Humanos, sencillamente humanos
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Humanos, sencillamente humanos

Desafíos del transhumanismo

  1. 330 páginas
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Humanos, sencillamente humanos

Desafíos del transhumanismo

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El transhumanismo es definido por sus representantes como «un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber moral de mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y de aplicar al hombre las nuevas tecnologías». El transhumanismo no es solo un asunto de ciencia y tecnología, explica el autor, sino que también tiene un profundo componente ideológico, y merece ser considerado no solo desde el punto de vista de la ciencia y la técnica, sino desde la antropología filosófica y teológica, campo en el que se desarrolla este ensayo, y desde la ética. Felicísimo Martínez reflexiona en este libro sobre los límites de lo humano, las expectativas transhumanistas y un posible punto de encuentro entre ciencia y fe.

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Información

Año
2021
ISBN
9788428560535
Edición
1

1

Diversos caminos hacia

la mejora humana

El transhumanismo se define esencialmente como un intento de mejora de la humanidad. Parece que el nombre «transhumanismo» fue utilizado por primera vez por Julian Huxley en 1957. El significado del término ya apuntaba en esta dirección de la mejora humana. Hablando de la creencia en la superación de la especie humana, el autor escribía: «Necesitamos un nombre para esta nueva creencia. Quizá nos serviría el nombre de transhumanismo: el hombre sigue siendo hombre, pero se trasciende a sí mismo, realizando nuevas posibilidades de y para la naturaleza humana». El término apunta, pues, hacia una mejora de la humanidad.
Las propuestas transhumanistas se unen así al incansable y permanente esfuerzo que la humanidad ha hecho para mejorarse a sí misma a lo largo de la historia. En ese sentido, el ideal transhumanista es muy encomiable. ¿Quién puede estar en contra de la mejora de la humanidad? El intento de superación es connatural a los seres humanos. Somos seres esencialmente insatisfechos, lo cual no es un defecto, sino un estímulo, un acicate, un impulso hacia la mejora constante.
A este encomiable ideal acompañan, sin duda, importantes riesgos. Por eso, desde un principio hemos de estar muy atentos para que a la «cultura de la mejora humana» que propone el transhumanismo acompañe una «ética de la mejora humana». Uno de los mayores desafíos que plantean las propuestas transhumanistas es precisamente la clarificación de lo que puede significar la «mejora humana». ¿En qué consiste esa mejora? Una cosa es la mejora como crecimiento y maduración de los distintos aspectos de la condición humana y del proyecto humano que nunca se debe dar por totalmente realizado. Otra cosa es la mejora entendida como una transmutación de la condición humana, el cambio hacia otro proyecto distinto del ser humano. «El ser humano debe llegar a ser lo que debe ser a partir de lo que ya es». Así definen algunos autores el crecimiento y la mejora humana. Mientras que la mejora transhumanista corre el riesgo de ignorar lo que el ser humano es y lo que debe ser, para reinventarlo y acceder a otro ser distinto: el ser posthumano.
La consideración o la búsqueda de la mejora humana han variado mucho con el paso del tiempo hasta llegar a la actualidad. Los caminos que se han ensayado y se siguen ensayando para mejorar la condición humana son muchos y muy variados. El transhumanismo no es el primer intento de mejorar la humanidad, pero, de alguna forma, es el más singular, el más ambicioso y el más arriesgado. Propone una mejora sin precedentes, hasta pensar en una etapa que trasciende la actual condición humana. El transhumanismo se considera una etapa provisional hacia el posthumanismo. ¿Qué será ese posthumanismo? No lo sabemos, porque nos faltan experiencias para definirlo. Para los propios transhumanistas sigue siendo hoy un mero objeto de promesas y de esperanzas.
Mejorar la condición humana. Así define ese propósito el primer punto del Manifiesto transhumanista elaborado por algunos de sus más destacados representantes: «En el futuro, la humanidad cambiará de forma radical por causa de la tecnología. Prevemos la viabilidad de rediseñar la condición humana, incluyendo parámetros tales como lo inevitable del envejecimiento, las limitaciones de los intelectos humanos y artificiales, la psicología indeseable, el sufrimiento y nuestro confinamiento al planeta Tierra». Ciertamente, son parámetros en los que apenas había soñado la ciencia ficción. Incluso se nos propone liberarnos del confinamiento al planeta Tierra.
En este camino hacia el nuevo estadio de la humanidad, el transhumanismo se ha referido con frecuencia al camino recorrido por la evolución, tal cual lo describiera ya Charles Darwin.
En cierto sentido, el transhumanismo se siente muy cercano a las teorías evolucionistas, porque ambos constatan y pronostican una mejora constante de la realidad, de la vida de la humanidad... Ambos coinciden en que la evolución encamina a la humanidad hacia estadios superiores y más evolucionados. Por supuesto, el transhumanismo está mucho más cercano a las teorías evolucionistas que a cualquier teoría creacionista. Pero dejemos de lado, por el momento, el viejo debate entre creacionistas y evolucionistas. Solo una correcta interpretación bíblica de la creación puede acreditar la fe en el misterio de la creación y la armonización entre esta fe y las teorías evolucionistas.
Tanto las teorías evolucionistas como el transhumanismo contemplan la historia como un camino o un proceso encaminado hacia un horizonte de mejoras para la naturaleza y para la humanidad. Consideran que, con sus altos y bajos, la historia es un camino hacia más elevados niveles de hominización y de humanización. En este sentido, es perfectamente comprensible que los transhumanistas se sientan a gusto con las teorías evolucionistas.
Pero, al mismo tiempo, el transhumanismo se siente muy distante de las teorías evolucionistas. Las mejoras transhumanistas han de tener lugar por medios muy distintos al de la selección natural propia de la teoría evolucionista. La evolución natural es muy distinta de la evolución científico-tecnológica. Aquella está encomendada a factores ajenos a la gestión humana; esta es el producto del cálculo y la programación humana. Para la mejora humana, el transhumanismo cuenta con técnicas concretas para mejorar la memoria, la concentración, la energía mental, los estados de ánimo... Cuenta con la edición de genes para garantizar las características biológicas del hijo deseado. Desde todas estas posibilidades va surgiendo el tecno-optimismo en los ambientes transhumanistas.
En el centro de la teoría evolucionista está la afirmación de un curso natural de la naturaleza y de la historia, en el cual las mejoras tienen lugar por un proceso de selección natural. En esta selección entra de forma sorprendente e incontrolable el azar. Mutaciones genéticas al azar han dado lugar a una evolución mediante una selección natural. Así ha tenido lugar una evolución y una selección de las especies en una lucha por la existencia. La evolución y la selección natural no nos han diseñado para ser felices, sino para sobrevivir. La adaptación al entorno y a las nuevas funciones necesarias para la supervivencia ha sido un factor también determinante de la evolución.
Y no se trata solo de la selección de las especies, sino también de la selección de los individuos dentro de las especies. De modo que la evolución natural premia a las especies y a los individuos más fuertes con la supervivencia y con la adaptación a las nuevas circunstancias ambientales. Pero se trata siempre de un proceso natural, al margen de la intervención humana e incluso a veces contra ella. La intervención humana más próxima a la evolución y selección natural puede considerarse la intervención en la reproducción de las especies. Los humanos han ensayado mejorar las especies a través de la selección de individuos y el cruce para la reproducción.
La evolución tiene lugar a través de unos procesos muy lentos, apenas perceptibles en pocas generaciones. En este proceso natural de evolución y selección la especie humana parece haber sido una de las ganadoras, no por propios méritos, sino por su capacidad de adaptación a las condiciones ambientales cambiantes.
Desde una perspectiva notablemente distinta y con el propósito de armonizar evolución y fe cristiana, merece una mención especial el gran paleontólogo, filósofo y teólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin. Al intentar rastrear la prehistoria del transhumanismo, no pocos transhumanistas hacen referencia a Teilhard de Chardin y a su concepción de la evolución. Ya en 1955 Julian Huxley, a quien se atribuye la acuñación del término «transhumanismo», hizo un gran elogio de Teilhard al prologar su libro El fenómeno humano (1955).
La obra de Teilhard de Chardin ha sido muy discutida entre los científicos. Entre ellos ha habido fervientes defensores y críticos radicales. También ha sido discutida entre los teólogos, aunque, desde el punto de vista teológico, su doctrina ha sido cada vez más aceptada y elogiada. Teilhard es un convencido defensor de la evolución. En un tono a veces de verdadera exaltación mística describe la evolución como un proceso que va desde las partículas primordiales hacia estadios cada vez más complejos y a la vez más unificados de la naturaleza. En este proceso evolutivo constituyen estadios definitivos y verdaderos puntos de inflexión la aparición de la vida y la de la autoconciencia. Para el autor la evolución no tiene lugar por mero azar, sino que hay fines y objetivos muy concretos en la naturaleza, no siempre conocidos por el ser humano. El objetivo terminal de la evolución será la plenitud y unificación de toda la realidad en el Punto Omega. Este punto será la plenitud de la conciencia y la plena unificación de toda la realidad en Dios. Aquí adquiere la teoría evolucionista de Teilhard de Chardin el carácter de una auténtica confesión de fe y se convierte en una verdadera teología cósmica, manantial de esperanza. Nada tiene de extraño que Teilhard proclamara: «El futuro pertenece a aquellos que dan a la siguiente generación razón para la esperanza».
Más allá de las fortuitas coincidencias, el transhumanismo se distancia radicalmente de las teorías evolucionistas en la búsqueda de la mejora de la condición humana. Y se distancia sobre todo en un doble sentido.
En primer lugar, porque busca las mejoras de la condición humana, no mediante un proceso natural y al azar, sino mediante el progreso científico y técnico, racionalmente calculado y programado. Un eslogan del transhumanismo es el siguiente: «De la posibilidad a la elección» (From Chance to Choice). El transhumanismo supone un salto cualitativo con respecto a la evolución natural: es el salto desde la evolución natural hacia la evolución científico-técnica. En aquella el hombre es resultado pasivo y, en el mejor de los casos, beneficiario de la evolución; pero no se considera agente principal. En esta el ser humano es protagonista, agente principal, capaz de dirigir la evolución hacia unas mejoras previamente señaladas y programadas. El progreso científico-tecnológico apenas tiene nada de natural. Es esencialmente manipulación de la naturaleza. Esto supone una notable diferencia entre las teorías evolucionistas y el transhumanismo. En el transhumanismo el ser humano ha pasado a tomar la evolución en sus manos, gracias al desarrollo de la ciencia y al progreso de la tecnología.
En la evolución natural hay un punto de inflexión: la aparición de la conciencia. Cuando Teilhard de Chardin habla de la «noosfera», está hablando de un momento decisivo de la evolución, ese momento en el cual la evolución lleva la materia a un alto nivel de complejidad y de conciencia. La presencia de la conciencia en el proceso evolutivo permite a los seres humanos tomar hasta cierto punto en sus manos la orientación de la evolución. También este estadio de la conciencia sigue un proceso evolutivo. Se va desarrollando la inteligencia teórica que permite interpretar el sentido y el destino de la realidad y de la historia. Y le sigue cada vez más una inteligencia práctica que permite a los seres humanos actuar sobre la evolución natural. La inteligencia práctica otorga a los seres humanos una cierta capacidad para transformar la realidad y conducir la historia. Quizá hay que buscar aquí el punto de encuentro entre la ciencia y la técnica.
La inteligencia y la conciencia constituyen un núcleo específico de la identidad humana. En la teología cristiana son consideradas y valoradas como «una participación de la luz divina», «una centella de luz desprendida de la sabiduría divina».
Esta evolución de la conciencia y la inteligencia evoca de alguna forma la famosa ley de los tres estadios del filósofo positivista Auguste Comte. Según este autor, la conciencia y la inteligencia han conducido el conocimiento o los conocimientos humanos a través de tres estadios: el estadio teológico, el estadio metafísico y el estadio científico-positivo. El estadio teológico es el estadio de las explicaciones míticas y religiosas. Se explica la realidad y la historia acudiendo a seres sobrenaturales: dioses, ángeles y demonios. Aquí se han de situar las mitologías de la antigüedad y las teologías de ayer y de hoy. El estadio metafísico es el estadio de las explicaciones racionales. Se explica la realidad y la historia apelando a grandes principios y, sobre todo, al principio de causalidad. Aquí se han de situar los grandes sistemas filosóficos que van desde la antigüedad hasta la actualidad. El estadio positivo-científico es el estadio de las explicaciones científico-técnicas. Se explica la realidad y la historia mediante leyes descubiertas empíricamente y aplicadas técnicamente. Aquí se han de situar las grandes teorías científicas y las técnicas que se han desarrollado especialmente a partir del Renacimiento.
De entrada, los transhumanistas se identifican sobre todo con este tercer estadio, puesto que la base del transhumanismo es el progreso científico y tecnológico. Es precisamente este progreso el que permitirá a la humanidad tomar definitivamente en sus manos las riendas de la evolución. Pero asociar el transhumanismo con el tercer estadio descrito por Auguste Comte sería rebajar demasiado los logros y las perspectivas transhumanistas. El transhumanismo supone otro punto de inflexión en la evolución que va mucho más allá del tercer estadio soñado por Comte. Ese punto de inflexión es lo que algunos transhumanistas han llamado «la singularidad tecnológica».
La «singularidad tecnológica» quiere reflejar lo más singular, lo más nuevo, lo más decisivo del transhumanismo. Los nombres más asociados con este tema de la singularidad tecnológica son J. von Neumann, R. Kurzweil, I. J. Good, V. Vigne... Designan singularidad tecnológica a ese momento del desarrollo científico-técnico en el cual tendrá lugar una especie de «explosión de la inteligencia». La combinación de progreso científico y desarrollo tecnológico permitirá crear una inteligencia sobrehumana, mucho más poderosa que la inteligencia humana, una superinteligencia capaz de automejora sin intervención humana. La singularidad supondrá el advenimiento de máquinas inteligentes, autónomas, autoconscientes, capaces de reproducirse a sí mismas. Al hablar de la singularidad en este sentido es casi obligado relacionarla con el trascendental fenómeno de la «inteligencia artificial».
Los transhumanistas hablan de esa explosión de la inteligencia en los siguientes términos: «Un intelecto superinteligente (una superinteligencia, a veces llamada ultra-inteligencia) tiene la capacidad de superar radicalmente a los mejores cerebros humanos en prácticamente todos los campos, incluida la creatividad científica, la sabiduría general y las habilidades sociales» (The Transhumanist FAQ). Naturalmente, una superinteligencia de estas características revolucionaría las actuales cosmovisiones antropocéntricas. Esta superinteligencia «podría lograrse mediante la carga y la mejora posterior o mediante el aumento gradual de nuestros cerebros biológicos, mediante futuros nootrópicos (fármacos de mejora cognitiva), técnicas cognitivas, herramientas informáticas (por ejemplo, computadoras portátiles, agentes inteligentes, sistemas de filtración de información, soſtware de visualización...), interfaces de computadora neuronal o implantes cerebrales» (The Transhumanist FAQ).
El momento de tal «singularidad» puede suceder cuando el hombre actual se dé por satisfecho de sus conquistas o incluso llegue a avergonzarse de no estar a la altura de sus productos, de ser inferior a los aparatos que produce. Es lo que se ha llamado la «vergüenza prometeica». Será el momento en el cual la máquina llegará a ser preferida al ser humano. Entonces habrá llegado «la hipertrofia de la técnica» que Ortega y Gasset denunciaba ya en 1933.
Desde este momento los seres humanos podrían perder definitivamente el control del futuro. Ya la dirección de la evolución se les escapará de sus manos. Quedará fuera del control humano. Máquinas y robots dispondrán de una total autonomía y serán capaces de tomar sus propias decisiones y de automejorarse y autorrectificarse. Naturalmente, la singularidad tecnológica tendrá repercusión inmediata en la singularidad social: producirá cambios radicales en la sociedad gracias al aporte de los nuevos cambios tecnológicos.
La confianza y la seguridad de la plena realización de esta singularidad tecnológica se basa, para la mayoría de los autores, en el crecimiento exponencial de la tecnología informática sugerido por la Ley de Moore. Esta ley establece que el número de transistores en un microprocesador se duplica cada dos años: es decir, la capacidad de la computación progresa de forma exponencial. Este crecimiento exponencial señala la dirección y la velocidad del proceso hacia la singularidad.
La «singularidad tecnológica» ha adquirido tal importancia entre algunos autores que ha dado nombre a una Universidad. En el año 2008 se creó en California la «Universidad de la Singularidad», con el patrocinio de Google y de la NASA. Los más entusiastas de esta teoría pronostican que esta singularidad tendrá lugar gradualmente. Pero algunos, como Ray Kurzweil, pronostican su pleno advenimiento entorno al año 2045.
Naturalmente, no todo es optimismo sobre la propuesta de la «singularidad tecnológica». La teoría es ampliamente debatida entre los científicos. Las cuestiones más discutidas giran en torno a dos asuntos. En primer lugar, la viabilidad de los progresos científicos y los desarrollos tecnológicos que auguran sus defensores. Ya hay experiencia de algunos programas de investigación que se las prometían muy felices y, sin embargo, se han suspendido, por inviables o por inconvenientes. En segundo lugar, está el debate sobre las posibles consecuencias de esa singularidad tecnológica para la humanidad. En caso de que sea viable, ¿será conveniente éticamente? ¿Supondrá una verdadera mejora humana?
Según los defensores de la teoría de la singularidad, el desarrollo de la ciencia y de la te...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Introducción
  5. 1. Diversos caminos hacia la mejora humana
  6. 2. Ni tecnofilia ni tecnofobia
  7. 3. La larga historia hacia la mejora de la humanidad
  8. 4. Humanos, sencillamente humanos
  9. 5. Naturaleza, cultura y transhumanismo
  10. 6. ¿El final de todo humanismo? La identidad humana
  11. 7. ¿Se salvará la libertad?
  12. 8. Humanos y con límites y deficiencias
  13. 9. ¿Eternos e inmortales?