Chimpancés y numerosos primates realizan de forma constante una bien conocida actividad entre ellos que consiste en limpiarse mutuamente la piel para extraerse parásitos, partículas de polvo o suciedad, secreciones… Esta práctica cumple una función higiénica, pero sobre todo intensifica la relación entre estos animales. Biológicamente, se conoce esta actividad con el término inglés de grooming, que en realidad corresponde a un concepto algo más extenso. En los humanos se refiere también a la «autolimpieza y el cuidado de la piel».
Todos nosotros hemos observado en el zoológico a estos animales, intensa y fijamente dedicados a explorar y limpiar la piel de uno de sus hijos o compañeros de jaula con un extraordinario interés y cuidado, en tanto que el receptor del grooming se muestra paciente, relajado y con evidente complacencia. El homínido que rechaza el contacto físico es que sufre algún tipo de perturbación. La piel del humano y del mamífero, en general, es un órgano social extremadamente complejo que sirve tanto para protegernos del mundo exterior como para conectar con él.
Ninguna otra parte de nosotros está en contacto con algo ajeno a nuestro cuerpo. La información que le llega al animal a través de su piel, la que nos llega a nosotros, solo puede ser medianamente entendida en su inmensidad cuando dedicamos nuestra atención a observar y detectar lo que hacemos habitualmente.
El grooming y el harén
Los primates, chimpancés, gorilas y orangutanes libres en su medio suelen convivir en grupos de entre cien y trescientos miembros. Parece que esta cifra no es azarosa. Corresponde a los números que baraja una comunidad humana para hacer posible que todos sus integrantes tengan un cierto conocimiento social en profundidad unos de otros. Cuando en una empresa, por ejemplo, la cantidad de empleados sobrepasa esas cifras, se hace imprescindible crear un departamento de personal, que se ocupe de problemas que de otro modo podrían ser fácilmente controlados por el gerente o por el propio director.
Estos primates, en general, se agrupan en unidades familiares que constituyen un harén, con un macho reproductor que es el líder y reúne a cuatro o cinco hembras y sus respectivos hijos. Se añaden otras hembras (hijas, tías, primas, hermanas…) y los machos muy jóvenes, todos ellos protegidos por el macho reproductor. Los machos jóvenes, al crecer, abandonan el harén y se unen a los grupos de solteros que intentan medrar como buenamente pueden.
Pero la actividad habitual en el harén durante la convivencia es el grooming. Todos y todas con todos y todas. Mucho más con los que se tiene mayor confianza y aprecio por su proximidad familiar o por circunstancias que tienen lugar en el harén. Existen además gradaciones de autoridad, por la edad, fuerza o ayudas. En realidad, si se estudian tiempos de grooming, se observa que el de mayor poder o relevancia recibe más grooming del que ofrece a otros. Esta actividad origina una relación afectiva, social, de poder y de protección entre los miembros. El macho reproductor, siempre vigilante de posibles contactos sexuales de una de sus hembras con otros machos próximos, gruñe y amenaza a la hembra que lo intenta. Pero después, el hecho suele causar una rueda de groomings solidarios de las otras hembras con la amenazada.
Por otra parte, el macho joven, soltero e inteligente, intenta crear una buena relación mediante grooming con otros machos que pueden ayudarlo en peleas o en sus propósitos, especialmente si el otro macho es candidato para destronar al reproductor. Cuando se produce esta situación, en la que un macho reproductor es destronado en intensa lucha por otro más fuerte, el vencedor muestra orgulloso sus extremidades inferiores abiertas para que el destronado toque ligeramente y con respeto su pene con las manos y después se centren en un largo contacto de grooming mutuo donde sellar el pacto.
En el caso de los bonobos, una especie de homínido de gran interés actual, las relaciones tienen características distintas y llamativas. Hasta hace poco más de cincuenta años, era poco conocida esta especie del norte de Tanzania y se describía como de chimpancés pequeños. Tras intensos estudios de primatólogos como Frans de Waal, ahora sabemos que es probablemente el primate superior más cercano evolutivamente al Homo sapiens.
Su organización social merece ser conocida y nos ofrece una lección. Los bonobos no tienen un claro «macho reproductor» dominante. El tamaño de machos y hembras es similar, todos participan en la cría y el cuidado de los hijos, y en su jerarquía social no existen grandes diferencias, pero suele predominar la autoridad de la «abuela».
De estos primates, lo más llamativo es su constante relación afectiva, con abrazos, grooming, besos cara a cara, relaciones homo y heterosexuales constantes, y tendencia a resolver sus conflictos mediante demostración de actitudes de contacto físico afectivo. Con mucha mayor intensidad que los chimpancés, adoptan actitudes socialmente empáticas de forma que el abrazo se añade al habitual grooming de los primates y de los mamíferos. Tal como ha señalado Frans de Waal en sus publicaciones, las relaciones sexuales entre bonobos son constantes, de corta duración, independientes de su género masculino o femenino, no tienen una finalidad exclusivamente reproductora. Se efectúan «como la relación rutinaria entre ellos, para resolver conflictos, comunicarse o establecer relación con la misma facilidad que nosotros nos sonamos la nariz, miramos el correo electrónico, decimos ‘hola’ o nos damos la mano o unas palmaditas en la espalda». Este autor acaba resumiendo que los bonobos se dan «apretones genitales».
Todos los animales respondemos al tacto, a las caricias; la vida no habría podido desarrollarse sin ese sentido, es decir, sin los contactos físicos y las relaciones que se forman a partir de ellos. Porque el tacto es el sentido más urgente y antiguo. Nuestro comportamiento está muy cerca del de los primates. En realidad, no es que descendamos del mono, es que somos monos…
El psicólogo canadiense Sidney Jourard realizó un curioso experimento en 1968, mediante el cual buscaba averiguar el número de veces por hora que compañeros y amigos se permitían contactos físicos públicos, toqueteos, palmadas en la espalda, apretones de manos, codazos cómplices, etc., en el contexto de un bar, con toda la desinhibición que este lugar representa en el imaginario occidental. Realizó el experimento en los cuatro lugares que cito a continuación y el resultado fue por demás sorprendente: en Puerto Rico se tocaban 180 veces por hora, en París 11 veces, en Florida 2 y en Londres ninguna (¡!). ¡Cero!
Otros han llegado a estudiar científicamente el número de veces que los jugadores de un equipo de baloncesto de la NBA se tocan o contactan entre ellos para felicitarse o darse ánimos, como cuando chocan en el aire con el tórax o se dan palmadas en la espalda o en el glúteo. M. W. Kraus y colaboradores demostraron en 2010 que existe una relación entre el número de tales contactos y el rendimiento y resultado deportivo del equipo. Lo compararon a través de vídeos de diferentes equipos en la misma competición. Probablemente, estos «toques de afecto» incrementan la confianza entre los miembros del grupo e intervienen para mejorar su comunicación y sus sinergias. Sería interesante aplicar esta misma idea comparando entre los deportistas anglosajones y los latinos…
Lo que creo que es segura es la influencia cultural en la frecuencia y facilidad para el contacto físico afectivo. Todos podemos identificar en nuestro recuerdo diferentes individuos con diferente grado de tendencia a tocar y a aquellos con verdadera resistencia a ser tocados o incluso proclives a evitar la proximidad entre cuerpos: van dando «pasitos atrás» durante la conversación…