El príncipe
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El príncipe

Edición bilingüe

  1. 378 páginas
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El príncipe

Edición bilingüe

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Información del libro

Además de ser una traducción impecable hecha por Stella Mastrángelo, la edición bilingüe de este clásico del pensamiento político se enriquece con un extenso aparato crítico hecho por Luce Fabbri Cressatti, cuyas notas contextualizan de manera puntual, analizan y hacen comprensible al lector actual un libro que ha influido en las formas de reflexionar y practicar la política desde hace casi cinco siglos.

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NOTAS AL TEXTO EN ESPAÑOL

DEDICATORIA

Maquiavelo escribió El Príncipe a renglón seguido, en 1513 (con o sin el último capítulo, que muy bien podría haber sido agregado después). Esta dedicatoria, en cambio, es bastante posterior y pertenece a los últimos meses del año 1515 o al año siguiente; en efecto, está dirigida a Lorenzo de Piero de’ Médici, quien en ese período se hizo cargo del gobierno de Florencia porque el precedente señor, Juliano (al que Maquiavelo había dedicado el libro en un primer momento), enfermó gravemente en 1515 y murió en 1516.
1 Este exordio, elaborado con sumo cuidado para que suene lo más parecido posible a los que se estilaban en aquella época, adopta el tono y el léxico cortesanos (“mi servidumbre”, “la Magnificencia Vuestra”) y la amplia, arquitectónica sintaxis que el Renacimiento heredaba de Cicerón. El contraste con el tono de El Príncipe no puede ser más neto e impactante.
2 En esta parte central de la dedicatoria asoman, detrás del aspirante a cortesano, el moralista y el artista, que en este caso se identifican. El Príncipe en sí, prescindiendo de la dedicatoria, no es el libro de un cortesano, pues no es agradable: un cortesano habría dorado la píldora. Maquiavelo en cambio es crudo y duro. Su pintura de las exigencias inhumanas del poder tiene algo de ascético. La verdad que expone no necesita de adornos estilísticos. Hay en esta justificación del estilo de El Príncipe toda una estética antiacadémica y una orgullosa afirmación de sí por parte del escritor: esa verdad desnuda exige de él, no abundancia de imágenes, pero sí valor. Este orgullo se propaga al trozo siguiente.
3 Es el orgullo, disfrazado de modestia, del hombre de pueblo, entendiendo por pueblo la multitud de súbditos del príncipe que no son ni nobles ni cortesanos. Maquiavelo tampoco era rico. Miraba, pues, el principado desde abajo, desde donde —dice— se tiene la perspectiva mejor. Es una toma de distancia, necesaria tanto para juzgar como para representar: tanto para el historiador como para el artista.
4 En este deseo de grandeza para el príncipe y en la súplica final se concentra la obsecuencia cortesana de la dedicatoria, cuidadosamente pensada para conceder a esta necesidad que el escritor debía considerar penosa (véase la nota 24 de la Introducción) lo menos posible. La grandeza del príncipe es deseada, no afirmada; su posibilidad, o si se quiere, probabilidad, se basa en la buena suerte de Lorenzo (ser sobrino del Papa) “y sus demás cualidades”. El hecho de considerar a la suerte como una cualidad refleja sobre “las demás” una leve pero indudable luz de ironía, probablemente involuntaria. La preocupación evidente del escritor es la de obtener la benevolencia del gobernante sin ofender la verdad. En este estilo ampuloso y solemne que no es el suyo, Maquiavelo en esta dedicatoria hace sin embargo su declaración de fe estética: la verdad se basta así misma y crea su forma. Y nos dice cómo ve él a su protagonista: como quien lo contempla desde lejos y desde abajo, con la mirada del autor dramático hacía su personaje.

CAPÍTULO I

Todas las posibilidades del “principado” están previstas en este capítulo proemial, pero el verdadero protagonista del tratado es el “príncipe nuevo”, el usurpador o, excepcionalmente, fundador, quien llega al poder casi siempre por violencia. Es figura repetida en la historia de los siglos XV y XVI y, en Italia, constituye la forma que adopta, en el marco reducido de la ciudad-estado, el fenómeno histórico —general en ese momento— del triunfo del absolutismo, destinado a durar hasta la Revolución Francesa. El “príncipe nuevo” es el protagonista trágico de la historia del Renacimiento y del drama moral de Maquiavelo.
Si dejamos de lado la dedicatoria y el último capítulo, el núcleo sustancial y coherente que queda se subdivide a su vez en tres partes: una primera descriptiva y clasificatoria, en la que el príncipe nuevo es encuadrado en toda la gama de posibilidades del poder unipersonal (capítulos I-XI); un breve sector central, dedicado a las milicias ciudadanas (capítulos XII, XIII y XIV); una última (capítulos XV-XXV), donde está clara y dramáticamente planteada la problemática de la conducta del príncipe como protagonista de historia, encarnación de una voluntad de poder que lo obsesiona, lo aísla y lo agiganta.
Este primer capítulo se puede considerar como el sumario previo de la primera de estas tres partes y se suele citar como ejemplo del estilo dilemático de Maquiavelo. La diferencia con la dedicatoria que precede es impactante, hasta diría desafiante, si pensamos en los solemnes y elaborados exordios de las obras literarias más famosas del renacimiento de toda Europa. El tono, el ritmo, la sintaxis cambian. El autor nos introduce directamente en su mundo mental, que es un mundo desnudo y austero: el piensa por dilemas, y con una serie de dilemas rigurosamente encadenados construye la jaula del príncipe nuevo. A primera vista, este esquema lógico que se superpone a los hechos para explicarlos clasificándolos, puede parecer empobrecedor. Maquiavelo piensa que la naturaleza del hombre no varía sustancialmente. Por eso ubica a su protagonista, más que en el tiempo y en el espacio, en este esquema mental. Su príncipe se desplaza idealmente de Roma primitiva a Sicilia, de la Atenas de Pisístrato a la Turquía de los sultanes, de la Persia de Ciro a la Italia renacentista, donde sin embargo esa figura adquiere naturalmente la soltura y los colores de la vida. De todos modos la estaticidad que el pensador florentino atribuye a la condición humana le permite superponer a la perspectiva temporal y espacial esa visión puramente lógica bosquejada en este primer capítulo.
Pero el esquema no es empobrecedor más que en la apariencia inicial, pues los dilemas no son como suelen ser, de descarte; las posibilidades desechadas van a poblar el telón de fondo: el principado se destaca porque hubo y hay repúblicas; los principados nuevos surgen entre repúblicas y principados hereditarios. Y los príncipes completamente nuevos (como Francisco Sforzan en Milan, César Borgia en la Italia central y Romaña, Francisco María della Róvere en Urbino) tiene que competir con las tentativas de expansión de los viejos principados y con la codicia de los soberanos extranjeros, quienes en Italia son ellos mismos “príncipes nuevos”, pero de características distintas pues gobiernan desde sus viejos dominios (principados mixtos).

CAPÍTULO II

Es uno de los capítulos más breves. Los principados hereditarios tienden a la rutina y por lo tanto ofrecen menos interés para el historiador.
1 Estas primeras líneas, que se refieren en general a toda la primera parte del tratado, nos prueban que cuando Maquiavelo las escribía ya había redactado un número sustancial de capítulos de los Discursos sobre la primeras década de Tito Livio, que estudian principalmente las repúblicas. Obsérvese cómo la prosa de Maquiavelo, en su martillada sobriedad, está fuertemente nutrida de imágenes. El primer capítulo se le presenta como un cañonazo, una urdimbre, que él va a llenar en lo sucesivo para ofrecernos el buen paño. Era florentino, pertenecía a una ciudad de tejedores y el lenguaje del oficio le era familiar.
El tema básico del capítulo es la rutina adormecedora que vuelve cómodo para el príncipe el poder hereditario. Su única preocupación en el terreno político es no hacerse odiar y tratar de salir lo mejor posible de dificultades inesperadas que se pueden presentar sin afrontarlas directamente, sino más bien dándoles espacio para que se resuelvan solas. Eso lo dice Maquiavelo con cuatro palabras: “contemporizar con los accidentes”.
El ejemplo del persistente dominio de los Estenses en Ferrara era particularmente eficaz entonces, por ser estrictamente contemporáneo.
2 Estas últimas líneas son un buen ejemplo de las formas distintas que puede tomar la visión dual que Maquiavelo tiene de la realidad. El principado hereditario se caracteriza por su antigüedad y por su continuidad. En ese largo transcurrir de años, se apagan los recuerdos y las causas de los cambios (en cierto sentido diríamos que se apaga la historia). Esta pareja recuerdos-causa es exactísima en la dimensión temporal y sus términos están eficazmente orientados en direcciones opuestas: se extinguen a la vez los recuerdos de las innovaciones pasadas y las esperanzas de las futuras. Esas esperanzas son vistas como causas históricas, pues en Maquiavelo no sólo el príncipe tiene voluntad creadora. Los gobiernos, en general, temen las innovaciones; los pueblos las desean. La última parte del período nos explica por qué al extinguirse el recuerdo de cambios pasados se extingue también —con ventaja para el príncipe— el deseo-causa de cambios futuros: porque cada innovación prepara el terreno para innovaciones ulteriores. Y aquí tenemos nuevamente el lenguaje de los oficios (ahora la albañilería) aplicado a la política: addentellato, que hoy es de uso corriente en el sentido de “asidero”, entonces significaba una saliente en una pared para apoyar la viga de otra. Esa novedad que se engancha fácilmente a las anteriores no significa para Maquiavelo destrucción, sino edificación. Donde se ve que las metáforas no son adornos, sino simplemente expresividad.

CAPÍTULO III

Con el capítulo III entramos en el verdadero tema del libro, que es “el príncipe nuevo”. La conjunción adversativa inicial marca la separación. El autor empieza con la consideración del principado nuevo mixto, que es un dominio agregado a uno hereditario ya consolidado por una larga historia.
En 1513, los ejemplos típicos de príncipes nuevos mixtos en Italia eran el rey de España, Fernando el Católico, que acababa de anexar a sus vastos territorios la Italia del sur, y Luis XII, rey de Francia, que justamente el año anterior había sido desalojado por segunda vez de Lombardía (“virtuoso” pues el primero, inhábil el segundo). Como a Maquiavelo le interesan en forma especial las dificultades, elegirá este segundo ejemplo para decirnos todo lo que un príncipe que tenga un dominio hereditario no debe hacer, si quiere adquirir y conservar un dominio nuevo que se agregue al antiguo.
El protagonista de este “principado mixto” tendrá que enfrentar las dificultades naturales en todo dominio que se inicia y otras, inherentes a la combinación de lo antiguo con lo nuevo.
1 Estas líneas pueden servir de introducción general al tema del “príncipe nuevo”; las dificultades específicas del principado mixto se irán viendo por medio del ejemplo de Luis XII, que abarca todo el capítulo. Pero por encima de esa distinción y de todas las distinciones anteriores, este capítulo se presta para observar algo que se verifica en todo El Príncipe y más aún, en toda la obra de Maquiavelo: el nexo entre príncipe y súbditos se concibe, no tanto dentro de un todo orgánico, sino como una relación tensa, tácitamente negociada en condiciones de temor recíproco, entre dos entes distintos y heterogéneos, el príncipe y el pueblo. La situación se complica por la existencia, entre uno y otro, de un tercer elemento: los nobles que, con distinto grado de potencia, pero aún muy importantes entonces, constituían una clase prepotente y levantisca, cuyos desmanes hacían que por momentos el pueblo se apoyara en el príncipe. De todos modos, la relación entre estos tres factores se basa en la fuerza material y a menudo en la violencia. El “bien del estado” entendido como patria, que los politólogos —apoyándose sin mucho asidero en el último capítulo de El Príncipe— atribuyen como finalidad al protagonista de la obra, no aparece por ninguna parte.
La primera dificultad con que tropieza un principado nuevo es, pues, la hostilidad de los súbditos, tanto de los partidarios del régimen anterior como de los descontentos, quienes, después de haber ayudado al cambio, no se sienten recompensados en la medida de sus esperanzas.
2 La figura de Luis XII domina este largo capítulo. En su desafortunada tentativa de conquistar el reino de Nápoles y en las dos etapas de su efímero dominio sobre el ducado de Milán, ofrece a la despiadada lógica de Maquiavelo el ejemplo negativo que necesitaba. Para apoderarse del sur de Italia buscó la alianza del rey de España, quien, a raíz de la disputa surgida por el reparto y de la guerra subsiguiente, se quedó con todo (1504); el apoyo del Papa y de Venecia le facilitó la ocupación de la Lombardía que, perdida una primera vez y vuelta a conquistar, quedó en sus manos del año 1500 a 1512, cuando el prevalecer de las armas españolas, a la vez que llevaba de nuevo a los Médici a Florencia, ocasionaba una efímera restauración del señorío de los Sforza en Milán. Estos últimos acontecimientos eran recientes cuando Maquiavelo escribía (1513), y el escritor los cometa como hechos conocidos, sobre la base de alusiones, por momentos vivacísimas. Para que Luis XII perdiese Milán la primera vez, bastó con que un duque Ludovico “alborotase” (rumoreggiasse) en las fronteras: ese artículo indeterminado que precede al nombre tan conocido de Ludovico el Moro está lleno de desprecio, y el rumoreggiare (alborotar) es a la vez pintoresco y devaluatorio. La contraposición entre el primer momento y el segundo de esta derrota es dinámico: vemos moverse a los actores en el escenario abstracto del mapa con rapidez de títeres: antes es s...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Índice
  6. Maquiavelo: entre el ser y el “deber ser”
  7. Il Principe • El Príncipe
  8. I
  9. II
  10. III
  11. IV
  12. V
  13. VI
  14. VII
  15. VIII
  16. IX
  17. X
  18. XI
  19. XII
  20. XIII
  21. XIV
  22. XV
  23. XVI
  24. XVII
  25. XVIII
  26. XIX
  27. XX
  28. XXI
  29. XXII
  30. XXIII
  31. XXIV
  32. XXV
  33. XXVI
  34. Conclusión
  35. Notas al texto en español
  36. Posfacio: Luce Fabbri Cressatti (1908-2000), breve historia de una mujer libre