La hegemonía de los excluidos
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La hegemonía de los excluidos

Materiales para una vida auténtica

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La hegemonía de los excluidos

Materiales para una vida auténtica

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Información del libro

La obra de Antonio Gramsci (un clásico del pensamiento político del siglo XX por mérito propio), a pesar de los años que han pasado desde su redacción, constituye un instrumento imprescindible para entender nuestro presente. Dentro del movimiento comunista, el italiano fue un precursor de la crítica más contundente al estalinismo y al marxismo soviético. Los textos seleccionados aquí pretenden servir al lector como primer acercamiento al pensamiento gramsciano. Sus reflexiones no tuvieron el eco que merecían en su tiempo; sin embargo, sus consideraciones intempestivas resultan más actuales que nunca.

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Información

Año
2022
ISBN
9788418546785
Edición
1
Categoría
Filosofía
LA FILOSOFÍA

TODOS LOS HOMBRES SON FILÓSOFOS

CUADERNO 10, ENTRADA 52

Introducción al estudio de la filosofía.

Establecido el principio de que todos los hombres son «filósofos», es decir, que entre los filósofos profesionales o «técnicos» y los demás hombres no hay diferencia «cualitativa» sino solo «cuantitativa» (y en este caso «cantidad» tiene un significado particular que no se puede confundir con suma aritmética, pues lo que se quiere indicar es la mayor o menor «homogeneidad», «coherencia», «lógica», es decir cantidad de elementos cualitativos), está sin embargo por ver en que consiste propiamente la diferencia entre unos y otros. No será apropiado llamar «filosofía» a cada tendencia de pensamiento, a cada orientación general, ni tampoco a cualquier «concepción del mundo y de la vida». Podremos llamar filósofo a «un trabajador cualificado» comparado con el manual, aunque esto no sea exacto. En la industria, además del trabajador manual y del trabajador cualificado, está el ingeniero, el cual no sólo conoce el trabajo en su faceta práctica, sino que también lo conoce teórica e históricamente. El filósofo profesional o técnico «piensa» no solo con mayor rigor lógico, con mayor coherencia, con mayor espíritu de sistema que los demás hombres, además conoce toda la historia del pensamiento, es decir, sabe dar razones y explicar el proceso del desarrollo del pensamiento hasta el momento actual. Tiene la capacidad de retomar los problemas desde el punto en el que se encuentran, después de que se hayan planteado todas las soluciones históricamente posibles. Los filósofos tienen en el campo del pensamiento la misma función que los especialistas en los campos científicos. Sin embargo hay una diferencia entre el filósofo especialista y los otros especialistas: el filósofo especialista se acerca más a los demás hombres de lo que lo hacen los demás. Haber hecho del filósofo especialista una figura similar a los especialistas del campo científico es precisamente lo que ha determinado la caricatura del filósofo. De hecho podemos imaginarnos a un entomólogo especialista, sin que los demás hombres sean «entomólogos» empíricos, un especialista en trigonometría sin que la mayor parte de los hombres se ocupen de trigonometría, etcétera (se podría seguir enumerando ciencias sutilísimas, especialísimas, necesarias, pero no por ello «comunes»), pero no se puede pensar en ningún hombre que no sea también filósofo, que no piense, justo porque el pensar es propio del hombre como tal (a menos que sea patológicamente idiota).

¿QUÉ ES EL HOMBRE?

CUADERNO 10, ENTRADA 54

Introducción al estudio de la filosofía. ¿Qué es el hombre?

Esta es la principal pregunta de la filosofía. ¿Cómo se puede responder? La definición se puede encontrar en el hombre mismo; es decir en cada hombre singular. ¿Pero es adecuada? En cada hombre singular se puede encontrar qué es cada «hombre común». Pero a nosotros no nos interesa saber que es cada hombre singular, que además sería comprender que es cada singular hombre común en cada momento singular. Si lo pensamos, observamos que al hacernos la pregunta de qué es el hombre queremos decir lo siguiente: ¿qué puede llegar a ser el hombre?, ¿puede el hombre dominar su destino?, ¿puede «formarse»?, ¿puede crearse una vida? Decimos, por tanto, que el hombre es un proceso y precisamente es el proceso de sus acciones. Si lo pensamos, incluso la misma pregunta, ¿qué es el hombre?, no es una pregunta abstracta u «objetiva». Surge de la reflexión que hemos hecho sobre nosotros mismos y sobre los otros, queremos saber, en relación a lo que hemos reflexionado y visto, qué somos y qué podemos llegar a ser; si realmente, y con qué límites, somos «nuestros propios forjadores», de nuestra vida, de nuestro destino. Y eso queremos saberlo «hoy», en las condiciones de hoy, de la vida «actual», y no de una vida cualquiera de un hombre cualquiera. La pregunta que ha surgido, adquiere su contenido de especiales y determinados modos de considerar la vida del hombre: el más importante de ellos es la «religión», y una determinada religión, el catolicismo. En realidad, preguntándonos: «¿qué es el hombre?», qué importancia tiene su voluntad y su actividad concreta en el crearse a sí mismo y la vida que vive, queremos decir: «¿es el catolicismo una concepción exacta del hombre y de la vida? Siendo católicos, es decir haciendo del catolicismo una norma de vida, ¿Nos equivocamos o estamos en lo cierto?» Todos tienen la vaga intuición de que hacer del catolicismo una norma de vida es una equivocación, tanto es así que nadie se atiene al catolicismo como norma de vida, por más que se declaren católicos. Un católico integral, que aplicase en cada acto de su vida las normas católicas, parecería un monstruo, lo que es, si lo pensamos, la crítica más rigurosa al propio catolicismo, y la más concluyente. Los católicos argumentarán que ninguna concepción es seguida con exactitud, y tienen razón, pero eso solo demostraría que de hecho históricamente no existe, todavía, un modo de concebir y obrar igual para todos los hombres, nada más. No es una razón a favor del catolicismo, a pesar de que el modo católico de pensar y obrar esté organizado desde hace siglos con tal fin, es decir, el de la coherencia. Lo que no ha sucedido aún para ninguna otra religión, aunque dispusieran de los mismos medios, el mismo espíritu de sistema o la misma continuidad y centralización. Desde el punto de vista «filosófico» lo insatisfactorio en el catolicismo es el hecho de que sitúa la causa del mal en el hombre mismo, concibe al hombre como un individuo bien definido y limitado. Todas las filosofías que han existido hasta hoy reproducen esta posición del catolicismo, conciben al hombre como un individuo limitado a su individualidad y el espíritu como tal individualidad. Es en este punto sobre el que necesitamos reformar el concepto de hombre. Necesitamos concebir al hombre como una serie de relaciones activas (un proceso) en el que, si bien la individualidad tiene la máxima importancia, no es, sin embargo, el único elemento en consideración. La humanidad que se refleja en cada individualidad está compuesta de diferentes elementos:
1) el individuo;
2) los demás hombres;
3) la naturaleza.
El segundo y el tercer elemento no son tan simples como pudiera parecer. El individuo no entabla relación con los demás hombres por yuxtaposición, sino orgánicamente, es decir, en cuanto entra a formar parte de organismos desde los más simples a los más complejos. Del mismo modo el hombre no se relaciona simplemente con la naturaleza, por el simple hecho de ser él mismo naturaleza, sino activamente, por medio del trabajo y de la técnica. Es más, estas relaciones no son mecánicas. Son activas y conscientes, corresponden a un grado mayor o menor a partir del conocimiento que de ellas tenga el hombre individual. Por eso podemos decir que cada uno se transforma a sí mismo, se modifica, en la medida en que cambia y modifica todo el conjunto de relaciones en las que él es el centro de unión. En este sentido el filósofo real es y no puede no ser político, es decir el hombre activo que modifica el entorno, entendiendo por entorno el conjunto de relaciones en el que cada individuo entra a formar parte. Si la propia individualidad es el conjunto de estas relaciones, construirse una personalidad significa adquirir conciencia de tales relaciones y modificar la propia personalidad significa modificar el conjunto de estas relaciones. Pero estas relaciones, como se ha dicho, no son sencillas. En primer lugar, algunas de ellas son necesarias, otras voluntarias. Además, poseer de ellas una conciencia más o menos profunda (es decir conocer más o menos el modo en el que se pueden modificar), ya las modifica. Las mismas relacionas necesarias, en cuanto se comprenden en su necesidad, cambian de aspecto y de importancia. El conocimiento es poder, en este sentido. Pero el problema es complejo también por el siguiente motivo: no basta con comprender el conjunto de relaciones tal y como existen en un momento dado como un determinado sistema, es necesario conocerlo genéticamente, en su movimiento de formación, pues cada individuo no sólo es la síntesis de las relaciones existentes sino también la historia de estas relaciones, es decir la síntesis de todo el pasado. Se dirá que lo que cada individuo puede cambiar es bien poco, en relación a sus fuerzas. Y eso es así hasta cierto punto. El individuo puede asociarse con todos aquellos que quieren el mismo cambio y, si este cambio es racional, el individuo puede multiplicarse un número considerable de veces y obtener un cambio más radical de lo que a primera vista puede parecer posible.
Las sociedades en las que un individuo puede participar son más numerosas de lo que parece. Es a través de estas «sociedades» con las que el individuo forma parte del género humano. De esta forma son múltiples los modos con los que el individuo entra en relación con la naturaleza, pues por técnica, debe entenderse no solo el conjunto de nociones científicas aplicadas industrialmente, que es lo que generalmente se entiende, sino también los instrumentos «mentales», el conocimiento filosófico.
Que el hombre no puede concebirse de otro manera que participando en una sociedad es un lugar común, sin embargo no se extraen de ello todas las consecuencias necesarias, sobre todo las que afectan a la individualidad: que una determinada sociedad humana presuponga una determinada organización de las cosas y que la sociedad humana sea posible solo en cuanto existe una determinada organización de las cosas es también un lugar común. Es cierto que hasta ahora a estos organismos supraindividuales se les ha dado un significado mecánico y determinado (tanto a la societas hominum como a la societas rerum): de ahí la reacción. Es necesario elaborar una doctrina en la que todas estas relaciones estén activas y en movimiento, fijando claramente que el emplazamiento de esta actividad es la conciencia del hombre singular que conoce, quiere, admira, crea, en cuanto ya conoce, quiere, admira, etcétera. Y se concibe, no aislado, sino lleno de posibilidades que le ofrecen los otros hombres y la organización de las cosas, de la cual no se puede no tener cierto conocimiento. (Como cada hombre es filósofo, cada hombre es científico, etcétera).

APUNTES PARA UNA INTRODUCCIÓN Y UN COMIENZO PARA EL ESTUDIO DE LA FILOSOFÍA Y DE LA HISTORIA DE LA CULTURA

CUADERNO 11, ENTRADA 12

I. Algunos puntos preliminares de referencia

Es necesario destruir el prejuicio, muy difundido, de que la filosofía es una actividad muy difícil por el hecho de ser la actividad propia de una determinada categoría de estudiosos especialistas o de filósofos profesionales y sistemáticos. Es, por lo tanto, necesario demostrar preliminarmente que todos los hombres son «filósofos», definir los límites y las características de esta «filosofía espontánea», propia de «todo el mundo», y que las reflexiones y la filosofía están contenidos en:
1) el lenguaje mismo, que es un conjunto de nociones y de conceptos determinados, y no solo de categorías gramaticales vacías de contenido;
2) en el sentido común y en el buen sentido1;
3) en la religión popular, y por lo tanto también en el entero sistema de creencias, supersticiones, opiniones, modos de ver y de obrar que se manifiestan en lo que generalmente se llama «folklore».
Una vez demostrado que todos somos filósofos, aunque sea de modo inconsciente, pues incluso en la más mínima manifestación de cualquier actividad intelectual, es decir el «lenguaje», está contenida una determinada concepción del mundo y con este se pasa al segundo momento, al momento de la crítica y de la conciencia, es decir a la pregunta: ¿es preferible «pensar» sin tener conciencia crítica, de modo disperso y ocasional, «participar» de una concepción del mundo «impuesta» mecánicamente por el ambiente externo, por uno de los diversos grupos sociales en los que cada uno está automáticamente involucrado desde su entrada en el mundo consciente (y que puede ser el propio pueblo o la provincia, puede tener orígenes en la parroquia o en la «actividad intelectual» del sacerdote o del viejo patriarca cuya «sabiduría» dicta la ley, o de la mujercilla que ha heredado la sabiduría de las brujas o del pequeño intelectual madurado en su propia estupidez e impotencia en el actuar)? o ¿es preferible elaborar una propia concepción del mundo, de forma consciente y crítica, y, por tanto, en conexión con el trabajo del propio cerebro, escoger la propia esfera de actividad, participar activamente en la producción de la historia del mundo, ser guía de sí mismo y no aceptar pasiva y supinamente desde el exterior la huella de la propia personalidad?
Nota I. Por la propia concepción del mundo se pertenece siempre a un determinado grupo y, necesariamente, se forma parte del que aglutina a todos los elementos sociales que comparten un mismo modo de pensar y de obrar. Se es siempre conformista de algún conformismo, se es siempre hombre-masa u hombrecolectivo. La cuestión es la siguiente: ¿cuál es el tipo histórico de conformismo? ¿el del hombre-masa del que se es partícipe? Cuando la concepción del mundo no es crítica y coherente sino que es ocasional y disgregada, se pertenece simultáneamente a una multitud de hombres-masa. La propia personalidad se compone de un modo bizarro: en ella se encuentran elementos del hombre de las cavernas y principios de la ciencia más moderna y avanzada; prejuicios de todas las fases históricas pasadas, mezquinamente localistas, e intuiciones de una filosofía del futuro, que será la del género humano unificado mundialmente. Criticar la propia concepción del mundo significa por lo tanto convertirla en unitaria y coherente y elevarla hasta que alcance el pensamiento mundial más avanzado. También significa criticar toda la filosofía precedente, en cuanto que ésta ha dejado estratificaciones consolidadas en las filosofías populares. El comienzo de la elaboración crítica es la conciencia de lo que realmente es, es decir, «conócete a ti mismo» como producto del proceso histórico que ha dejado en ti mismo una infinidad de trazos sin especificar. Es imprescindible una previa enumeración de dichos trazos.
Nota II. No se puede separar la filosofía de la historia de la filosofía, ni la cultura de la historia de la cultura. En el sentido más inmediato y consolidado, no se puede ser filósofo, es decir tener una concepción del mundo críticamente coherente, sin la conciencia de su historicidad, de la fase de desarrollo representada por la misma y del hecho de que está en contradicción con otras concepciones o con elementos de otras concepciones. La propia concepción del mundo responde a determinados problemas planteados por la realidad, que están bien determinados y son «originales» en su actualidad. ¿Cómo es posible pensar en el presente, y un presente bien determinado, con un pensamiento elaborado para problemas de un pasado a menudo remoto y ya superado? Si eso sucede, significa que somos «anacrónicos» en el propio tiempo, que somos fósiles y no seres vivos modernos. O por lo menos que estamos «compuestos» de forma bizarra. Y de hecho sucede que grupos sociales, que en ciertos aspectos expresan la más desarrollada modernidad, en otros son anticuados respecto a su posición social y por tanto son incapaces de una completa autonomía histórica.
Nota III. Si es verdad que cada lengua contiene los elementos de una concepción del mundo y de una cultura, será también cierto que de la lengua de cada uno se puede juzgar la mayor o menor complejidad de su concepción del mundo. Quien habla solo un dialecto o comprende la lengua nacional en grados diversos, participa necesariamente de una intuición del mundo más o menos reducida y provincial, fosilizada, anacrónica con respecto a las grandes corrientes de pensamiento que dominan la historia mundial. Sus intereses serán reducidos, más o menos corporativos o económicos, pero no universales. Si no es posible aprender algunas lenguas extranjeras, para estar en contacto con vidas culturales diferentes, es necesario por lo menos aprender bien la lengua nacional. Una gran cultura puede traducirse en la lengua de otra gran cultura; en una gran lengua nacional, históricamente rica y compleja, puede traducirse cualquier alta cultura, es decir, ser una expresión mundial. Pero un dialecto no puede hacer lo mismo.
Nota IV. Crear una nueva cultura no solo significa hacer individualmente descubrimientos «originales», significa, especialmente, difundir de forma crítica las verdades ya descubiertas; «colectivizarlas» por decirlo así, y por tanto convertirlas en la base de acciones vitales, elementos de coordinación y de orden intelectual y moral. Que a una masa de hombres se la oriente a pensar con coherencia y en modo unitario. El presente real es un hecho «filosófico» bastante más importante y «original» que el descubrimiento por parte de un «genio» filosófico de una nueva verdad, que se limita a ser patrimonio de pequeños grupos intelectuales.

Conexión entre el sentido común, la religión y la filosofía

La filosofía es un orden intelectual, algo que no pueden ser ni la religión ni el sentido común. En la realidad, ni siquiera religión y sentido común coinciden, sin embargo, la religión es un elemento del disperso sentido común. Por lo demás «sentido común» es un nombre colectivo, como «religión»: no existe un solo sentido común, es también un producto del devenir histórico. La filosofía es la crítica y la superación de la religión y del sentido común, y en ese sentido coincide con el «buen sentido»2 que se contrapone al sentido común.

Relación entre ciencia, religión y sentido común

La religión y el sentido común no pueden constituir un orden intelectual porque no pueden reducirse a unidad y coherencia en la conciencia individual, menos aún en la conciencia colectiva: no pueden reducirse a unidad y coherencia «libremente», aunque sí podría suceder «autoritariamente», como de hecho ya ha sucedido, dentro de ciertos límites, en el pasado. El problema de la religión, no en un sentido confesional sino en el laico, es entenderla como unidad de fe entre una concepción del mundo y una norma de conducta conforme: ¿pero por qué llamar a esta unidad de fe «religión» y no llamarla «ideología»3 o más propiamente «política»?
No existe de hecho la filosofía en general: existen diferentes filosofías y concepciones del mundo, y se elige entre ellas. ¿Cómo se llega a esta elección? ¿Es esta decisión u...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Críditos
  4. Vida y obra de Gramsci
  5. Introducción
  6. La filosofía
  7. La filosofía de la praxis
  8. Estructura y superestructura
  9. Intelectuales
  10. Reforma intelectual o moral
  11. Hegemonía
  12. Bibliografía
  13. Índice