El círculo de los blasfemos
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El círculo de los blasfemos

Una comedia obrera

  1. 160 páginas
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El círculo de los blasfemos

Una comedia obrera

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Índice
Citas

Información del libro

¿Adónde van a parar los obreros cuando mueren? Renato Prunetti al infierno, desde luego. Por malhablado. Durante su vida laboral Renato fue un soldador de las grandes siderurgias del norte de Italia. Falleció a causa de su exposición al amianto. Que nadie lo busque en el cielo: su nuevo destino es el de encargado de mantenimiento de las calderas infernales. Allí lo encontraréis, negociando el convenio con el Todopoderoso, dando esquinazo a Dante Alighieri, que le persigue en busca de inspiración para su poesía, y tramando la rebelión de los condenados junto a su compadre Steve McQueen.Mientras tanto, Francesca, su viuda, que abandonó hace ya cuánto su empleo para dedicarse a cuidar de los suyos, se siente demasiado poca cosa como para que nadie escriba sobre ella. A pesar de que sobre ella recayeran la casa y los hijos, la administración de la economía familiar y las jornadas interminables. Le preocupa más el trabajo de su hijo y que a su nieta no la conviertan en una consentida esos padres blandengues que tiene. Tras Amianto y 108 metros, Alberto Prunetti culmina su Trilogía Working Class con esta comedia obrera que satiriza el infierno de Dante y que reivindica la pervivencia y la universalidad de la clase trabajadora.

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Información

Año
2022
ISBN
9788418918285

LA HISTORIA DE LA GRAN FUGA (UN GUION DE SPAGHETTI WESTERN)

Renato: «Steve, ¿echamos otra partida de brisca?».
Steve McQueen: «Pard, mejor será que trabajemos. ¿Qué herramientas has recuperado esta vez?».
Renato: «Dos limas de hierro. Unos alicates. Unas tijeras cortachapa. Unas gafas de soldadura oxiacetilénica…».
Steve: «Cool!».
Renato: «Sí, tienes razón al decir culo. Y menudos blandengues esos que dejan todas estas herramientas en mis manos. Peor lugar no lo hay (ríe). Créeme, Steve. Tú dame un destornillador y yo le doy la vuelta al infierno como si fuera un guante. Acerté al hacer creer al Patrón que me iba a portar bien».
Steve: «Has hecho una gran interpretación, yo no podría mejorarla».
Renato: «Porque si ese de allá arriba se piensa que yo le voy a regalar mi sudor es que no ha entendido nada… ¿Tú no has escuchado al florentino haciéndole la pelota? El sumo hacedor que todo mueve… ¿Pero cómo se puede dar coba al jefe? Yo le diría: ¿tú quién te crees que eres, el Todopoderoso? Los patrones son todos así, los pones detrás de un escritorio y ya se creen un dios en la tierra. Piensan que la fábrica es toda suya. El Jefazo no pega un palo al agua pero parece que todo lo ha hecho él. No mueve un dedo ni aunque se lo supliques, y encima dice que es omnipotente. ¿El mundo? Cosa suya, lo hizo él solito en seis días, oye. Y quien no se lo crea va al infierno. Un carajo. El mundo lo hicimos nosotros. Con manos como estas. Hice mi papel, al mal tiempo buena cara. Pero ahora toca ajustar cuentas. ¿Tengo razón o no, Steve?».
Steve: «Bien dicho, amigo. Bien dicho. Podrías haber sido un gran actor, Renato».
Renato: «Y tú podrías haber sido un gran livornés, Steve».
Steve: «Com’on, repasemos el plan. ¿Cómo hacemos?».
Renato: «Bien, allá vamos. He cortado con la radial la puerta que da al río. He rebajado las bisagras poco a poco, eliminando varios milímetros de acero. He aflojado las tuercas de los pernos y he reducido el quicio hasta el punto de ruptura. Bastará con un empujón para que ceda. Caronte, con la empanada mental que tiene, no creo que se dé cuenta de nada. Y cuando nos marchemos dejamos la puerta abierta. Vendrán detrás todos los obreros que perdieron la vida para que pudieran forrarse los patrones. El círculo que construí para ellos tiene unas aberturas que camuflé con chapa bruñida. Parece hierro fundido, pero podrían derribarlo con un simple eructo. Si escapamos nosotros, también deben poder escapar ellos. Están a la espera de oír el grito de guerra».
Steve: «¿El grito de guerra?».
Renato: «Claro. ¿Cómo decís vosotros en vuestras películas…? La contraseña».
Steve: «¿La acordamos entonces?».
Renato: «La que prefieras. Podría ser ¡Mompracem vencerá!».
Steve: «Bien. Me parece una solución cinematográfica. Pero cuando los tigres hayan salido deben evitar seguir juntos. Tenemos que dispersarnos. Cada uno debe tomar su propio camino. Es una cuestión de estrategia. De lo contrario, los esbirros del gobernador Brooke nos van a joder».
Renato: «¡Operación Mompracem!».
Steve: «Renato, recuerda que de ti depende la parte fundamental de la operación. Repite de memoria el procedimiento».
Renato: «Cierro las válvulas del gas, rompo los manómetros y bloqueo las centralitas eléctricas. Nunca había ocurrido hasta ahora, pero pasará: las llamas del infierno se apagarán. En ese momento la cadena se detendrá y los condenados abandonarán las líneas y organizarán el primer piquete sindical del más allá».
Steve: «¿Podemos confiar en ellos?».
Renato: «Yo pongo la mano en el fuego por la gente de ciertas categorías profesionales. Blasfemos y lujuriosos están de nuestra parte. Inflamarán el infierno, amigo. Actuarán como gatos salvajes. Además, nos basta con que mantengan ocupados a esos querubines majetes durante un rato. El tiempo necesario para distraerlos de la vigilancia mientras nosotros, desde la otra parte, nos encargamos de la puerta. Me pregunto si lo lograremos, es una jugada arriesgada…».
Steve: «Tú céntrate en forzar la puerta, compadre. Si la cosa es como dices, que cerca de esa puerta ya sintonizas con la radio robada en la fábrica la señal de los partidos…».
Renato: «Pero solo los de la provincia de Livorno…».
Steve: «De eso se trata. Eso quiere decir que la puerta va a dar a las tumbas etruscas de tus historias. Solo tendremos que vadear el Aqueronte y deberíamos ir a parar a esa necrópolis».
Renato: «¡Las trompas etruscas de Baratti!».
Steve: «En realidad, parece ser que se trata de un valioso yacimiento arqueológico».
Renato: «Sí, hombre, ahora sal tú también con eso… Escucha, Steve, en aquella zona preparan un pulpo al vino tinto espectacular, está de muerte».
Steve: «Renato, vamos a tener que ir a toda prisa. Yo sé bien cómo son las cosas cuando estás huyendo. Debemos ir quemando etapas».
Renato: «¿Qué hay que hacer?».
Steve: «¿Qué hay que hacer? Cuando estemos fuera lo primero es agenciarnos una moto. Nos montamos en ella y luego ya me encargo yo. Solo tienes que mantenerte pegado a mí y guardarme las espaldas, ¿ok?».
Renato: «Nada de motos, Steve, llamaríamos demasiado la atención. Yo sé dónde podemos agenciarnos un viejo Audi 80 de 1990. Ese nunca me ha dejado tirado».
Steve: «Ok, tú eres el que tienes contactos en la zona».
Renato: «¿Pero cuando estemos fuera crees que no mandarán tras nuestros pasos a esas herramientas con alitas?».
Steve: «Esa es la segunda parte del plan. Nos ocultaremos durante un tiempo. Dejaremos que se calme la cosa, luego buscaremos la forma de llegar a Costa Rica».
Renato: «¿A Costa Rica para qué? ¿Para tomar el sol rodeado de ricachones de vacaciones?».
Steve: «Amigo, nosotros no somos unos blandengues. Mira qué llevo en el bolsillo de mi camisa».
Renato: «¿Una armónica?».
Steve: «Eso es, una armónica. ¿Y sabes quién me la regaló?».
Renato: «No».
Steve: «Otro de los siete magníficos. Charles Bronson».
Renato: «¡Ahí va, es la armónica del duelo de Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone!».
Steve: «La misma, amigo. La armónica de Charles. Su padre murió con los pulmones ennegrecidos por el carbón en una mina. Y él se hizo minero con quince años. Empezó pronto a ganarse el pan».
Renato: «Como yo».
Steve: «Y como yo. Esta armónica reclama justicia. He estado insuflándole aire con mis bronquios enfermos durante los largos años de encarcelamiento infernal, justo al lado de esa puerta, bajo la necrópolis etrusca, esperando que alguien la oyera y viniera a echarme una mano. Y luego llegaste tú, Renato…».
Renato: «Sí, recuerdo cuando te oí tocarla por primera vez… Mi hijo era un niño y se asustó… No sabía de dónde venía el sonido. Y por entonces tampoco yo lo sabía».
Steve: «La armónica es concretamente la de Sentencia. ¿Te acuerdas de Lee Van Cleef? Si estás limpio, te pide que te pongas de su parte. Pero cuando suena esta armónica, cuando el viento de la justicia traicionada se cuela en sus lengüetas, el que tiene sucia la conciencia…».
Renato: «¡El que tiene sucia la conciencia aprieta las nalgas del desagüadero de sopa, vaya que sí! Yo también me muero de ganas de que demos un buen recital en Costa Rica… Pero, a ver, ¿por qué precisamente en Costa Rica?».
Steve: «En Costa Rica es donde está, a salvo, el boss de Eternit. Ese que sembró amianto por medio mundo. Yo diría que está ansioso por conocernos. Vayamos a preguntarle cuánto vale la vida de un obrero. Hagamos que escuche el viejo blues de Steve y Renato. ¿Qué me dices? ¿Lo tocamos para él?».
Renato: «¡Seremos su azote! ¡Dios perdona, Steve y Renato no! ¡Eres un auténtico tizón de infierno, Steve! ¡Tocaremos para él! ¡Lo aporrearemos como un tambor! ¡Tú con la armónica y yo con el bombo a treinta mil revoluciones por minuto, como mi vieja radial de cortar hierro! ¡Qué repaso le vamos a dar!».
Steve: «El baile está a punto de empezar. Oirás la música».
Renato: «¡Ya verás qué zurra!».
Steve: «Puedes apostar por ello, amigo».
De repente, resuena una voz a lo lejos: «¡Renato, Steve, esperad! ¡Voy con vosotros!».
Renato: «¿Pero quién está gritando? ¿Ya han llegado los guardias?».
Steve: «Qué va, es el poeta de la corona de laurel».
Dante: «¡Soy yo, soy Dante! ¡Aguardad!».
Renato: «Vaya, ¿el pelma de Dante?».
Dante: «Renato, Steve, yo ya no soporto más al Jefe. Hace siglos que se lo quiero decir. Ya está bien, hasta aquí hemos llegado. Llevadme con vosotros. ¡Por caridad! ¡Total, ya nadie lee el Paraíso! Algún motivo habrá para que a todos les guste el Infierno. He tomado una decisión, soy de los vuestros».
Steve: «¿Qué hacemos? ¿Lo llevamos ante la Academia de la Crusca5 y pedimos un resca...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Prólogo. Prunetti, las utopías y los lenguajes comunes
  6. En medio del camino de mi vida
  7. La historia de los trabajos de Hércules
  8. La historia de la sal
  9. La historia del electrodo
  10. La historia de la fibra gris
  11. La historia de la caja de herramientas
  12. La historia del círculo de los blasfemos
  13. La historia del domingo de los obreros
  14. La historia del balón que rueda
  15. La historia de la máquina de escribir
  16. La historia del coche viejo
  17. La historia del hierro que del fuego sale candente
  18. La historia de las situaciones ridículas
  19. La historia del círculo invisible
  20. La historia del reverendo jorobado
  21. La historia de la cigarra y la hormiga
  22. La historia de la economía doméstica
  23. La historia de Sandokán
  24. La historia de la fundición negra
  25. La historia de la gran fuga (un guion de paghetti western)
  26. Agradecimientos