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CÓMO HAN CAMBIADO LOS RELATOS DEL MIEDO
EL SENTIDO CONTEMPORÁNEO del miedo muestra un marcado contraste con el que tenía en periodos históricos previos. Hasta el siglo XX el miedo ha sido considerado un estado emocional entreverado de inquietudes morales. De acuerdo con las diferentes normas culturales dominantes hasta finales del XIX, temer era un modo de cultivar los valores morales. Se solía distinguir entre buenos y malos temores, y las comunidades ofrecían guías morales y prácticas apropiadas sobre este asunto. Los códigos religiosos y morales alababan los aspectos positivos del miedo, siempre que se tratase del tipo adecuado de miedo, por supuesto.
Hoy sin embargo el miedo se considera horrendo de suyo, temible en sí mismo, y suele ser medicalizado como una enfermedad que debe evitarse. El propósito de este capítulo es explorar las cambiantes convenciones y normas que han gobernado el miedo en el pasado. Se centra en un periodo particular: el periodo de entreguerras de 1918-1939, que es cuando muchos de los aspectos de la cultura del miedo del siglo XXI comenzaron a tomar forma.
LAS REGLAS DEL MIEDO
El capítulo anterior se refirió al caso de Scott O’Grady, el piloto norteamericano que habló públicamente de lo asustado que estaba tras ser forzado a tomar tierra en territorio enemigo. Su reacción fue muy diferente a la que tuvieron dos marineros británicos, Bill Wake y Bill Ness, al desembarcar en Francia en el día D. Recordaban en una entrevista que «todo el mundo estaba más que asustado», añadiendo que «nosotros estábamos asustados, desde luego», pero «teníamos que poner cara de valientes». En uno y otro caso los soldados estaban asustados, pero los viejos veteranos ingleses sabían que se esperaba que no se les notase. Tenían que «poner cara de valientes»; en virtud de las reglas del miedo que prevalecían en la Segunda Guerra Mundial, se esperaba del personal militar que demostrase públicamente su estoicismo, independientemente de que interiormente estuviesen viviendo un marasmo emocional.
Desde tiempos bíblicos, las autoridades se han tomado mucho interés en gestionar los miedos de sus soldados durante la batalla. El Segundo Libro de las Crónicas exhorta a los judíos a «ser fuertes y tener coraje». «No temáis ni os aterréis», se le dice al combatiente que ha de enfrentarse al poderoso ejército del rey asirio, «pues contamos con algo mayor que él». La afirmación de que su Dios era mayor que el de ellos se ofrecía para templar los nervios de los soldados que tenían que enfrentarse a un ejército superior en número. Durante la Primera Guerra Mundial, cada soldado prusiano de infantería tenía las palabras Gott Mit Uns —«Dios está con nosotros»— estampadas en la hebilla de sus cinturones. La expresión sugería que Dios estaba de su lado, y que por lo tanto no tenían mucho que temer.
El modo en que los soldados respondían a sus ansiedades, y particularmente al miedo a la muerte, ha sido objeto de preocupación para las autoridades civiles y militares durante siglos. Las comunidades proveían a sus soldados de un relato muy claro sobre cómo se esperaba que respondieran a los peligros en el campo de batalla. A menudo sus religiones y códigos morales denigraban el miedo a morir en la guerra. Aclamaban el heroísmo y la voluntad de sacrificio en aras de una causa mayor.
Las sociedades hacen diferentes análisis y urden distintas historias sobre el miedo a morir. En su fascinante estudio sobre la sociología de las emociones, la socióloga norteamericana Arlie Hochschild caracteriza estas expectativas informales de lo que constituye una respuesta emocional apropiada a determinadas situaciones como reglas del sentimiento. Las reglas del sentimiento nos enseñan cómo y qué debemos temer, lo que a su vez impacta en cómo actuamos. A través de las convenciones y costumbres de la comunidad, estas reglas influyen en la respuesta que las personas dan a las amenazas y la incertidumbre.
Uno de los primeros intentos explícitos de prescribir reglas del sentimiento en cuanto al miedo puede hallarse en los escritos de Platón. En República, Platón se enfrenta directamente a la cuestión de cómo debe la gente temer la muerte. Uno de los objetivos importantes de este libro —escrito alrededor del 380 a. C.— era proveer a sus lectores de una guía para socializar a los ciudadanos para que temiesen las amenazas adecuadas. Hablando a través de Sócrates, Platón diseñó una estrategia para inmunizar a los soldados de su república del miedo a la muerte. Para conseguir que abundasen los soldados valerosos, Platón abogó por vetar cuidadosamente las comunicaciones escritas y los poemas y leyendas transmitidos oralmente. Platón quería asegurarse de que las anécdotas y ejemplos de personas que temían a la muerte fuesen borrados para que no pudiesen transmitirse a los niños. Ni la magnífica poesía de Homero escapaba a su proyecto de censura. En particular, a Platón le perturbaba la descripción que Homero hace de los horrores de la vida de ultratumba en el Hades, porque le preocupaba que esos pasajes asustasen a los guerreros, haciendo que temiesen encontrar la muerte en el campo de batalla.
Platón sostenía que para promover los valores del coraje, la bravura y el sacrificio, y para asegurar que los soldados temiesen la derrota en la batalla más que la muerte, la república tenía que adoptar políticas inteligentes de manipulación que hoy serían consideradas una forma de ingeniería social. Platón insistió en que el contenido de las historias transmitidas a los guardianes de la república debían promover el proyecto de cultivar actitudes deseables hacia el miedo a la muerte. Desde esta perspectiva, los héroes griegos debían ser representados como valientes guerreros que preferían perecer en la batalla antes que ser esclavizados.
En el Libro III de República, Sócrates preguntaba a Glaucón, su interlocutor, qué había que hacer para asegurarse que los niños —los guardianes del futuro— «llegarán a ser valerosos». Continuaba: «¿No se les debería contar historias que les hagan temer menos la muerte? ¿O crees que alguien alguna vez se volverá valiente si está poseído por este miedo?».
Tras la réplica de Glaucón —«No, ciertamente no lo creo»—, Sócrates sigue preguntando: «¿Y puede alguien no temer a la muerte, prefiriéndola a la derrota en la batalla o la esclavitud, si cree que el Hades está plagado de terrores?». La principal conclusión que emerge en este diálogo es la importancia de contribuir a que la cultura represente positivamente el inframundo. De ahí se sigue que la prohibición de cualquier representación negativa de la otra vida fuese obligatoria para disminuir el miedo de los soldados a la muerte y promover el valor militar. Para asegurarse de que el Hades era retratado de un modo amable, Sócrates abogaba por eliminar todas las referencias negativas a él en los poemas y los relatos, afirmando que «las palabras más atemorizantes empleadas para describir el inframundo deben ser tachadas». Sócrates llega a decir que el acto del duelo y el lamento en público debía ser restringido, con el fin de promover el coraje, diciendo: «Haríamos bien, entonces, en borrar las lamentaciones de los hombres célebres, dejándolas para las mujeres (y ni siquiera para las buenas mujeres) y para los hombres cobardes, de forma que estos que decimos que estamos entrenando para custodiar nuestra ciudad desdeñen que se actúe de esa manera».
El manual psicológico de Platón para regular el miedo a la muerte iba más allá de la censura. Propuso políticas que debilitarían el vínculo que unía a los soldados a sus familias y amigos y a las posesiones materiales. De un modo similar a la cultura del martirio que rodea la mística suicida de los radicales yihadistas que se inmolan en nuestro siglo, Platón ofrecía a los guerreros caídos el estatus de héroes inmortales.
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