Cuando la hipnosis cruzó los Andes
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Cuando la hipnosis cruzó los Andes

Magnetizadores y taumaturgos entre Buenos Aires y Santiago de Chile (1880-1920)

  1. 327 páginas
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Cuando la hipnosis cruzó los Andes

Magnetizadores y taumaturgos entre Buenos Aires y Santiago de Chile (1880-1920)

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Cuando la hipnosis cruzó los Andesconstituye una investigación histórica ampliamente documentada del dispositivo de la hipnosis bajo una premisa que avanza a contrapelo de sus imágenes prototípicas: no sólo, ni principalmente, la hipnosis se relacionaconla inmovilidad, sino queestá relacionadafundamentalmentecon cuerpos y objetos en movimiento.Sobre la base de la importancia concedida a los desplazamientos de ideas, saberes, objetos, personas, gestos y públicos enlaconfiguraciónde dichodispositivo, esta investigación buscaelaboraruna historia de la hipnosis trazando los movimientos dealgunos de susgrandespracticantesa ambos lados de Los Andes entre fines del siglo XIX y comienzos del XX.Sin embargo, antes queun compendio de estudios de casocon el objetivo deconstruir un perfil o retrato de cada unode ellos, este procedimiento da cuentamás biende una estrategia de visibilización de los procesos que se desencadenaron a raíz de losmovimientos de estos taumaturgos itinerantes. De esta manera, másqueindagar en los motivos de sus recorridos, los autores se proponen identificar los diversosefectosque tuvo este paradójicomovimientobilateralde representantesdela práctica delainmovilidad.

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Información

Año
2022
ISBN
9789569441615
CAPÍTULO 1
SONÁMBULAS VIAJERAS, PATENTES DE INVENCIÓN
Y REVISTAS DE HIPNOSIS. ALBERTO DÍAZ DE LA
QUINTANA EN BUENOS AIRES, 1889-1893
La tríada insuficiente
El último día del mes de octubre de 1892 se distribuye en la ciudad de Buenos Aires una nueva entrega del “semanario ilustrado, político y literario” La Caricatura. En su sección central, a doble página, hallamos una típica ilustración satírica de la época. Siguiendo una costumbre muy arraigada en la cultura visual de aquel entonces, se utiliza la figura de una mujer para representar la desaliñada situación política. Ella puede hacer las veces de “La Patria”, “La República” o “La Nación”. Poco nos importa en esta ocasión deslindar su rol específico. Nos interesa más bien otro detalle del cuadro. La mujer, debilitada y casi moribunda, observa cómo desde su izquierda ingresa el líder político de turno, acompañado por una comitiva de hombres de la Iglesia, encabezados por Monseñor Aneiros, arzobispo de Buenos Aires. Sabiendo que vienen a darle la extremaunción, la mujer señala con su mano derecha hacia la puerta del otro extremo de la habitación. Por allí salen, algo presurosos, dos hombres elegantemente vestidos. Un pequeño texto indica el sentido del cuadro. La enferma dice:
Los médicos ya se fueron,
los curanderos se van,
y tu vienes con los curas,
¿cuándo me van a enterrar?
Este enunciado parece reflejar, de modo sucinto, el destino habitual de los cuerpos enfermos a fines de siglo. Quienes precisaban auxilios para sus dolores o malestares podían dirigir su reclamo a tres actores sociales distintos: a los médicos diplomados, a los curanderos o, en menor medida, a los sacerdotes, detentadores del consuelo espiritual. Ahora bien, aquella caricatura no hace justicia a un mercado de la salud habitado por personajes mucho más numerosos o, al menos, un mercado donde las identidades o las fronteras no siempre resultaban tan nítidas. Querer trazar una divisoria de aguas entre médicos y curanderos supone un gesto sobremanera cuestionable, pues aglutina en esas dos grandes categorías agentes muy distintos entre sí. En eso que se tildaba de “curanderismo” podían convivir individuos con rostros y trayectorias muy disímiles, desde sanadores iletrados hasta espiritistas eruditos, pasando por boticarios con buenos conocimientos de sus remedios. Lo mismo podría ser señalado respecto del bando contrario, pues la medicina de la segunda mitad del siglo XIX conformaba un muestrario no menos variopinto de retratos e idearios.
La Caricatura, año II, núm. 48, 31 de octubre de 1892
En este primer capítulo nos ocuparemos de uno de los tantos agentes de sanación que parece quedar fuera de esas clasificaciones rústicas. Reconstruiremos las tareas llevadas a cabo en Buenos Aires por un médico de origen español que, a resultas de su negativa a revalidar su título (y de su posterior fracaso en el intento), fue acusado repetidas veces de ejercicio ilegal de la medicina y expulsado a ese rincón compartido con otras clases de sanadores no diplomados. Si este español, llamado Alberto Díaz de la Quintana y Sánchez-Remón (1857-1911), recibió la atención de sus colegas porteños, ello se debió mayormente a la notoriedad y éxito de sus numerosas iniciativas, muchas de las cuales tuvieron que ver con el hipnotismo. En efecto, este médico extranjero sirve como ejemplo paradigmático de una primera categoría de hipnotizador trashumante. Ilustra de modo perfecto algunos de los circuitos y procesos que estuvieron detrás de la naturaleza itinerante del universo hipnótico, valiendo como ventana de acceso, por un lado, a los mecanismos a través de los cuales ese objeto novedoso desembarcó en estas playas; por otro lado, a los descalabros que esa llegada suscitó; y, por último, a las condiciones que aquí podían favorecer o entorpecer su recepción. En su caso cobran relieve algunos de los dinamismos y conflictos que acompañaron el flujo trashumante de la hipnosis en terreno latinoamericano. El estudio de las labores porteñas de Díaz de la Quintana aporta evidencias más que valiosas sobre las estrategias que algunos de esos hipnotizadores implementaron para ganar credibilidad ante los ojos de sus colegas y de sus clientes, así como sobre los conflictos que estos agentes podían tener con las autoridades sanitarias. Veremos que en su caso, al igual que en tantos otros referidos a acusaciones de curanderismo, las medidas represivas ensayadas por las oficinas gubernamentales resultaron poco eficaces, y es por ello que los representantes de la ortodoxia debieron librar su batalla en terrenos más efectivos, sobre todo el periodismo. La prensa periódica fue utilizada no solamente por estos últimos, sino también por las víctimas de las campañas contra el curanderismo, y Díaz de la Quintana aprovechó mejor que nadie la potencialidad de ese recurso. Durante los tres años de su permanencia en la capital argentina, nuestro personaje hizo mucho más: fundó revistas y periódicos, abrió gabinetes hipno-terápicos, escribió poemas, imprimió obras teatrales, patentó inventos y no se cansó de burlarse de los médicos locales. En algunas de esas aventuras no estuvo solo: algunos doctores porteños decidieron acompañarlo en sus gestas, y de tanto en tanto contó con la ayuda de una sonámbula que ya en Madrid había exhibido sus prodigios telepáticos.
El currículum de un viajero
Alberto Díaz de la Quintana llegó a Buenos Aires a mediados de 1889, y permaneció en la ciudad algo más de tres años. Poco después de su regreso a España, en 1893, presentó ante la Universidad Complutense de Madrid una tesis para obtener el grado de Doctor en Medicina. En la portada de la edición impresa de esa disertación figura un apretado sumario biográfico del autor. Al recorrer esas líneas, tenemos la impresión de estar ante la mixtura de un aventurero, un eterno prófugo y un diplomático. La aglomeración heteróclita de títulos y reconocimientos de los puntos más distantes del globo nos trae a la memoria el hábito de otro tipo de hipnotizadores trashumantes, los ilusionistas o los expertos en ciencias ocultas, que solían llevar en su pecho recónditas condecoraciones honoríficas, y acostumbraban también enorgullecerse de su pertenencia a ignotas Academias e Institutos. Según la tapa de la tesis de 1893, Díaz de la Quintana había estado detrás de una y mil iniciativas en Filipinas, Cuba, España y Argentina.
Licenciado en Medicina y Cirugía en 1882; [...] ex-presidente del Jurado de la primera Exposición Cubana de flores, frutos y aves; ex-presidente de la Sociedad protectora de Animales y de las plantas de la Isla de Cuba; [...] fundador y ex-presidente de la Sociedad de Higiene de la isla de Cuba; [...] corresponsal de honor, en Buenos Aires, de la Sociedad Magnética de Francia; [...] ex-director propietario y fundador de las revistas científicas Higiene, Medicina y Farmacia é Hipnotismo y Sugestión; ex-director propietario del diario de Higiene de Buenos Aires y del periódico El Extranjero; fundador y ex-presidente del Círculo Científico literario y Artístico de Manila; [...] privilegiado cinco veces por el Gobierno Argentino por inventos de electricidad médica é industrial.17
La manía itinerante parece superponerse en este caso con una extraña tendencia a hacer de todo: desde desempeñarse como jurado en un concurso de flores hasta presidir sociedades protectoras de animales, pasando por fundar revistas médicas o crear inventos de electricidad. Poeta, dramaturgo, clínico e inventor, Díaz de la Quintana ejerció casi todos los oficios humanos a lo largo de su vida. Pero, ante todo, fue un viajero incansable y un obstinado hipnotizador. Y es la confluencia de esas dos pasiones lo que interesa recuperar de su paso por Buenos Aires.
Catálogos de bibliotecas y archivos nos impiden poner en duda el abigarrado listado de oficios e identidades que este español decidió colocar en la primera página de su tesis de 1893. Esas fuentes y recursos ponen en evidencia que nuestro médico efectivamente hizo de todo durante su trayectoria nómade. Sabemos que hacia 1882-1883 estuvo en La Habana, y que allí puso en acto su versatilidad.18 Por otra parte, allí obtuvo, el 5 de julio de 1882, el título de Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de La Habana. Entre 1884 y 1886 trabajó en Madrid, llevando adelante una “Consulta especial de enfermedades de los niños” ubicada en la calle Divino Pastor.19 En 1886 lo encontramos en Manila, la capital de las Islas Filipinas, dirigiendo una revista titulada Medicina y Farmacia.20 A su regreso a la Península Ibérica publicó, bajo el seudónimo de Ximeno Ximénez, un volumen con sus impresiones sobre este último viaje.21
En aquellos días madrileños, entre 1887 y 1888, se inició en el arte del hipnotismo. Si bien no hemos podido dar con escritos sobre la materia salidos de su pluma, sí contamos con múltiples fuentes que detallan sus primeras incursiones en el universo del sonambulismo artificial. Díaz de la Quintana comenzó a utilizar esta herramienta curativa en el momento en que otros colegas y compatriotas por fin se adentraban con paso firme en esos terrenos. Ya desde 1882 los médicos españoles habían comenzado a traducir las obras más importantes de sus pares franceses, pero recién en 1886 el hipnotismo se convirtió para los doctores españoles en un asunto de verdadero interés.22 Entre 1886 y 1889 se multiplicaron las publicaciones y experiencias sobre la temática.23 Las principales revistas galénicas de ese entonces contienen artículos y reseñas sobre el tópico, y en esos 3 años vieron la luz numerosos tratados de tenor eminentemente práctico: El hipnotismo en la clínica, de Juan Giné y Partagás (1887-1888); Hipnotismo y sugestión, de Eduardo Bertrán Rubio (1888); El hipnotismo y la sugestión, de Abdón Sánchez Herrero (1888); entre otros.
Alberto Díaz de la Quintana fue, en tal sentido, uno de los tantos médicos españoles que a fines de la década de 1880 se sintieron atraídos por aquella novedad curativa. Sin embargo, el tipo de acercamiento que este hipnotizador viajero tuvo para con la novedad presentó características ciertamente peculiares. En efecto, lejos de contentarse con ensayar las bondades sanadoras de la hipnosis, Díaz de la Quintana se volcó de modo insistente hacia el atractivo espectacular de la herramienta. Junto con dictar algunas conferencias destinadas a sus pares médicos, ofreció en teatros y ante públicos profanos exhibiciones de los fenómenos más curiosos del hipnotismo. En Buenos Aires, tal y como veremos más tarde, repetiría ese tipo de prácticas.
Los primeros rastros sobre las pericias hipnóticas de Díaz de la Quintana se remontan a diciembre de 1887, y tienen que ver, precisamente, con este costado espectacular o casi teatral que era mirado con recelo por algunos médicos de aquel entonces, deseosos de reforzar la cientificidad de un tópico que se prestaba fácilmente a la asimilación con el espiritismo o el curanderismo. De hecho, el día 16 de aquel mes, nuestro personaje efectuó una demostración de hipnotismo en la redacción del periódico madrileño La Correspondencia de España, a la cual asistieron algunos médicos, colegas de otros diarios y público invitado. La velada tuvo una fuerte repercusión en otros órganos de prensa, sobre todo por los fenómenos prodigiosos que allí fueron exhibidos con el auxilio de una paciente llamada Carolina del Viso y Núñez. El nombre de dicha “histérica” habrá de retornar en estas páginas, pues ella figuró en muchas de las demostraciones públicas auspiciadas por Díaz de la Quintana en España. Más aún, por algún motivo que desconocemos, ella siguió al médico en su viaje hacia Buenos Aires, y en estas latitudes figuró junto a él en más de una ocasión: en la capital argentina también prestó su cuerpo hipnotizado para exhibiciones ...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Página de derechos de autor
  4. Portadilla
  5. ÍNDICE
  6. Introducción
  7. Capítulo 1.: Sonámbulas viajeras, patentes de invención y revistas de hipnosis. Alberto Díaz de la Quintana en Buenos Aires, 1889-1893
  8. La tríada insuficiente
  9. Capítulo 2.: Espiritismo, estafa y persecución internacional de un charlatán. El conde Baschieri, un
  10. El espiritismo se pone de moda
  11. Capítulo 3.: De hidalgos embusteros, teósofos despechados y pioneros de la psicología. El conde de Das entre los porteños, 1892-1894
  12. Paraná 45, entre Rivadavia y Piedad
  13. Capítulo 4.: Institutos científicos, formación a distancia y fraude médico. Leovigildo Maurcica, un profesor de filosofía hipnótica en Santiago de Chile, 1913
  14. La careta de profesor y el valor de la enseñanza
  15. Capítulo 5.: Un telépata en ambos márgenes de la cordillera. Enrique Onofroff, del temor al fraude, 1895-1913
  16. Buenos Aires, 1905. José Ingenieros arrepentido e hipermnésico
  17. Epílogo (por Annette Mülberger)