Santos Vega
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Santos Vega

  1. 281 páginas
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Información del libro

«Santos Vega» (1880) es una novela de género folletinesco de Eduardo Gutiérrez que narra las aventuras y desventuras del célebre payador Santos Vega, gaucho invencible que ha inspirado a numerosos artistas argentinos a lo largo del tiempo, y de su amigo Carmona, ambos perseguidos por la ley.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2022
ISBN
9788726642308
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

SANTOS VEGA

Gaucho el mundo me ha nombrado,
y me arranca de su seno
como planta de veneno
que mata al que la ha pisado
canalla en fin me ha llamado
con toda su indignacion,
y en toda la creacion,
con mi angustia y con mi vida
no tengo ya más cabida
que en mi propio corazon.
LAZARO—R. Gutierrez:

La herencia del Paria

Mucho se ha dicho y se ha escrito sobre este sombrio trovador, cuya tradicion no morirá nunca en la asombrosa memoria de nuestro gauchos.
Sus trovas más sentidas y sus más tristes dècimas se sienten en la campaña, allí donde suena una guitarra, habiendo sido citadas muchas de ellas por nuestros más eminentes poetas, como un modelo clásico de sentimiento y de arte.
Tan asombrosa ha sido la existencia de aquel sér desventurado y fuerte, tan soberbias las prendas de su corazon, que muchos han llegado á sostener que Santos Vega era un sér fantástico á quien se le atribuia todo lo bueno y anónimo de nuestra poesia gaucha.
Y sin embargo, nada màs cierto que la existencia de aquel hombre extraordinario, cuya vida fuè un cúmulo de desventuras, muchas de ellas terriblemente trágicas, como la muerte de su querido Carmona, pèrdida que lloró hasta que la muerte tambien abatió sus alas sobre su hermosa cabeza.
Santos Vega vivia sufriendo y cantando.
Sufriendo, porque segun èl decía, para sufrir había venido al mundo; cantando, porque el canto era el medio de manifestacion de su alma artistica.
Cuentan que cuando Santos Vega cantaba, se conmovía de una manera poderosa, enterneciendo á sus oyentes hasta las lágrimas, no solo por sus trovas, llenas de un sentimiento de alegria, cuanto por su voz poderosa y sollozante, que conmovia c omo un lamento.
La guitarra, bajo la presion de sus dedos, rendia admira blemente toda la melancolia de que estava impregnado su espiritu, explicándose sólo así que con su canto; Vega tuviese entretenidos, dias y noches, á todos los vecinos de un partido, que como à una féria ó fiesta extraordinaria, caian hasta con caballos de tiro á la pulperia ò la estancia donde se decia estaba Don Santo.
Al principio de su popularidad, Santos Vega era solo conocido por el payador invencible, pues no habia hallado competidor en sus célebres payadas de tres ó cuatro dias con sus correspondientes noches, tiempo en que vencia á todos los payadores de menta que se le iban presentando.
Pero desde la muerte de Carmona, sus cantos cambiaron como cambió su carácter.
De alegre se volvió sombrio, y sus payadas se convirtieron en las tristes dècimas que todos conocen y que hemos recogido nosotros de la memoria de algunos paisanos viejos que lo conocieron y payaron con él.
Santos Vega era un hombre superior por todas las condiciones de su carácter.
Poseía un corazon esencialmente artístico y conocia que su esfera de accion no era el fogon de los ranchos, ni la cocina de los peones en las estancias. El habia tratado de acercarse á sus patrones y alternar con ellos; los ojos de más de una hermosa mujer habian sido la inspiracion de sus trovas; pero se habia sentido despreciado por los primeros, que lo trataron como á un peon ruin, y halló que las segundas ocultaban como cosa vergonzosa el afecto que les habia inspirado, ó la impresion que sintieron escuchando sus amorosas décimas.
Y es que Santos Vega cargaba con el terrible anatema de ser gaucho, como si en aquella raza sencilla é inteligente no se hallaran los caracteres más nobles y los corazones más intrépidos.
Si actualmente el gaucho es perseguido por el solo delito de ser gaucho, calculen ustedes lo que sucederia en el año 1820, época de la que arranca nuestro relato.
Hoy el gaucho es un elemento electoral que se lleva á los comicios, intimado por el sable del comandante militar y la amenaza del juez de paz, verdadero señor de vidas y haciendas.
Su derecho no alcanza ni aún siquiera á tener una opinion ni á dejar de tenerla pues tiene que opinar siempre como se lo manda el comandante militar, árbítro de los votos del partido.
Su mision sobre la tierra, se reduce á votar en las elecciones y ocupar su puesto de carne de cañon en los cuerpos de línea que guarnecen la frontera.
Para esta sobran motivos, y hasta lo es suficiente y grave, tener una mujer ó hija hermosa cuyo honor pretenda hacer respetar, ò haber negado al juez de paz su mejor parejero ó su vaca más lechera.
Este es un crimen monstruoso, es la violacion de los derechos que poseo cualquier animal en la tierra; pero, ¿qué importa?
El gaucho no es ni siquiera un animal: es una propiedad del juez de pas del partido.
Y tan habituado éstá a esta existencia miserable, que no se queja, pues sabe que su palabra solo serviría para enconar contra él á la justicia.
A veces solo toma el camino de la venganza, como preferible al del suicidio.
Para él toda equidad de justicia ha desaparecido.
Si se bate en duelo leal, con todas las reglas de este acto y dà muerte á su adversario, siempre es un homicida asesino para quien se abre la puerta de la cárcel ó del cuartel, mientras este género de muerte no está calificado ni penado así para el que no es un gaucho.
Si se suele embriagar por humorada, vá al cepo de cabeza, y si protestá va á los cuerpos de línea; mientras que el mismo que lo condena de aquella manera inicua, está ébrio hasta no poder tenerse en pié.
El calificativo de gaucho, como palabra de desprecio, hiere sin cesar sus oidos, mientras lleva una áterna paliza suspendida sobre su cabesa.
Asi aquel noble tipo nacido muchas veces para el arte, como Santos Vega, va juntado en su corazon todo el ódio que á el arrojan los que se creen sus superiores, hasta que se lanza al camino de la venganza, pues los del honor le están cerrados y el del crimen le repugna.
La palabra «justicia». suena para él como la de suprema desventura, pues ella representa el azote de toda su vida.
Y es contra la justicia que se lanza implacablemente, pues su venganza importa la de toda su raza.
El trabajo desaparece para él, pues no lo halla en ninguna parte.
Se encuentra miserable y proscripto en su propia tierra, y es entonces que toma la guitarra, y exhala su queja en inspirada décima. Para él, combatir importa vivir.
Sabe que no tiene más amparo, ni más derecho, ni más razon que los que puede darle la punta de su puñal; y entonces ¡ay del que se ponga á su alcance!
Los cuerpos de línea estàn llenos de historias tristes.
En ellos, y por los delitos que hemos mencionado más arriba, han entrado gauchos jovenes, llenos de vida, fuertes como unos hércules y bravos como unos leones.
Y estos hombres para quienes la vida sonrie con todos sus encantos, han salido con la barba y la cabeza blancas, viejos, decrépitos, con los músculos destrozados por el cepo colombiano y la frente bordada de hachazos recibidos en el cuartel.
Han sido dados de baja por inútiles y porque no valen la racion que casí nunca se les da.
Y ¿para qué sirve esa libertad que se les otorga como una gracia á la puerta de la tumba?
Ella sirve para que el gaucho apure la ultima y más formidable desventura de la vida.
La de ver su hogar desquiciado, saber que su mujer ha muerto de misería, que sus hijas han seguido el camino del vicio, y el mayor de sus hijos, aquel en quien cifraba todas sus esperanzas, ha ido á morir en un presidio, despues de haber recorrido palmo à palma el camino del crimen.
Y si este hombre desesperado, dá una puñalada, como débil desquite al infierno que se le ha hecho apurar, la justicia volverá á ensañarse con èl, conviertiendo en un nuevo infierno los pocos dias que le queden de vida.
Y si esto sucede hoy en dia, si aún vemos decretos del gobierno mandando remontar los cuerpos de línea con los gauchos que no votan con el juez de paz, ¡calcule el lector lo que sucederia el año 1820!
Entonces no habia como hoy un ejército de línea donde destinarlos, pues el ejército que guarnecia la frontera era todo de ga uchos, y gauchos impagos, que no recibian racion ni uniforme, y que eran licenciados despues de dos ó tres años de constante servicio.
Y este sèr extraordinario nunca se queja!
Despues de una patriada donde ha dejado un giron de su carne en cada batalla, vuelve á su pago contento como quien regresa de una fiesta, sin acordarse de la pasada fatiga, ni aún de los sueldos que le debe el gobierno,
Ha cumplido con su deber de soldado, de hijo del pais, como él dice, y se da por satisfecho contando á su familia, al amor de la lumbre, las fatigas y hambrunas de la batalla.
Nunca tiene una frase para ponderarse à si mismo, pues todas sus ponderaciones son pocas para tributarlas al comandante ó á su capitan, mozos más ó menos lindos, cuyo valor daba coraje.
Y es en ese hombre abnegado y noble en quien se ceba la justicia de paz, hasta el extremo de convertirlo en un martir ó en un bandido.
A pesar de haber sido tachados de defénsores del crimen, hemos levantado más de una vez nuestra débil voz en defensa del gauchos de nuestra Pampa, porque lo hemos conocido de cerca y hemos podido apreciar las raras prendas de su corazon y el temple formidable de su alma.
Y hemos visto entristecidos, que el paisano era un hombre destituido de todo derecho y de toda voluntad, sin otra defensa que abatir humildemente la cabeza y sufrir el martirio á que ha sído condenada su raza, ó alzarse como Moreira contra la justicia, y morir de una manera fantástica, despue de haber postrado á sus piés á todo representante de ella, que se puso al alcance de su daga.
Y Santos Vega venia á la vida con aquella herencia terrible que lleva el gaucho en su nombre.
Había luchado todo lo que le habia sido posible, hasta que se entregó á seguir su destino, como quiera que viviese.
Al principio habia tratado de huir del fogon del rancho, pues se habia sentido un ser superior y comprendia que aquel no era su centro.
Pero ya lo hemos dicho: so habia sentido despreciar en todas partes, hasta por los mismos que él veía cautivos con un canto, sin otra razon que la supremacia del dinero.
El no tenia màs fortuna que su guitarra, su daga y un par de caballos; y con semejante bagaje no se podia aspirar á alternar en la sociedad de la gente rica.
Las prendas de su corazon no valian nada, ni nada valia su espiritu esencialmente artistico.
En su tirador no habia onzas de oro ni reguera de patacones; en su apero no se veía ni una sola virola de plata, y con esto no se puede dejar de ser un perdido vagamundo.
Santos Vega viò todo esto y se refugió en su corazon donde junto una buena dósis de ódio y desprecio á los que así lo habian maltratado.
Santos Vega concurrió desde entonces al fogon y á la pulperia, cantando las amarguras de su vida en famosas payadas, la mayor parte de las cuales viven hoy mismo en la memoria de los paisanos.
De cuando en cuando solia preludiar un estilo y cantar un triste.
Entonces puede decirse que toda su alma se volcaba en un canto enamorado, dejando entrever el lamento de una pasion desgraciada.
Y es que Santos Vega habia amado con toda la intensidad de su alma ardiente; pero segun se desprendia de su canto, la jerarquia del dinero lo habia apartado de la mujer querida, en cuyo amor habia soñado por un momento mitigar la orfandad de afectos en que habia vivido.
Los favores que en su esfera habia prestado, habian sido pagados con el desprecio y el olvido.
Por eso entre sus más lijeros cantos se solian escuchar satiras llenas de amargura como ésta:
«Si las ingratitudes
fueran de aceite,
yo andaria manchado
continuamente.»
O elegías tíernisimas como esta otra, venian à mostrar la intima sensibilidad de su alma infantil y apasionada:
«De terciopelo negro
tengo cortinas,
para enlutar mi cama
si tú me olvidas.»
Aqui hay toda la belleza y ternura de un pensamiento intimo y cariñoso, expresado con el arte de todo un maestro.
Santos Vega fué desgraciado en todos sus afectos, desde la pérdida de la mujer á quien más quiso en la vida, hasta la muerte, dada por su mano al amigo Carmona, que es una de las paginas màs dramáticas de su existencia novelesca.
Santos Vega no hablaba nunca de su pasado, y cuando le dirigian alguna pregunta que à él se refiriera, contestaba secamente: «No me acuerdo», en un tono que no daba lugar á insistencias.
Su carácter era franco y cariñoso, alegre cuando lograba olvidar por momentos los pesares que rodian su alma, y taciturno y reconcentrado cuando estaba absorto en sus recuerdos.
Bravo hasta lo novelesco, como la mayor parte de los gauchos, no era dificil hacerle desenvainar su facon, haciendo alarde de su destreza en el manejo de aquella arma, sin herir á su adversario, marcandoselo con la empuñadura los golpes, que habrian sido mortales á ser dados con la punta de la daga.
El habia sabido inspirar tal cariño primero y tal respeto en seguida, entre los paisanos, que bastaba su sola presencia para poner tèrmino á cualquier camorra.
Siempre estaba del lado dèbil y en contra de la justicia, cuyas crueldade y cobardias nabian sublevado muchas veces su noble espiritu.
Y la justicia en aquel tiempo era algo formidable.
Una simple órden de presentarse arrestado era acompañada de un golpe de sable.
Cuando se trataba de conducir preso á un paísano por andar divertido, no se hacia esta operacion sin una lluvia de garrotazos y de hachazos muchas veces.
Santos Vega vivía siempre de rancho en rancho y de tapera en galpon, como decia Hidalgo.
Su domicilio era su propio recado, que le servia de cama, de montura, de silla y hasta de carpa, ayudados, con algunos palitos con que la solia armar.
A veces llegaba à las pulperias y poblaciones, donde era recibido con las muestras de la más franca alegria, pero no calentaba mucho el asiento, á no ser que le saliera al encuentro un payador de fama.
Entonces permanecia todo el tiempo que necesitaba para vencerlo, y se alejaba en seguída para otro pago ú otra estancia amiga, donde pasaba dos ó tres dias, segun el halago que hallaba.
Sus inseparables compañeros eran un caballo alazan tostado, famoso parejero del que no se separaba un momento, y un pótrillo gaucho que seguía al parejero, y à quien él llamaba el Mataco á causa de la redondez de la barriga.
En cuanto Vega desmontaba, el alazan y el Mataco se echaban detrás de él como si hubieran sido dos perros.
Lo primero que pedia era una racion para sus amigos, que cuidaba con un esmero y una prolijidad curiosa.
Si se quedaba á dormir en la casa adonde habia llegado, tendia á campo, y era curioso verlo entonces entregado al reposo, con el caballo que no se alejaba dos varas de su cuerpo y el potrillo hecho una rosca á sus píes, como si hubiera sido el perro encargado de velar su sueño.
El Mataco no tenia más amistades que su amo: relinchaba alegremente cuando lo veia ponerse de pié á la madrugada, y corria á mordiscones y manotones al que por broma se acercaba à su amo durante el sueño.
El potrillo no tenia más mision que llevar encíma dos maleteas que contenian los avios de tomar mate, la pava y una carguita de leña más ó menos abultada, segun el paraje donde los tres compañeros hab...

Índice

  1. Santos Vega
  2. Copyright
  3. SANTOS VEGA
  4. Sobre Santos Vega