El carácter inglés
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El carácter inglés

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«El carácter inglés: Sus relaciones con la novela contemporánea» (1924) es un ensayo de Alberto Nin Frías sobre crítica literaria donde el autor analiza diferentes obras inglesas y las relaciona entre sí para componer y describir el carácter literario inglés.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2022
ISBN
9788726642452
Categoría
Literature

CAPÍTULO II

LA EPOCA VICTORIANA
La muerte de Guillermo IV de Inglaterra cierra en verdad una era para el arte literario inglés. Su enfermedad había sido corta y apenas pisaba los umbrales de la muerte, cuando ya mensajeros de alta jerarquía se dirigían al Palacio de Kensington donde residía la flamante reina. “¡El Rey ha muerto!” “¡Viva el Rey!”.
La tímida doncella de diez y ocho años, que debía presidir los destinos más altos de su país, no estaría en condiciones de darse cuenta, que a semejanza de sus ilustres predecesoras Isabel Tudor y Ana Estuardo, debía legar su nombre a una época extraordinaria.
Un reinado tan largo que abarcó en su enorme lapso de tiempo dos jubileos, debía tener una literatura propia, como la tuvo Francia, bajo Luis XIV. No tiene el período que nos ocupa la grandeza literaria del reinado de Isabel, ni del de Ana; pero en lo que respecta a la novela, la supera. Al ceñirse la corona, la Reina Victoria, en 1837, habíase extinguido una raza de gigantes literarios: Scott, Byron, Coleridge, Shelley, Keats, y si bien vivían todavía, Wordsworth, Southey, Moore y Savage Landor, no agregaron después de esa fecha ni un ápice a su gloria poética.
Una inspiración nueva y original libertada por completo del período anterior, anima a los espíritus. En ningún momento de su desenvolvimiento, ha tenido la literatura insular, un desarrollo tan notable en la novela. No cabía otra cosa, ya que en momentos en que la sociedad se transforma a paso acelerado sale de la meditación donde se forjan, al decir de Goethe, los talentos, y entra de lleno en el tumulto mundanal, adquiriendo así su carácter y su voluntad.
La prosa de la vida, intensificada por el desarrollo de las artes mecánicas y los descubrimientos científicos, ahuyenta en cierto modo, la poesía de la misma. Fácil entonces es el auge de un género literario que estudia las costumbres, los cambios en el individuo, sus situaciones de pensamiento y de sentir. La difusión grandísima dada a la enseñanza en las masas populares, ha aumentado el número de lectores y aguijoneado nuestro deseo de escapar a la vida real, a la monotonía, a las horas vividas con el buen sentido cotidiano. Todos vamos en pos de utopías, a sabiendas o no; esto constituye una imperiosa necesidad de la naturaleza humana; es como el retiro a un ideal fuera del círculo de la realidad positiva. El momento histórico es de intenso individualismo.
Modalidad literaria alguna se presta más a revelar las almas; se adapta más a la ciencia, a la religión, a la sociología, sirviendo de vehículo, a toda idea y a todo sentimiento.
Puede la novela ser didáctica o impersonal, como la quería Gustave Flaubert, épica cual en Zola, el Homero de una época batalladora; disquisición fina de nuestro modo de simpatizar con cuanto hiere nuestro sentido crítico, como en Anatole France y, en un sentido más burdo, Bernard Shaw; un compendio del arte de conducirse en la vida, como en Thackeray; o un monumento de todo ello, lleno de ciencia, cultura y observación perspicaz, cual en las novelas de George Elliot, temperamento goethiano, que participa tanto del arte del bien decir como de la ciencia de razonar con lógica sobre lo visto y sentido.
El novelista debe vivir preocupado de tornar sensible al vulgo la complejidad y el mecanismo de la vida. El realismo considerado cual una abstracción, no puede existir, puesto que cada uno de nosotros ve el mundo exterior con ojos distintos, dado su grado de inteligencia y de su cultura. Flaubert, a todas luces un maestro de la concepción y del arte técnico de la novela, quería en el artista una actitud científica e impávida, donde no entrara para nada su sensibilidad personal, su temperamento. Tal doctrina, inspirada en la rigurosidad experimental de las ciencias, es una quimera, si se la trasporta al terreno de la psicología, donde son más las excepciones que las leyes.
La novela, en Inglaterra, ha seguido el temperamento general de la nación: inverosímil, moralizadora, falsa, azucarada, llena de chaturas en épocas de puritanismo intenso; en períodos de libertad, por lo contrario, ha sido riquísima en observación exacta en sus pinturas, y pródiga en decirlo todo minuciosamente en volúmenes cuyo contenido pasa en general de doscientas mil palabras.
Hay novelas filosóficas a semejanza del Wilhelm Meister, mitad tratado de opiniones del autor, de omnia res scibili, mitad vívido cuadro de la Alemania de principios del siglo XIX; políticas, menos interesantes, como las de Lord Beaconsfield, pongo por punto, sólo inteligibles para los conocedores profundos de las personalidades políticas; las tenemos con un propósito, preconcebido como la Cabaña del Tío Tom o Bleack House o Hard Cash, de Carlos Reade, exponiendo, respectivamente las penurias de la esclavitud, el infamante sistema carcelario y la prisión por deudas.
Existen aún, novelas cuya narración está mal hilvanada, como ocurre a menudo en George Meredith, mas cuanto delecta su humour, sus giros exquisitos de lenguaje y alusiones al gayo pensar de Grecia y Roma.
En las de Thackeray, el realismo, prudente todavía, sugiere las sordideces humanas, sin deleitarse en su pintura; Dickens se ocupa de las clases bajas cuyas miseria scompartió con el corazón desbordante de simpatía por su suerte.
Inglaterra aparece como el emporio por excelencia de la novela, si consideramos el número de talentos superiores que allí le han dedicado su poder creador. A su desarrollo contribuye la mujer, colaboradora eficaz del hombre de letras.
Para la comprensión de nuestra revista, cabe dividir la época victoriana en dos períodos; uno anterior a la guerra de Crimea, en 1854, y otro, que se cierra con la extinción de Tennyson. La primera etapa es la más rica en talentos literarios sobresalientes, así como en la segunda se destacan más los hombres de ciencia y los filósofos, los nombres augustos de Grote el historiador de la Hélade, Macaulay y Carlyle, bastan por sí solos para ilustrar una edad. A ese trío genial agrégase más tarde Stuart Mill, el apóstol de la libertad.
Es una atmósfera de renovación de valores morales y estéticos; la novela que habían creado los escritores del siglo XVIII, prodigiosamente difundida por la popularidad de Walter Scott, llegó a absorver todas las actividades literarias con Charles Dickens y Thackeray, las hermanas Brontë y George Elliot, George Meredith y Hardy, Anthony Trollope, Charles Reade y Blackmore.
La novela inglesa de esta época fecunda, se cuida de la tendencia moral, analiza filosóficamente la vida y exalta el dramático desenvolvimiento de los caracteres. Su característica más notable es hacer la apología del deber oponiéndolo a la furia de las pasiones.

§ 2. —

En el mismo año de la ascensión al trono de la joven augusta, aparecieron los Pickwick Papers de Dickens. Tenía a la sazón veinticinco años el autor. Su éxito fué repentino, e insuperado en los anales de la novela inglesa. Dentro de las reglas establecidas por la educación moral británica, inclinada a la reserva, la obra de Dickens es una protesta contra el egoísmo de las instituciones para con los desheredados, de la baja maldad de éstos entre si, y del embrutecimiento en que las leyes y costumbres mantenían a las clases inferiores en Londres y otras ciudades industriales. Sus cuadros de miseria no se borran fácilmente de la memoria, ni tampoco la patética figura de algunas de las víctimas de la torpeza humana.
A pesar de ello, una filosofía optimista en sus novelas, colora y surge cual nimbo de paz de los cuadros sombríos. Posee la fertilidad de inventiva de Honoré de Balzac y su fidelidad de observación. Su realismo pertenece al admirable Zola, altamente imaginativo, a pesar de todo. En su poder descriptivo está la facultad de hacer factibles sus cuentos de hadas. Sabe con una maestría singular, rodear de misterio al ambiente y a los seres, dándoles una intensidad tal de existencia, que es imposible olvidarlos. El cómico Mr. Pickwick, el botones (o Mensajero) del célebre club, la vieja y vanidosa solterona, genio de lo cursi amoroso; la pequeña Nell y su enigmático abuelo; los traperos londinenses; los matones; Oliver Twist, para no citar sino unos pocos entre los cientos de criaturas que desbordan del marco áureo de la ficción del artista para vivir con nosotros mentalmente.
El Londres de los bajos fondos donde todo sentimiento puro o de honor es sin piedad hollado, pero donde también existen nobles protectores, vive en las novelas del hijo del pobre empleado de Portsmouth. Había perfecta concordancia entre su propia vida, modesta y humildísima, y la de las míseras clases sociales hasta cuya desgracia quería hacer llegar el rayo de sol de su corazón tierno hasta la sensiblería. Inmensa era su simpatía por la emancipación de sórdidas actitvidades. Sabe del secreto del llanto y de la risa; no es hombre de cultura, ni la ciencia le preocupa: observa, simpatiza, enternece, indigna contra la injusticia, hace abominar del egoísmo. Con estricta veracidad describe en Oliver Twist la casa de expósitos y la maldad de los encargados de la infancia desvalida. Nos conduce luego, al ambiente terrífico. de los ladrones y de su sociedad de aprendizaje. Allí es donde naufraga para siempre la virtud de tanto inocente. Síguense en rápida sucesión las obras maestras, cuyos nombres son tan familiares para los que hablan el inglés. Son esos títulos household words, palabras hogareñas, si he de emplear un anglicismo, para caracterizarlas. Nicolás Nickleby (1838); Barnaby Rudge (1840); Old Curiosity Shop (1840); Martin Chuzzlewitt (1843). El romance autobiográfico ( 1 ) David Copperfield (1843), es acaso la más armoniosa y reposada de sus concepciones. En esta obra, el artista se enseñorea del mundo vivido e imaginado de su infancia y nos da en una copiosa novela, lo mejor de su corazón más cándido que hipócrita, más noble que calculador.
Sobre toda la obra se cierne un hilo conductor que le presta unidad psicológica y bien pudiera condensarse en la decisión del personaje central a vencerse a sí mismo, en la determinación de alcanzar la victoria por dura que fuere. Sólo en las cumbres se respira. El precio de toda superioridad es sufrir despiadadamente por ella.
David Copperfield es la historia de un huérfano, que a través de vicisitudes sin fin, tramas insidiosas y experiencias amargas, llega a congraciarse con la felicidad.
Enlázase el relato con los más íntimos recuerdos del novelista y éstos le conducen a hacer un paralelo entre la virtud y el desenfreno en la juventud. Junto al dulce David, tierno y de mesurada conducta, hallamos a su camarada Sanford, guapo mozo, de bizarro porte, de seductor lenguaje, brioso en el amor, brillando, ante todo en el mundo, por la varonil belleza de su figura. No tiene éste el bello ideal de su amigo ni se distinguen sus sentimientos por lo enérgicos. Tiene en el alma la condición de rebelde a todo lo establecido. Muy otro es David que vive con claridad y precisión, sencillez y energía. No conoce el apuesto mancebo Sanford, la cortesanía del caballero en el trato con la mujer y arrastra a su ruina moral a una joven, nacida para esposa por las reales prendas de su alma delicada y honorable. Las indómitas pasiones han engendrado el despecho, endurecido el corazón y reducido a la impotencia, la íntima y perdurable felicidad. Este episodio de los amores de Little Emily con Sanford dan su nota trágica al romance, que también abunda en notas de extremado vis cómico.
Bien acierta quien al escribir ficciones de la vida, mezcla los deseos contumaces con los anhelos ideales, la virtud con el vicio, la hermosura física con el alma ruin, los rasgos apacibles y serenos del visaje con un espíritu docto y ordenado.
Casi en todos los personajes de la trama despunta alguna calidad simbólica. Mrs. Trotwood, la tía de David presenta bajo aspectos desconcertantes, un corazón recto y una conciencia áspera, pero intachable. Pegotty, revela la fidelidad a toda prueba de la sirvienta, que habiendo envejecido en un hogar de su gusto, se identifica con cuanto le conmueve o perturba.
Agnes Wickfield es el tipo ideal de la compañera del hombre; encanta y seduce su actitud de ángel custodio del ser a quien ha entregado su corazón. Encarna toda ella la poesía del hogar y de los afectos tranquilos y puros. Dora, la primera esposa de David, apunta con su temperamento inconsciente e infantil, la veleidosa condición del ser humano.
Los esposos Micawber, son la jocosa representación de la terquedad británica, esperanzada siempre y jamás vencida.
Uriah Heep tiene todos los contornos de un personaje de Molière: es la hipocresia encarnada en un alma profundamente perversa.
Ham y Traddles ocultan con cuidado la turbación de sus almas al sobrellevar las pruebas injustas a que les somete un hado adverso.
Firme en su voluntad de corresponder al cariño de su tía y a la elevada idea que tenía de su propio espíritu caballeresco, David es el alma de la narración conservando siempre para sí, el prestigio de sus sólidas virtudes.
Ni los lauros del talento ornan su frente ni esconde sus pensamientos tras las flores de la retórica, empero vive siempre en nuestro recuerdo sereno, con el hechizo del hombre bueno y justo. Hay allí materia para un tratado que colocaría a nuestro David Copperfield entre los modelos del perfecto caballero.
Elevada era el alma de Carlos Dickens, generoso su corazón y amaba todo lo que era bello y cordial. Sus libros, se colige de su autobiografía romanesca, están en harmonía perfecta con su carácter. No cabe dudar de que sus mejores inspiraciones las recibía el novelador de su propia naturaleza, que llevaba en sí algo del aurea mediocritas tan celebrada por Horacio en la séptima de sus odas.
La expresión donosa del poeta latino ha sido vertida al idioma moderno por un espíritu afin que acaso lo hubiere sido también del autor de David Copperfield:
Cheris plus qu’un trésor la médiocrité;
L’indigence humilie, et la grandeur enivre:
Loin du chaume et des cours la sagesse aime à vivre
Et vit en surête.
Sucedieron a esta obra: Bleak House; Little Dorritt (1855); Hard Times (1854); The tale of two cities (1859), melodrama novelesco de la revolución francesa. La más bella y fina de las narraciones de Dickens es The Cricket on the hearth (1845) (El grillo del hogar), donde esplende toda la ingenua poesía del hogar inglés. Es un rincón para el espíritu que ama el fuego hogareño junto al agua que borbolla en la caldera, que gusta del grillo en las tradiciones legendarias del hogar, y del símbolo y talismán de la felicidad doméstica. Todo en este cuento es serenidad, recogimiento e íntimo encanto. De súbito, esta asoleada faz del home, es interrumpida por un drama de dolor que apaga el ritmo de la existencia cotidiana. Pronto se esfuma entre las cosas del pasado el mal momento; y vuelven, el borbollar del agua que hierve y la melodía del grillo, a acompañar con su hermoso compás la ventura tácita de las buenas almas de los protagonistas que han recobrado de nuevo su paz de amor.
¡Cuán sano el humorismo de este relato tan poético y delicado! Fina y cordial se muestra aquí la sensibilidad de Dickens.
El don de la caricatura, ora antipática, ora simpática; la exageración de lo real: he ahí, si nos sometemos a la teoría de la facultad dominante, el talento superior de Dickens.
Se ha comparado a menudo a Dickens con Thackeray: ambos tienen en común que buscaron desenmascarar falsas virtudes, abusos sociales, hipocresías solapadas y las ridiculeces de los pseudo aristócratas. Carlos Dickens empero se deja dominar por la simpatía y por la cordialidad, sustituyendo la iron...

Índice

  1. El carácter inglés
  2. Copyright
  3. PREFACIO
  4. CAPÍTULO I
  5. CAPÍTULO II
  6. CAPÍTULO III
  7. CAPÍTULO IV
  8. CAPÍTULO V
  9. CAPÍTULO VI
  10. CAPÍTULO VII
  11. CAPÍTULO VIII
  12. CAPÍTULO IX
  13. CAPÍTULO X
  14. CAPÍTULO XI
  15. CAPÍTULO XII
  16. CAPÍTULO XIII
  17. CAPÍTULO XIV
  18. Indice bibliográfico de las obras consultadas
  19. Sobre El carácter inglés
  20. Notes