Segunda parte
¿El populismo debe considerarse
de izquierdas o de derechas?
Queremos tomar un momento para mencionar la situación trágica en la que se encuentra Cas Mudde, el politólogo holandés. Mudde es considerado el experto mundial en el populismo. Cada vez que una revista importante, o una editorial conocida, quiere publicar algo al respecto, Mudde es la primera persona a la que llaman. Por ejemplo, fue el autor principal del libro de Oxford University Press, Populism: A Very Short Introduction, que puede considerarse un buen punto de partida para los que quieren investigar el tema. Por otro lado, en los momentos en que Mudde es solicitado para dar su opinión personal sobre el populismo, argumenta que debe abandonarse como horizonte político. En realidad, asume esta posición porque es de izquierdas (y quizás también —podría especularse— porque viene del norte de Europa), y considera que lo que realmente debe hacer la izquierda es volver a sus raíces socialdemócratas, minando así el nuevo populismo que él mismo ha analizado con tanto éxito. Podría añadirse que Mudde no sólo es experto en populismo sino también en la ultraderecha (su hermano es un neofascista holandés relativamente famoso) y parece que fundamentalmente, asocia el populismo con la extrema derecha. Esta actitud se expresa, por ejemplo, en el ensayo largo sobre el populismo que escribió en 2019 para The Guardian, en el que lo describe casi exclusivamente como un fenómeno de derechas. Durante casi todo el artículo, convierte el término «populismo de derechas» (right-wing populism) en sintagma. Y cuando llega el momento de hablar del populismo de izquierdas, en los últimos momentos del ensayo, lo hace de forma breve y casi despectivamente.
Debe reconocerse que la posición de Mudde es bastante común en gran parte de la sociedad «civilizada», que ve el populismo como algo vulgar, regresivo, poco auténtico. Consideramos que la situación es otra. No obstante, dado el desprecio que mucha gente tiene respecto al término, y dada además la asociación casi automática para muchos entre el populismo y la (ultra)derecha, quizás sería bueno proporcionar una explicación respecto a esta discrepancia. Después de todo, es una confusión que puede surgir fácilmente, sobre todo cuando se ven fenómenos como el del perverso presidente brasileño de extrema derecha Jair Bolsonaro, apelando al «pueblo de Brasil» en un mitin en Sao Paolo, animándole a ignorar la covid-19, mientras tosía incontrolablemente cada dos minutos. En este capítulo, entonces, intentaremos contestar a la pregunta de si el populismo debe considerarse de derecha o de izquierda. Lógicamente, se ofrecen aquí tres posiciones posibles: 1) el populismo puede ser o de derecha o de izquierda; 2) el populismo es de derecha; 3) el populismo es de izquierda. Las examinaremos uno por uno, y así veremos cuál encaja mejor con las premisas que esbozamos en el capítulo anterior.
1. El populismo puede ser o de derecha o de izquierda
La idea de que el populismo puede ser o de derecha o de izquierda es defendida por Laclau y Mouffe, entre otros. Esto implica que sea consistente con su teoría de hegemonía. ¿Realmente es así? Primero, hay que recordar que estos autores creen que toda la política tiene la misma estructura. Esto se refleja en la interpretación específica que Laclau, sobre todo, hace de la diferencia ontológica en Heidegger; cree que, por un lado, existen categorías ontológicas abstractas, y que, por otro lado, corresponden con contenidos ónticos concretos. Esta interpretación probablemente es discutible. Tiende a ignorar, por ejemplo, la radicalidad de la diferencia ontológica en sí misma. Pero esto no es lo más importante. El punto clave es que, según Laclau y Mouffe, nada puede deducirse sobre el contenido óntico (regional) de un movimiento político, de su forma ontológica (general). ¿En qué consiste esta forma? Lo explicamos antes: hay un campo, delimitado por un antagonismo, cuya cara opuesta es un significante hegemónico, el cual —supuestamente— condensa una serie de antagonismos plurales. Es cierto que en este esquema la cuestión de ser de derecha o de izquierda no surge. ¿Esto implica que para ellos no es necesario distinguir una hegemonía de derecha de una hegemonía de izquierda porque en realidad son la misma cosa? No exactamente. Creen que la estructura formal de la política implica que los dos son posibles, pero, por otro lado, no deducen de ello que son del todo indistinguibles. ¿Cómo proponen separarlos entonces?
El criterio que introducen Laclau y Mouffe deriva de su lectura de Gramsci. Chantal Mouffe lo menciona en su libro reciente sobre el populismo, pero en realidad es algo que ha estado presente en todos los autores gramscianos que han trabajado en el mismo ámbito que Laclau y Mouffe, sobre todo en Inglaterra: en las páginas, por ejemplo, de la revista revisionista del Partido Comunista Británico, Marxism Today. Se trata del principio gramsciano de «transformismo» (o «revolución pasiva»). ¿Qué es esto? Transformismo describe el momento en que una «crisis orgánica» (por utilizar el término del propio Gramsci) de un sistema social cualquiera, se resuelve en una dirección conservadora, en vez de «progresista». ¿Cómo se distinguen estos dos resultados? Una resolución transformista de una crisis social sería cuando dicha sociedad consigue consolidarse a sí misma. Una solución progresista, en cambio, implicaría que el sistema anterior cambie mayoritariamente por otro: esencialmente, en la visión tradicionalmente marxista de Gramsci, uno en el que la clase dominante sea el proletariado. Como comentamos antes, Laclau y Mouffe no aceptarían esta última característica: no creen en la preeminencia histórica del proletariado. Por otro lado, sí aceptan la idea de que cuando se consiga que la pluralidad de demandas que flotan libremente en una sociedad, durante una crisis orgánica, vuelvan a incorporarse en la mayoría existente (la hegemonía anterior), se trata de una lógica transformista, y cuando estas demandas producen una nueva configuración social, entonces nos encontramos ante una lógica «progresista». La palabra progresista quizás amenaza con producir una confusión. Uno piensa en la frase de Lacan: «No hay progreso. Lo que se gana de un lado se pierde del otro. Como no sabemos lo que perdimos, creemos que ganamos». El problema fundamental aquí es que «progreso» parece implicar una visión de la historia como proceso total, acercándose más al concepto marxista de las leyes necesarias de la historia, que Laclau y Mouffe no aceptan. A pesar del hecho de que Laclau y Mouffe rechazan esta idea, sin embargo, sí parecen aceptar que puede haber una neta consolidación o una neta reorganización de un sistema social. En el primer caso —una consolidación—, dirían que se trata de una hegemonía de derecha, y, en el segundo —una reorganización—, una hegemonía de izquierda. Y como creen que la hegemonía va de la mano con el populismo, puede verse cómo acaban concluyendo que es posible que un populismo sea o de izquierda o de derecha.
Se entiende que un factor importante aquí es el tiempo. Es decir, a veces el populismo pretende introducir nuevas formas de organización social y a veces pretende volver al pasado. Desde esta perspectiva, «el pueblo» puede entenderse o como un pueblo por venir, o como un pueblo perdido. Este argumento tiene otras implicaciones teóricas. Por ejemplo, se podría decir que el futuro representa un horizonte abierto, o incierto, mientras que el pasado es una referencia cerrada, y cierta. Dicho de otra manera, una política que se enfoca en el futuro es universalista y una que se enfoca en el pasado es particularista. Así, un pueblo antiguo es exclusivo, y un pueblo futuro es inclusivo. Esto se haría eco de otra distinción que viene de la obra de Mudde y Kaltwasser: el populismo «exclusionario» versus el populismo «inclusionario». Esta diferencia puede verse fácilmente si uno compara, por ejemplo, la propaganda fascista (de derechas) con la propaganda comunista (de izquierdas). El fascismo ofrece un proyecto político del pasado, para algunos, y el comunismo del futuro, para todos. Si uno piensa en la historia de lo que se llama populismo, se nota que ha habido una confusión tradicional entre ideas emancipadoras —es decir, futurales, por definición— e ideas regresivas. Los populistas originales en ee.uu. querían romper los bancos (una demanda sin precedentes), pero también querían quitar todo el ferrocarril del país (lo cual hubiera implicado volver a una etapa histórica previa). Laclau y Mouffe probablemente considerarían esto como un ejemplo de populismo políticamente mixto. En conclusión, para estos autores, todos los casos mencion...