Filosofía de la cultura y transmodernidad: ensayos
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Filosofía de la cultura y transmodernidad: ensayos

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Filosofía de la cultura y transmodernidad: ensayos

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Trabajos sobre cultura desde el punto de vista de la filosofía. Se muestra el descubrimiento de América Latina en la historia mundial hasta comprender la importancia de la cultura mestiza y de los pueblos originarios. Con el surgimiento de la filosofía de la liberación el autor reinterpreta la cultura.

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Segunda parte

Cultura imperial, cultura ilustrada y liberación de la cultura popular1

[En América Latina] se ven a un tiempo dos civilizaciones distintas en un mismo suelo: una naciente, que sin conocimiento de lo que tiene sobre su cabeza está remedando los esfuerzos ingenuos y populares de la edad media; otra, que sin cuidarse de lo que tiene a sus pies intenta realizar los últimos resultados de la civilización europea. El siglo XIX y el siglo XII viven juntos: el uno dentro de las ciudades, el otro en las campañas… [Se trata] de la lucha entre la civilización europea y la barbarie indígena, entre la inteligencia y la materia, lucha imponente en América.
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO2
Esta conferencia quiere ser el comentario, la hermenéutica y la crítica del texto de Sarmiento colocado como epígrafe. En dicho texto se encuentra la exposición de una interpretación, justamente la opuesta a la que defenderemos nosotros, que en el siglo XIX significó una auténtica filosofía de la historia de lo americano.

Dependencia cultural

El texto de Sarmiento, en Facundo, me parece realmente genial. Sarmiento tenía una profunda inteligencia y no porque sí, entonces, expresa lo que toda una generación de la segunda parte del siglo XIX se propone y logra. Esta filosofía de la historia es la que querría tomar como punto de partida y casi como anteposición a lo que pienso exponer.
Situando este texto adecuadamente podemos observar que se formula la cuestión de la siguiente manera. En «un mismo suelo», dice, hay «dos civilizaciones distintas», «una naciente» (en el sentido de que nace en esta tierra, que es la originaria) y la «otra que, sin cuidarse de lo que tiene a sus pies, intenta realizar los últimos resultados de la civilización europea». De tal manera que antepone dos civilizaciones: una es la inteligencia, la otra es la mate-ria. Sarmiento, quizás sin saberlo de manera explícita, está empleando un término técnico: la «inteligencia» es razón, el logos. La «materia» es la indeterminación, el no-ser. De un lado está la razón, el logos; del otro el no-ser. Una es la «civilización» y otra es la «barbarie». Estos términos son técnicos, porque si fuéramos al pensamiento presocrático los encontraríamos con igual exactitud. Heráclito dice que «el logos es el muro que protege la ciudad». Más allá del muro está el no-ser; la barbarie, y en esto le reúnen tanto Heráclito como Parménides; son maestros de la gran onto-logía imperial y colonizadora.
Una civilización, dice Sarmiento, es bárbara, materia bruta. En otra parte escribe que es lo indígena, y aún lo tártaro, asiático. En otras lo relaciona con lo árabe, con lo mahometano, pastoril, abrahámico, salvaje y nómada. Afirma que esta cultura es la de los beduinos del desierto que es igual a lo americano. En el fondo, el fruto de esa barbarie es el mestizo, el gaucho.
Al campo se le antepone la civilización hispano-europea, más europea que hispánica, más norteamericana que europea, que es la inteligencia, la luz; usa aún la palabra conciencia, el ser y la ciudad. Es el frac contra el poncho. No olvidemos que el poncho era hilado por su madre en la San Juan provinciana. No estaría de más usar un método psicoanalítico para desentrañar este texto. La primera conciliación de las «dos» civilizaciones en el proceso de la conquista fue la exterminación de una civilización en favor de otra y, por eso, la alienación irreversible de lo amerindio.
Me gustaría citar algunos textos por todos conocidos, para que recordemos que hubo un mundo otro que el europeo, y que, por la lógica de la dominación, se lo redujo a un ente, en cosa a disposición de la civilización del «centro». Lo amerindio es el otro, negatividad metafísica negada.

UNA HISTORIA A INTERPRETAR

Cuando el español llegó a América se estableció el primer «cara-a-cara»: Colón vio indios; Cortés descubrió la cultura azteca; Pizarro, la inca. Y así cada uno de los conquistadores se enfrentó con el indio. Este indio tenía un mundo. Para ilustrarlo un poco escuchemos un bello texto del Popol Vuh, de la gran cultura quiché:
Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma y en silencio, todo inmóvil y callado y vacía la extensión del cielo. Esta es la primera relación, el primer discurso; no había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, fuego, barrancas, hierbas y bosques. Sólo el cielo existía. No se había manifestado la faz de la tierra, sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión. [Primer parágrafo del libro sagrado].
De tal manera que había un mundo, otro que el hispánico. Pero este mundo fue dominado, y la dominación de esa exterioridad significa el primer proceso de alienación en Amé-rica. El indio con su mundo es interiorizado en la totalidad hispanoamericana y puesto al servicio del dominador. Al indio se lo encomienda como mano de obra. Esta dominación del «señor» encomendero sobre el siervo se hace en nombre de un proyecto histórico. Leamos un pequeño texto para pensar cuál fue ese proyecto histórico.
Dice Bartolomé de las Casas en la Brevísima relación de la destrucción de las Indias que un grupo de indios comentó lo siguiente:
No lo hacen sólo por eso, sino porque tienen un dios al que ellos adoran y quieren mucho, y por haberlo de nosotros para lo adorar nos trabajan, desojuzgan y nos matan. Tenía cabe de sí unas cestillas llenas de oro en joyas y dijo [el indio]: Véis aquí el dios de los cristianos [mostrando el oro], hagámosle si os parece Areitos (que son bailes y danzas) y quizás le agrademos, y les mandará que no nos hagan mal. Dijeron todos a voces: Bien es, bien es. Bailaron delante hasta que todos se cansaron; y después dijo el señor Hatuey: Mira, como quiera que sea, si lo guardamos, para sacárnoslo al fin nos han de matar, echémoslo al río. Todos votaron que así se hiciese, y así lo echaron a un río grande que allí estaba3.
El nuevo dios era el oro. Era el «proyecto» de estar-en-la-riqueza. ¿Para qué se encomendaba el indio? Pues, en el fondo, para enriquecer al español y para extraer el oro y la plata que después era enviado a España. De allí pasaba con el tiempo a los bancos de Londres y por Venecia y Génova llegó hasta el imperio chino. «Enriquecerse» era el nuevo proyecto del hombre burgués europeo que inmolaba al otro, al indio, para tener el poder.
Un pequeño texto que corresponde a mi región de origen argentino-chileno puede ilustrarnos. Dice un obispo de Santiago en 1626:
Por cuanto en ninguna parte nuestro obispado está más necesitado de servicio espiritual que los indios de la provincia de Cuyo, y éste es muy dificultoso de poner, porque depende en gran parte de las cosas temporales. Como es que saquen los indios de dicha provincia y se los traiga a esta ciudad de Santiago y sus contornos, pasándolos por la cordillera nevada, que ha sido sepultura de gran número de hombres, mujeres y niños, que por hambre, rigor de los temporales, vientos y fríos excesivos, y venir muchas veces acollarados como galeotes, para que no se vuelvan a sus tierras, han padecido miserablemente, que sólo pensarlo causa compasión y horror que tal se hiciese entre gente cristiana4.
Argentina, que cree tener el honor de no tener más indios, no los tiene porque los ha matado de tal manera que hay una originaria culpa respecto al suelo nuestro. Esta primera conciliación (del conquistador y el indio) es el establecimiento de una verdadera dialéctica «del señor y el esclavo», donde el hispánico domina irreversiblemente a la cultura india.
El fruto del amancebamiento entre el conquistador hispáni...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Índice
  6. PALABRAS PRELIMINARES
  7. Introducción
  8. Primera parte
  9. Segunda parte
  10. Notas al pie