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Reconocer el interés y bien común
como lo mejor para la convivencia
“La conciencia de ciertas obligaciones universales no es solo un hecho,
sino la condición de posibilidad de la vida social”.
Adela Cortina
Asumir la propia falibilidad –en la medida en que negarla contradice el propio ser, como vimos en el capítulo anterior– resignifica el paradigma de la coherencia. Supone comprender que nuestro ser no se identifica necesariamente con nuestra voluntad, nuestros actos con nuestras intenciones; ni nuestras ideas con la realidad. Reconocimientos que si bien piden aceptar lo ya sucedido, implican también admitir la posibilidad de equivocarse en relación a la propia acción futura. Lo cual ya, no solo pide querer aceptar la equivocación. Exige decidir y actuar admitiendo –de forma previa, actual y habitual– la posibilidad de fallar. Requisito que reformula también, lo que sea la coherencia como competencia del propio carácter.
Incorporar la posibilidad de equivocarse, exige aceptar y asumir lo hecho, y contrastarlo permanentemente con lo que se cree pensar, creer, decir, hacer o ser. Alumbrando así un modo más profundo y específico de vivir una coherencia vital: ser veraz ante lo intentado, creído o declamado. Ser honesto ante lo hecho, y sincero ante el contraste que eso hecho, arroja respecto de lo que intentado.
Distinguir la propia falibilidad del abdicar de los propios ideales, no obstante, permitió redescubrir la persistencia hacia los ideales que una coherencia bien entendida exige como actitud del propio carácter. Persistencia que mostró ser, por otra parte, la actitud complementaria a la de abrirse a un aprendizaje vital sobre lo que resulta de nuestro actuar. Apertura que posibilita incorporar una sabiduría, ya no teórica sino práctica, de lo que surge de la misma acción. Expresión a su vez de una sinceridad de vida que, como actitud vital hacia la propia superación, se abre a la capacidad de reunir y articular: espíritu crítico –capacidad de pensar por sí mismo-, apertura crítica (respecto de la posibilidad de equivocarse y, con ello, de incorporar miradas ajenas); y motivación y compromiso, para mantener la mirada en el ideal, pero sin dejar por ello de ser capaz de rectificar el propio saber acerca de él, de uno mismo, de las circunstancias y de la propia capacidad y posibilidad de actuar.
Esa apertura conjunta hacia un pensar y vivir de acuerdo con las propias convicciones, pero a la vez a errar es lo que abre en nosotros un espacio interior, que posibilita admitir los propios sesgos y, con ello, considerar y comprender las miradas ajenas. Al promover una distancia respecto de lo que se piensa, cree o quiere; nos abre a incorporar experiencias y comprensiones ajenas. Las cuales, de ese modo, pueden así también observarse con distancia. Todo lo cual, permite comprender con mayor profundidad aquel requisito que Platón exigía como pasaporte de ingreso al camino de la sabiduría: la de amarla; permaneciendo orientado y enfocado hacia ella (como ideal), pero sabiéndose no poseedor de ella sino un caminante. Lo cual capacita, en definitiva, para actuar de acuerdo con uno mismo (según el propio criterio) pero sin por ello dejar de estar abierto a considerar y comprender el criterio ajeno y entrar en consenso con él. Ya que nada menos que el poder descubrir alguna arista más del propio y amado ideal, puede depender de ello.
Este capítulo indagará sobre las exigencias que, en relación con la coherencia, se derivan del hecho de que existimos con otros y somos mutuamente interdependientes. No vivimos como átomos solitarios, que no necesitan ni dependen de nada ni nadie para desplegar el propio ser. Lo cual plantea como problema, encontrar el punto de confluencia entre la coherencia para con uno y para con los demás; y del interés propio con el ajeno. Confluencia de la cual depende poder entender el desarrollo humano (el progreso en la dirección de nuestra humanidad) como una dinámica que, en lugar de una lucha de intereses parciales y en pugna; pueda ser de posibilitamiento y cooperación mutua. Dinámica que pasaría a depender de que todos, por un lado permitan o posibiliten y por otro puedan, desplegar el propio ser. Lo cual elevaría la importancia de cuidar esas condiciones de posibilidad a la categoría de algo que bien podría llamarse bien común.
Este último capítulo pretende, también, proponer una advertencia sobre otras tres cuestiones medulares pa...