El discipulado financiero
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El discipulado financiero

Invertir en la eternidad

  1. 260 páginas
  2. Spanish
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El discipulado financiero

Invertir en la eternidad

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Información del libro

Este libro es una invitación para que te embarques en un viaje fascinante por el discipulado financiero. Un discípulo es una persona que mantiene una relación constante y transformadora con Jesucristo y que comparte con alegría con otros lo que ha aprendido.El discipulado financiero es tan importante porque lo que hacemos con nuestro dinero refleja las prioridades de nuestro corazón. Jesús dijo: "Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón".Un discípulo financiero tiene una visión clara: ver cómo todos los seguidores de Cristo, en todas las naciones, viven fielmente conforme a los principios financieros de Dios en cada área de sus vidas, tanto personalmente como en su trabajo, su entorno familiar y su vecindario. Tales personas desean conocer a Cristo más íntimamente, ser libres para servir y contribuir a sostener económicamente el trabajo de la Iglesia.¡Únete a nosotros en el viaje del discipulado financiero!

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Información

Año
2022
ISBN
9788418961281
1 ¿Qué es un discípulo?
¡Los cristianos primero fueron llamados “discípulos”! Quizá esto te sorprenda un poco porque estamos acostumbrados al término “cristianos” para referirnos a los seguidores de Jesús. El apelativo “cristiano” es mucho más popular que “discípulo”, pero la Biblia habla mucho más de discípulos que de cristianos. Fue en Antioquía, donde Pablo y Bernabé enseñaban, “donde a los discípulos se les llamó ‘cristianos’ por primera vez” (Hch. 11:26).
En el siglo I, todo el mundo sabía lo que era un discípulo, porque estaban muy extendidos en su cultura. Un discípulo era alguien que se apegaba a alguien más entendido, sabio o experimentado para aprender de esa persona. El término griego que se usa para “discípulo” es mazetes, que significa aprendiz, y la persona con quien estaba relacionado era un didaskalos, que significa maestro. Los griegos usaban el sistema maestro-discípulo para educar a las personas, durante el transcurso habitual de sus vidas, experimentando juntos los sucesos cotidianos. Normalmente, vivían juntos y compartían experiencias, aprendiendo unos de otros.
Jesús empleó el mismo método para formar a sus discípulos, quienes constituirían el núcleo del nuevo movimiento. En las escuelas griegas de la época, los alumnos, en su calidad de “discípulos”, no tenían que estar sentados en un aula cada día, sino que aprendían paseando, observando y debatiendo con su maestro. Según la concepción griega, el discipulado conllevaba seguir, imitar y aprender.
Marcos nos dice que Jesús “designó a doce, a quienes nombró apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar” (Mc. 3:14). Por lo tanto, el fundamento del discipulado es estar “con él” en una relación cotidiana, aprender de él y ser “enviados” a ministrar a otros de la misma manera.
Una buena definición de un discípulo es la que acuñó un pariente lejano mío, Stuart Briscoe.
“Un discípulo es una persona que mantiene una relación constante con Jesucristo, una relación que transforma la vida, y que comparte con alegría con otros lo que él o ella ha aprendido”.
Recuerdo una vez que volvía a casa en coche, después de unas vacaciones en familia, y no estaba seguro de qué carretera debía seguir. Al salir del centro vacacional vi que nos seguían tres coches. Al cabo de pocos kilómetros no me cupo ninguna duda de que nos habíamos perdido, y decidimos aparcar y consultar el mapa para dilucidar qué ruta teníamos que seguir. Los tres vehículos nos siguieron. Pregunté a uno de los conductores si sabían cuál era la carretera correcta y me contestó: “¡No, si le estábamos siguiendo a usted!”.
Ese día aprendí dos cosas. La primera es que, si quieres guiar a alguien, tienes que saber adónde vas. La segunda es que, si estás siguiendo a alguien, ¡debes estar seguro de que sabe lo que está haciendo!
Un discípulo es un aprendiz, que aprende de alguien que tiene más sabiduría y más experiencia. Por supuesto, nuestro maestro por antonomasia es el propio Jesús, pero tenemos que relacionarnos con otro discípulo que nos ayude a conocer mejor a Jesús. Debemos elegir cuidadosamente a quién nos apegamos. Ese discípulo debe ser alguien que sepamos que sigue a Jesús y obedece a las Escrituras. Pablo podría decir: “imitadme a mí, como yo imito a Cristo” (1 Co. 11:1).
A un discípulo se le llama a caminar “con” Cristo (evangelización), se le prepara para vivir “en” Cristo (capacitación), se le envía a vivir “para” Cristo (servicio) y recibe el mandamiento “de” Cristo para ministrar a otros (empoderamiento).
Algunas de las últimas palabras que dijo Jesús a sus discípulos después de su resurrección fueron el mandamiento de “id y haced discípulos…” (Mt. 28:19). Ellos debían reproducir y transmitir a otros lo que habían aprendido de él.
El propósito del discipulado
El propósito y la meta última del discipulado es la madurez en Cristo. “A este Cristo proclamamos, aconsejando y enseñando con toda sabiduría a todos los seres humanos, para presentarlos a todos perfectos en él” (Col. 1:28). El término griego para “maduro” es teleios, que significa completo, adulto y perfecto.
El desarrollo de esta madurez requiere una transformación tripartita. Jesucristo realiza un cambio que afecta a todas las áreas de nuestra vida. Vemos esta transformación en tres niveles que son interdependientes:
  • Ser una nueva persona: recibo una identidad nueva. Cristo vive en mí. Vivo conforme a un conjunto de valores nuevo: nuevas prioridades, nuevos objetivos, nuevas esperanzas. ¡Se me ha concedido una vida nueva! “Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva” (Ro. 6:4).
  • Ver con otros ojos: obtengo una mente nueva. La mente de Cristo me moldea; él transforma nuestras actitudes y nuestra cosmovisión. El Espíritu Santo desarrolla en nosotros la mente de Cristo, de modo que podamos realizar juicios precisos de cualquier situación. “En cambio, el que es espiritual lo juzga todo, aunque él mismo no está sujeto al juicio de nadie, porque ‘¿quién ha conocido la mente del Señor para que pueda instruirlo?’. Nosotros, por nuestra parte, tenemos la mente de Cristo” (1 Co. 2:16).
  • Vivir una vida nueva: tengo una ética diferente. El amor de Cristo me motiva. No solo consigo nuevas relaciones, sino una actitud nueva hacia las relaciones anteriores (perdón, reconciliación y paz). “Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos los unos a los otros, pues así lo ha dispuesto” (1 Jn. 3:23).
Cristo desarrolla progresivamente en nosotros un nuevo carácter moral que es un espejo del suyo propio. Por consiguiente, se trata de una transformación holística: existencial, emocional, ética, relacional. La condición para esta madurez es “estar en Cristo”. “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2 Co. 5:17).
La pregunta clave es: ¿cómo es posible esto? Desde el punto de vista humano, no lo es. En esta experiencia que transforma la vida hay un elemento sobrenatural que va mucho más allá de los esfuerzos o los recursos humanos. La capacidad de transformación no procede solamente del mensaje de Jesús per se (sus ideas y su ejemplo), sino de su poder. Tal como dijo lisa y llanamente el ciego al que sanó Jesús: “si este hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada” (Jn. 9:33).
El llamamiento principal en nuestra vida como discípulos es el de seguir un proceso constante de transformación para asemejarnos a Cristo. Randy Alcorn afirmó lo que la mayoría de personas ha experimentado como el propósito de su vida. Dijo: “Durante toda tu vida has estado buscando un tesoro. Has estado buscando a la persona perfecta y el lugar perfecto”. Yo encontré a esa persona perfecta, Jesús, y también el lugar perfecto al que me condujo… el reino de Dios.
Un discípulo sigue… ¡y luego se marcha!
“Venid, seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Esta es la invitación que extendió Jesús a los hombres dedicados al negocio de la pesca, que eran Simón, Andrés, Jacobo y Juan. Se nos dice que “al momento dejaron las redes y lo siguieron” (Mc. 1:17-18).
Dejaron sus redes, sus barcas, su familia, a sus jef...

Índice

  1. Contenido
  2. Prólogo
  3. Acerca del autor
  4. Introducción
  5. Primera parte: El discipulado
  6. 1 ¿Qué es un discípulo?
  7. 2 El precio del discipulado
  8. 3 Los términos del discipulado
  9. 4 Los discípulos son administradores
  10. 5 Los discípulos hacen discípulos
  11. 6 Características de un discípulo fiel y confiable
  12. Segunda parte: ¿Qué es un “discipulado financiero”?
  13. 7 ¿Por qué un discipulado financiero?
  14. 8 La libertad financiera
  15. 9 La esclavitud financiera
  16. 10 Decisiones que hay que tomar en el camino del discipulado financiero
  17. 11 La prosperidad financiera
  18. 12 La perspectiva eterna de un discípulo financiero
  19. Tercera parte: Otros recursos sobre el discipulado financiero
  20. 13 Aprender del Maestro
  21. 14 Los deudores
  22. 15 El presupuesto
  23. 16 El viajero
  24. 17 El necio
  25. 18 El malgastador
  26. 19 El administrador
  27. 20 El rico
  28. 21 El líder
  29. 22 El recaudador
  30. 23 El mercado
  31. 24 Los inversores
  32. 25 El gobierno
  33. 26 La viuda
  34. 27 El traidor
  35. Cuarta parte: El viaje del discípulo financiero
  36. 28 Un hombre y una brújula
  37. 29 Dirección norte: Un discípulo financiero sigue la regla de oro
  38. 30 Dirección noreste: ¡Un discípulo financiero vence a Mammón!
  39. 31 Dirección este: Un discípulo financiero sabe tomar buenas decisiones financieras
  40. 32 Dirección sureste: Un discípulo financiero no se endeuda
  41. 33 Dirección sur: ¡Un discípulo financiero sabe cuánto es suficiente!
  42. 34 Dirección suroeste: Un discípulo financiero genera prosperidad para la vida integral
  43. 35 Dirección oeste: Un discípulo financiero aumenta su generosidad
  44. 36 Dirección noroeste: Un discípulo financiero crea una cartera de valores eterna
  45. Epílogo: Oración final