Leonor de habsburgo
eBook - ePub

Leonor de habsburgo

Yolanda Scheuber de Lovaglio

  1. 416 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Leonor de habsburgo

Yolanda Scheuber de Lovaglio

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Leonor de Habsburgo tuvo que renunciar dos veces al amor de su vida y apartarse de su hija para no volver a verla nunca más por orden del emperador a quien debía obediencia. Leonor de Habsburgo nos despliega la vida de una mujer que tuvo que someterse a las fuertes obligaciones que imponía la Casa de Habsburgo y que convertía a las mujeres en moneda de cambio política. La reina repasa su vida, con nostalgia y amargura, mientras lucha con el asma, que pretende arrancarle la vida, en Talavera de la Reina. Criada por su tía Margarita en Flandes viajará a España junto a su hermano Carlos para que este sea coronado emperador, una vez llegado al trono, Carlos V obligará a la reina a renunciar públicamente a su amor Federico de Baviera para casarse con el rey de Portugal con el que tendrá a su hija María de Portugal, muerto el rey luso, Federico volverá a pedir su mano pero el emperador la volverá a negar y la obligará a casarse con Francisco I de Valois, rey de Francia, y a abandonar a su hija para siempre, algo de lo que se arrepentirá toda su vida. Nominada como mejor novela histórica en el I Premio Hislibris de Novela Histórica, Yolanda Scheuber construye una novela llena de rigor histórico, de ternura y de comprensión sobre Leonor, una mujer que debió someterse a los designios de Carlos V que la usó como moneda de cambio política y que solo pudo volver a España en el fin de sus días. La ternura con la que nos narra el desgarro de la reina en el momento en que se encuentra con su hija y la profundidad con la que la autora se sumerge en el conflicto sentimental de María de Portugal, a caballo entre el rencor hacia su madre y la comprensión, convierten a esta novela en una muestra de alta novela histórica. Razones para comprar la obra: - La obra transmite la ternura y el drama de una mujer apartada de sus deseos por las obligaciones de la familia. - Pese a estar en el Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial poco es lo que se ha escrito de la reina de Portugal.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Leonor de habsburgo de Yolanda Scheuber de Lovaglio en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Ficción histórica. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
Nowtilus
Año
2010
ISBN
9788497637152
Edición
1
Categoría
Literatura
XXII
ALIANZAS POR LA PAZ
Estaba oscureciendo y había pasado un tiempo bastante largo desde que una de las doncellas retirara los cuencos en los que Doña Elena de Zúñiga y yo habíamos disfrutado juntas de una sencilla merienda. Ella se desposaría un año más tarde con Don Garcilaso de la Vega, noble descendiente del Marqués de Santillana, poeta lírico y miembro de la corte del Emperador, a quien se le había concedido en 1520 el cargo de Contino de su Majestad. A principios de julio de 1523 había sido nombrado Gentilhombre de Borgoña y el 16 de septiembre de ese mismo año había sido investido como Caballero de la Orden de Santiago. Elena era una de mis damas y yo había elegido para ella, como su futuro esposo, al noble y apuesto poeta, no sin antes preguntarle si estaba enamorada. Me había confesado que con toda el alma y yo puse entonces todos mis empeños por lograr obtener el consentimiento de mi hermano el Emperador, para que la boda se llevara adelante. Sin quererlo, ambas nos habíamos convertido en dos buenas amigas que nos confiábamos las penas que nos atenazaban… Aquella tarde me había confesado casi en secreto que amaba profundamente a aquel valiente soldado, apuesto y gentil caballero y mano derecha del Rey, pero sentía muy dentro de su corazón que su amor no le era correspondido. Podía presentir que el alma de Garcilaso nunca sería suya, porque en sus ojos no vislumbraba el brillo mágico que otorga la felicidad. Tal vez otros ojos se llevaran sus destellos, pero eso no lo sabía… Yo escuchaba sus penas y pude comprenderla… porque el amor trae consigo esa fuerza imbatible, capaz de movilizar más allá de lo imposible, tal como había movilizado el alma y la vida entera de mi madre, incluso hasta después de la muerte de quien fuera su único amor… Esa fuerza que solo se alcanza si el amor existe… y que nos hace capaces de dejarlo todo, de llegar incluso hasta la locura, con tal de compartir la vida con quien amamos. Evidentemente era la misma fuerza que yo sentía dentro de todo mi ser y que me movilizaba el cuerpo y el alma recordando a Federico de Baviera, el amor de mi alma, al que no se me permitía acceder.
—¿Amor del alma? —argüí con tristeza—. Para mí nunca será posible. Mi vida se ha convertido desde el mismo día de mi nacimiento en una interminable y sombría peregrinación en busca de la felicidad perdida. Y si ahora pudiera alcanzarla, asirla con mis manos, ya nada volvería a ser igual. Nada tendría el mismo brillo. Mi corazón ha sufrido demasiado y nadie podrá poner a ello remedio, por más empeños y propósitos que con anhelo buscara.
—Señora, no busquéis fuera lo que está muy dentro. La felicidad brota dentro de uno mismo, cuando encuentra un alma con la cual comulgar en una unión perpetua. Pero es algo casi imposible de lograr. Porque es muy fácil poseer una sonrisa o una mirada, pero es muy difícil poseer un alma.
—Por eso tal vez nunca se me deje acceder a la felicidad del amor verdadero. La encontré cuando tenía dieciséis años en la persona equivocada para estos reinos. Y es imposible que otro amor igual vuelva a llamar a mi corazón. Mis días felices alguna vez pasaron y ya no volverán del mismo modo —le dije, lamentándome de mi suerte.
—Pero lo que sucedió una vez, se queda sucediendo para siempre en nuestros pensamientos, permanece dentro de nuestra memoria y podemos hacerlo revivir en nuestra mente, cuantas veces lo deseemos—me consoló Doña Elena.
—Lo sé. A veces me aferro a los recuerdos entrañables para seguir adelante. Para seguir viva… Pero lo más duro es acostumbrarse a la soledad. A esa separación forzosa que nos impone el destino en contra de nuestra propia voluntad. Luego, todo andará por afuera como si nada sucediera dentro del alma, aparentando serenidad y obediencia, simulando que somos felices, acatando mandatos.
—Entonces todos se preguntarán ¿Véis en la Archiduquesa alguna dificultad? —acotó mi dama.
—Ninguna a los ojos del mundo. Pero por dentro, una tragedia de tribulaciones no nos dejará en paz —le respondí yo, con mortificación.
—Así es, Majestad. Esa es la cruda realidad por la que nuestras almas deberán peregrinar en esta vida.
La tarde se había vuelto oscuridad, cuando Doña Elena se retiró a sus aposentos, dándome las buenas noches y dejándome entre la penumbra de las velas, inmersa en mis cavilaciones… Amar es dar, servir, renunciar… y todas aquellas palabras que formaban parte de mi vida y a las que he dado cumplimiento, me han seguido hasta el día de hoy… y me seguirán hasta el instante en que el Señor habrá de pedirme cuentas… Pero estoy tranquila y en paz con mi alma, porque por haber amado mucho he servido y he renunciado a todo… y eso jamás nadie podrá reprochármelo. Solo María y Federico tendrán todo el derecho de hacerlo. Ellos fueron las dos personas que más amé durante toda mi vida, sin embargo paradójicamente, fue a ellos a quien tuve que dejar de lado, en pos de este destino real que me obligaba…
—¿Se os ofrece algo, Leonor? —Carlos sonreía desde el umbral mientras se acercaba.
—Me basta y sobra con un poco de paz. Solo estaba pensando en mi pasado y en mi porvenir.
—Del porvenir de la Infanta Catalina quiero hablaros.
—¿De Catalina? ¿qué sucede con ella?
—Deberá desposarse.
—¿Con quién? —puntualicé curiosa.
—Con el Rey de Portugal. Nuestro primo.
Algo íntimo me conmovió.
Mediaba el mes de julio de 1524 cuando el Emperador me comunicó en aquel anochecer, sus deseos de entablar contactos con el Rey Juan III de Portugal para ofrecerle en matrimonio la mano de nuestra hermana menor. Catalina se encontraba recluida en Tordesillas junto a nuestra madre y había llegado el momento de desposarla por el bien de la corona. Un soplo de ilusión llegó hasta mi alma, porque le pediría que mi pequeña Infanta fuera entregada a sus cuidados.
—Será maravilloso. Mi María tendrá en Catalina su mayor resguardo.
—Me parece justo vuestro parecer —me sugirió Carlos—, así no sufriréis al pensar que nadie de vuestra propia sangre se encuentra a su lado.
El Emperador solicitaba mis opiniones, porque en muchas ocasiones le proporcionaban oportunamente lucidez y presteza para resolver ciertos problemas no resueltos. Pero el primero de aquellos problemas… era yo.
Las cartas de la Corona portuguesa comenzaron a llegar unas tras otras. Juan III aceptó como esposa a Catalina y se fijaron los esponsales para el mes de febrero de 1525, en Salamanca. Un halo de confianza y tranquilidad me embargó por aquellos días, al pensar que Catalina, al ser Reina de Portugal, sería para mi hija como una segunda madre… En aquella comunicación epistolar, el Rey lusitano manifestó también a Carlos V, los deseos fervientes de su padre Manuel de Portugal, que en su lecho de muerte había dejado constancia de que se realizara el desposorio de su hija la Infanta Isabel, con Carlos V el Emperador.
Las Cortes de Castilla siempre buscando una mayor vinculación de España con Portugal consideraron que aquella boda real sería muy beneficiosa, pues serviría para acentuar la incipiente españolización del monarca. Y aunque la diplomacia imperial había sopesado el matrimonio con la Princesa inglesa, María Tudor y existía un compromiso entre las dos Coronas, era apenas una niña de diez años, por la cual habría que esperar demasiado tiempo para poder llevarlo a cabo. Además los rumores sobre las intenciones que abrigaba Enrique VIII de divorciarse de nuestra tía Catalina de Aragón, para desposarse con Ana Bolena y desheredar a su hija, impedirían aquel matrimonio. Por todo esto, mi hermano Carlos se convenció muy pronto de que Isabel de Portugal era la esposa que más le convenía para ser su Emperatriz… Yo por mi parte puse todos mis esfuerzos para lograr que así fuera, pues la Infanta Isabel reunía en su persona las valiosas cualidades de una buena esposa. Era mansa, discreta, inteligente, sensible, elegante y sencilla. Poseía una elevada conciencia de su linaje, una recia voluntad y un catolicismo ferviente.
A principios del verano a su retorno a Castilla, sobre los últimos días de junio de 1524, el Emperador había comenzado a sufrir de cuartanas. Aquellas fiebres intermitentes (que no lo abandonarían hasta principios de 1525) minaban su cuerpo y su ánimo. Mi preocupación iba en aumento a medida que el tiempo transcurría sin mejoría y mucho temí por su vida al recordar que unas fiebres como aquellas habían matado a nuestro padre, ignorando su causa.
El 20 de julio de 1524 moría en Francia la Reina Claudia, la esposa de Francisco I… en tanto la guerra con aquel país continuaba cada vez más encarnizadamente. Un ejército francés de cuarenta mil hombres había penetrado en el Milanesado, pero fue rechazado por las tropas imperiales. Sin darse por vencido el 25 de octubre del año 1524, el Rey Francisco I de Valois cabalgando frente a su ejército cruzaba los Alpes y entraba de nuevo en Italia. Sus ojos se dirigían constantemente con temeridad hacia las huestes del Emperador con el solo objetivo de vencerlas. Detrás de él cabalgaban sus hombres de armas junto a todos los nobles y señores principales del reino que habían sido enviados especialmente para escoltarlo. En la retaguardia, montados en mulas y burros, los sirvientes de la real Casa de Valois viajaban alegremente silbando y cantando.
Con cada legua que avanzaban se sentían más victoriosos y a comienzos de noviembre entraron en Milán, ocupándola y haciéndose con la totalidad del Ducado. Las fuerzas imperiales evacuaron aquella ciudad y se retiraron rápidamente del Milanesado. Dos mil españoles y cinco mil lansquenetes alemanes, comandados por el Duque Antonio de Leyva, se atrincheraron en la vecina Pavía, dejando atrás una fuerte guarnición destinada a entorpecer los movimientos franceses. El resto de las tropas se refugió en Lodi y otras plazas fuertes. Los franceses marcharon sobre la ciudad lombarda de Pavía en persecución del ejército imperial y la sitiaron. El Duque de Borbón nombrado por el Emperador, Capitán de sus ejércitos, se aprestaba a acudir a socorrer al ejército imperial, en tanto yo rezaba cada día y cada noche, para que algo impidiera el tener que desposarme con él. Abrigaba dentro de mi corazón otras esperanzas… El Señor escuchó mis plegarias, porque los hechos se desencadenaron de tal modo que mi compromiso matrimonial fue quedando relegado en el olvido y en la mente del Emperador comenzaron a tejerse otras alianzas para beneficio del Imperio…
Sin saberlo, la batalla de Pavía torcería el destino de mi hermana María, Reina de Hungría y también el mío. En tanto el destino de Catalina sería la Corona de Portugal… Durante aquellos meses de octubre y noviembre de 1524 Carlos se trasladó a Tordesillas para preparar los esponsales de la Infanta. El 2 de enero del año 1525 partió llevándose a Catalina definitivamente del lado de nuestra madre, quien permaneció de pie, sin poder contener el llanto, contemplando su partida a través de una ventana. El viento de la desolación volvió a golpear en su cara y en su corazón al ver pasar el cortejo de quien fuera su adorada hija y tierna compañía, durante dieciocho años en la prisión de Tordesillas. Todos los habitantes del castillo y de la villa vieron pasar a la Infanta que se marchaba para siempre del lado de su madre y de España, con rumbo a las verdes tierras lusitanas bañadas por el Duero. El frío y el silencio de enero eran implacables… A mi madre solo le fue permitido que le dijera adiós con su mano detrás de unos barrotes. Y aferrada a las rejas lloró amargamente aquella despedida. Lejos de Catalina, jamás tendría consuelo… Para nuestra pequeña hermana, también fue muy dura la separación. Se extrañarían mucho porque ambas vivían la una para la otra… Con los meses, la soledad terminó doblegando a mi madre que se entregó definitivamente a su mundo de sombras y silencios.
Llegado a este punto en mis recuerdos, debo confesaros a vos, que seguís con gran atención este relato, que hubiera deseado reencontrarme con Federico de Baviera, pero sin provocar el encuentro, tal como había acontecido en la mitad de aquel año, sin pensar siquiera que lo deseaba más que a nadie… Intenté olvidarme de él, de no pronunciar calladamente dentro de mis pensamientos su nombre, de borrar su rostro a fuerza de tanto imaginarlo… Pero qué difícil es engañarse a uno mismo… porque junto a mi hija María, Federico de Baviera estaba en mi mente de un modo constante…
En tanto las tropas imperiales iban a vencer en Pavía dando otro destino a mi historia de Reina viuda…
¡Qué misteriosa es la vida y sus infinitos senderos! Cuando se debe elegir o nos obligan a elegir entre varios caminos a seguir, otros quedarán sin transitar. Por eso siempre me he preguntado qué circunstancias distintas me hubieran venido a buscar, sorprendiéndome si otro hubiera sido el camino elegido. ¿Hubiera sido más feliz? ¿Hubiera encontrado la paz para mi alma que tanto he añorado? Nunca lo sabré, porque son fragmentos de una vida que no pude vivir. Me eligieron o tuve que elegir este rumbo… estos cielos… y ya nadie podrá descifrarme qué hubiera sido de mí si en lugar de tomar el sendero que me ha conducido hasta donde me encuentro hoy y por donde ha transitado mi vida, hubiese tomado alguno de los otros. ¿Qué hubiera sucedido si mis tíos españoles no hubieran muerto?, ¿o si mis padres no hubieran sido apartados de nuestro lado? Si me hubiera quedado en Malinas o si hubiera podido desposarme con el Príncipe Federico. No lo sé. Tal vez no sería la misma. Tal vez sería otra persona y otra sería mi vida… Esto que he vivido hasta hoy, es lo que me dará la identidad que deseo. Esta vida vivida servirá para que me recordéis como Leonor de Austria… Pero en estos momentos no deseo pensar cuál habría sido mi destino, pues no deseo atormentar más a mi desolado y entristecido corazón…
La batalla de Pavía estaba encadenada a mi destino y eso yo no lo supe hasta más tarde… el Duque Antonio de Leyva, veterano español de la guerra de las Alpujarras, supo organizarse para resistir más allá de lo que el enemigo esperaba. Y mientras los franceses aguardaban la capitulación de Leyva, el Duque recibió noticias de un ejército que bajaba desde Alemania para apoyar la plaza sitiada. Más de quince mil lansquenetes alemanes y austriacos tenían órdenes del Emperador de poner fin al sitio y expulsar a los franceses del Milanesado.
Ante esta posición de debilidad que lo hacía vulnerable, Francisco I decidió dividir sus tropas. Ordenó que una parte de ellas continuara en Pavía y otra se dirigiera a Génova y Nápoles e intentara hacerse fuerte en esas ciudades. Mientras en Pavía, los mercenarios alemanes y suizos comenzaban a sentirse molestos porque no recibían sus pagas y los generales españoles empeñaron sus fortunas personales para pagarlas. Viendo la situación de sus oficiales, los dos mil arcabuceros españoles decidieron que seguirían defendiendo Pavía aún sin cobrar ni un céntimo.
A mediados de enero de 1525 llegaron los refuerzos españoles bajo el mando del Marqués de Pescara, Don Fernando de Ávalos; del Virrey de Nápoles, Don Carlos de Lannoy y del Condestable Don Carlos de Borbón.
En Salamanca, un mes después de salir de Tordesillas, en un soleado 2 de febrero de 1525, con las campanas de la catedral echadas al vuelo, se desposó Catalina con nuestro primo, el Rey Juan III de Portugal. El mismo Rey que se empeñaba en impedir que mi hija María creciera a mi lado… Dos días después, al despedirme de Catalina en las puertas de la ciudad salmantina, la abracé y le rogué cuidara de la Infanta. El Rey Juan permaneció en silencio escuchando mis ruegos, mas ninguna palabra de consuelo escapó de su boca… María tenía tres años y medio y, supervisada por la Infanta Isabel de Portugal, crecía a la sombra de Doña Elvira de Mendoza en el palacio de Ribeira. Riquezas y comodidades sé que jamás le faltarían en aquella corte fastuosa, pero mi amor cercano jamás podría engalanar aquella vida virtuosa. Mi querida hermana me prometió protegerla como si fuera yo misma… Le pedí que me escribiera contándome cómo transcurrían sus días, si preguntaba por mí, cómo avanzaba su educación, pues el deseo de saberlo todo de ella era mayor que cualquier otro. Y así me lo prometió. Un alivio envuelto de consuelo me embargó de repente y diciéndole adiós con mi mano los vi alejarse junto a toda la corte que había llegado para la ceremonia de los esponsales.
El 24 de febrero de 1525, día de San Matías y cumpleaños del Emperador, los cañones comenzaron abrir fuego entre España y Francia. Los franceses decidieron resguardarse y esperar, sabedores de la mala situación económica de los imperiales y de que pronto los sitiados serían víctimas del hambre. Pero las tropas desabastecidas, lejos de rendirse, comprendieron que los recursos se encontraban en el campamento francés.
Así, los llamados descamisados, comenzaron abriendo brechas en las posiciones francesas. Detrás, iban las formaciones de piqueros flanqueadas por la caballería. Los tercios formaban de manera compacta, con largas picas protegiendo a los arcabuceros. De esta forma, la caballería francesa caía al suelo antes de llegar incluso a tomar contacto con la infantería española.
Los franceses consiguieron anular la artillería española, pero a costa de su retaguardia. En una arriesgada decisión, Francisco I ordenó un ataque total de su caballería. Según avanzaban, la propia artillería francesa (superior a la española) tenía que cesar el fuego para no disparar a sus mismos hombres. Los arcabuceros del Marqués de Pescara dieron buena cuenta de los caballeros franceses.
En ese momento, Leyva sacó a sus hombres de la ciudad para apoyar a las tropas que habían venido en su ayuda y que se estaban batiendo con los franceses, de forma que el enemigo se vio atrapado entre dos fuegos que no pudo superar. Comenzaron por rodear la retaguardia francesa y cortarles la retirada. Aunque agotados y hambrientos, constituían una muy respetable fuerza de combate. Bonnivet, principal consejero militar de Francisco I, ante aquella inesperada derrota, se suicidó. Los cadáveres franceses comenzaban a amontonarse unos encima de otros y los que quedaban vivos, viendo la capitulación, trataban de escapar.
El Rey de Francia y su escolta combatían a pie, intentando abrirse paso. De pronto, Francisco I cayó al suelo y al erguirse, se encontró con un estoque español en su cuello. Un soldado de la infantería, el vasco Juan de Urbieta, lo estaba tomando prisionero. Diego Dávila, granadino y Alonso Pita da Veiga, gallego, se juntaron con su compañero de armas para ayudarle. El Rey se había dejado sorprender en el parque de Mirabello, pues quedó apresado entre los asediados y el ejército imperial que comandaba el Marqués de Pescara. En tanto los soldados españoles no sabían a quien acababan de apresar, pero por las vestimentas, supusieron que se trataría de un gran señor. De inmediato dieron aviso a sus superiores y allí se enteraron. Aquel preso había resultado ser el mismo Rey de Francia.
Finalmente al caer el sol aquel 24 de febrero de 1525, Francisco I que había sido tomado prisionero, fue entregado al grupo formado por Carlos, Duque de Borbón; Carlos de Lannoy, Virrey de Nápoles y Don Fernando de Ávalos, Marqués de Pescara, quienes eran los principales capitanes del ejército imperial. El Rey francés debió rendirse salvando solo su vida y su honor. En aquella batalla cayeron la flor y nata de los caballeros franceses… Carlos V había vencido en Pavía, el mismo día en que cumplía sus veinticinco años de edad.
Cuando el Comendador Rodrigo de Peñalosa llegó a Madrid con el despacho y la buena nueva del suceso, encontró al Emperador muy enfermo por las fiebres que lo atormentaban. Al recibir las noticias de cómo habían acontecido los hechos, Carlos permaneció taciturno y en silencio y cuando el Comendador terminó su exposición, se retiró a un oratorio durante el transcurso de una hora para dar gracias a Dios por el triunfo. El alcázar real se llenó de nobles y caballeros de la corte, embajadores y grandes de España que llegaban a escuchar y darle el parabién de tan gloriosa victoria. Después de orar y con el mismo recogimiento, el Emperador nos habló a todos los que le acompañábamos en esos momentos, pidiendo diésemos gracias a Dios por aquella conquista que había otorgado a la Corona y dispuso que...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legales
  4. Dedicatoria
  5. Agradecimientos
  6. Índice
  7. Personajes
  8. Prólogo
  9. Capítulo I
  10. Capítulo II
  11. Capítulo III
  12. Capítulo IV
  13. Capítulo V
  14. Capítulo VI
  15. Capítulo VII
  16. Capítulo VIII
  17. Capítulo IX
  18. Capítulo X
  19. Capítulo XI
  20. Capítulo XII
  21. Capítulo XIII
  22. Capítulo XIV
  23. Capítulo XV
  24. Capítulo XVI
  25. Capítulo XVII
  26. Capítulo XVIII
  27. Capítulo XIX
  28. Capítulo XX
  29. Capítulo XXI
  30. Capítulo XXII
  31. Capítulo XXIII
  32. Capítulo XXIV
  33. Capítulo XXV
  34. Capítulo XXVI
  35. Capítulo XXVII
  36. Capítulo XXVIII
  37. Nota de la autora
  38. Epílogo
  39. Nota histórica
  40. Cronología
  41. Árboles genealógicos
  42. Contraportada