A contracorriente
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A contracorriente

Las disidencias ortodoxas en el comunismo español (1968-1989)

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Las disidencias ortodoxas en el comunismo español (1968-1989)

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A través de un recorrido por el surgimiento y la evolución de la disidencia de origen ortodoxo en el comunismo español, de aquellos a quienes la opinión pública encasilló como "prosoviéticos", se plantea la hipótesis de que este movimiento de oposición en el seno del Partido Comunista de España estuvo motivado por la mutación progresiva de la política y la imagen del partido. Estas transformaciones no serían bien recibidas por algunos sectores de su militancia y, como consecuencia, se produjeron varios movimientos divergentes cuyo nexo común radicaba en la reivindicación de la identidad comunista clásica.También fue importante el contexto, marcado por las frustraciones de la Transición y la crisis del movimiento comunista internacional. Fruto de una exhaustiva investigación, este trabajo propone una periodización de esta corriente en tres olas, metáfora que ayuda a comprender las distintas dimensiones de un fenómeno complejo y facilita su análisis sincrónico centrado en la identidad comunista. Se trata de la primera ocasión en que se estudia este hecho de forma global y monográfica. Por lo tanto, el objetivo principal es contribuir a esclarecer una de las facetas más desconocidas de la historia del comunismo español –poco después del centenario de su nacimiento–, sin la cual esta no estaría completa.

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Información

Edición
1
Categoría
History
II. LA SEGUNDA OLA DISIDENTE
LA OPOSICIÓN AL VIII CONGRESO DEL PCE
Dentro de la cultura política comunista, la celebración de un congreso del partido era vivido por la organización como un evento central y extraordinario.1 Un ritual organizativo que debía celebrarse periódicamente y marcaba el paso de una vieja etapa que concluía a una nueva etapa que comenzaba. Por lo tanto, se trataba de un acontecimiento de mucha trascendencia orgánica, un auténtico rito de paso colectivo. Sin embargo, durante mucho tiempo este evento estuvo ausente de la vida política de los comunistas españoles, fruto de las duras condiciones de la represión franquista. Desde 1932 hasta 1954 no se convocó ningún congreso, pues el V debía tener lugar en 1936, pero la sublevación militar lo desaconsejó. José Sandoval recuerda en sus memorias el orgullo que le produjo poder ser delegado en el V congreso y también las fuertes medidas de seguridad adoptadas por la organización: «Así y todo se dio la noticia de su celebración tres meses más tarde, cambiando incluso la fecha en que había tenido lugar, para mejor protección de los delegados que habían llegado de España y mayor despiste de los sabuesos franquistas».2 Los congresos estaban estrechamente vinculados con el futuro de la organización, lo que solía enfocarse colectivamente con ilusión y esperanza. De esta manera recordaba Higinio Canga el recibimiento de la celebración del V Congreso del PCE en 1956, el primero tras la guerra, a través de las páginas de Mundo Obrero: «Los comentarios que, entre unos y otros, levantaba la celebración del mismo, eran optimistas. Veían en sus deliberaciones la confirmación de que estábamos en la mejor línea de “salida”, para lanzarnos a la conquista de nuevas posiciones que solo podrían conducir al derrocamiento de la odiaba dictadura…».3
Sin embargo, los congresos también eran indicadores del paso del tiempo, lo que dentro de la cultura política comunista se asociaba con la noción militante de la historia de la organización. En la cosmovisión comunista era muy importante la noción de progreso como parte de una concepción más profunda de «sentido histórico».4 Por eso, las narrativas orgánicas insistían en construir un relato épico de la memoria inmediata en el cual el partido avanzaba de forma constante en su lucha hacía los objetivos marcados a pesar de los continuos problemas que sus enemigos generaban a su paso.5 En este tipo de narrativas oficiales, el congreso era concebido también como un momento decisivo por la importancia que revestía para su proyecto político y para toda su comunidad militante. Y es que, más allá del relato, esos momentos concretos tenían a la larga una influencia decisiva en la militancia. Por una parte, eran la máxima expresión de la democracia partidaria: donde se reunían los delegados elegidos democráticamente por la organización para poner en común las enmiendas a los documentos y elegir a su nueva dirección. Por otra, se trataba de un cónclave donde también se decidía la línea política del partido, lo que iba a tener una influencia directa en la vida de sus militantes durante los próximos años. Todo esto estaba, además, íntimamente relacionado con la vertebración de la comunidad militante a través de la interiorización de las reglas del centralismo democrático como uno de los rasgos diferenciadores de su identidad.
Durante la dictadura franquista el PCE desarrollaba su actividad organizativa en la más estricta clandestinidad.6 Eso obligaba a adaptar las condiciones del centralismo democrático para garantizar la supervivencia de la organización frente a la represión del régimen, quien, entre otras cosas, podía detener a su vuelta a los miembros del interior que habían acudido a los congresos celebrados fuera de España.7 La metodología empleada normalmente para la elaboración de los documentos congresuales consistía en la formación de comisiones, el debate entre miembros del CC y la participación indirecta de la militancia. Para que esto último fuera posible sin que los militantes siquiera supieran que se iba a celebrar el congreso, solía comprobarse el sentir de la organización al calor de los documentos y resoluciones que iba publicando la dirección y que estaban, de alguna manera, relacionados con los documentos finales. Aunque a todas luces no era la forma más democrática de participación, así lo justificaba Fernando Claudín con respecto a los pormenores que tuvieron lugar para la celebración del VI Congreso en 1960:
Si hubiéramos sometido abiertamente a la discusión del Partido un proyecto de Programa como tal, inmediatamente se hubiera pensado, en el Partido y fuera de él, incluida la policía, que estábamos preparando el Congreso y éste no hubiera podido celebrarse. El XX aniversario del fin de la guerra civil nos proporcionó una buena oportunidad para cubrir nuestros objetivos. Así, el Partido, aunque no ha podido discutir un proyecto formal de Programa, ha tenido la posibilidad de opinar sobre las tesis y medidas que constituyen el cuerpo central del proyecto que el Comité Central presenta hoy a vuestro examen. De esta manera hemos procurado asegurar el procedimiento más democrático que cabía, dentro de nuestra rigurosa clandestinidad, a la elaboración de un documento de tan gran importancia para el Partido como es su Programa.8
Tan solo cuatro años más tarde el propio Claudín reflexionaría de forma bien distinta sobre el ejercicio de la democracia interna en el PCE. El dirigente comunista denunció la ausencia de cauces de participación en el seno del partido en el contexto de las divergencias que Semprúm y él manifestaron en 1964 respecto a la línea y los métodos del PCE.9 Los orígenes de esta situación, más allá de los condicionamientos de la clandestinidad, también habría que buscarlos en algunos factores históricos:
La casi totalidad de su existencia el Partido la ha pasado en la ilegalidad o semilegalidad, o en condiciones de guerra civil y preguerra civil. No es necesario decir que la ilegalidad es un gran obstáculo para la aplicación de ciertos aspectos de la democracia interna. Por su parte la guerra civil y la lucha guerrillera marcaron profundamente a muchos militantes de las generaciones que hoy juegan el principal papel dirigente en el Partido, inculcando métodos militares de dirección de los que no todos se han liberado completamente.10
Dentro de esta situación de estricta clandestinidad, el PCE celebró cuatro congresos en total. Es decir, que en los largos cuarenta años de dictadura este evento central de la vida partidaria tuvo lugar tan solo en cuatro ocasiones. Sin embargo, de todos los congresos celebrados, el VIII (París, 1972) fue el único que tendría amplias repercusiones disidentes. Su celebración puede ser considerada como la «zona cero» de la segunda ola. No deja de ser paradójico que una de las principales demandas de la primera ola ortodoxa, la celebración del tan mencionado VIII Congreso, fuera al mismo tiempo el desencadenante de la segunda. Sin embargo, cabe preguntarse por qué los anteriores congresos no habían producido ningún movimiento divergente considerable. El origen de la sumisión a los cambios producidos en el PCE hasta el VIII Congreso hay que buscarla en la hegemonía de una cosmovisión militante de resistencia. En este imaginario colectivo la disciplina de partido era un valor de primer orden, muy por encima del espíritu crítico. Esto cambiará radicalmente con la incorporación de nuevas generaciones de militantes con un perfil más diverso, una trayectoria cultural más profunda y una cosmovisión de la militancia más abierta.
Estos cambios se insertaban dentro de la línea política que el partido había comenzado a desarrollar muy activamente en 1967 y que afectaban directamente tanto al modelo de organización como a la táctica seguida para acabar con la dictadura franquista.11 Esta paulatina modificación del rumbo es fácilmente rastreable a través de las diversas publicaciones que Carrillo fue editando durante esos años. Precisamente, de 1967 era su libro Nuevos enfoques a los problemas de hoy, donde desarrollaba su propuesta de táctica de alianzas, la cual incluía un llamamiento a aquellos sectores «evolucionistas» del régimen, diferenciándolos de los «ultras».12 Del mismo año también data Un futuro para España, en el cual la dirección del PCE presentaba su propuesta de la «Alianza de fuerzas del trabajo y la cultura».13 Esta propuesta exageraba la importancia de la intelectualidad progresista en la lucha contra Franco, sin embargo, pretendía recoger la nueva realidad española, en la cual se estaba produciendo un aumento de la inquietud de estos sectores sociales.14 No obstante, esta propuesta se distanciaba de la política de alianzas clásicas postuladas por los comunistas. Estos dos libros incluso tienen su antecedente en Después de Franco, ¿Qué?, publicado en 1965. Era en esta adaptación del informe que Carrillo presentó al VII Congreso del PCE donde se formulaba por vez primera la famosa fase de la «democracia política y social». Esta etapa era concebida como una fase intermedia e inmediata al derrumbe del Franquismo que tendría un carácter antimonopolista. Por su ambigüedad, algunos comunistas entendieron que suponía, de facto, la aparición de un paso más en la escalada de los periodos distintos que la clase obrera debía dar hasta llegar a la meta final: el comunismo.15
Continuando con esta tendencia, en 1969 la dirección del PCE formuló, por primera vez, la política del «Pacto para la libertad». Esta nueva propuesta continuaba la línea impulsada a mediados de los sesenta, pero iba un paso más allá respecto a su ambigüedad. En esta ocasión, el partido lanzaba un llamamiento a ciertos sectores del régimen a los que consideraba «centristas» y a la burguesía del país. «El Partido Comunista invita a todas esas fuerzas sin discriminación alguna, a entrar en contacto, a examinar en común las posibilidades de establecer un pacto para la libertad».16
En todo caso, siete años después de la celebración del VII Congreso, finalmente, tuvo lugar en julio de 1972 la realización del VIII congreso a las afueras de París. Este fue el último qu...

Índice

  1. Cubierta
  2. Anteportada
  3. Portada
  4. Página de derechos de autor
  5. Dedicación
  6. Citación
  7. Índice
  8. PRÓLOGO
  9. GLOSARIO DE SIGLAS Y ABREVIATURAS
  10. INTRODUCCIÓN
  11. I. LA PRIMERA OLA DISIDENTE. DE LOS ORÍGENES A LA ATOMIZACIÓN
  12. II. LA SEGUNDA OLA DISIDENTE
  13. III. LA TERCERA OLA DISIDENTE
  14. CONCLUSIONES
  15. FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA