Capítulo 1
POR QUÉ ES NECESARIA LA MIRADA FEMINISTA
SOBRE EL CLIMATERIO Y LA MENOPAUSIA
El feminismo es un movimiento social y político […] una teoría crítica, un paradigma de interpretación de la realidad que nos ha permitido entender y explicar la situación de subordinación y las experiencias de las mujeres, de un modo del que no han podido dar cuenta otros marcos interpretativos […] emprender acciones en el campo de la salud es imprescindible para el bienestar, la autodeterminación, la libertad, el acceso igualitario a los bienes y recursos, y el empoderamiento personal y colectivo de las mujeres.
Belen Nogueiras, “La necesaria incorporación del paradigma feminista en la teoría, los discursos y las prácticas sociosanitarias” (Madrid, 2021)
El feminismo desvela
la estructura patriarcal
Victoria Sau, feminista y psicóloga, definió el feminismo como un movimiento social y político que se inicia a finales del siglo XVIII y que supone la toma de conciencia de las mujeres, como grupo o colectivo humano, de la opresión, dominación y explotación por parte del colectivo de varones en el seno del patriarcado, lo cual las mueve a la acción para su liberación con todas las transformaciones sociales necesarias (Sau, 2000: 121).
Este movimiento social, a lo largo de los siglos, ha producido innumerables argumentos que han constituido una verdadera teoría feminista, que nos permite reinterpretar la realidad en la que vivimos y la historia que nos antecede a través de la visibilización de los mecanismos ocultos que el patriarcado ha utilizado y continúa utilizando para mantener sus estructuras intactas a lo largo de los siglos, con mínimas transformaciones para adaptarse a los cambios sociales.
El patriarcado, en palabras de Adrianne Rich, feminista radical lesbiana, poeta, intelectual y activista, en su libro Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución ([1976] 2019), es “el poder de los padres, un sistema familiar y social, ideológico y político con el que los hombres a través de la fuerza, la presión directa, los rituales, la tradición, la ley o el lenguaje, las costumbres, la etiqueta, la educación y la división del trabajo, determinan cuál es o no es el papel que las mujeres deben interpretar con el fin de estar en toda circunstancia sometidas al varón” (p. 106).
En definitiva, un sistema cultural, social, económico y político basado en la opresión, que sitúa a los hombres como opresores y a las mujeres como oprimidas. Tiene su propia visión del mundo, de los valores de los seres humanos, de su relación con el entorno, con la naturaleza y de las relaciones entre comunidades, pueblos, naciones; entre los hombres, entre las mujeres y, cómo no, entre mujeres y hombres. Se sostiene y se reproduce mediante la incorporación de valores de dominio, competencia, imposición, violencia por parte de los hombres, y de sumisión, obediencia, abnegación y entrega por parte de las mujeres.
Estos valores y relaciones son incorporados por hombres y mujeres desde el día de su nacimiento, cuando se les atribuye la pertenencia a un grupo determinado en función de sus genitales. Pero hoy podríamos decir que incluso antes, en la vida intrauterina, gracias a las nuevas técnicas de detección del sexo, como la ecografía obstétrica o la amniocentesis, que permite estudiar su código genético y determinar el sexo cromosómico.
Desigualdades injustas entre hombres y mujeres
Así pues, desde la propia vida intrauterina, los fetos masculinos o femeninos sufren ya la discriminación del patriarcado. Como a los varones se les otorga más valor que a las mujeres, en países hiperpoblados (como en China, durante la política de un solo hijo por familia, se abandona a las niñas) en India, donde a las mujeres se las considera una carga económica para la familia, se producen miles de abortos de fetos hembras, y cuando esto no es posible, se ejecutan infanticidios de niñas al nacimiento, o bien se las abandona en orfanatos lejos de la familia que debería darles protección y cobijo.
La discriminación se acentúa después del nacimiento, proyectando expectativas diferenciadas sobre unas y otros, lo que conduce a la adquisición de valores, aptitudes, creencias complementarias que desarrollaran según van creciendo en subculturas femenina y masculina, no solamente diferentes, sino además jerarquizadas. Los valores adscritos a la subcultura masculina, en la que crecen y aprenden los chicos que habrán de devenir hombres, son considerados superiores y, en general, opuestos a los adscritos a las niñas que irán incorporando y acuerpando, mientras se van haciendo mujeres, como relató Simone de Beauvoir.
Todos los seres humanos crecemos en una de estas dos subculturas en las que conformamos nuestra identidad, mediante la asimilación, con mayor o menor intensidad, de creencias, mandatos y valores, y la adquisición y desarrollo de las habilidades y aptitudes necesarias para ejercer en el futuro los roles que cada sociedad, en cada momento histórico, tiene asignados a sus miembros.
También aprendemos a interiorizar el concepto de vínculo, según hemos sido tratados por las figuras significativas emocionalmente en nuestro desarrollo y según interpretamos cómo se vinculan entre ellas. De este modo, cada persona incluida en una de las dos subculturas interioriza en la conformación de su identidad las expectativas establecidas por cada sociedad para asumir los roles y comportamientos necesarios para mantener el sistema y su reproducción en el tiempo, invisibilizando los mecanismos que lo sustentan. Dicha invisibilización se produce al considerar las diferencias biológicas como la base natural de las discriminaciones sociales.
Las diferencias biológicas, evidentes entre hombres y mujeres, son utilizadas para establecer un patrón de inferioridad de las mujeres frente a los hombres, a quienes se atribuye el patrón de normalidad por excelencia; es decir, de forma natural, las mujeres, por su condición biológica, son seres humanos de menor valor que los hombres, siempre, en cualquier circunstancia y contexto. Y esta naturalización de las discriminaciones invisibiliza la violencia que subyace en las relaciones de dominio-sumisión normalizadas entre géneros, donde los hombres ocupan el lugar de poder con sus privilegios y las mujeres el lugar de subordinación con sus carencias asociadas.
Las raíces del patriarcado funcionan como los cimientos de las grandes construcciones, los rascacielos actuales, las catedrales en la Edad Media. Están ocultas, no se ven y, sin embargo, son las que sostienen tan grandes estructuras. Y funcionan como las raíces de algunas plantas invasivas: se reproducen en el subsuelo y afloran en cada rincón del jardín sin respetar ni compartir terreno con otras plantas a las que no dejan florecer. Puedes eliminarlas de un rincón, pero más tarde o más temprano aparecen en otro lugar donde las condiciones les son favorables. Erradicar el patriarcado cimentado en valores de desigualdad, dominio y violencia, debe ser una tarea global que no solo vaya dirigida a cambiar o eliminar lo más visible, sino que necesita alcanzar las raíces profundas que, durante más de 5.000 años, han estructurado la vida, el sentir, el pensar y el actuar de toda la especie humana. Los cimientos del patriarcado se basan en la opresión, la dominación y la explotación de las mujeres, de todas las mujeres, en todos los países y culturas, mediante la apropiación de sus cuerpos, de su sexualidad, de sus conocimientos.
En este contexto, los movimientos feministas, el feminismo que se define plural, han desarrollado la perspectiva feminista, las llamadas “gafas moradas”, otra forma de ver el mundo, de situarse en él, de preguntarse y dudar de todos sus axiomas, de investigar y remover las creencias que sostienen que unos seres humanos son más valiosos que otros, por lo que es normal y natural que se sitúen jerárquicamente por encima y que disfruten de los privilegios que les son otorgados en función de su supuesta superioridad. El feminismo, además de visibilizar la otra historia de la humanidad, aquella en la que las mujeres son protagonistas del devenir de la civilización, denuncia las injusticias por las que a la mitad de los seres humanos, las mujeres, por su diferencia sexual, por el hecho de nacer mujer, se las ha privado de voz, del control de sus cuerpos, de su sexualidad, de su participación en la vida pública donde se toman las decisiones políticas y económicas que afectan a toda la comunidad en su conjunto.
El feminismo no solo denuncia, sino que se conforma en movimientos plurales que, en cada rincón del mundo, reivindican derechos humanos para las mujeres y luchan por mejorar sus vidas.
El feminismo provee a todas las mujeres de la dignidad negada por el patriarcado, de la libertad de ser y expresarse, de la agencia sobre su vida expropiada para beneficio de otros, y lo concreta en movimientos asociativos comunitarios, nacionales e internacionales.
Desde esta perspectiva feminista es mi intención reinterpretar el concepto de menopausia o de climaterio a la luz de la visión que nos han aportado las mujeres feministas sobre la salud, el cuerpo y la sexualidad de las mujeres. Han aportado conocimientos e investigaciones, ciencia y filosofía que desmontan la mirada androcéntrica sobre el cuerpo, la salud, la sexualidad y la vida de las mujeres. Y en concreto aportan evidencia científica suficiente y sobrada que desmonta esta misma mirada sobre el climaterio como síndrome o enfermedad, que precisa tratamiento para evitar sus manifestaciones, convertidas en síntomas, y prevenir problemas de salud que tienen más que ver con los cambios etarios que con lo que ocurre alrededor de la menopausia.
La interpretac...