Conquista y pérdida de Yucatán:
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Conquista y pérdida de Yucatán:

la arqueología estadounidense en el "Área Maya" y el Estado nacional mexicano, 1875-1940

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Conquista y pérdida de Yucatán:

la arqueología estadounidense en el "Área Maya" y el Estado nacional mexicano, 1875-1940

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Este libro trata de las expediciones arqueológicas a la península de Yucatán que fueron financiadas por fondos estadounidenses a partir de los años ochenta del siglo XIX en particular aquéllas oriundas del área Cambridge-Boston, luego continuadas, entre 1923 y 1940, por la Carnegie Institution de Washington, bajo el parteaguas de la "arqueología científica". El argumento base que postula esta investigación es que la construcción geográfica y conceptual del "Área Maya", iniciada por un grupo de anticuarios-coleccionistas y empresarios académicos del área de Boston-Cambridge, fue fundamental para el desarrollo de la arqueología (y la antropología) en Estados Unidos. La publicación de un libro que narraba las exportaciones a Harvard de especímenes arqueológicos retirados del fondo del Cenote Sagrado de Chichén Itzá por el excónsul estadounidense Edward H. Thompson, que coincidió con la pugna del gobierno del general Calles con el de Estados Unidos, provocó un terremoto político que cerró los espacios para la arqueología estadounidense en México, en momentos en los que la Segunda Guerra Mundial alteraba radicalmente las prioridades científicas de Washington.

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Información

Año
2021
ISBN
9786075643540
Categoría
Arqueología

IV. LA CARNEGIE Y LOS “PECADOS DE LOS ANTECESORES”:

Inicio y fin del Proyecto Chichén, 1914-1940

LA CARNEGIE (Y THOMPSON) EN BúSQUEDA DE UN PROYECTO

Fundada en 1902, la Carnegie Institution de Washington (CIW) había establecido excelentes relaciones con el gobierno de Porfirio Díaz desde 1905, cuando obtuvo la primera concesión para realizar investigaciones botánicas en México.1 Un nuevo pedido de autorización para una expedición de su Departamento de Magnetismo Terrestre llegó a manos del secretario de Relaciones Exteriores de México, Ignacio Mariscal, por conducto del embajador estadounidense, el 10 de agosto de 1906.2 Pero la Carnegie tenía otros y mucho más ambiciosos planes, teñidos con los colores académicos de lo que comenzaba a llamarse “ciencias sociales”. Desde 1902, el propio año de su creación, en medio de la euforia arqueológica y antropológica (y en particular de la “manía maya”) que se había apoderado de la academia estadounidense, la novísima institución había apuntado sus miras hacia las ciencias antropológicas, en especial la arqueología, fuente de la que manaban cada vez más glamour y prestigio internacionales. Ese mismo año, la presidencia de la CIW convocó a tres notables científicos del país para que propusieran trabajos a ser realizados. Los agraciados fueron nuestros conocidos William H. Holmes, curador en jefe del Instituto Smithsoniano, Franz Boas, su feroz desafecto de 10 años antes, ya profesor insigne en la Universidad de Columbia, y George A. Dorsey, discípulo de Frederick W. Putnam en Harvard y sucesor de Holmes en el cargo de curador de antropología del Museo Field Columbian de Chicago. El reporte final recomendó que los esfuerzos de la CIW se concentraran en la arqueología americanista y en el estudio de grupos étnicos que estaban amenazados de extinción, pero nada se hizo al respecto en esa ocasión y la Carnegie prefirió pulverizar sus recursos en una decena de proyectos en diversas partes del mundo. Exactamente 10 años después, en 1912, en un reconocimiento tácito de la creciente importancia de las nuevas disciplinas en los ambientes académicos estadounidenses, vino la corrección de rumbo: la institución convocó a un nuevo grupo de expertos, ahora integrado por el antropólogo y psiquiatra británico W. H. R. Rivers, Albert E. Jenks, fundador del Departamento de Antropología de la Universidad de Minnesota, y el joven arqueólogo Sylvanus G. Morley, entonces en la Escuela Americana de Investigación de Santa Fe. A ellos cabría la tarea de proponer caminos para la naciente y promisora ciencia de la antropología.
Desde enero de 1911, con los trabajos del dragado y exploración subacuática en el Cenote Sagrado de Chichén Itzá ya definitivamente suspendidos, pero con una cantidad de proyectos en relación inversa con su falta de recursos y con los intereses de su expatrocinador, el Museo Peabody, concentrados en el norte de Guatemala, el excónsul Thompson había comenzado a solicitar ayuda financiera a la CIW. El 23 de ese mes, durante una de sus estancias en Nueva Inglaterra, envió su primera misiva a R. S. Woodward, presidente de la Carnegie Research, en la que se presentaba y resumía sus 20 años de trabajo en Chichén Itzá y se autodefinía como el mayor conocedor de la “civilización maya”. A continuación, solicitaba apoyo para contratar a un ingeniero agrimensor y trabajadores suficientes para hacer excavaciones y fotografiar el material necesario para preparar la publicación de un libro. Daba como referencias a William H. Holmes, del Smithsoniano, Alice Fletcher de la Escuela Americana de Investigación de Santa Fe, N.M. y al profesor Putnam curador del Museo Peabody y del Museo Americano de Historia Natural, de Nueva York. La respuesta del secretario asistente de la CIW fue inmediata y desanimadora: los recursos para 1911 ya estaban asignados y el excónsul tendría que hacer su pedido durante el otoño, cuando entonces podría ser considerado. Indiferente al calendario de la institución, tan sólo 10 días después ya estaba en la mesa de la dirección la solicitud formal de Thompson, en el formato de la CIW, de un subsidio (grant) por 5 000 dólares. La réplica no varió: el mismo funcionario le advirtió que lo más probable era que pasarían varios meses antes de que su pedido fuera examinado y que no había motivos para abrigar muchas esperanzas: “Es bien probable que en los próximos años la Institución sólo tenga para su uso general la mitad de los recursos que el señor Carnegie recientemente agregó a su donación, y también es probable que una buena parte de ellos serán necesarios para continuar el trabajo que ya está en curso”.3 Nuevos intercambios epistolares entre Thompson (presionando en su favor) y las autoridades de la CIW (acusando recibo de sus cartas) en el otoño-invierno de 1911 culminaron en los primeros días de 1912 con un seco comunicado del secretario asistente de la institución que ponía fin al asunto: “En relación con su solicitud del 1o de febrero de 1911, le informo que no fue considerada para recibir el apoyo requerido”. El “resumen de la solicitud” anexo a la respuesta oficial, con fecha de enero de 1912, justificaba el rechazo con la frase: “no hay como esperar resultados adecuados”.4 Thompson volvería a atacar tres años después, en diciembre de 1914, con los mismos resultados, como veremos más adelante.

MORLEY Y EL “PROYECTO CHICHÉN

Sylvanus G. Morley también iniciaba por esos años sus relaciones con la Carnegie. La aproximación inicial se había dado en diciembre de 1912, cuando el joven arqueólogo le fuera presentado al presidente Woodward por Frederick Hodge, jefe del Departamento de Etnología del Smithsoniano (Bureau of American Ethnology) y por el senador J. H. Gallinger. En ese mismo mes, Morley mandó una versión preliminar de su propuesta: “Proyecto de investigación arqueológica en Chichén Itzá”. Después de una breve introducción, en la que destacaba los avances de la “civilización maya” en todos los campos, advertía:
Los resultados mencionados se obtuvieron basicamente por medio del reconocimiento; pero ahora está claro que mayores progresos se alcanzarán con la excavación sistemática y el estudio de uno o varios de los grandes sitios. Solamente dos instituciones se han dedicado hasta este momento al estudio intensivo de grupos de ruinas localizados en el espacio maya. El Museo Peabody de la Universidad de Harvard realizó excavaciones en Copán, Honduras, al inicio de los años noventa; en 1910-1912, la Escuela Americana de Arqueología llevó a cabo un proyecto similar en Quiriguá, Guatemala. Desgraciadamente, en ambos casos las excavaciones se descontinuaron antes de que fuera posible un estudio completo de los sitios. / […] / Durante el proceso de seleccionar un sitio para estudios sistemáticos, las ruinas de Chichén Itzá, Yucatán, mostraron condiciones de tal naturaleza que convirtieron ese grupo en el principal objeto de consideración.
Sugería que los trabajos deberían ser programados para iniciar en diciembre de 1913, lo que daría tiempo suficiente para negociar la concesión (de cinco o 10 años) con el gobierno del general Victoriano Huerta, y se ofrecía, evidentemente, para ser el director del proyecto. Sin embargo, entre la presentación del plan, en diciembre de 1912, y el anuncio de los resultados por parte de la CIW, Morley, de manera particular, había solicitado al gobierno mexicano, a inicios de mayo de 1913, permiso para realizar excavaciones en Chichén Itzá. El plan se basaba en dos visitas que había realizado al sitio y a la hacienda Chichén —del excónsul Thompson— en marzo de 1907 y nuevamente en diciembre de 1908. Esta última habría sido una misión encomendada por el Instituto Arqueológico de América para estudiar la orientación de los edificios de Chichén y de Uxmal, a la que ya se hizo refererencia.5 Ese mismo mes de mayo de 1913, el titular de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes (SIPBA) del gobierno de Huerta nombró una comisión para estudiar la propuesta de Morley, que estaba integrada, entre otros, por Manuel Gamio, entonces director de Estudios Arqueológicos y Etnográficos de la Secretaría de Fomento.6 En agosto Morley recibió la respuesta de la SIPBA, indicando las condiciones para acceder a su pedido (las estipuladas en los decretos de 1896-1897) y garantizando que si las aceptaba el permiso sería concedido rápidamente.7 Ya en tratos con la CIW para encabezar su gran proyecto —en caso de que su propuesta resultara seleccionada— Morley tenía que responder a la secretaría y al mismo tiempo evitar interferir con el proyecto mayor de su posible futuro patrocinador: “Quiero evitar cualquier cosa que haga parecer que, de una u otra manera, me anticipé a la acción del Consejo de Administradores con mi plan, y si embargo creo que es necesario dar alguna respuesta al gobierno mexicano tan pronto como sea posible”.8 La misiva de Morley terminaba así:
[…] En efecto, puedo decir que ya solicité una concesión del gobierno mexicano para excavar y reparar las ruinas de Chichén Itzá, y que el Sr. Vera Estañol, ministro de Instrucción Pública, bajo cuya jurisdicción se dirimen estos asuntos, lo ha comentado con el presidente Huerta y obtenido su aprobación. El Sr. Vera Estañol me aseguró personalmente que la concesión será otorgada de manera oficial en el plazo de un mes […]. De ser así, y en caso de que el proyecto que presenté sea aprobado por la Carnegie Institution, se obviará la necesidad de solicitar una concesión en nombre de la institución, algo que puede conllevar cierta dificultad.9
Sin embargo, el presidente de la CIW, sin dejar de elogiar a Morley por sus cualidades y asegurando que lo reclutaría para la institución, se mostraba extremamente cauteloso e inseguro sobre el proyecto Chichén. La naturaleza peculiar de la Carnegie y la definición todavía nebulosa de sus funciones reforzaban la posición de un Woodward que, en el fondo, no estaba a favor del proyecto de Morley. Le parecía ser una empresa más apropiada para un museo, por lo que se declaraba dispuesto a financiar el proyecto siempre y cuando éste fuera asumido por el Smithsoniano o por el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Una actitud que subrayaba la aparición de un nuevo tipo de instituciones filantrópicas: las fundaciones, diferenciadas de los museos, de las universidades y de las agencias científicas gubernamentales. Aun pensando en los viejos esquemas, Woodward reforzó sus recelos con la evidencia de que la Carnegie no tenía instalaciones museísticas en las cuales guardar “las colecciones que se crearán con las exploraciones en ese interesante país”. Y, de nuevo usando el pasado reciente como arma, en lo que parecía ser un alfilerazo directo al Museo Peabody, pronosticó dificultades sin fin en caso de entrar en el campo de la arqueología, donde “abundan los saqueadores y donde estaremos destinados a enfrentar dificultades sin fin por causa de los pecados de nuestros antecesores […]”. Las condiciones revolucionarias de México eran otra de las preocupaciones del presidente de la institución, a quien le parecía que el fuerte tono antiestadounidense de los movimientos revolucionarios mexicanos iba a convertir el nombre “Carnegie” en una admonición demoniaca. Pero al final de cuentas, para esa nueva joya de la filantropía estadounidense, recién lapidada, lo que debilitaba enormemente la propuesta de Morley a los ojos del físicomatemático Woodward eran la escasa importancia y falta de pedigrí de cualquier proyecto arqueológico y, en este caso, la semiplebeya condición de su impulsor: “Una persona con unos cuantos dólares en el bolsillo, como Mr. Morley, puede darse muy bien en ese campo; pero me queda claro que una institución que lleva el nombre de señor Carnegie puede invertir sus ingresos más eficientemente en otros campos”.10 Esto, a pesar de que el proyecto de Morley, adecuado a las prevenciones de Woodward, dejaba claro que: “El objetivo de este proyecto no es la adquisición de colecciones. Si bien es verdad que muchos especímenes serán descubiertos a lo largo de ese trabajo, habrá que entender que eso será una cuestión meramente incidental y sin relación con el propósito principal // de la investigación”. El texto cerraba con una clara referencia a quienes habían precedido a la Carnegie en el “Área Maya” en el contexto los principios de la nueva práctica “científica” de la arqueología:
El arqueólogo de nuestros días no tiene más semejanza con el buscador de cacharros de cuarenta años atrás que la moderna práctica médica tiene con las charlatanerías de la Edad Media. Para la moderna ciencia arqueológica el único valor de un espécimen es la historia que cuenta sobre la gente que lo produjo. Carece de importancia lo que pueda pasarle a cualquier colección existente mientras sea preservada para el uso de los estudiantes futuros.11
No obstante las reservas del presidente de la Carnegie, en noviembre de 1913 la CIW dio a conocer los resultados de las deliberaciones del comité en un documento de 88 páginas publicado con el título de Reports upon the present condition and future needs of the science of anthropology. El cuaderno abría con una referencia a la cuestión central que debería ser respondida: “Proponer cuál parte del mundo fuera de Estados Unidos presenta las mejores oportunidades para la investigación antropológica y el tipo de pesquisa que puede prometer los resultados más importantes”.12 Tres propuestas habían competido para obtener el honor de convertirse en el proyecto de investigación de la institución por los próximos años: Jenks, autor de un “Informe sobre la ciencia antropológica en el Hemisferio occidental e islas del Pacífico”, había propuesto la fundación...

Índice

  1. PORTADA
  2. TÍTULO DE LA PÁGINA
  3. PÁGINA DE DERECHOS RESERVADOS
  4. TABLA DE CONTENIDO
  5. PREÁMBULO
  6. I. LOS BOSTONIANS Y LOS PRIMEROS RUMBOS DE LA ARQUEOLOGÍA AMERICANISTA ESTADOUNIDENSE, c. 1875-1894
  7. II. EL CÓNSUL THOMPSON, 1893-1904
  8. III. EL DRAGADO DEL CENOTE SAGRADO DE CHICHÉN ITZÁ, 1904-c. 1914
  9. IV. LA CARNEGIE Y LOS “PECADOS DE LOS ANTECESORES”:
  10. ARCHIVOS Y BIBLIOGRAFÍA
  11. GALERÍA FOTOGRÁFICA
  12. SOBRE EL AUTOR