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Este libro revela la lucha de la autora con sus temas recurrentes(la injusticia, la ambigüedad moral, la cuchilla de la crueldad en el corazón de las relaciones humanas)de una forma mucho más desnuda que en sus novelas. Crímenes bestiales presenta un puñado de historias de venganza, en las cuales perros, cabras, elefantes y cerdos sometidos devuelven el golpe a sus amos maltratadores. Relatos breves que nos animan a alinearnos con las bestias en lugar de con los humanos.

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Información

ISBN
9788433944894

LOS HÁMSTERS CONTRA LOS WEBSTER

Las circunstancias que propiciaron que Julian y Betty Webster, junto con su hijo Laurence, de diez años de edad, adquirieran una casa de campo, un perro y una pareja de hámsters, se produjeron bruscamente y de una forma imprevista por la familia, aun cuando, a fin de cuentas, en el asunto se dio una indudable coherencia.
Una tarde, mientras Julian se encontraba en su despacho con aire acondicionado, en Filadelfia, sufrió un ataque cardíaco. Sintió un dolor, cayó al suelo y le llevaron al hospital. Cuando se recuperó, unos cinco días después, su médico le habló con toda seriedad. Julian tendría que dejar de fumar, reducir su horario de trabajo a seis horas diarias o menos, y sería mucho más beneficioso para su salud que viviera en el campo en vez de hacerlo en un piso en Filadelfia. Julian quedó escandalizado, y recordó al médico que solo tenía treinta y siete años.
Con calma y sonriendo, el médico le dijo:
–Es que no se da usted cuenta del tremendo ritmo de trabajo que ha llevado. He hablado ya con su esposa. Está plenamente dispuesta a ese cambio de ambiente. Quizá a usted no le importe su salud, pero a ella sí.
Como es natural Julian quedó convencido. Quería a su esposa Betty. Comprendió que el consejo del médico era razonable. Y el pequeño Larry saltaba de alegría. Iban a tener una verdadera casa de campo, con tierra, árboles, espacios abiertos; en fin, algo mucho mejor que el insulso terreno de juegos, asfaltado, con que estaba dotado el gran edificio de viviendas, que era cuanto Larry podía recordar, ya que se habían mudado allí cuando él contaba cinco años.
Los Webster encontraron una casa blanca, de dos plantas, con ventanas con alero y acre y medio de tierra anejo, a veintisiete kilómetros de Filadelfia. Además, Julian no tendría que ir en automóvil a la oficina. La empresa le había traspasado desde el puesto de gerente de ventas al de consultor de ventas, lo cual, como Julian sabía perfectamente, era otra manera de llamarlo viajante de comercio. Pero su sueldo siguió siendo el mismo. La Olympian Pool construía piscinas de todos los tamaños, formas y colores, climatizadas o no, y también suministraba aparatos de limpieza por aspiración, por filtro, así como purificadores, surtidores y aparatos de formación de burbujas, sin que tampoco faltaran las palancas de salto de todo tipo. Julian se dio cuenta de que causaba buena impresión a los clientes en su papel de vendedor. Sus visitas eran el resultado de contestaciones a anuncios por correo, lo cual le daba la seguridad de ser bien recibido. Julian no era un vendedor dado a ejercer altas presiones. Se comportaba con una apariencia de tranquilidad y sinceridad y no tenía el menor inconveniente en revelar las dificultades y los costos extra que podrían producirse, en el caso de que el cliente previera tal posibilidad. Julian se mordisqueaba el rojizo bigote, meditaba y expresaba su opinión con el aire del hombre que expresa en voz alta sus propios problemas.
Se levantaba a las ocho, paseaba por el jardín, desayunaba té y huevos pasados por agua en vez de café y cigarrillos, echaba un vistazo al periódico e intentaba hacer el crucigrama –todo ello siguiendo los consejos del médico–, antes de sentarse al volante de su automóvil y ponerse en marcha hacia las diez. Regresaba a casa alrededor de las cuatro, y con ello quedaba terminada su jornada. Entretanto, Betty tomaba las medidas de las ventanas, en vistas a ponerles visillos, compraba alfombras complementarias, y se ocupaba felizmente de todos los detalles precisos para convertir aquella gran casa nueva en un verdadero hogar. Larry había cambiado de escuela y se había adaptado bien al cambio. Corría el mes de marzo. Larry quería un perro. Y, en un cobertizo, cerca de la casa, había conejeras. ¿Podía tener también conejos?
–Oye, los conejos crían mucho –dijo Julian–. No nos quedaría más remedio que vender las crías, y no queremos meternos en esa clase de líos. El perro sí, Larry. Compraremos un perro.
Los Webster fueron a una tienda dedicada a la venta de animales domésticos, con la idea de que les dieran las señas de algún criador de perros que pudiera venderles un cachorro de terrier o de pastor alsaciano, pero en la tienda tenían unos maravillosos cachorros de basset, por lo que Betty y Larry decidieron que ya habían encontrado lo que buscaban
La empleada de la tienda, mientras sostenía en brazos un cachorrillo de largas y lacias orejas, castaño y blanco, dijo:
–¡Está sanísimo!
Sí, se notaba. El cachorrillo sonrió, meneó el rabo, y se retorció alegremente, con la envoltura de su holgada piel de sabueso presta a rellenarse de carnes con la ayuda de los alimentos «Cachorro Sano», «Crecimiento», bizcochos en forma de huesos y vitaminas, que Julian compró en la misma tienda.
–¡Mira, papá! –exclamó Larry indicando unos hámsters enjaulados–. Son más pequeños que los conejos. Pueden vivir en los cuartitos que tenemos en casa.
Julian y Betty accedieron a comprar dos hámsters. Solo dos. Pero eran muy lindos, con su suave y limpia capa, sus ojos inocentes e interrogantes, sus hocicos que se movían en estremecimientos.
–¡Hay que llenar un poco todo ese espacio libre que tenemos! –dijo Betty.
Betty quedó tan contenta como el joven Larry con las compras efectuadas aquel día.
Larry se grabó en la memoria todo lo que la empleada de la tienda le dijo con referencia a los hámsters. Era preciso que gozaran de un ambiente cálido por la noche, comían grano y cereales de toda clase, así como hortalizas tales como zanahorias y nabos. Tenían hábitos nocturnos y no les gustaba la luz del sol directa. Larry instaló sus dos hámsters en una de las jaulas de la conejera. En total había seis jaulas, repartidas en dos niveles, tres abajo y tres arriba. Les puso agua, un plato con pan, y un cuenco con grano que encontró en la cocina. Cogió una caja de zapatos que forró con unos harapos y pensó que serviría de cama a los dos hámsters. ¿Y qué nombre darles? ¿Tom y Jerry? No, ya que eran macho y hembra. ¿Jack y Jill? No, era muy infantil. ¿Adán y Eva? Larry decidió dejar para más adelante la imposición de nombres a los hámsters. Distinguía al macho debido a que tenía una mancha negra entre las orejas.
Y, luego, tampoco había que olvidar al cachorro. Este comió, orinó y se despertó para jugar un poco hacia las dos de la madrugada, en la primera noche. Los despertó a todos, ya que abandonó la caja en la que dormía, junto al radiador, y fue a rascar la puerta del dormitorio de Larry. Medio dormido, rodando por el suelo en pijama, con el cachorro en brazos, Larry dijo:
–¡Te quiero!
Dejándose caer en brazos de su marido, Betty dijo:
–¡Julian! ¡Qué día tan maravilloso! ¿Verdad que esta vida es mejor que la de ciudad?
Julian sonrió y dio un beso en la frente a su esposa. Sí, era mejor, Julian se sentía feliz. Pero tampoco estaba dispuesto a soltar un discurso al respecto. Le había costado un duro esfuerzo el dejar de fumar y estaba engordando. Todo tenía sus pegas.
Larry, en el amplio cuarto que tenía a su entera disposición, leyó cuanto pudo, en la Enciclopedia Británica, acerca de los hámsters. Se enteró de que pertenecían al orden de los Cricetus frumentarius, y a la ratonil tribu de los Muridae. Practicaban excavaciones que podían alcanzar la profundidad de aproximadamente un metro y que eran verticales y sinuosas. En esa especie de pozos solía haber tres o cuatro cámaras, y en la más profunda de ellas se ocultaba el grano que los hámsters almacenaban para pasar el invierno. Las hembras, los machos y las crías dormían en cámaras separadas. Y cuando las crías contaban tan solo tres semanas de edad eran expulsadas del pozo para que se las arreglaran por su cuenta. La hembra podía dar a luz incluso hasta una docena de crías de una sola vez, y en sus ocho meses fértiles del año podía alumbrar entre veinticinco y cincuenta crías. Una hembra hámster a las seis semanas de edad ya es fértil. Durante cuatro meses al año o durante lo que el invierno durase, los hámsters hibernaban, y se alimentaban con el grano almacenado en su pozo. Entre sus enemigos se encontraban las lechuzas y los hombres. Estos últimos, por lo menos en pretéritos tiempos, abrían los pozos de los hámsters para robarles el grano por ellos almacenado.
Pasmado, Larry dijo para su capote: «¡Doce crías a un tiempo!» Por la cabeza le cruzó la idea de vender crías de hámster a sus compañeros de escuela, pero tal idea se desvaneció con la misma rapidez con que se había formado. Era mucho más agradable soñar con una docena de diminutos hámsters cubriendo el suelo de la conejera de un metro por un metro en la que ahora se hallaban los dos hámsters. La pareja probablemente llenaría las seis conejeras antes de que les llegara la temporada de hibernación.
Apenas habían pasado seis semanas, cuando Larry miró la conejera y vio a diez diminutos hámsters mamando o intentando mamar de la hembra, a la que Larry había dado el nombre de Gloria. Larry acababa de llegar de la escuela, en el autobús amarillo. Dejó caer al suelo su cartera de colegial, y se quedó con la cara pegada a la reja de la jaula, exclamando:
–¡Sopla...! ¡Sopla...! Diez... ¡No! ¡Son once!
Y salió corriendo para difundir la noticia:
–¡Mamá! ¡Mamá!
Betty se encontraba en la planta superior haciendo el dobladillo de una cortina con la máquina de coser. Para complacer a Larry, bajó a contemplar a los hámsters recién nacidos y exclamó:
–¡Son preciosos! ¡Igual que pequeñas ratitas blancas!
A la mañana siguiente solo había nueve pequeños hámsters en la conejera, a la que Larry había puesto cuidadosamente la protección, que formaba una barrera de dos metros de altura, y varios periódicos para que los pequeños no se cayeran de la reja de la jaula. ¿Dónde estaban los dos pequeños que faltaban? Entonces Larry recordó, con un estremecimiento de horror, que la Enciclopedia Británica decía que a menudo la madre hámster devoraba a aquellos de sus hijos que fueran enfermizos o de alguna manera inferiores. Larry supuso que eso era lo que había ocurrido.
Julian llegó a casa a las cuatro y media, y Larry le llevó a rastras a ver los pequeños hámsters. Julian dijo:
–¡Caramba! ¡Se reproducen muy deprisa! ¿No crees?
En realidad, Julian no se sorprendió mucho, ya que, a fin de cuentas, los hámsters estaban emparentados con los conejos, pero quiso decir a su hijo la frase pertinente. En aquellos instantes, los pensamientos de Julian estaban centrados en una piscina, y pronto se alejó de la jaula, con la cartera todavía bajo el brazo, para echar otra ojeada al césped.
Larry le siguió, pensando que la zona de césped ofrecía amplias posibilidades de excavar pozos a sus hámsters, padres y crías, cuando se acercara el invierno, para lo cual todavía faltaba mucho. Sin duda alguna, sería mucho mejor para los hámsters que hibernaran en la tierra que en la paja dentro de las conejeras. Tenían pleno derecho a almacenar su grano, tal como decía la Enciclopedia Británica. El basset cachorro había salido de casa para colocarse junto a Larry, y este le rascó la cabeza mientras intentaba prestar atención a lo que su padre decía:
–¿... o una piscina de agradable color azul, Larry, muchacho? ¿De qué forma? ¿De riñón? ¿De bumerán? ¿De trébol?
Complacido por el sonido de la palabra, al menos en aquel in...

Índice

  1. Portada
  2. La absolutamente última actuación de «corista»
  3. La venganza de «Djemal»
  4. Allí estaba yo, cargando con Bubsy
  5. La mayor presa de «Ming»
  6. La muerte de la temporada de trufas
  7. La rata más valiente de venecia
  8. El caballo máquina
  9. El día del ajuste de cuentas
  10. Notas de una cucaracha respetable
  11. «Eddie» y los robos del mono
  12. Los hámsters contra los webster
  13. «Harry» el hurón
  14. Paseo en chivo
  15. Notas
  16. Créditos