MONTAÑAS, MORABITOS Y BARAKA EN AYT ALI U AISSA, RIF CENTRAL MARROQUÍ
Arqueología del pasado reciente
F. T. AZUL U. RAMÍREZ RODRÍGUEZ*
MARRUECOS A TRAVÉS DE UNA MIRADA MEXICANA
El tema central de este libro me obliga a mencionar, de manera breve, el cómo y el por qué llegué a la región del Rif en el noreste marroquí. Las justificaciones con respecto a por qué se estudia un determinado grupo étnico, un periodo en particular de la historia, o una región específica, pueden ser de diversa índole. Generalmente, en los textos académicos se hace alusión a una serie de argumentos “objetivos y científicos” que constituyen el eje del estudio realizado. Sin embargo, detrás de toda obra antropológica existen, en primer lugar —hablando en términos cronológicos—, una serie de motivos personales que dan sentido a toda investigación, mientras que los “motivos científicos” suelen definirse más tarde.
Muchas de estas investigaciones han nacido de la lectura de alguna novela como fue el caso de la obra etnográfica de David M. Hart —uno de los autores más importantes para el estudio del Rif marroquí (Alcantud en Hart, 2006: XV)—,1 o son inspiradas en las aventuras de algún extravagante personaje como el popular Indiana Jones creado por el cineasta George Lucas, entre otros. ¿Cuántos deciden transitar la senda académica —estudiando alguna disciplina antropológica— inspirados por algún personaje novelesco, o por algún viaje extraordinario o una traumática aventura en la infancia, como es mi caso?
El recuerdo de mi primer viaje a Marruecos a la edad de ocho años, y de todas las aventuras ahí vividas —como lo fue un secuestro frustrado en un pequeño pueblo cercano al Sahara—,2 era el de un lugar mágico, semejante al del cuento de “Aladino y la lámpara maravillosa” o al de “Ali Baba y los 40 ladrones”. Llegué a Marruecos escondida junto con mi hermana de cinco años —después de haber vivido un drama familiar en Francia—en un pequeño auto blanco que mi padre subió a un Ferry para cruzar el Mediterráneo sin el consentimiento de mi madre y, por tanto, sin los sellos de entrada en el pasaporte. Durante muchos años esas memorias me remitían a un país que me infundía temor y admiración, lleno de costumbres extrañas, camellos, arena, palacios, callejuelas laberínticas, mujeres que cubrían su cabello y rostros con pañoletas de colores, además de numerosos peligros. No fue hasta que volví a Marruecos en 2007 —habiendo ingresado recientemente al programa de maestría y doctorado en Estudios arqueológicos, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en la Ciudad de México—, que comencé a desarrollar una mirada antropológica y que los “motivos científicos” fueron tomando forma sin que por ello perdiera mi fascinación y admiración por aquel lugar y su gente, con quienes establecí vínculos afectivos de diversa índole y de los cuales no tiene caso hablar a detalle por formar parte de otras historias.
Considero que, como mexicana y como egresada de ENAH, tengo una mirada distinta a la de otros investigadores que provienen de círculos académicos en donde los estudios africanistas constituyen una tradición. Estudiar África desde México y, en especial, desde la ENAH, es un reto en muchos sentidos; académicamente nos toca romper con la costumbre de abocarnos al estudio de Mesoamérica. Esto implica el aprendizaje de otras lenguas3 y la tarea, no menos difícil, de buscar presupuestos para lograr nuestros objetivos; aunque, siendo honestos, nunca se rompe del todo con la perspectiva mesoamericana. A lo largo del camino lo que ocurre es que uno adquiere una visión comparativa que enriquece la investigación. En este caso, mi interés por los diversos significados que se pueden otorgar a accidentes topográficos y por la relación simbólica de éstos con el poder político y religioso, así como la incorporación de elementos autóctonos de la tradición religiosa vigente, son el fruto de haber estudiado previamente cuestiones similares en el mundo mesoamericano. En particular, fue en la Sierra Mazateca en donde llevé a cabo una investigación etnohistórica que dio lugar a mi tesis de licenciatura (véase Ramírez, 2006).
INTRODUCCIÓN
La “arqueología del pasado contemporáneo” o del “pasado reciente” parte de una perspectiva interdisciplinaria que involucra estudios de patrimonio cultural material e inmaterial, así como estudios etnográficos e históricos. Esta disciplina tuvo su origen en la década de 1990, aunque podemos ubicar sus antecedentes con el surgimiento del método etnoarqueológico (investigación etnográfica con fines arqueológicos) en la década de 1950, en el marco de la teoría procesual. Inicialmente esta estrategia de investigación se estableció para elaborar analogías que permitieran entender contextos arqueológicos de sociedades pasadas no occidentales (véase Binford, 1988; González-Ruibal, 2014). En las décadas de 1970 y 1980, con el surgimiento de la teoría posprocesual, algunos arqueólogos se interesaron en la cultura material moderna de su propia cultura occidental, aunque la temática no tuvo mucho éxito en su momento (Gould y Schiffer, 1981 en González-Ruibal, 2014). De igual modo en la década de 1980 en Inglaterra, de acuerdo con González-Ruibal se generó un interés por el mismo tópico. No obstante, éste no floreció sino hasta 2001, con la publicación de Archaeologies of the Contemporary Past (Buchli y Lucas, 2001), consolidándose como subdisciplina en 2003 con el establecimiento de las reuniones anuales de Contemporary and Historical Archaeology in Theory (CHAT) y otras publicaciones como el Hanbook of the Contemporary Past de Harrison y Schofield (2010), entre otras. Asimismo, otras “arqueologías del Presente” se desarrollaron paralelamente en Chile, Irán, España, Francia y los Países Escandinavos (véase Gonzáles-Ruibal, 2014). Estas circunstancias han dado lugar a distintas definiciones y temáticas relacionadas con historias e intereses locales que, por lo general, son diferentes a la arqueología promovida por los Estados nacionales.
Figura 1. Ubicación de la cadena rifeña, el Rif central (mapa elaborado por la autora con información de Hart, 1976).
LA PRÁCTICA ARqUEOLÓGICA EN MARRUECOS
Al igual que ocurre con otras disciplinas patrocinadas e institucionalizadas por los Estados-nación, la práctica arqueológica en Marruecos está vinculada con el interés del Estado y, pocas veces, este interés se encuentra en sintonía con las historias y tradiciones de las comunidades que viven al interior de sus fronteras. Como señaló Julian Thomas, la arqueología desde su fundación ha servido para legitimar los mitos nacionales que sustentan la identidad y la unidad territorial (Thomas, 2004). En la actualidad, las instituciones dedicadas al estudio del patrimonio arqueológico se encargan de definir y clasificar los sitios arqueológicos nacionales mediante la formación de especialistas, así como de la gestión del patrimonio cultural. En Marruecos, el Institut National des Sciences de l’Archéologie et du Patrimoine (Instituto Nacional de Ciencias de la Arqueología y del Patrimonio, INSAP), es la institución creada por el gobierno marroquí en 1985 (y reorganizada en 2011) para el estudio y la protección del patrimonio cultural material e inmaterial, que además cuenta con una oferta académica de primer ciclo, maestría y doctorado. La mayoría de los proyectos de investigación encabezados por este organismo se desarrollan en colaboración con universidades locales y europeas, y centran su atención, principalmente, en el estudio de los antiguos asentamientos romanos e islámicos, así como en algunas cuevas prehistóricas y sitios de arte rupestre.4
En términos generales, puede decirse que la práctica arqueológica promovida por el Estado marroquí tiene una gran influencia del desarrollo de la disciplina en Europa occidental, la cual mantiene un estrecho vínculo con las perspectivas del evolucionismo social cuya génesis se ubica en la segunda mitad del siglo XIX.5
Desde la óptica de las diferentes perspectivas del evolucionismo social, la complejidad social está determinada por variables como el desarrollo tecnológico, la aparición de sistemas de escritura y asentamientos urbanos (organizaciones centralizadas con una burocracia), entre otros posibles factores. En este escenario, los egipcios, fenicios, cartagineses, romanos, cristianos, vándalos, bizantinos y arabo-musulmanes son ejemplos de sociedades complejas, mientras que, aquellas que no se ajustan a estos criterios suelen catalogarse como “sociedades prehistóricas”.
Sin embargo, existen numerosos vestigios materiales en contexto arqueológico que no encajan en ningún criterio del marco de referencia dominante y que, por tanto, no constituyen un objeto de estudio en la practica arqueológica promovida por el estado; muchos de ellos, por su temporalidad, pueden ser estudiados desde la perspectiva de la arqueología del pasado reciente.
ALGUNOS ELEMENTOS PARA LA ELABORACIÓN DE UNA “ARQUEOLOGÍA DEL PASADO RECIENTE” EN LAS ÁREAS RURALES DEL NORESTE MARROQUÍ
El interés de este capítulo reside en la relación simbólica que existe entre algunos accidentes topográficos y las nociones de poder político y religioso que dominó en el periodo previo al Protectorado Franco-español, antes de 1921, en el territorio tradicional de los Ayt Ali u Aissa,6 amaziges (bereberes) de la región del Rif ubicada en las montañas del noreste marroquí (véase figura 2, p. 105).
Siendo una arqueología del pasado reciente, aquí la metodología incluye el uso de técnicas etnográficas, arqueológicas e históricas, con la finalidad de entender el vínculo entre una tradición amazige propia de África del Norte y el sufismo diseminado en la región entre los siglos XI y XII, así como su importancia en la organización sociopolítica en el periodo de interés.
En tal sentido es importante señalar, respecto al trabajo etnográfico, que los informantes seleccionados aún tienen un vínculo con las tradiciones locales de larga duración, en las que se destaca la relación simbólica entre algunas tumbas sufíes (imrabḍen) con accidentes topográficos particulares (véase Ramírez, 2015). Este grupo de informantes, aunque tiene familiares en el extranjero cuyas remesas monetarias complementan la economía del grupo doméstico, obtiene una parte significativa del sustento diario de actividades tradicionales como la agricultura de riego y de temporal. Esta circunstancia les permiten mantener una relación estrecha con el territorio y con las distintas tradiciones míticas transmitidas por sus antecesores, las cuales difieren de la perspectiva de los rifeños de la diáspora (en especial de los más jóvenes) y de aquellos que habitan en las zonas urbanas en Marruecos ligados al Movimiento Cultural Amazige (MCA)7 de alcance internacional y/o a otras perspectivas del islam que descalifican la tradición de llevar a cabo rituales en las tumbas de santos rurales (imrabḍen).
A través del tiempo, la diáspora que dio vida al MCA ha desarrollado una noción identitaria panamazige basada en una perspectiva de la historia de África del Norte centrada en los amaziges y en las experiencias de arabización forzada en sus países de origen. En este contexto, la labor académica de diversos intelectuales sirvió como base para un proceso dinámico de construcción de la identidad y la historia que incorporó gradualmente todos los conocimientos producidos por cualquiera que se comprometiera con el movimiento amazige y con los estudios amaziges en general. Gabriel Camps constituye un ejemplo notable en este proceso, al igual que algunos de sus predecesores como Mouloud Mammeri (Argelia), Saïd Sifaw (Libia) y Mohammed Chafik (Marruecos) (véase Chafik, 2005), entre otros. Sus trabajos sirvieron como fundamento para la elaboración de una historia amazige y una noción de “patrimonio cultural amazige”, que ha servido como base para la conformación de una identidad que abarca a los amaziges de todas las regiones de África del Norte promovida inicialmente por la diáspora cabilia argelina que estableció la primera ONG amazige en Francia, en 1967.
Con los años, las ONG amaziges se multiplicaron en los estados de África del Norte y se conformó una red entre todas ellas que se convirtió en la base de una formación social transnacional cuya unidad descansa en una ideología compartida y lazos sociales de diversa índole, por lo que algunos autores consideran que se trata de una “comunidad imaginada” (Maddy-Weitzman, 2011).
Paralelamente a la transmisión de noticias, las remesas monetarias, las visitas periódicas, así como los retornos definitivos, producen un importante intercambio de ideas entre las diásporas y las comunidades de origen que, junto con los cambios sociales y económicos, dan lugar a nuevas perspectivas sobre la cultura y la identidad. Tradicionalmente, la interacción transnacional entre las diásporas y las comunidades de origen se produce sobre la base de actividades conjuntas como reuniones culturales y políticas, así como un intercambio de publicaciones. En la actualidad, los espacios transnacionales de interacción se crean principalmente mediante la web (internet) y las tecnologías de los medios de comunicación (incluyendo redes sociales que se han popularizado a través de aplicaciones móviles)8 (véase Maddy-Weitzman, 2011; Ramírez, 2011; Silverstain, 2015). Las ideas expresadas por los medios de comunicación y las reuniones en línea, encuentran un terreno fértil entre los amaziges agrupados en ONG, creando redes y esp...