Tiempo ardiendo al revés
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Tiempo ardiendo al revés

  1. 176 páginas
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Tiempo ardiendo al revés

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Índice
Citas

Información del libro

Una nueva historia ambientada en el exitoso universo del Metaverso, en la que Víctor Conde nos vuelve a llevar a su mundo de space opera, aventura y acción. Tras la caída del Imperio Gestáltico, el guerrero Evan Kingdon y el artista muerto Delian Stragoss se embarcan en una misión imposible: recuperar la mente del amor de Evan, copiada dentro de un artefacto en lo más profundo del universo. Una misión que los llevará a vivir mil aventuras y peligros en medio de un universo hostil. Las maravillas del Metaverso nos siguen esperando a todos y nos depararán las más intensas emociones.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2022
ISBN
9788728330814
Categoría
Letteratura
Categoría
Fantascienza

SEGUNDA PARTE:

TE SEGUIRÉ HASTA EL FIN DEL LOS TIEMPOS

9.FAMILIAS MAL AVENIDAS

Una mujer arranca una brizna de hierba de un campo dorado y se la lleva a la nariz. Gruesas lágrimas de niña le resbalan por la mejilla, destellan en el hoyuelo del mentón y gotean sobre la hierba. Hay una promesa sagrada que se le traba en la garganta, una especie de fórmula para la destilación de un afecto incondicional, que ahora no sabe si tendrá sentido o no. «Por hoy ya no quiero más sueños —se dice, o le dice a una de sus lágrimas—. Mañana, si queréis, inventaremos otros nuevos».
Un hombre cae hacia una muralla compuesta por átomos excitados de materia oscura y la atraviesa, notando cómo el universo hierve a su alrededor. Los misterios de la materia enfrentada a la antimateria no reaccionan explosivamente, sino que lo envuelven con una coraza, una imposibilidad cargada de lirismo. Él mismo se siente perdido, una manifestación accidental de fuerzas ciegas. Pero no, tiene un propósito, y hará lo que sea por cumplirlo. El hombre se abre paso por la gelatina y las costuras de ese espacio que no se diseñó para él, flotando dentro de un hexelo, y sigue avanzando.
En otro lugar muy lejano, un gamo alza su cabeza del riachuelo del que está bebiendo y mira al cielo, sorprendido por algo.
Aunque no lo parezca, todos estos acontecimientos tienen relación.
En los días que Evan y Pekab pasaron en compañía de los terlon aprendieron mucho sobre ellos. Al final se les había unido Delian, tras ocultar la Nimrod en una caverna cercana, trayéndose su vóder proyector. Los tres estaban siendo tratados muy amablemente por aquella gente, nadie los había traicionado ni había tratado de despojarlos de sus armas o su equipo. Yax, como representante del colectivo, parecía tener mucho interés en conservar a los extranjeros como aliados. Incluso les había provisto de una solución de nanomáquinas que convertían el aire de aquel planeta en algo adecuado para sus pulmones.
Durante las tres jornadas que pasaron allí, Yax les enseñó el resto del complejo, incluyendo el hangar con las naves estacionadas —¡naves piratas!, como sin duda les habría recordado el Magistrado— y las dependencias donde vivían los civiles. Encontraron una amplia comunidad de varios centenares de terlon de los tres sexos, atareada y tranquila, que contemplaba a los recién llegados con recelo pero que no emprendió ninguna acción contra ellos.
—Qué diferentes son de como me los pintó el Tetrámeclon —admitió Evan. El sonido de su voz resonaba en su cabeza con la presión de un bostezo. Su mandíbula restalló y soltó la pregunta—: ¿No les parece raro? De haberme fiado de su descripción, habría esperado encontrarme con una tribu de descerebrados caníbales que copulaban con bestias y llevaban a cabo sanguinarios ritos homicidas.
—Ya… es lo malo de escuchar una única versión de la historia. Es cierto que hemos tenido que defendernos, y que ello ha llevado a actos violentos, pero ¿qué habríais hecho vosotros si vuestra civilización os hubiese declarado la guerra y solo quisiera exterminaros?
—Supongo que habríamos intentado encontrar una solución pacífica, y en caso de que no la hubiera, también habríamos levantado barreras. Es obvio. Nadie se deja matar sin defenderse.
—A nosotros nos tocó el exilio —se lamentó Yax. Sus cuatro ojos eran chispeantes e inquietos, siempre a la espera de que pasara algo—. Aun así, nos dan caza. Están empeñados en borrarnos para siempre de la línea genética.
—¿Por qué os odian tanto? —se escandalizó Delian, mirando el extraño guiso de algas que le habían preparado. Estaban sentados en la sala común, donde el grupo entero se reunía dos veces al día para comer. Nadie le había dicho al cocinero que él solo era un fantasma, la encarnación de la cognoscitiva del Nimrod, y que por lo tanto no ingería comida sólida—. ¿Es que no les basta con expulsaros de su espacio controlado y no volveros a ver nunca?
—No pueden arriesgarse a que ocurran las cosas que podrían pasar si… si evolucionamos demasiado, y en una dirección equivocada. Verán, la historia es sencilla. —Miró por la ventana hacia un silencio informe, sin horizonte, una claridad de nubes que parecía arder con una combustión suave y prolongada—. Hace muchos milenios, cuando la Primera Rama encontró a los Ids y estos les abrieron las puertas del Metacampo, salimos de nuestro mundo semilla y conquistamos las estrellas. La especie se subdividió en sus razas especializadas para el espacio, y de ahí surgieron las ramas segunda a la quinta. La nuestra, la que vosotros llamáis Tercera, realmente tiene una especie de vínculo con ese número, el tres, pues la adaptación a nuestros mundos colonizados nos llevó a desarrollar tres particiones con tres sexos cada una. Hasta aquí, la historia que ya conocéis.
»Esta diversificación nos ayudó a adaptarnos a entornos realmente hostiles, en lo que íbamos terraformando los mundos que necesitábamos para establecernos. Los terlon éramos la llave que conducía a los nuevos cambios, la subraza más mutable de las tres. Si había que colonizar un planeta nuevo, enviaban terlon. Si había que adaptar la genética de las otras dos a unas condiciones muy exigentes para la vida, éramos nosotros quienes allanábamos el camino. El esquema era armonioso, y funcionó bien durante muchos siglos.
—¿Qué fue mal? —preguntó el ingeniero, que también comía pero una especie de pasta insípida que el cocinero había preparado según sus especificaciones. Los demás miraban su plato con asco.
Yax amagó un bostezo que hábilmente transformó en sonrisa.
—Que un día encontramos una maravilla flotando en el espacio profundo. Una de nuestras naves de exploración se estaba acercando a un cinturón de asteroides en busca de metales cuando detectó a esa… cosa, en su radar de largo alcance. Era una ameba de tamaño descomunal, rellena de hipermateria en forma de estado físico transitorio, una especie de hiperplasma. Y lo que es mejor: parecía poseer alguna clase de vida, como si no fuera un simple capricho del cosmos sino un ser con una capacidad de raciocinio limitada. Le pusimos un nombre que hace referencia a una de nuestras leyendas del folclore: el Maelstrom Gauta, aquel que no tiene forma.
»El Gauta ignoró nuestros intentos de comunicarnos con él, pero dedujimos que era inteligente por una serie de decisiones que tomaba en su vuelo por el espacio, acercándose a unos campos magnéticos o a pozos gravitatorios para alimentarse de ellos y esquivando intencionadamente otros. Eso no lo hace un fenómeno natural fortuito.
—Usted lo tocó con el dedo, el otro día, y le ocurrió algo a su organismo.
—Sí. Eso que tenemos almacenado arriba es una gota de las que va soltando el Gauta en su vuelo por el vacío, que caen sobre los planetas en una suerte de panspermia. Inventamos una garra electromagnética capaz de apresarla y nos la trajimos aquí. El más mínimo contacto con ella acelera mil veces la capacidad mutante de nuestro genoma, y nos hace cambiar en una dirección al azar, sin que nadie tenga control sobre ello.
—Creo que empiezo a entenderlo —dijo Evan—. Los useplos y los lavingios se aterrorizaron cuando encontrasteis esa especie de potenciador del ADN. Temían en qué podíais llegar a convertiros, y lo que eso les haría a ellos a posteriori.
—Exacto. —Yax asintió, taciturno, jugueteando con su vaso. Aún le quedaba algo de líquido en su interior, pero no se lo iba a beber—. En esas dos razas hay un límite básico, un término a la división estructural. Pero nosotros no lo tenemos. Podríamos mutar espontáneamente en direcciones jamás imaginadas, incluso dejando atrás nuestra forma bípeda y olvidándonos para siempre de ser humanos. Estamos en presencia de una lógica subatómica, con principios rectores impredecibles.
—¿Es esa mutación extrema lo que temen los antilianos? ¿Que al final acaben por convertirse en algo que no puedan controlar?
—Es peor que eso. Entre nosotros existe un impulso irrefrenable hacia la procreación, igual que ocurre con los demás tipos de humanos. Un hombre en presencia de una mujer escuchará la llamada de los atavismos que lo impulsan a reproducirse. Hay individuos que eligen conscientemente no hacerlo, como opción personal, pero son una minoría. La mayoría se deja llevar por sus instintos, lo cual conduce, en último término, a la supervivencia de la especie.
»A nosotros nos pasa igual. La diversidad de la especie se debe a la enorme cantidad de combinaciones que se pueden dar entre las tres subrazas y los sexos de cada una. Las leyes de la combinatoria son… precisas. Y la estructura de doble nivel de nuestro ADN atestigua esa precisión. Ahora bien, tal y como están escritos nuestros instintos, si un useplo o un lavingio se encuentra cerca de un terlon, estará casi obligado a reproducirse con él. Por mucho que quieran evitarlo, a la larga no podrán, pues la llamada del instinto es demasiado fuerte. Es como si las personas de piel blanca de tu especie no pudieran evitar sentirse atraídas por las de piel negra, o de cualquier otro color. —Yax entrecerró dos ojos, astutamente, pero solo los de arriba. Con los de abajo seguía mirando aquel vaso.
—Pero ustedes empezaron a cambiar de un modo demasiado veloz y demasiado… radical —entendió Evan—, por culpa de su encontronazo con el Maelstrom Gauta. Los otros se asustaron y quisieron alejarse lo máximo posible de las consecuencias.
—Les aterraba pensar adónde podría llevarnos esta aceleración evolutiva tan brusca. Creo que nuestros pensadores vieron acercarse un futuro en el que ya ni siquiera fuéramos humanos, sino que nos pareciéramos a monstruos adaptados a las condiciones ambientales de planetas extremos. Cosas con seis patas y antenas o cuernos, o tentáculos… los típicos monstruos que decoran los libros infantiles. Y eso les aterró.
—Y decretaron poner a toda una raza en cuarentena —se asombró Delian. Miró las gachas de su plato, una especie de hojaldre bituminoso que resbalaba de la cuchara—. ¿Podrán sobrevivir así las otras dos? ¿No los necesitan a ustedes para que su biología se equilibre?
—No creas. En ausencia de una raza, las otras dos pueden subsistir tranquilamente. Lo único que les pasará es que progresarán más lentamente a nivel de adaptación a nuevos entornos, si no estamos nosotros. El problema es que aunque nos expulsen, saben que mientras quede alguno de los nuestros con vida y ellos lo sepan, siempre habrá algún useplo o algún lavingio que sucumbirá a la llamada de la naturaleza, y vendrá a procrear con nosotros. Por eso solo ven una salida factible.
—El exterminio.
Yax asintió. Delian estaba escandalizado por todo lo que estaba escuchando.
—No me lo puedo creer… Que una especie inteligente trate así a un tercio de sus propios miembros es… monstruoso. No se me ocurren palabras peores que esas, lo siento.
—Es una tragedia —convino Evan—. La IA que me contrató usó un argumento totalmente falaz. Dijo que si ellos habían captado la Señal procedente del Imperio, vosotros también podríais hacerlo. Y temían que encontraseis en ella las claves para adquirir la supremacía contra la Mnentalidad.
—Me temo que aunque la detectamos, no pudimos grabarla. Era tan altamente energética que fundió muchos de nuestros circuitos. Sin embargo —el tono de voz del terlon se volvió conspiranoico—, sí que hay algo que pudo haberla registrado.
—El Gauta —comprendió el ingeniero—. La ameba tiene capacidad para absorber y «recordar» cada oscilación electromagnética de la Señal.
—Exacto. Vosotros, Evan, Delian, Pekab, solo sois la punta de lanza, la primera avanzadilla que las IAs han decidido enviar contra nosotros. Seguro que detrás vendrán otros, y no serán tan amistosos.
Un hermafro entró en el comedor con los ojos doblemente abiertos por la sorpresa.
—¿Qué ocurre? —preguntó Yax.
—¡Comandante! Una nave acaba de salir del Hipervínculo en el extrarradio del sistema. Creemos que es un crucero de guerra.
—Aquí están ya. Esos malnacidos no van a jugar limpio. Si descubren nuestra colonia, nos bombardearán con atómicas desde órbita. No respetarán a ninguno de los nuestros, ni siquiera a los niños.
—No si puedo evitarlo. —Evan apretó las mandíbulas. El soldado que había en él, acostumbrado a las gestas imposibles, se frotó las manos con avidez—. Intentaré alejarlos de aquí con mi nave.
—Nosotros nos prepararemos para atacar, camuflados, si es necesario. Te agradezco tu ayuda, extranjero —dijo el terlon con sinceridad—. Pero esta no es tu guerra. No te culparía si salieras corriendo, ahora que puedes.
—Nunca he rehuido una pelea si la considero justa, amigo —sonrió el guerrero espíritu—. Además, todavía me tienes que presentar a la bailarina aquella que parecía poseer facultades mnémicas. Si las tiene, y no se le han marchitado como a mí… ella y yo tenemos mucho de qué hablar. —Miró al ingeniero, al que se le notaba indeciso—. Tienes un dilema moral, ¿verdad?
—Sí. Vine para cumplir una misión que me encomendó una de las IAs de la Mnentalidad —admitió—. Sentiría que estoy traicionando a los míos si me sumara a tu tripulación en una batalla contra un crucero de mi gente.
—Te entiendo. Puedes quedarte aquí, si quieres, hasta que volvamos. Pero por favor, no intentes ponerlos sobre aviso. Ya has visto que esta pobre gente necesita nuestra ayuda.
—No te preocupes, Evan Kingdrom. No tomaré parte ni a favor ni en contra. A partir de ahora seré un observador imparcial, al menos hasta que pueda regresar a mi casa.
Salieron a toda prisa rumbo al hangar, solo Evan y Delian, donde un transporte los llevaría a donde estaba escondida la Nimrod. Evan sintió la emoción previa a la batalla. ¿Estarían mordiendo más de lo que podían tragar al ponerse de lado de aquellos exiliados? No lo sabía, pero le daba igual.
Un guerrero espíritu nunca esquivaba una buena pelea si creía que estaba en el bando correcto.
(Negrura)
El sonido se había detenido. La gravedad llevaba un tiempo muerta. La quietud en la que se había sumido el mundo no era normal, parecía forzada. Encadenada.
Gétula se movió en aquella
(negrura)
y notó que seguía atada. Aquellos policías, o quienes coño fueran, le habían puesto unas esposas y unos grilletes en los tobillos, y la habían dejado allí para que se pudriera, sola con su sudor. Porque ella sabía que la
(negrura)
estaba llena de cosas. Y que todas eran espantosas.
Recordó algo que le había dicho su abuela, el día antes de morir. No hacía más que murmurar, acostada en aquella cama, que las sábanas tenían un olor a tierra fresca, regada por la lluvia. Cuando su nieta le preguntó por qué, contestó que era porque las camas de los ancianos moribundos huelen a tumba recién excavada. Gétula, sin embargo, había olido algunas tumbas acercando la nariz a sus lápidas, y curiosamente… a lo que olían no era a tierra, sino a habitaciones donde duermen personas mayores.
Ahora, ella estaba hundida en uno de aquellos agujeros. Y no olía a habitación de anciano, pero tampoco a tierra fresca. A lo que olía era a olvido. A trozos de carne lanzados allí dentro para que el mundo exterior los olvidara para siempre. Por mucho que gritara pidiendo ayuda —lo había estado haciendo, a conciencia, hasta que se quedó sin voz—, nadie la oiría.
Su abuela. Le pareció curioso que se a...

Índice

  1. Tiempo ardiendo al revés
  2. Copyright
  3. SINOPSIS
  4. Dedication
  5. Other
  6. DRAMATIS PERSONAE
  7. PRÓLOGO: LA CAÍDA DE UN IMPERIO
  8. PRIMERA PARTE:
  9. SEGUNDA PARTE:
  10. EPÍLOGO: EN UN LUGAR PERDIDO DEL UNIVERSO
  11. Sobre Tiempo ardiendo al revés
  12. Notes