Los grandes ladrones
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Los grandes ladrones

  1. 150 páginas
  2. Spanish
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Información del libro

«Los grandes ladrones» (1881) es una novela de género folletinesco de Eduardo Gutiérrez que narra las aventuras y desventuras del ladrón Serapio Borches de la Quintana, un hombre de ademanes aristocráticos y educación esmerada, pero de oficio e instintos bajos.-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2022
ISBN
9788726642261
Categoría
Literature
Categoría
Classics

MONSIEUR LECOQ

Don Francisco Wright, comisario entonces de la primera sección de Policía, era y es actualmente un tipo que parece nacido para el desempeño de su difícil empleo.
Penetrante y sagaz, con una práctica asombrosa en el trato de la gente de mala vida, rara vez se le escapaba una pista sobre la que ponia su mirada profundamente observadora.
Era una especie de Mr. Lecoq tan admirablemente pintado por Emilio Goborian, incansable para todas aquellas pequisas que sus colegas reputaban imposibles.
Dada nuestra defectuosa organización municipal y policial, las pesquisas que en Europa se pueden hacer con una facilidad asombrosa, son entre nosotros menos que imposibles por la gran facilidad que tiene el criminal para evadir la acción de la justicia, saliendo y entrando al país sin que nadie se aperciba de ello.
Estas eran las pesquisas que despertaban el mayor interés en aquel Mefistófeles policial v lasque emprendía sin abandonar hasta no haber dado con el criminal y entregádolo á la justicia.
Francisco Wright se entregó, pues, sin descanso á buscar á Serapio Borches de la Quintana por lo mismo que parecía habérselo tragado la tierra.
Pero sus pesquisas primeras habían sido infructuosas, pues Borches parecía no hallarse ni en Buenos Aires ni en Montevideo.
En aquellos dias tuvo lugar una estafa curiosa, cuya averiguación fué encargada á Wright, como el único agente capaz de llevarla á cabo.
El cajero del Banco de Carabassa había sido sorprendido con un cheque falso por valor de cuatro mil patacones, en cuyo cheque se había falsificado la firma del señor Chaille.
Al ver éste aquel cheque, declaró que la firma era falsa, exponiendo presumía fuese un dependiente suyo el falsificador.
El señor Carabassa pidió la prisión del referido dependiente, que era un joven francés que hacía días había salido de lo del señor Chaille, en el que el cajero reconoció la persona á quien había pagado el cheque.
Reservamos su nombre, llamándolo simplemente Augusto, porque no queremos herir intereses de familia bien colocada hoy.
Augusto negó no sólo ser el autor del cheque falso, sino que á él se lo hubiera pagado el cajero del señor Carabassa, quien tenía nota de las monedas que había usado para el pago.
Nadie había presenciado aquel pago, de modo que la prueba se hacia cada vez más difícil.
El comisario Wright, como hemos dicho, fué encargado de hacer esta defícil pesquisa.
Augusto declaraba que aquel era un error del cajero y que hacía desde ya responsable al Banco sobre los graves perjuicios que aquella inicua acusación podía hacer pesar sobre él.
La suma pagada no se halló ni en poder del detenido ni en su domicilio, que se registró con gran minuciosidad.
Era indudable que Augusto había ocultado el dinero en otra parte, ó que lo habia depositado en poder de algún amigo.
Wright entonces empezó á averiguar cuáles eran las relaciones de Augusto y si tenia algún pariente en el país, sabiendo que su pariente más próximo y á quien veia diariamente, era un joyero que tenia y tiene su joyeria en la calle de la Victoria, próxima á la imprenta de La Tribuna.
Para el penetrante comisario, no existió ya la menor duda.
Augusto debía haber depositado el dinero en casa de su pariente el joyero.
¿Pero cómo hacer para arrancar á éste su secreto sin la menor violencia?
Esta era la dificultad para otro que no hubiera sido Wright, quien en el acto formó un plan travieso que debía darle grandes resultados.
Escribió con lápiz en un papel sucio algunas líneas, y echándoselo al bolsillo, se presentó en casa del joyero, en momentos en que éste conversaba con su esposa.
—Yo soy un buen amigo de Augusto C... dijo después de saludar cortésmente, á quien acaban de reducir á prisión.
Al encontrarlo en la calle me ha tirado este papel, pidiéndome se lo trajera sin pérdida de tiempo.
Cumplo la comisión, sin saber á punto fijo de lo que se trata, pues no pudo decirme más.
El joyero abrió el papel y leyó lo siguiente:
«Mi querido:
Me acaban de prender.
Si la policía le pregunta algo sobre el dinero que le dejé, niegue todo, porque si usted confesara, sería mi perdición.
Augusto.»
Estático quedó el joyero ante semejante lectura, y mirando alternativamente á Wright y á su esposa, exclamó de pronto:
—¿Qué dinero es este?
Aquí Augusto no ha dejado nada,—debe estar loco.
La vacilación del joyero y la respuesta de la esposa, hicieron convencer á Wright satisfactoriamente.
Había dado en el clavo con admirable precisión.
—Eso no me importa á mí, dijo, ustedes sabrán lo que hacen.
Yo soy amigo de Augusto, desde muchos años, y cumplo con su pedido.
Yo me voy porque tengo que hacer.
El joyero lo detuvo un momento, preguntándole si podría hablar con Augusto, á lo que respondió Wright:
—Supongo que no, porque estará incomunicado.
De todos modos le aconsejo que no vaya, pues su presencia puede hacer entrar en sospecha á la policía y echar á perder el asunto.
Adiós, que tengo que hacer.
El joyero volvió á detenerlo con alguna agitación, diciéndole:
—¡Un momento, por favor!
Si usted es amigo de Augusto ¿qué me aconseja hacer?
—Yo no me quiero meter en nada, contestó Wright, pudiendo apenas disimular su alegría.
Si usted tiene realmente el dinero, no lo oculte cuando la policia se lo pida, si es que se lo pide.
Si no tiene nada, nada tengo que decirle.
Usted es un comerciante serio, añadió, que no le conviene perderse por ocultar una mala acción.
La policia podria creerlo cómplice y su crédito y su negocio sufririan consecuencias terribles.
Con la policia es preciso proceder siempre con rectitud.
Son asuntos delicados, y no es posible burlarla impunemente.
Adiós.
—Un momento más, contestó el joyero, mirando con ansiedad á su mujer y sin saber qué decir.
—El señor tiene razón, dijo ésta entonces, convencida por los argumentos del hábil policier.
No tenemos por qué hacernos cómplices de cosas que ni siquiera conocemos.
—Escuche usted, amigo, agregó el joyero.
Hace unos dias que Augusto me trajo un dinero, diciéndome que eran cien mil pesos.
Sin saber de dónde procedia y como me pidiera se lo guardara, yo lo empaqueté, lo lacré y lo guardé en mi caja.
Y mostró á Wright el paquete perfectamente lacrado.
—Pues, mi amigo, dijo éste alborozado, si la policia lo llama, entregue el dinero y cuente francamente lo que le ha sucedido.
Y temiendo fuera á conocerle en la cara la alegria que experimentaba, se retiró después de decir:
—Adiós entonces, si en algo puedo serles útil, soy Ricardo Gomez y vivo en el hote de la Paz, cuarto 18.
—Gracias, amigo, gracias, replicó el matrimonio á dúo.
Haremos exactamente lo que usted nos ha aconsejado.
El finjido Gómez se retiró y el joyero quedó ponderando la excelencia de los consejos que le habia dado.
Wright se retiró á su comisaria, donde en presencia del cajero de Carabassa, volvió á interrogar á Augusto.
Este negó de una manera más decidida que nunca, increpando al cajero la calumnia con que pretendia hacerle victima.
—Me han de pagar, concluyó, trescientos mil pesos por los malos ratos que me hacen pasar.
—Mucho me temo, dijo Wright, jovialmente al cajero cuando se hubo retirado.
¡Mucho me temo que por falta de pruebas tengan ustedes que pagarle á este truan lo que él pide!
—Será una fatalidad, repuso el cajero, viendo ya perdida su causa.
—Lo peor es que no pudiendo probarle nada, tendremos que pagarle la indemnización que pida, que será lo más chusco de todo.
En fin, concluyó el comisario.
Vamos á ensayar otro expediente, á ver si nos da mejores resultados.
Y sentándose al escritorio firmó una orden por la cual se mandaba al joyero con parecer inmediatamente á la comisaria primera.
—¡Ya apareció el diablo! dijo éste á su mujer apresurándose á cumplir la orden.
Lo que es yo, pienso seguir al pie dela letra el consejo del señor Gómez.
En cuanto me hagan la menor pregunta, digo cuanto sé.
Grande fué su sorpresa al ver en la comisaria al portador de la carta de Augusto.
—¿El señor comisario? le preguntó.
—Un servidor de usted, contestó Wrigth sonriendo, al ver la creciente admiración del joven.
Lo he mandado incomodar para que se sirva traerme ahora mismo el dinero que Augusto ha depositado en su poder.
—¡He aquí un verdadero Comisario de Policía! exclamó el joyero en el colmo del asombro.
Con semejantes empleados la policía tiene siempre que salir victoriosa.
Voy á traer el dinero, concluyó, y salió precipitadamente á la calle.
Tocó su turno al cajero de Carabassa de asombrarse.
Miró á Wrigth como quien mira á un individuo que tiene pacto con el diablo y le preguntó:
—¿Qué significa todo esto?
¿Usted ha dado con el dinero que me limpiaron, ó estoy soñando?
—No está usted soñando, contestó Wright, que observaba sonriente al cajero; he dado efectivamente con el dinero.
—Pero ¿cómo ha podido hacerlo?
—Eso lo va usted á saber dentro de un momento.
Interroguemos nuevamente á Augusto mientras viene el dinero.
Llamado Augusto, volvió á negar con más firmeza que nunca ser él quien había cobrado la letra falsa.
—¿Y de dónde procede el dinero que depositó usted al joyero su pariente?
—Yo no he depositado dinero en ninguna parte y si hay algún joyero que pueda afirmar otra cosa, es simplemente un loco.
En aquel momento apareció en la puerta de la comisaría el joyero, llevando consigo el pesado paquete.
Wrigth le hizo seña que esperara un momento y mandó á Augusto se sentara al otro extremo del escritorio, de manera que aquél no pudiese verlo al entrar.
Entró el joyero y entregó el paquete al comisario.
Éste sacó del bolsillo la nota que le había dado el cajero, donde se especificaban las monedas en que había pagado la letra y empezó la confrontación.
Las monedas allí apuntadas eran las mismas que contenía el paquete —¡no faltaba una sola!
El cajero no volvía de su sorpresa.
Reconocía las monedas con que había hecho el pago, y todavía dudaba.
—Quiere decir, dijo Wright al joyero, que esta suma de dinero la deposita en su poder su pariente Augusto, preso hoy por la policía?
—Esa misma, sí, señor.
—¿Y qué tal? dijo entonces á Augusto el hábil comisario.
¿Persiste Vd. todavía en negar que cobró la letra?
Al oir esto, el joyero miró hacia el lado donde estaba Augusto, y le dijo:
—Perdón, amigo mío, si te he...

Índice

  1. Los grandes ladrones
  2. Copyright
  3. LOS GRANDES LADRONES
  4. LOS TRES HERMANOS
  5. LA VERGÜENZA Y LA RUINA
  6. EL CABALLERO DE INDUSTRIA
  7. LA RAZON DE LAS ARMAS
  8. EL FALSARIO DESCUBIERTO
  9. EL LUNFARDO DE GRAN MUNDO
  10. UN PESQUISA IMPOSIBLE
  11. DIOS LOS CRIA Y ELLOS SE JUNTAN
  12. LOS FALSOS MONEDEROS
  13. EL GALLO POLICIAL
  14. UN PASEO Á PATAGONES
  15. UN PRESIDIO EN LA PAMPA
  16. EL HOMBRE HUMO
  17. MONSIEUR LECOQ
  18. DIOS LOS CRIA Y LAS MAÑAS LOS JUNTAN
  19. UN BAILE DE MÁSCARAS
  20. OTRA VEZ M. LECOQ
  21. UN ENFERMO PELIGROSO
  22. AVENTURAS DE UN JOVEN
  23. LOS CUERPOS DEL DELITO
  24. LA MASCARADA
  25. Sobre Los grandes ladrones