Cine Crush
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Cine Crush

El cine homoerótico involuntario en nuestro despertar sexual

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El cine homoerótico involuntario en nuestro despertar sexual

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«No descubrí mi sexualidad con un compañero del colegio, tampoco con un amor de verano. Descubrí mi sexualidad con Kurt Russell en Golpe en la pequeña China».Así comienza Cine Crush. El cine homoerótico involuntario en nuestro despertar sexual, el ensayo con el que el periodista Popy Blasco revisa algunos de los mitos eróticos que nos hicieron descubrir nuestra orientación a través de un montón de películas comerciales que, en el recuerdo, se presentan como involuntariamente homoeróticas.El libro recorre cientos de títulos protagonizados por ídolos rebosantes de erotismo filogay, invisible al ojo heteronormativo; actores y personajes ya legendarios que, mientras en unos despertaban admiración, en el colectivo LGTBIQ+ despertaban deseo.Además de establecer las diferencias entre el cine LGTBIQ+ y el cine homoerótico o filogay, Popy Blasco nos propone un exhaustivo repaso de muchas de las estrellas del cine y la televisión que han marcado a la generación boomer, la generación X, los millennials y la Gen Z.

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Información

Editorial
Dos Bigotes
Año
2022
ISBN
9788412512335

Despertar sexual de la generación X

Después de los ídolos en blanco y negro y en tecnicolor, disfrutados en secreto en sesiones dobles de barrio o en televisores con señal UHF, llegó una nueva generación, en concreto, la mía, criada en el videoclub, primero en Beta y después en VHS, que elegía aquellas carátulas que anunciaban las venas de los antebrazos de los actores que nos íbamos a encontrar en las cintas. Una generación marcada también por el atractivo de los protagonistas de las sitcoms (comedias de situación) y de las nuevas series emitidas por los canales de las recién llegadas televisiones privadas.

Castígame, papi

Dice la teoría psicoanalítica que buena parte de los hombres heterosexuales tiene complejo de Edipo y que, en sus relaciones sentimentales, busca estar con una mujer parecida a su madre. Es posible entonces, por una regla de tres algo cogida por los pelos, que algunos de nosotros tengamos también cierto complejo de Electra. De no ser así, ¿por qué muchas veces nos fijamos más en los padres que en los hijos? ¿Es posible que también estemos persiguiendo siempre esa figura paterna, protectora, que tal vez nos faltó en su día por la distancia con nuestro progenitor? Las sitcoms familiares de los ochenta y los noventa se llenaron de padres que se convirtieron en el verdadero reclamo sexual, muy por encima de sus efebos hijos adolescentes. Padres fuertes, viriles, que siempre se remangaban y mostraban gruesos antebrazos.
Algunas series presentaban padres con un gran contrapunto cómico, sin sex appeal físico. Por ejemplo, el padre de la familia de ALF (1986-1990) —una de mis sitcoms favoritas por su humor socarrón y su trama casi de serie Z— parecía un profesor rancio de matemáticas. O el protagonista de La hora de Bill Cosby (The Cosby Show, 1984-1992), posiblemente la mayor serie familiar de todos los tiempos —estuvo casi diez años en antena, ya con nietos y todo—, que parecía un teleñeco.
Enredos de familia (Family Ties, 1982-1989) tenía su mayor aliciente sexual en el personaje interpretado por Michael J. Fox (Regreso al futuro), quintaesencia del chaval golfo y chulito. Conviene señalar que Michael Gross, que daba vida al padre, poseía un atractivo poderosísimo para un paladar gay más adulto, con esa enorme nariz y esa delgadez que, siendo niños, no éramos capaces de apreciar, más impresionados por cuerpos de voluptuosas hechuras.
El resto de comedias de situación familiares incluían padres que eran pura pornografía al ojo infantil. Los problemas crecen (Growing Pains, 1985-1992) contaba con un adolescente que era una bomba de relojería: Kirk Cameron. Ídolo de mis compañeras de colegio y portada de la Súper Pop en innumerables ocasiones, su rostro estaba estampado en pegatinas que llenaban las carpetas de mis amigas. Este teenager de sonrisa libidinosa ahora se ha convertido al evangelio de los cristianos renacidos, es un homófobo declarado y es dueño de una marca de café. Pero para los niños gais de finales de los ochenta y principios de los noventa, el verdadero sex symbol de Los problemas crecen —serie a la que, por cierto, se uniría en sus últimas temporadas un jovencísimo Leonardo DiCaprio— no era Cameron, sino el actor que interpretaba a su padre: Alan Thicke, progenitor del cantante Robin Thicke. El padrazo de la familia Seaver poseía unos rasgos ultraviriles: muy moreno de piel, nariz contundente, cejas pobladas, rictus marcado y vello negro asomando por el cuello de la camisa. Un padre que, además de su atractivo físico, transmitía una bondad que lo alejaba de la imagen de «empotrador».
Algo similar le ocurría a James Eckhouse, mítico padre de Brandon y Brenda en Sensación de vivir (Beverly Hills 90210, 1990-2000), boom adolescente de los noventa emitido en Telecinco. Todas mis amigas se dividían entre las que eran de Brandon y las que eran de Dylan. El primero, con sus ojos azules angelicales, estaba bueno, con unos antebrazos cubiertos de pelo rubio y un cuerpo compacto. Con su eterno gesto displicente y su levantamiento central de cejas, Dylan era el heredero de la gestualidad de James Dean en Rebelde sin causa. Demasiado flacucho para mi gusto. Ambos con tupé a lo Grease. De los compañeros del instituto de Sensación de vivir, mi favorito era Steve, interpretado por Ian Ziering, tan cachas y alto, con pinta de jugador de rugby y cara de guarro. Pero, sin duda, el padre de la familia Walsh era quien tenía un mayor atractivo: medio calvo, afeitado pero con sombra de una barba espesa, peludo, serio pero de sonrisa pícara. En mi pubertad, lo veía como un padre mayor, pero James Eckhouse tenía treinta y cinco años. Tan solo se llevaba quince con sus hijos en la ficción. Cada vez que aparecía en polo de manga corta era una fiesta. Eckhouse y Thicke fueron dos padres buenorros pero bonachones, sin el morbo añadido de otros padres más dominantes.
Entre los padres sexys dominantes, se halla Ed O’Neill en Matrimonio con hijos (Married with Children, 1987-1997), un actor que, una década después de finalizar esta corrosiva sitcom, formó parte de otra serie no menos mítica: Modern Family (2009-2020). Así, el principal reclamo de Matrimonio con hijos para los púberes gais, más allá del magnífico cardado de Peggy, la madre interpretada por Katey Sagal, o de la rebelde presencia de la hija, a quien daba vida Christina Applegate —diva gay gracias a películas como No le digas a mamá que la canguro ha muerto o La cosa más dulce—, era el casi sonrojante atractivo del padre, Al Bundy. Sonrojante porque la actitud del personaje era absolutamente grosera: se tiraba eructos, se rascaba los genitales por dentro del pantalón y siempre estaba espatarrado bebiendo cerveza. Y es que cuanto más maleducado era, más nos excitaba, pues asociábamos esos modales con una masculinidad primigenia y pura. Una manera de familiarizarnos, desde muy pequeños, con la masculinidad tóxica. Que yo recuerde, nunca lo llegamos a ver escupiendo en la serie; si hubiera sido así, habría sido lo más parecido a una película porno emitida a las seis de la tarde en La 2. Esa personalidad soez, unida al contundente físico de O’Neill, obró el milagro. Sus facciones rudas, acentuadas por una nariz gruesa y una mirada mafiosa, los enormes antebrazos siempre atisbados bajo la camisa remangada de oficinista… Solo podíamos pensar en la inmensa suerte de Peggy por tener semejante maridazo en casa.
Otro padre que causaba estragos en mi joven persona cada vez que aparecía en el televisor durante los mediodías de verano era Patrick Duffy —rostro ya conocido gracias a Dallas (1978-1981)— en Paso a paso (Step by Step, 1991-1998). En esta sitcom, un padre con hijos varones se arrejunta con una madre con hijas (¿os suena tal vez a Los Serrano? Pues esto fue una década antes). La madre estaba interpretada por Suzanne Sommers, y, aunque entre los vástagos se encontraban Brandon Call (el primer hijo de Mitch Buchannon en Los vigilantes de la playa) y Staci Keanan (la hija de la serie Mis dos padres), el motivo por el que cada día a la misma hora ponía la primera cadena de TVE era para ver a Frank Lambert, ese padre guapísimo vestido con camisas de leñador en el salón de la casa y con camisetas de tirantes en el dormitorio, con unos voluminosos bíceps y unos antebrazos morenos y velludos. Junto a Duffy y Call —con aspecto de joven marine norteamericano y que se revelaba como el chulito a lo largo de los episodios—, en Paso a paso había otro buen «pastel de carne»: el esbelto, alelado y musculado hijo mayor, al que daba vida Sasha Mitchell, a quien pudimos disfrutar ligero de ropa en Kickboxer 2 (Kickboxer 2: The Road Back, 1991) y Kickboxer 3: El arte de la guerra (Kickboxer 3: The Art of War, 1992).
En la entrañable Aquellos maravillosos años (The Wonder Years, 1988-1993) —serie que recorría la historia de Estados Unidos desde la infancia del protagonista en la década de los sesenta a través de su voz en off adulta (¿os suena tal vez a Cuéntame?)—, aparecía Jack Arnold, otro padre, digamos, llamativo. Interpretado con vehemencia por Dan Lauria, el progenitor de Kevin (Fred Savage) resultaba imponente con su enorme físico y su carácter dominante. Un toro. Yo, de ser Kevin, le habría obedecido en todo lo que me hubiese pedido. En Aquellos maravillosos años, el foco sexual también estaba puesto en el hijo mayor, el bruto y abusón Wayne, interpretado por un Jason Hervey de constitución fuerte. Con el paso de las temporadas, el propio Savage comenzó a ganar corpulencia y atractivo.
Otro padre de físico formidable, un verdadero mastodonte, fue John Goodman como Dan Conner en Roseanne (1988-2018). A primera vista podría parecer que tenía algo de sobrepeso, pero su aspecto de jugador de rugby retirado y sus atractivos gestos de chulazo redneck, sumados a sus poderosos antebrazos, que casi parecían dos antebrazos juntos, hacían que cada vez que aparecía en pantalla la comedia se empapase de erotismo. Roseanne tuvo un remake español, Pepa y Pepe (1995). Junto a la maravillosa, única y tristemente desaparecida Verónica Forqué, Tito Valverde hacía el papel de Goodman: cuando salía en bata con ese pecho peludo, subía el pan.
Igual de corpulento era el padre de la serie Roc (1991-1994), emitida por Canal+, interpretado por Charles S. Dutton, al que también vimos junto a Sigourney Weaver en Alien3 (1992), de David Fincher. Dutton, ese señor enorme, calvo, con la cabeza afeitada y una espalda como un armario de dos puertas. Por su parte, Alex Karras, actor conocido por ¿Víctor o Victoria? (Victor Victoria, 1982) y Porky’s (1981), era el fornido padre de Webster (1983-1989), serie que venía a aplicar la misma fórmula argumental que Arnold; en este caso, con un padre adoptivo al que daban ganas de descamisar.
¿Quién es el jefe? (Who’s the Boss, 1984-1992), acerca de un exjugador de béisbol que entra de amo de llaves en la casa de una culta publicista, fue una sitcom de enorme carga erótica gracias a la casi obscena presencia sexual de Tony Danza. En Estados Unidos, este actor ya era conocido por la serie Taxi (1978-1983), pero no así en España. Aquí fue la primera vez que nos quedamos absortos con ese físico de italoamericano macho alfa que, por supuesto, la serie se encargó de explotar, ya fuese en secuencias en la cama en calzoncillos o saliendo de la ducha solo con una toalla. ¡Y esos gestos con los que encarnaba la masculinidad más básica, de cerveza y partido con los colegas! Su hija, por cierto, estaba interpretada por toda una diva gay: Alyssa Milano, que años más tarde sería una de las tres brujas de Embrujadas, serie trash por la que también desfilaron Shannen Doherty y Rose McGowan.
Hubo una chica que tuvo, a falta de uno, dos padres en su propia sitcom. Mis dos padres (My Two Dads, 1987-1990) fue una serie en la que dos varones vivían con su hija púber, no porque ambos fuesen pareja —que habría estado muy bien—, sino porque no sabían quién era el verdadero padre. Al fallecer la madre de la joven, por alguna extraña razón que no recuerdo, deciden no hacerse la prueba de paternidad y cuidar los dos de la niña. Los hipotéticos progenitores eran muy distintos entre sí, casi antagónicos, pero ambos estaban de toma pan y moja. Paul Reiser interpretaba al padre más responsable, trajeado y yuppy, con el inmenso atractivo de los hombres guapos que no saben que lo son, siempre con las camisas y los jerséis remangados, por supuesto. Años después de la serie, Reiser, que además de sexy era un grandísimo actor cómico, volvió a arrasar al lado de Helen Hunt en la clásica sitcom Loco por ti (Mad About You, 1992-2019). El otro padrazo era artista, bohemio, mujeriego y bala perdida, pero de buen corazón, y estaba encarnado por un guapísimo y desaliñado Greg Evigan. Mis dos padres fue, junto a Parker Lewis nunca pierde, una de las series de estética más noventera.
Parecía que eran tres padres, pero en Padres forzosos (Full House, 1987-1995), entrañable sitcom emitida en los noventa por Canal+ después de la hora de los deberes, había un padre y dos tíos que compartían casa y labores educativas, junto a Candace Cameron Bure, la hermana pequeña de Kirk Cameron, y las gemelas Olsen, que interpretaban por turnos a Michelle. El padre era Bob Saget, un alto bigardo de enorme nariz que hacía volar la imaginación. Uno de los sex symbols del momento, John Stamos, hacía de uno de los tíos, con su aire de chico malo de buen corazón. Stamos es uno de los casos más flagrantes de personas que, como el buen vino, mejoran con los años: como hemos podido comprobar recientemente en series como Glee o Scream Queens, tiene ahora más morbo que cuando rodó esta comedia familiar. Tras Padres forzosos se casó con la actriz Rebecca Romjin, célebre por su papel de Mística, la mutante azul que se transforma en aquello que quiere, en las primeras películas de X-Men.
Pero, lo que son las cosas, el tío que más me ponía no era el guapo oficial, sino el que hacía de payaso, Joey, al ...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Créditos
  4. Contenido
  5. Prólogo
  6. Erotismo involuntario
  7. Diferencia entre cine LGTBIQ+ y cine homoerótico o filogay
  8. Cine LGTBIQ+ encubierto
  9. Despertar sexual boomer
  10. Despertar sexual de la generación X
  11. Despertar sexual millennial
  12. Despertar sexual de la generación Z y más allá