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LA DESFEMINIZACIÓN DE LA MUJER. DEL FEMINISMO DE EQUIDAD AL FEMINISMO FUNCIONAL
PRIMERAS VINDICACIONES DE LA MUJER
Durante la Ilustración, en los años precedentes a la Revolución francesa, las mujeres comenzaron a organizarse para luchar contra su ostracismo. No querían seguir conformándose con la «discreta ignorancia y dignificante anonimato» que proclamaba para ellas Rousseau, y que había sido la tónica durante los siglos anteriores. La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano fue precisamente un reconocimiento y proclama de los derechos única y exclusivamente de los varones, pues las mujeres no eran reconocidas ni siquiera como ciudadanas, por ser consideradas seres inferiores.
Sin embargo, un grupo de mujeres valientes lideradas por Maria Olympe de Gouges, autora de Los derechos de la mujer y de la ciudadana (1791), levantó la voz para exigir su condición de ciudadanas; consideraban que, si ellas podían subir al cadalso, también podían hacerlo a la tribuna. Estas declaraciones resultaron premonitorias ya que todas ellas acabaron guillotinadas en 1793 por reclamar simplemente que se les reconociera cierta igualdad después de haber luchado, hombro con hombro, junto a los varones durante el levantamiento de 1789.
Mejor suerte corrió Mary Wollstonecraft, pionera del movimiento feminista en Reino Unido, que en 1792 publicó la Vindicación de los derechos de la mujer, un ensayo que se convertiría en una de las primeras obras feministas de la historia, en el que la autora destaca la importancia de la educación como medio para lograr la igualdad real de las mujeres, dotándolas de autonomía y criterio propio.
Estas mujeres valientes darían lugar a un posterior movimiento feminista incipiente, puro, noble, cuya pretensión era simple y justa; la igualdad en derechos y deberes con los hombres en el ámbito público: derecho a la educación; derecho al trabajo; derecho al sufragio; igualdad ante la ley. Pero sin renunciar a su esencia y especificidad femenina. Mujeres sabedoras de su originalidad, que no pretendían imitar a los varones al precio de perder su identidad, sino que deseaban complementar una sociedad masculinizada con su especial aportación femenina y maternal. Es lo que Hoff Sommers denominó el feminismo “de equidad”.
BREVE REFERENCIA AL FEMINISMO DE EQUIDAD EN ESPAÑA
En España, durante los años finales del siglo XIX y los inicios del XX gozamos de grandes representantes del feminismo de equidad. Mujeres que, sin renunciar a su feminidad, reclamaron lo que era de justicia: una igualdad real en derechos y deberes. Con todas estas mujeres valientes y pioneras tenemos una deuda incalculable, pues lucharon larga y duramente con el fin de conquistar para todas nosotras los derechos que los hombres llevaban disfrutando desde hacía siglos.
Concepción Arenal fue una de las grandes pioneras en este sentido. En una sociedad en la que la Universidad estaba vedada para el sexo femenino, esta mujer valiente no se conformó con tal injusticia, sino que utilizó su ingenio, transformando las dificultades en retos, para poder estudiar la carrera de derecho que siempre había deseado, llegando a ser una prestigiosa criminalista reconocida internacionalmente. Para ello, se disfrazó de varón y, bajo los ropajes de hombre, accedió a las aulas de la Universidad de Madrid. Maniobra que aplicaba también para poder disfrutar de las tertulias literarias y políticas de los cafés de la capital, de las que estaban asimismo excluidas las mujeres, y a las que iba acompañada de su marido, el abogado y escritor Fernando García Carrasco, un hombre que entendió las inquietudes intelectuales de su esposa y la apoyó en todo momento, animándole a desarrollar su capacidad creadora y su producción como escritora.
La preocupación por la educación de las mujeres fue una tónica constante entre las feministas españolas de esta época, convencidas de que la instrucción de las féminas en condiciones de igualdad con los varones era la única manera de luchar contra la esclavitud de las predisposiciones biológicas y sociales que encadenaban a las mujeres entonces.
Esta exigencia de formación de las niñas y jóvenes, iniciada ya en el siglo XVIII por Josefa Amar y continuada por Concepción Arena en el XIX, tuvo su máxima representante a inicios del siglo XX en la figura magnífica de Emilia Pardo Bazán que, como consejera de Instrucción Pública en 1910 (primera mujer catedrática en España en 1916), defendió el derecho de las mujeres a acceder a todas las formas y niveles de la educación y al ejercicio de profesiones liberales.
La segunda gran batalla en el campo de la igualdad fue la protagonizada por la abogada Clara Campoamor, cuya pretensión era que el derecho al sufragio de las mujeres fuera incorporado en las reformas electorales, siempre bajo una estrategia de orden y legalidad. El 1 de octubre de 1931 España dio un paso de gigante hacia la igualdad. Las cortes de la Segunda República aprobaron, por 161 votos a favor y 121 en contra, que las mujeres tuviesen derecho a voto, el sufragio femenino, y que su opinión fuese tenida en cuenta para decidir la organización política del país.
Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad del género humano en política, para que la política sea cosa de dos, porque solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras.
Sin embargo, merece la pena destacar que el voto femenino salió adelante gracias al apoyo de una mayoría de varones en las Cortes españolas y con la triste oposición de las dos únicas mujeres que junto a Clara Campoamor representaban al pueblo español en el Parlamento por aquel entonces: Margarita Nelken y Victoria Kent.
El 1 de octubre de 1931, la diputada Campoamor en la defensa del sufragio universal ante el Parlamento realizó la siguiente afirmación: «Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer»; a modo de vaticinio de la desfeminización que la mujer iba a experimentar en los años venideros como moneda de cambio por una igualdad que ha supuesto en gran medida la negación de la identidad femenina.
LA REVOLUCIÓN DEL 68. DESFEMINIZACIÓN Y CORRUPCIÓN DEL FEMINISMO
En el loable intento por conseguir la igualdad, de forma prácticamente imperceptible, se fueron aniquilando simultáneamente las diferencias existentes entre los sexos, con la pérdida de personalidad y de identidad que esto implicó, tanto para las mujeres, como para los hombres. Ciertos sectores ideológicos, se esforzaron por reconocer los mismos derechos y deberes, al mismo tiempo que negaban radicalmente la existencia de cualquier diferencia entre los sexos. De este modo, transformaron la igualdad en un igualitarismo masificador neutralizante de los sexos que no hizo sino perjudicar a ambos.
Mayo de 1968. Miles de jóvenes, en su mayoría universitarios, inundan las calles de París. El objetivo: romper con el pasado de forma radical, acabar con el orden establecido, invertir la jerarquía generacional, familiar e interpersonal, eliminar toda forma de autoridad y, sobre todo imponer el igualitarismo en todos los ámbitos de la vida, también en el sexual. Esta revolución implicó una mutación antropológica: mutación de la escala de valores; de las relaciones paterno-filiales; de la maternidad hacia la autocomplacencia y de la paternidad hacia la invisibilidad; una mutación de la feminidad y masculinidad hacia la neutralidad y la pérdida de identidad.
En sus orígenes, la dirección ideológica de este movimiento debemos atribuirla básicamente a Simone de Beauvoir, en cuya obra, El segundo sexo (1949), con una enorme difusión en la sociedad del momento y, más tarde, en los movimientos feministas de los años setenta profundamente emparentados con la “revolución sexual”, mantenía de forma radical, que la mujer (y, en consecuencia, el varón) “no nace, sino que se hace”; idea que constituye un adelanto de lo que sería posteriormente el denominado feminismo de “género”.
Es también innegable la influencia ejercida por diversas teorías marxistas y estructuralistas, como las proporcionadas por Friedrich Engels, quien predicó la unión de feminismo y marxismo y en cuyo libro El Origen de la Familia, Propiedad y el Estado (1884) señalaba:
El primer antagonismo de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por otra, con la del sexo femenino por el masculino.
Herbert Marcuse (1898-1979), con su invitación a experimentar todo tipo de situaciones sexuales, fue otra de sus fuentes de inspiración.
Con este bagaje llegó la revolución del 68, momento en el que el feminismo, una vez obtenid...