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Información del libro
Existe un vínculo muy fuerte, que nadie cuestiona, entre democracia y nación desde el inicio de nuestra modernidad política. Sin embargo, la relación entre demo cracia y nacionalismo sí es rechazada y negada por un amplio sector de la sociedad. Pero las naciones, incluyendo las democráticas, no se sostienen solas, necesitan de un nacionalismo (por templado, inconsciente o banal que sea) que las cree primero y las mantenga después. A lo largo de estas páginas, Jorge Cagiao nos ayudará a comprender el fenómeno del pluralismo nacional en España y, en consecuencia, a gestionar de la manera más adecuada el conflicto territorial abierto con entidades como el País Vasco y Cataluña. El recorrido nos llevará a analizar el concepto de nación, así como la importancia del reconocimiento nacional en democracias liberales complejas como España, Canadá, Reino Unido y Bélgica. También pone sobre la mesa las dos únicas posibles salidas al conflicto territorial español: un federalismo bien ejecutado (a diferencia del pretendido actual) o la autodeterminación; ninguno de los cuales debe estar necesariamente reñido con las formas democráticas.
Preguntas frecuentes
Información
Capítulo 1
Lecciones básicas de los estudios
sobre nacionalismo
- Las naciones son realidades o constructos sociales (Gellner, 1983; Hobsbawm, 1990; Thiesse, 1999), ficciones útiles (Kelsen, 2006: 62-63), comunidades políticas imaginadas (Anderson, 2016: 6) obra de los nacionalismos.
- En el sentido moderno del término, que conecta con la especial forma de legitimación del poder político del Estado posterior al feudalismo (dioses y reyes dejan de ser fuente de legitimación de la soberanía), los nacionalismos construyen naciones para los Estados ya existentes (nacionalismo de Estado) o imaginan y crean las condiciones de posibilidad para futuros Estados-nación (nacionalismo sin Estado).
- En este sentido, si tomamos como referencia temporal el inicio de la modernidad política, marcada por el referido binomio Estado/nación, las naciones, tanto las actuales como las pasadas, no pueden haber existido o existir sin la presencia necesaria de un nacionalismo que las imagine, las cree y les dé una determinada forma y contenido (identidad).
- Esto significa necesariamente que detrás de cada una de las naciones que actualmente somos capaces de reconocer (como nación), inclusive entre las que pueden generar menos controversia al respecto (Estados Unidos, México, Francia, Austria, etc.), hay un nacionalismo que ha imaginado, creado, desarrollado y consolidado en el tiempo, más o menos largo, su propia nación. Y ese nacionalismo no ha dejado de ser en la actualidad un proyecto político dominante (Thiesse, 2010; Tamir, 1993, 2019).
- Se sigue de esto que la incompatibilidad que muchos observadores no expertos encuentran entre el nacionalismo y las naciones contemporáneas, como si estas ya no tuvieran nada que ver con el nacionalismo (solo habría en ellas un sano “patriotismo”, siguiendo el distinguo de Viroli, 2019), carece de fundamento. Lo cierto es lo contrario: no hay nación (democrática o no) sin nacionalismo que la sustente. Esto vale también para las naciones democráticas organizadas como Estado de derecho, e independientemente de la forma de Estado (unitario, centralizado o descentralizado, o federal) que adopten.
- Por la misma razón, yerran también quienes realizan una lectura del nacionalismo en exclusiva clave negativa o patológica, como si fuera necesariamente la “guerra” (Mitterrand), “el sarampión de la humanidad” (Einstein) o meros “sentimientos tribales” (Hayek) (Miller, 1995: 5), asociando el fenómeno únicamente, por una parte, a movimientos de extrema derecha o a regímenes autoritarios poco o nada atentos a los valores y principios democráticos, y/o, por la otra, a nacionalismos subestatales (Billig, 1995: 5).
- Si toda nación implica necesariamente un nacionalismo que la sostenga, entonces la caracterización exclusivamente negativa del nacionalismo carece también de fundamento: si hay naciones democráticas, esto es, nacionalismos que han sabido hacer suyos e implementar los valores, principios y prácticas democráticas en sus respectivos Estados, entonces el nacionalismo no puede ser necesaria y exclusivamente un mal (Calhoun, 1997: 15-16; MacCormick, 1990; Dieckhoff, 2012).
- El hecho de que haya nacionalismos que han generado las condiciones para que la vida democrática pueda desarrollarse en un determinado número de Estados, nacionalismos que no responden de este modo a la imagen negativa dominante en el debate público, nos invita a centrarnos en los diferentes tipos de nacionalismo (de Estado o sin Estado, liberales o no, democráticos o no, más bien cívicos o más bien étnicos, etc.), en sus formas discursivas y realizaciones, y a sacar conclusiones sobre su perfil más o menos positivo o negativo solo tras su examen atento (Máiz, 2018: 143-178).
- De lo antedicho se sigue asimismo que el distinguo clásico entre nacionalismo cívico o político y nacionalismo étnico o cultural ha de ser manejado con mucha prudencia, pues todos los nacionalismos son, en realidad, en grados diferentes, a la vez cívicos y étnicos (Máiz, 2004, 2005; Archilés, 2018), en el sentido en que trabajan necesariamente en ambas dimensiones, la política (legitimación y organización del poder, intereses) y la cultural (generación del sentimiento de pertenencia a la comunidad nacional). En ese sentido, lejos de la caricatura que hace del nacionalismo un fenómeno bajo la batuta de emprendedores culturales movidos por el resentimiento, el odio y los instintos tribales, tendríamos procesos que operan apelando tanto a las emociones como a la razón (Delanty y O’Mahony, 2002: 35), atentos tanto a los afectos como a los intereses.
- Finalmente, y llevando ya las lecciones que se acaban de mencionar al terreno de la praxis política y del debate normativo (el deber ser en democracia) que nos interesará después, de lo anterior se sigue que la legitimidad de que pueden gozar las naciones actualmente organizadas como Estado (sea democrático y liberal, en mayor o menor medida, o no necesariamente) no implica —como tantas veces se dice— que los nacionalismos con proyectos nacionales concurrentes respecto al del Estado carezcan de la misma legitimidad. Si en democracia esta se mide en términos de adhesión de los ciudadanos a un determinado proyecto político, siempre adoptando unas formas civilizadas, y si el nacionalismo subestatal cuenta con dicho apoyo social, no se puede inferir del carácter democrático de un sistema estatal o de la legitimidad de que goza la nación del Estado la ilegitimidad de un proyecto nacional concurrente en su seno.
Índice
- NOTA PRELIMINAR
- INTRODUCCIÓN. LA NECESIDAD DE UN DEBATE PÚBLICO ATENTO A LOS ESTUDIOS ESPECIALIZADOS
- CAPÍTULO 1- LECCIONES BÁSICAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE NACIONALISMO
- CAPÍTULO 2. UN PROBLEMA DE RECONOCIMIENTO NACIONAL
- CAÍTULO 3. ¿EL FEDERALISMO COMO SOLUCIÓN?
- CAPÍTULO 4. NI NACIÓN. NI FEDERALISMO NI AUTODETERMINACIÓN
- CONCLUSIÓN
- BIBLIOGRAFÍA
- NOTAS