Señales de paso
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Señales de paso

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Señales de paso

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¿Cómo ponerle sintaxis a un grito con la mera imaginación de la incapacidad de uno para conformarse, getting no satisfaction? Tal el clamor, aguijón o pulsión original al escri-bir estos cuentos, movido por la punzante urgencia de replicar, con cantidades infinitamente inferiores, a losembates de los que somos presa, sensibles y con los pies de barro, en un medio activo y rico en variadas fuerzas que van contra la vida, que constriñen y obligan con cargas inútiles desde tiempos inmemoriales y mediante técnicas y estrategias cada vez más sofisticadas. Se nota aquí un empeño –por vías sinuosas y sin trabas en la lengua, ceñida, lidiando con las porfiadas resistencias del material– en comprender los hechos, para descargarlos de su gravedad, desmenuzando, en una travesía por distintos lugares de nuestras cordilleras, una experiencia, un afecto, y el lector, si vence también él las resistencias del material, de cier-ta manera se contagia con estas vivencias y se impregna de la pasión del narrador que nos hace compartir estos sentires, estas percepciones, tal como ocurre con el cuento del toro rojo y el devenir animal del hombre, o sea, esta participación con el animal que sufre y que de alguna manera, al sufrir, se humaniza y suscita en nosotros, no la compasión sino el afecto. Cosas, animales, plantas, meteoros –rayo, cometa, llovizna, rocío, arco iris–, de repente están dotados de un mana, de un espíritu, como creen los indios achuar amazónicos, son interlocutores nuestros o son nuestros hermanos, emiten signos, que recibimos si tenemos abiertos los ojos del espíritu, y reciben signos de nosotros.

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Información

¡Durraba Ojaduca!
—Pero, ¿y estos que están ahora aquí en la catequesis,
no están desnudos también?
—Sí, padre –responde el fiscal–, pero están untados,
lo que para ellos equivale a estar bien vestidos
.
José Gumilla, El Orinoco Ilustrado
Hace muchos años, lo recuerdan mis genes, en tierras del antiguo reino de Nore cuyo jefe y caudillo era el cacique Nabonuco, una vigorosa y joven madura madre me dio a luz en casa y todavía con un zapato puesto. ¿Era el izquierdo o era el derecho?
Esta mañana, en medio de un aguacero torrencial, una rolliza secretaria del Instituto de Inglés me devolvió, sin comentario alguno, la hoja de vida que había dejado, con esperanzas, un mes atrás en la institución. ¿Me levanté con el pie izquierdo? What did I do, to be so black and blue!?, cantaba con Louis Armstrong a mi suerte perra sin atreverme a salir del lugar azotado y enfriado por la lluvia.
Creía tener el puesto asegurado y salí como un ocupante sin silla, o como una silla sin ocupante. Ahora, sin empleo, no sabía cómo resolver tamaño gatuperio. La hoja de vida incluía un diploma que acreditaba mis estudios de inglés en una ventolera juvenil de verano en Baton Rouge, Louisiana, cruzando la línea de sombra una noche clara entre negras cantoras sin dientes y negros que tocaban la armónica y el piano, con las entrañas al aire, en una casa subterránea con puerta desvencijada del French Quarter en New Orleans.
Agua Dios Misericordia, sucesivos truenos lejanos y cercanos amagaban con desgarrar la atmósfera inclemente de otro cielo de julio, inhumano. Este cielo enfurruñado era la mismísima tormenta que bullía dentro de mí y encontraba una salida harto elocuente para expresarse, a juzgar por los rayos y centellas que hacían tronar las paredes del Instituto y la calle entera, solo por la medida que me aplicaron en la institución en cabeza del director, y eso porque no resistí la tentación de traer a cuento las paradojas y travesuras alocadas de la niña Alicia en los libros de Lewis Carroll, Alice in wonderland y Alice through the looking glass. Textos siempre actuales, le dije al jefe, por la pululación de verbos, agentes de metamorfosis múltiples. En unas diecisiete palabras, le relaté el encuentro de Alicia con el Gato de Cheshire y con el Sombrerero y la Liebre de Marzo a donde la orienta el Gato. Que para locos, le dice este desde la rama del árbol a Alicia, por estos lados todos estamos locos, incluso tú, niña atrevida, que por eso estás aquí. Así fue como le hablé al jefe, a propósito de la curiosa Alicia que se pierde en el camino y le pide orientación a este Gato que desde la rama del árbol no abandona su sonrisa sardónica ni siquiera al final, sin restos de cabeza y de cuerpo que se han desvanecido empezando por la cola... ¡Qué esperanzas!, se dijo el director del Instituto al despedir al candidato deseándome suerte.
Bajo las implacables y soporíferas luces blancas de neón del aula desierta de la institución donde me refugiaba, pues aún llovía, pensaba si esta Hoja de Vida mía había sido arrancada del mismísimo Árbol de la Vida por vendaval, por otoño, por lanzamiento, por erosión o por destino que, por cierto, tenía las trazas de ser rizomorfo más bien que arborífico. ¿Acaso no se me había visto avanzar a ras del suelo como hacen la ahuyama y el rizoma de la grama, leyendo a Walt Whitman, más bien que trepar a los árboles como hacen los micos y los lagartos? Sin embargo, la vida está llena de paradojas, nativo del desierto y expulsado del paraíso terrenal, trepaba descalzo en cuanto árbol grueso y alto me topara, siempre que el tronco se bifurcara a baja altura y me incitara a subir tanto como fuera posible a través de la rama más próxima, porque yo sé de dónde vengo, o al menos lo saben mis genes milenarios, y siento de pronto saudades, ganas de aullar desde la copa del árbol mi plegaria vespertina a ver si el Creador me deja mono como soy y no me convierte en Hombre...
Mientras escampaba, recordaba las palabras de Cristo: “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. ¿Qué le queda a uno pues? La suerte de Sancho: Desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano.
Cerca del mediodía tocaron a la puerta del cuarto de la posada donde me alojaba. Avisaron que iban a desempapelar las paredes cubiertas con periódicos viejos para pintarlas de color gris-hueso. Pregunté si era posible pintarlas con gris-perla; que No, dijeron, No queda sino hueso. Renuente a coger la calle, esculco mi viejo diccionario y encuentro que trabajo viene del latín tripalium: es un instrumento de tortura o un trípode útil para domar potros cerreros, sirve también para ayudar a parir a mujeres parturientas remisas. Echo un último vistazo a la prensa local en las paredes, por los avisos clasificados. Abundaba SE BUSCA. Innúmeros Desaparecidos: personas, animales y cosas. Se ofrecían recompensas múltiples, unas baratas, otras no muy jugosas. Me intrigó, en cambio, encontrar algo como el reverso de estos avisos, un aviso en contravía del común SE BUSCA que incita a una averiguación suspendida en una zozobrante espera. Decía el aviso, en letra manuscrita: Desaparecido. No se llame a engaño emprendiendo mi búsqueda o aspirando a una recompensa por encontrarme. Firmaba con dos nombres y dos apellidos, como para que no hubiera pierde, un tal Marco Rudesindo Zamora Urquijo. Uno que, además, hasta el final, trató de disipar un posible equívoco con respecto a sí mismo, pues, con un sano y realista sentido del humor, agregó una coda, Si aquellos que me odian con razón o por algún malentendido me conocieran mejor, me odiarían más, y con buenos motivos, pero si me conocieran como Dios conoce, de seguro me amarían a fondo y sin reserva.
¿¡Qué hacer!? Busqué a Clodomiro, que solía pasear por la antigua Plaza de Armas al caer la noche. Caminé frente a la fachada del Palacio de Justicia que ostentaba una placa con una leyenda apenas legible para mi vista de onda corta, La justicia cojea, pero no llega... Lo encontré descansando en las gradas del imponente Monumento a los Héroes, un anacronismo actual y viviente en la urbe, esta procesión de asesinos alzados en armas desde Colón que le dio su nombre a nuestra querida y odiada Colombia para recordarnos de dónde venimos y dónde estamos en nuestra patria común, criaturas o engendros de Colón, despescueznarizorejizador-de-indios, esclavista, racista, déspota, codicioso, truhan: ¡no eran suyos los diez mil maravedís de recompensa por gritar primero ¡Tierra a la vista!, a más de incansable aspirador a títulos, honores, tierras, prebendas y reconocimientos hasta el último suspiro que los amos de Colombia, en honor suyo y en memoria suya han hecho durar, refrendando su nombre en cada Constitución, hasta nuestros días con la misma divisa de aquel, “¡Primero cañones, después mantequilla!” Me salgo sin ella, despatriado, marciano caído por error o por destino en la Tierra, forastero, inquilino de paso, peregrino, outlander, mientras el desierto crece..., y con él un pueblo por venir.
—¿Dónde, el vellocino de oro? –le pregunté a Clodo luego de abrazarnos.
—Probemos en El Pingüino –respondió señalando la dirección del bar hacia el cual enrumbamos.
Ya encaminados me dijo que en la plaza del Teatro, antes de la medianoche, habría un happening, un evento, que para celebrar el 25 de julio. Su banda, dijo, tramada en tratos con artesanos cósmicos de la metrópoli, celebraría el día baldío, el uayeb maya o nemontemi azteca, cola del año que queda por fuera del calendario lunar. El año lunar maya, decía Clodo, cuenta 13 meses de 28 días o sea 364 días, menos que un año solar que tiene 365 días y pico. Esta cola, agregó Clodo, que puede ser la que deja un año o el acumulado de varios años juntos, es el uayeb, uno o varios días que median entre el último día del año que pasó, 24 de julio, y el primer día del año nuevo maya. Día por fuera de la rueda o de la cadena del tiempo, supernumerario, intempestivo, baldío, desplazado, pasaje que media entre el año que pasó y el año que viene, algo como un ocupante sin silla o una silla sin ocupante del año...
—Manarán leche y miel los mellizos de gacela y las piernas de Damajuanas –dijo Clodo incitándome a participar en el evento…
Atestado, encontramos El Pingüino a media luz, caldeada la atmósfera por aromas de pisco y de guaro, por capas de humo gris-azulenco de tabaco y por música rock.
Ganarás el pan con el sudor de tu frente, me dijo Clodomiro matando un ojo. Esa papa caliente que llevás entre manos, dijo, ese bolo de ceniza que tenés en la boca, It’s a child of pain, tarareó lento...
Un pequeño calendario sobre la pared cerca de la mesa confirmaba la fecha, 25 de julio, día uayeb, noche de peregrinaciones varias... ¿In hoc signo vinces? Clodo se levantó al baño luego de apurar su pisco con treinta y ocho grados de alcohol en volumen. Yo probé el canelazo tibio, bajo en alcohol, con sabor a hojas de menta, jengibre y canela, apenas dulce, me sentó bien.
—Pagan cincuenta lucas por el número –dijo Clodo al volver pidiendo otra ronda. Ahí verás si te apuntas.
En efecto, cerca al mostrador del bar se había emplazado esta noche una tarima para espontáneos que acogía improvisaciones, mímicas, literarias, de malabares o musicales; pagaderas, si el show funciona, a criterio del administrador. Un ocupante sin silla como era yo no tenía nada que perder, siempre que encontrara dónde sentarme en el set. Arriesgaba, entre esta turba loca que bogaba en barco ebrio.
Afuera del bar, ya entrada la noche, alternaban sirenas policiales y estallidos de totes y chorrillos, Si no os hacéis como los niños… Celebraban, a su manera, la noche del día baldío.
En este momento divisé a la Chiqui Rocío; traía puesto su traje de lana que ella misma había tejido y del que decía que era su segunda pieldulce. Apuré el resto del canelazo, fui a su mesa y ella me llevó al camerino situado al fondo del bar. Me sentó frente al espejo y con trazos seguros pintó el diseño blanco y gris plata del mapache que yo quería, un antifaz negro alrededor de los ojos y blanco-gris-azulenco el resto del rostro, que ya no era tal, ahora que yo sacaba la cabeza por sobre la cara tatuada. Luego me empujó a la tarima desierta salvo por una silla donde me senté apoyando casi verticalmente el bastón de ébano que encontré en un rincón del camerino.
Solté mi “Gatuperio”:
Mucho tiempo después de que Adán saliera del paraíso,
la luz de su cuarto permanecía prendida...
Se refocilaban adentro parejas de especies escogidas:
un caballo con su caballa, un grillo con su grilla,
un renacuajo con su renacuaja y una babosa con su baboso,
un guío con su guía, un jabalí con su jabalina,
un gallinazo con su gallinaza, una morena con su moreno,
un cusumbo con su cusumba y una solitaria con su solitario,
un caracol con su caracola y un ruiseñor con su ruiseñora,
una raya con su rayo y un pájaro bobo con su pájara
boba,
image
una foca con su foco y un perico con su perica…
Conminó de golpe al orden el búho, secundado por la rana,
y exhortó:
La metáfora os hará libres, de penurias,...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Índice
  6. Prólogo
  7. Mutantes degenerados de dinosaurios
  8. El sombrero de fieltro de don Aurelio
  9. Ese toro enamorao’e la luna
  10. Un personaje de H. G. Wells en Bogotá
  11. Lope de Aguirre en la Plaza de Las Nieves
  12. Como mandado a hacer
  13. Tongolele en la dentrodería
  14. ¡Durraba Ojaduca!
  15. Contracubierta