El poder político en escena
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El poder político en escena

  1. 544 páginas
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El poder político en escena

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Información del libro

El poder en escena es una crónica sumamente original de las bases, la historia y la práctica de la representación política. El viaje comienza con las similitudes del comportamiento político humano y el de otras especies animales, continúa con las peculiaridades del perezoso y tramposo cerebro al percibir la política, y termina en la configuración de las corrientes de opinión colectiva y en las prácticas rituales y simbólicas de los líderes para narrar sus historias.

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Información

Editorial
RBA Libros
Año
2013
ISBN
9788490069813
1
EL PRINCIPIO ES UN CÓCTEL DE HORMONAS
Las maniobras de dos contra uno confieren a las luchas de poder entre los chimpancés su riqueza y peligrosidad. Las coaliciones son clave. Ningún macho puede imponerse por sí solo, al menos no por mucho tiempo, porque el grupo como totalidad puede derrocar a cualquiera. Los chimpancés son tan inteligentes a la hora de formar bandas que un líder necesita aliados para fortificar su posición, así como la aceptación de la comunidad. Mantenerse en la cúspide es un acto de equilibrio entre afirmar la propia dominancia, tener contentos a los aliados y evitar que la masa se rebele. Si esto suena familiar es porque la política humana funciona exactamente igual.
FRANS DE WAAL[1]
El palacio evoca grandeza, como lo hacen la madera y el cuero del hemiciclo. Emociona el sonido del himno. Y un debate electoral suscita empatía con alguno de los contendientes.
Pero todo empieza en la química. En una compleja combinación de unas cuantas hormonas identificadas desde finales del siglo XIX: la adrenalina y la noradrenalina, la dopamina, la serotonina, el cortisol, la testosterona... Los elementos que circulan por el cuerpo recompensando el placer, activando el miedo, motivando a luchar o a rendirse, promoviendo el cuidado de los nuestros, también tratando de imponerse sobre ellos, generando la sospecha sobre el distinto. Todo hace suponer que la política, y por lo tanto su representación, tiene una fuerte base bioquímica, como sucede en el resto de los comportamientos humanos.
Durante la competición aumentan los niveles de testosterona. Se observó primero en unas 60 especies de pájaros: los machos de especies monógamas mantienen altos niveles de la hormona mientras ocupan su territorio y forman su familia. Los pájaros polígamos, a los que la vida exige un esfuerzo mayor para encontrar pareja, tienen siempre la testosterona en los niveles extremos. Algún interesante experimento ha demostrado que los implantes de testosterona en especies monógamas de aves puede inducir a la poligamia. A ese fenómeno general se le llamó «hipótesis del desafío»: los niveles hormonales suben para responder a la presencia de otros machos, lo cual aumenta el comportamiento asertivo del pájaro.[2]
Se confirmó más tarde observando el comportamiento endocrino en algunos mamíferos, como la hiena, el suricata o el licaón, una especie de perro salvaje africano. El estudio pasó posteriormente a los chimpancés. Los antropólogos de Harvard Martin Muller y Richard Wrangham hicieron el desagradable trabajo de tomar muestras de la orina de una colonia de chimpancés ugandeses en su hábitat entre 1997 y 1998 y concluyeron de manera rotunda que los niveles de testosterona estaban asociados no solo a la conducta sexual de los monos, sino, más específicamente, a la conducta agresiva relacionada con la competición con otros machos. Los chimpancés de mayor rango tenían más altos sus niveles hormonales probablemente porque se veían obligados a mostrar su estatus de forma continua, amenazando y peleando con otros machos de categorías inferiores de la escala social. Los monos superiores tenían que poner en escena su poder político en el grupo y se veían impelidos a ello por el efecto que aquellas hormonas disparadas producían en su cerebro.[3]
Finalmente, la endocrinología de la política pasó a los seres humanos, de género masculino y también femenino. En 1996, por ejemplo, un experimento observaba qué efectos tenía el insulto y la humillación en la conducta de los jóvenes, y comparaba las reacciones a la ofensa en dos grupos de estudiantes: en el sur de Estados Unidos —con una cultura del honor más acentuada— o en el norte. La testosterona y el cortisol de los insultados del sur aumentaban, y su conducta se volvía más irritable, más desafiante y más dominante. La testosterona y, por lo tanto, la efervescencia del carácter subieron también en tres decenas de estudios realizados con ganadores en partidos de tenis, rugby o baloncesto; afortunados en la lotería; victoriosos en competiciones de ajedrez; licenciados en Medicina el día de su graduación; jugadores a punto de salir al campo en partidos de fútbol (más aún si son en casa y contra un rival duro) o combatientes de lucha libre o judo. Esos efectos son más claros entre individuos asertivos y desinhibidos.[4]
Curiosamente, la asertividad, la moral de victoria y el espíritu guerrero no solo se elevan entre quienes saltan al campo de juego. Como notan los hooligans británicos o los simpatizantes de un partido político ganador en la noche electoral, los efectos hormonales de la victoria también operan en aquellos que no participan en la contienda y son meros espectadores. Unos investigadores midieron los niveles de testosterona de quienes votaron a Obama, el candidato ganador en las elecciones presidenciales de 2008, y resultaron ser superiores a los de quienes votaron por el perdedor.[5] Muchos votantes del presidente Obama lo celebraron esa noche y durante la siguiente a su manera: el consumo de pornografía, medido por las búsquedas en Google, aumentó en los estados en que hubo mayoría de votos al Partido Demócrata, en comparación con los estados de mayoría republicana. El consumo de pornografía (y la segregación de testosterona) siguió esa misma pauta entre los ganadores en las elecciones presidenciales de 2004 (en este caso los fogosos fueron los votantes a Bush) y en las intermedias de 2006.[6]
La relación entre el sexo y la actitud dominante de los hombres ha sido comprobada reiteradamente. Si excitas la mirada de los machos con fotografías de mujeres bellas u otros estímulos sexuales, los hombres se muestran más temerarios jugando al blackjack, por ejemplo, o más confiados con respecto a riesgos futuros, o más generosos al donar dinero, o al gastarlo, o más agresivos en su conducta belicosa. En un experimento muy cómico pero de resultados nítidos, los hombres a los que se hablaba de sexo eran más proclives a lanzar dardos a un tipo en una foto que quienes no habían sido estimulados. Los hombres, ante la mirada de las mujeres, se muestran más «valientes» al cruzar una calle con semáforo en rojo o al tomar un autobús en el último segundo. Después de las batallas, las guerras y los conflictos aumenta la tensión sexual de los machos (animales y humanos). Se ha demostrado en varias investigaciones con militares y también con gánsteres. En un análisis del comportamiento sexual de los soldados en operaciones desde la Segunda Guerra Mundial, se calculó que un soldado llega a tener ocasión de mantener relaciones con unas cien mujeres a lo largo de una vida activa de cincuenta años. Eso viene a ser diez veces más que los diez encuentros sexuales que tienen los hombres occidentales de media en época de paz en toda su vida.
Por fortuna, la cultura y la larga lucha por la igualdad de mujeres y hombres ha rebajado esa pulsión tan animal, pero lo cierto es que por su origen animal, la relación entre la dominación, el ímpetu guerrero y el sexo es muy cercana: en todas las especies animales, y también entre los humanos, un guerrero es más atractivo sexualmente que un debilucho. Y los guerreros lo saben y lo potencian. Quizá sea excesivo afirmar, como dicen cuatro profesores de la Universidad de Hong Kong, que «la selección sexual provee una explicación última sobre el origen de la guerra»,[7] pero lo cierto es que hay una importante relación entre ambas. Sexo, guerra y política tienen un origen común no exclusivo, pero sí relevante, en ese instinto de dominación tan animal y también tan humano.
Hay quien ha buscado en otra hormona, la dopamina, una posible explicación de la personalidad de algunos líderes: impulsivos, acelerados, megalómanos, orientados a un objetivo concreto. Alejandro Magno, Napoleón, también Colón o Einstein, serían dopaminérgicos, según especula un científico provocador.[8]
Quizá si se hubiera hecho un análisis clínico en profundidad a dos machos alfa del siglo XXI, Berlusconi y Gadafi, podríamos encontrar las causas endocrinas de ese pavoneo machista de orgías privadas, bunga bunga y escoltas de sexo femenino. No tenemos muestras bioquímicas de ellos, pero lo cierto es que tras el análisis minucioso que Arnold Ludwig ha hecho de los 1.491 gobernantes de 199 países en el siglo XX, concluye que «entre los distintos tipos de gobernante parece haber una relación entre el nivel relativo de su autoridad y el grado de su promiscuidad sexual, que, en consecuencia, tiene un efecto sobre su prole. Los monarcas y los tiranos, por ejemplo, que parecen considerar que la fertilización de mujeres núbiles es una obligación sagrada, son mucho más fecundos que los líderes de las democracias emergentes o establecidas, que ejercitan un menor poder».[9]
Los guerreros —y las guerreras— se ablandan, sin embargo, cuando nacen sus crías, cuando las oyen llorar o cuando las acunan, de manera que, cuentan los endocrinólogos, el subidón hormonal de las competiciones y las victorias se convierte en una suave relajación cuando se trata de padres y madres al cuidado de sus hijos recién llegados: la testosterona baja entre las madres y los padres que acaban de tener un bebé o cuando se preocupan por...

Índice

  1. Créditos
  2. Contenido
  3. Dedicatoria
  4. Cita
  5. Nota del autor
  6. Introducción: La leyenda política de un analfabeto
  7. 1. El principio es un cóctel de hormonas
  8. 2. La captura de Bin Laden y el brazo fantasma
  9. 3. El precio del alma de conservadores y progresistas
  10. 4. Víctimas de una metáfora
  11. 5. Reyes y mitos entre café y soplones
  12. 6. La llamada del superhéroe
  13. 7. Cierre de filas y repliegues conservadores
  14. 8. La cotización del liderazgo político
  15. 9. Relatos que se propagan en blanco y negro
  16. 10. Corrientes de opinión
  17. 11. Contagio
  18. 12. En campaña permanente
  19. 13. Liturgias
  20. 14. El poder político en escena
  21. Notas
  22. Bibliografía