hecho presencia entre nosotros. Por esta razón, ahora que me propongo verificar este estudio, mi mayor deseo es el de hacer que su obra se conozca.
Me serviré, para el análisis, del orden sucesivo en que en el libro vienen publicados sus poemas —orden en que los guardaba el autor—, y procuraré, después de la revisión de cada uno de los grupos amparados por el título que los limita, citar uno o dos que más representan esa etapa de su evolución. Al mismo tiempo, en ese mismo orden haré mis apreciaciones, escogeré fragmentos que aclaren las influencias que sirvieron para su formación y, de ser posible, las sugerencias espirituales que se despiertan, y que ayuden de alguna manera para vislumbrar las intimidaciones de su poesía.
Comenzaré mi trabajo copiando del libro aparecido la síntesis que viene de su biografía, para que se tenga una idea de los años que tenía el poeta a la publicación de cada uno de sus libros, así como también para que se conozcan sus otras actividades intelectuales y, a la vez, para que se entienda cómo fue tocando diferentes escuelas poéticas, de las que, librándose luego, le ayudaron para encontrar su propio camino hasta llegar a situarse en la pureza vibrante de un neorromántico —su mejor etapa— y, al final, como un romántico religioso, y clásico en la forma.
Al final incluiré unas cuantas cartas de las que me escribió, por considerarlas de gran interés para aclarar su manera de sentir la poesía y, además, porque vienen en ella dos décimas que no aparecen en su obra completa y que por esta razón las pienso inéditas.
Estas palabras que escribo sobre la poesía de Emilio Ballagas no llevan la pretensión de hacer un trabajo crítico, sino que es el juicio que hace un poeta de otro poeta. Debo decir ante todo que, si me ocupo de estos poemas, es porque en realidad me interesan y me emocionan. Anticuado quizá, todavía persigo la poesía que dice claramente, la que sabe comunicarse, y la que es resultado de la experiencia de toda una vida y no simulación de ella.
Ahora que Emilio se ha fugado a las regiones que están detrás del aire, sus poemas se han vuelto su presencia, en ellos, como encarnada en su fondo, está la propia voz del poeta que nos habla a través de la lectura y que involuntariamente pronunciamos con el pensamiento. No cabe duda que un poeta cuando muere, les da, desde allá, una significación más amplia a sus palabras que, ya hijas del misterio, adquieren ante nosotros todo su valor espiritual que ávidamente nos trasciende.
Emilio Ballagas nació en Camagüey, Cuba, el 7 de noviembre de 1908. Publicó sus primeros poemas y críticas en las revistas vanguardistas Antenas (desde 1928) y revista Avance (desde 1929): en el último número de esta publicación dio a conocer su Elegía por María Belén Chacón. Colaboró después en las más importantes revistas literarias de Cuba y de Hispanoamérica (Revista Cubana, Sur, Cuadernos Americanos, Orígenes, entre ellas). En 1931 editó su primer cuaderno de versos: Júbilo y fuga. Desde entonces fue la Poesía su preocupación determinante. En 1951 le fue concedido el Premio Nacional de Poesía por su libro Cielo en rehenes; y en 1953 fueron premiadas sus Décimas por el júbilo martiano. Estudió filosofía y letras y pedagogía. Viajó por Europa y América. Fue profesor de literatura, conferenciante y ensayista de varias temáticas (el futurismo, la poesía afroantillana, Tagore, Ronsard, Hopkins). Compiló dos importantes antologías de poesía negra (Madrid, 1935; Buenos Aires, 1946). Realizó traducciones del inglés y el francés y algunos de sus propios textos fueron vertidos a esos idiomas. Murió en La Habana, el 11 de septiembre de 1954.
Juan Ramón Jiménez señaló su labor poética como exponente de una de las «tres líneas mejores» de la poesía cubana en 1936 (junto con Florit y Guillén). La Antología laurel, de poesía moderna en lengua española, realizada por Emilio Prados, Xavier Villaurrutia, Juan Gil Albert y Octavio Paz (México, 1941), ofreció una excelente selección de su poesía: Ballagas fue el más joven poeta representado en esa colección. Su obra poética —que ahora se reúne por vez primera— es de las más valiosas producciones en Hispanoamérica en el último cuarto de siglo.
Primeros poemas
Sus primeros poemas, casi todos publicados en la revista literaria Antenas de 1925 a 1929, es decir, cuando el poeta contaba entre los diecisiete y los veintidós años, nos hace comprender que en Ballagas había en realidad un poeta en iniciación.
Es indudable que en su primero y segundo sonetos se advierten todavía resabios del romanticismo decadente, quizá recuerdos de sus primeras lecturas: «Sé que agonizas, que tu vida acaba / como la niebla con el sol naciente», y en los siguientes, poemas de metro libre, también asoman reminiscencias del languideciente modernismo y, por contagio entonces de medio, los influjos de la «Escuela Vanguardista». Pongo como ejemplo un fragmento del poema «Bajo mis pies»:
Así fue
que la calle sanó sus dolores
i cubrió la fea llaga
de su bache,
vistiendo coraza de asfalto.
Aquí aparece por primera vez la «i» de Juan Ramón Jiménez, indicio de que Ballagas se higieniza en su lectura. Y también vemos la misma tendencia vanguardista en este otro poema Close Up:
Mi soledad cuelga
sus brazos largos a mi cuello
para envolverme dentro
de su helado aliento
de nostalgia.
Al hablar de influencias no quiero, en absoluto, mermar en algo el justo valor de este poeta. Las influencias son necesarias e imprescindibles; más aún, todo poeta se descubre por la lectura de otro poeta; porque es entonces cuando, al captar la comunicación del poema, se da cuenta de que él también tiene escondido mucho qué decir y, como movido por un dictado interno, se inicia en el ejercicio de querer expresarse por la palabra escrita. Su modelo, aunque no lo quiera, será el de sus primeras lecturas. Después las ahuyentará, las superará, las asesinará; pero su punto de partida fue uno o más poetas que al principio leyó.
Conocida pues la primera etapa, o sea, su iniciación, en la que hay muchos verdaderos aciertos, proseguiremos en la revisión de lo que constituyó su primer libro.
Júbilo y fuga
Bajo este título salió a la luz el primer libro del poeta Emilio Ballagas, en el año 1931 y fue editado nuevamente en 1939.
El contacto con la poesía de Juan Ramón Jiménez hizo que el poeta barriera, casi del todo, las huellas que le habían dejado tanto el agónico modernismo como el paranoico vanguardismo, y que en sus poemas se fueran imponiendo la claridad, la ternura y su secreta marea interior. Esta influencia hizo despertar la verdad de su voz llena de infancia, de regocijo adolescente, de peculiar acento y, a la vez, que dejara entrever, muy hondo, muy íntimo, un huracán de fiebre en acecho. Late en cada uno de sus poemas un miedo a la realidad, un temblor de sospecha y duda, un no querer reconocer lo que por intuición conocía. Nada tan agobiante en la juventud como la urgencia de la carne y el pudor lleno de espanto al salto de lo que se ha bautizado con el nombre de pecado, y más, si por nuestra ignorancia creemos que el nuestro está mayormente saturado de culpa. La religión y la moral dejan, en la plastilina de nuestra entraña, los relieves de ásperos mandamientos y prohibiciones cuyo cumplimiento nos duele, porque de nuestra sangre afloran desconocidas inclinaciones, fisiológicas y mentales, que entablan la lucha y que nos hace más apetitoso delinquir. Entre querer hacer y no hacer, damos nacimiento a una tragedia que no siendo visible, es intensa. Esa tragedia nos condena, ya como audaces o ya como cobardes, y es entonces cuando se desencadena en nuestra conciencia el infierno textual y crudo de la verdad que somos y de la verdad que no queremos ser, a menos que nos impongamos una represión que empeorará nuestro estado, o un desbocamiento que extinguirá nuestra fuerza espiritual.
Nadie como Ballagas sufre este trágico infierno que en el fondo es la clave tormentosa de los poemas de este libro. Él no es tímido, pero sí es místico de la pureza. Su memoria quizá guarda inolvidables consejos o huellas de lecturas en libros religiosos, o amonestaciones en el sacramento de la confesión que con positivo imperio se han de levantar airados cuando él piensa, sueña o imagina las satisfacciones que le pide su cuerpo. Ve la tempestad instintiva del bajo fondo de la entraña que exige, y el poeta, en su lucha consigo mismo, recurre fervientemente a invocar, haciendo de sus poemas positivas plegarias o calmando su sed con una incansable búsqueda poética.
No sabemos qué infiernos carnales habrá en la pureza. Emilio no vive porque no tiene paz. Parece que continuamente está huyendo, defendiéndose de satanases invisibles que quieren acorralarlo, y se ampara en el deseo de desnacer, de quedar suspenso en el vuelo de una fuga sin fin a donde no adivina… ¡Qué lucha tan tenaz tiene esta juventud! Se nos presenta en un combate sin descanso entre su virtud y su pecado, entre su cuerpo y su alma, entre el Mundo y su mundo.
Superficialmente juzgada toda su poesía de esta época, se tomaría como fruto de una juventud. Sus imágenes claras, sus cielos limpios, su soledad al desnudo, sus sueños albos y su embriaguez en aromas, nos invitan a pensar en el mundo fantástico que corresponde al tiempo de su edad; mas no, ahondando encontraremos un vacilar trágico que indica que sangra, y si sangra es que hay herida. ¿Qué herida? He aquí el misterio y por este misterio su poesía se nos hunde como un grito en una noche oscura. Sí; la ...