A flor de piel
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A flor de piel

Jordi Montero

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A flor de piel

Jordi Montero

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La importancia del contacto piel con piel, del contacto físico como expresión de emociones y de cómo su base es primordialmente biológica son los temas centrales de este libro. No hacemos más que comportarnos como los animales que somos, expresando nuestros principios más elementales, que tienen una visión física, química en el cerebro, de redes neuronales que ya vamos conociendo bien. Porque si no nos podemos tocar, ¿para qué un cuerpo? ¿Para qué, si nadie te toca, nadie te huele, nadie está tan cerca como para escuchar el latido de tu corazón o ver los cambios de tu piel cuando te da la brisa? ¿Qué más da comer o no comer cuando hacerlo ya no es compartir ni rituales ni placeres ni animadas conversaciones alrededor de una mesa? Desde una perspectiva neurocientífica, el presente ensayo trata sobre la importancia primordial del contacto piel con piel, su papel en la expresión de las emociones y de la relación interpersonal. El autor realza la importancia de la neurobiología para entendernos como especie.

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Información

1. La cultura de la caricia: el grooming

«Nada en Biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución».
THEODOSIUS DOBZHANSKY 1972
Chimpancés y numerosos primates realizan de forma constante una bien conocida actividad entre ellos que consiste en limpiarse mutuamente la piel para extraerse parásitos, partículas de polvo o suciedad, secreciones… Esta práctica cumple una función higiénica, pero sobre todo intensifica la relación entre estos animales. Biológicamente, se conoce esta actividad con el término inglés de grooming, que en realidad corresponde a un concepto algo más extenso. En los humanos se refiere también a la «autolimpieza y el cuidado de la piel».
En realidad, el grooming se observa en la mayor parte de mamíferos, incluyendo roedores. La rata madre realiza esta actividad con la recién nacida de forma persistente en las primeras horas de vida, lo que parece que es esencial para su supervivencia. Entre los primates, el grooming adquiere una clara demostración de contacto táctil intenso toda su vida. Cuando ha sido estudiado con precisión, se ha podido observar que el tiempo que dedican la mayor parte de primates (homínidos como los chimpancés, bonobos o gorilas…, y también otros primates más primitivos como geladas y otros con cola) es muy superior en general al necesario para las funciones puramente higiénicas: empieza como necesidad de higiene y acaba como búsqueda de placer.
Todos nosotros hemos observado en el zoológico a estos animales, intensa y fijamente dedicados a explorar y limpiar la piel de uno de sus hijos o compañeros de jaula con un extraordinario interés y cuidado, en tanto que el receptor del grooming se muestra paciente, relajado y con evidente complacencia. El homínido que rechaza el contacto físico es que sufre algún tipo de perturbación. La piel del humano y del mamífero, en general, es un órgano social extremadamente complejo que sirve tanto para protegernos del mundo exterior como para conectar con él.
Ninguna otra parte de nosotros está en contacto con algo ajeno a nuestro cuerpo. La información que le llega al animal a través de su piel, la que nos llega a nosotros, solo puede ser medianamente entendida en su inmensidad cuando dedicamos nuestra atención a observar y detectar lo que hacemos habitualmente.
Figura 1. Grooming entre bonobos.

El grooming y el harén

Los primates, chimpancés, gorilas y orangutanes libres en su medio suelen convivir en grupos de entre cien y trescientos miembros. Parece que esta cifra no es azarosa. Corresponde a los números que baraja una comunidad humana para hacer posible que todos sus integrantes tengan un cierto conocimiento social en profundidad unos de otros. Cuando en una empresa, por ejemplo, la cantidad de empleados sobrepasa esas cifras, se hace imprescindible crear un departamento de personal, que se ocupe de problemas que de otro modo podrían ser fácilmente controlados por el gerente o por el propio director.
Estos primates, en general, se agrupan en unidades familiares que constituyen un harén, con un macho reproductor que es el líder y reúne a cuatro o cinco hembras y sus respectivos hijos. Se añaden otras hembras (hijas, tías, primas, hermanas…) y los machos muy jóvenes, todos ellos protegidos por el macho reproductor. Los machos jóvenes, al crecer, abandonan el harén y se unen a los grupos de solteros que intentan medrar como buenamente pueden.
Pero la actividad habitual en el harén durante la convivencia es el grooming. Todos y todas con todos y todas. Mucho más con los que se tiene mayor confianza y aprecio por su proximidad familiar o por circunstancias que tienen lugar en el harén. Existen además gradaciones de autoridad, por la edad, fuerza o ayudas. En realidad, si se estudian tiempos de grooming, se observa que el de mayor poder o relevancia recibe más grooming del que ofrece a otros. Esta actividad origina una relación afectiva, social, de poder y de protección entre los miembros. El macho reproductor, siempre vigilante de posibles contactos sexuales de una de sus hembras con otros machos próximos, gruñe y amenaza a la hembra que lo intenta. Pero después, el hecho suele causar una rueda de groomings solidarios de las otras hembras con la amenazada.
Por otra parte, el macho joven, soltero e inteligente, intenta crear una buena relación mediante grooming con otros machos que pueden ayudarlo en peleas o en sus propósitos, especialmente si el otro macho es candidato para destronar al reproductor. Cuando se produce esta situación, en la que un macho reproductor es destronado en intensa lucha por otro más fuerte, el vencedor muestra orgulloso sus extremidades inferiores abiertas para que el destronado toque ligeramente y con respeto su pene con las manos y después se centren en un largo contacto de grooming mutuo donde sellar el pacto.
En el caso de los bonobos, una especie de homínido de gran interés actual, las relaciones tienen características distintas y llamativas. Hasta hace poco más de cincuenta años, era poco conocida esta especie del norte de Tanzania y se describía como de chimpancés pequeños. Tras intensos estudios de primatólogos como Frans de Waal, ahora sabemos que es probablemente el primate superior más cercano evolutivamente al Homo sapiens.
Su organización social merece ser conocida y nos ofrece una lección. Los bonobos no tienen un claro «macho reproductor» dominante. El tamaño de machos y hembras es similar, todos participan en la cría y el cuidado de los hijos, y en su jerarquía social no existen grandes diferencias, pero suele predominar la autoridad de la «abuela».
De estos primates, lo más llamativo es su constante relación afectiva, con abrazos, grooming, besos cara a cara, relaciones homo y heterosexuales constantes, y tendencia a resolver sus conflictos mediante demostración de actitudes de contacto físico afectivo. Con mucha mayor intensidad que los chimpancés, adoptan actitudes socialmente empáticas de forma que el abrazo se añade al habitual grooming de los primates y de los mamíferos. Tal como ha señalado Frans de Waal en sus publicaciones, las relaciones sexuales entre bonobos son constantes, de corta duración, independientes de su género masculino o femenino, no tienen una finalidad exclusivamente reproductora. Se efectúan «como la relación rutinaria entre ellos, para resolver conflictos, comunicarse o establecer relación con la misma facilidad que nosotros nos sonamos la nariz, miramos el correo electrónico, decimos ‘hola’ o nos damos la mano o unas palmaditas en la espalda». Este autor acaba resumiendo que los bonobos se dan «apretones genitales».
Figuras 2 y 3. Actividad sexual-social y afectiva entre bonobos.
Todos los animales respondemos al tacto, a las caricias; la vida no habría podido desarrollarse sin ese sentido, es decir, sin los contactos físicos y las relaciones que se forman a partir de ellos. Porque el tacto es el sentido más urgente y antiguo. Nuestro comportamiento está muy cerca del de los primates. En realidad, no es que descendamos del mono, es que somos monos…
El psicólogo canadiense Sidney Jourard realizó un curioso experimento en 1968, mediante el cual buscaba averiguar el número de veces por hora que compañeros y amigos se permitían contactos físicos públicos, toqueteos, palmadas en la espalda, apretones de manos, codazos cómplices, etc., en el contexto de un bar, con toda la desinhibición que este lugar representa en el imaginario occidental. Realizó el experimento en los cuatro lugares que cito a continuación y el resultado fue por demás sorprendente: en Puerto Rico se tocaban 180 veces por hora, en París 11 veces, en Florida 2 y en Londres ninguna (¡!). ¡Cero!
Otros han llegado a estudiar científicamente el número de veces que los jugadores de un equipo de baloncesto de la NBA se tocan o contactan entre ellos para felicitarse o darse ánimos, como cuando chocan en el aire con el tórax o se dan palmadas en la espalda o en el glúteo. M. W. Kraus y colaboradores demostraron en 2010 que existe una relación entre el número de tales contactos y el rendimiento y resultado deportivo del equipo. Lo compararon a través de vídeos de diferentes equipos en la misma competición. Probablemente, estos «toques de afecto» incrementan la confianza entre los miembros del grupo e intervienen para mejorar su comunicación y sus sinergias. Sería interesante aplicar esta misma idea comparando entre los deportistas anglosajones y los latinos…
Lo que creo que es segura es la influencia cultural en la frecuencia y facilidad para el contacto físico afectivo. Todos podemos identificar en nuestro recuerdo diferentes individuos con diferente grado de tendencia a tocar y a aquellos con verdadera resistencia a ser tocados o incluso proclives a evitar la proximidad entre cuerpos: van dando «pasitos atrás» durante la conversación…

2. Emociones y sentimientos

«¡Socorro! ¡Un oso en mi jardín!»

Muchos científicos y pensadores que conocieron personalmente a Francis Krick (1916-2004) coinciden en señalar que ha sido probablemente el humano de mayor inteligencia en el siglo XX. Fue premio Nobel junto a James Watson por su descubrimiento del ADN durante su trabajo en el Reino Unido. Los últimos decenios de su vida los dedicó a estudiar, ya en California, sobre la conciencia y los mecanismos funcionales del sistema nervioso, ámbito en el que aportó también ideas e impulsó la investigación. Suya es una frase, aparentemente obvia, que definió como «Astonishing hypothesis» («hipótesis asombrosa») y que dice algo de gran profundidad: «Human feelings, thoughts, and actions -even consciousness itself- are just the products of neural activity in the brain» («los sentimientos, pensamientos y acciones humanas, incluso la propia conciencia, no son más que el producto de la actividad neuronal del cerebro»). Nada menos.
El filósofo norteamericano William James (1842-1910), mucho menos conocido en Europa que en los EE. UU., es considerado el iniciador del pragmatismo. Es habitual verlo citado por la mayor parte de neurocientíficos norteamericanos al referirse a estudios sobre la conducta y al conocimiento de las emociones. Su idea central afirma que «el cerebro no solo se comunica con el cuerpo, sino que, igualmente importante, el cuerpo se comunica con el cerebro».
Para ilustrarlo, proponía el siguiente ejemplo de conducta humana: de repente, un día observamos que por nuestro jardín merodea un oso (seguramente se referiría a América del Norte, porque en nuestras latitudes no tenemos osos y los jardines particulares tampoco abundan en las ciudades). Lo primero que sucede en el humano que observa al oso es una intensa contracción en los músculos plantares, aumento de la temperatura y circulación arterial en las piernas, sudor ascendente, contracción de los músculos de las piernas y muslos, después los de la pelvis y los del esfínter anal; le siguen movimientos peristálticos del colon, actividad visceral, liberación de hormonas por las suprarrenales, contracción diafragmática, espasmo bronquial, aumento de la frecuencia cardiaca, sequedad en la garganta, respiración acelerada, boca seca, contracción maxilar, dilatación de las pupilas, expresión facial de espanto, sudor en la frente, miedo…, y entonces entendemos que hay un oso en el jardín. Con seguridad para entonces ya hemos puesto pies en polvorosa y estamos fuera del alcance del plantígrado.
Es la emoción la que informa, la que origina el curso del pensamiento. Es la cognición, nuestra conciencia humana, la que elabora un «relato» de lo que está sucediendo. Y, mucho más importante, sin emoción las experiencias no podrían ser «vividas», y ahora sabemos que tampoco pueden ser debidamente incluidas en nuestra memoria. «Sin los estados corporales que siguen a la percepción, esta sería de forma puramente cognitiva, pálida, incolora, desprovista de calor emocional», afirma William James.
Las emociones actúan como un sistema de recompensa y castigo interno que informa a un animal de cómo le está yendo en la lucha por la supervivencia. En consecuencia, estos se...

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