Examen de próceres americanos; los libertadores
eBook - ePub

Examen de próceres americanos; los libertadores

  1. 427 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Examen de próceres americanos; los libertadores

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Repaso a medio camino entre el ensayo y la novelización de las figuras más importantes en los procesos políticos del continente latinoamericano, según la visión del escritor y aventurero Ciro Bayo. Revolucionarios, políticos, exploradores, conquistadores, virreyes y militares pasan por la afilada pluma del autor, que analiza tanto sus vidas como su contribución al mosaico político internacional en la América Latina de su época.-

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Examen de próceres americanos; los libertadores de Ciro Bayo, Ciro Bayo en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Historia y Biografías históricas. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2022
ISBN
9788726687385

SIMÓN BOLIVAR

I. —El Currutaco.

Corría el año 1805. Napoleón I había llegado al apogeo de su gloria. Persuadido de que á los hombres se les atrae hiriéndoles la imaginación, el año antes se había hecho coronar emperador de los franceses y ahora se disponía á ceñirse en Milán la corona de hierro de los reyes lombardos. Para presenciar esta ceremonia, que prometía ser no menos brillante que la consagración imperial en París, caravanas de extranjeros distinguidos afluían á la capital de Lombardía, viniendo de todas direcciones. Por la parte de los Alpes suizos hacían con el mismo rumbo su jornada á pie un joven, pequeño, delgado y pálido, y un hombre ya de edad madura. Cargaban en un maletín con lo más indispensable, y el resto del equipaje, consistente en baúles de ropa y de libros, lo reexpedían á los hoteles escogidos de antemano en cada población de su itinerario.
—¿Quién serán?—se preguntaban los empleados del hotel, admirados de tanto equipaje, de la esplendidez de los huéspedes y de su peregrino modo de viajar. Por fin, alguno más atrevido interrogaba al joven ó al viejo:
—¡Ah!—respondía el primero si le preguntaba por su compañero—; es un sabio americano de los que hay pocos.
—¡Oh!—contestaba á su vez el segundo—; es un americano español que tiene cien mil duros de renta.
Y correspondiendo á estas declaraciones se hacían inscribir en el registro de viajeros con estos nombres: Su excelencia don Samuel Robinsón y Su excelencia don Simón Bolívar.
Eran pedagogo y discípulo. El primero, un ente estrafalario, de facciones toscas, de habla pedantesca, de ideas reconcentradas y enemigo jurado de toda autoridad divina y humana. Allá en Caracas, donde naciera, había tomado parte en una conspiración que allí estalló en 1797 contra la autoridad colonial, y temiendo la persecución que se le venía encima al ser aquélla descubierta, huyó de Venezuela, cambiando su nombre, que era Simón Rodríguez, por el de Samuel Robinsón, extraño alias que manifiesta la chifladura del personaje. Un hombre así sólo podía estar á sus anchas en la republicana Francia y en la capital regicida que había levantado altares á la diosa Razón. Se estableció, pues, en París, y aquí es donde le encontró Simón Bolívar, del cual fuera preceptor y ayo en el país natal.
***
Simón Bolivar vino al mundo en Caracas á 24 de Julio de 1783.
Mucho se ha fantaseado sobre su nombre de pila. Panegiristas hay que aseguran como le bautizaron así á instancias ó por inspiración de un tío materno, arcediano de la catedral, el cual vaticinó al vástago de su señora hermana el destino de Simón Macabeo, el libertador de Judea; pero ello cae de su base sin más que repasar la genealogía de los Bolívares.
El primer Bolívar que fundó casa y solar en Venezuela fué un Simón Bolívar, en 1588, hidalgo originario de Rentería, en Guipúzcoa, ó, como antes se decía, del “Señorío de Vizcaya“. Había desempeñado empleos de importancia en la isla de Santo Domingo, y de aquí pasó á Caracas, donde por sus buenos servicios como colonizador y administrador del procomún fué nombrado procurador general de la ciudad. Su apellido se perpetúa durante dos siglos en Caracas, y el último vástago de la dinastía lleva el nombre del fundador, porque el héroe americano no tuvo descendencia y él corona la ilustre serie de los Bolívares, que desempeñaron altos puestos civiles y militares en la colonia.
Padres del último Simón fueron el marqués de Aragua, Sr. D. Juan Vicente Bolívar y Ponte, y doña Concepción Palacio y Rojo, criollos españoles, emparentados con lo mejor de Venezuela. El mismo día del bautizo recibió el niño como regalo una hacienda que en aquel entonces valía veinte mil pesos anuales de renta. Huérfano de padre á los dos años y de madre á los siete, quedó bajo la tutela de un tío materno, que en 1799 resolvió enviar á su pupilo á España, por ser costumbre en América que los hijos de los ricachos pasaran á la corte á completar su educación, al par que ingresaban en el ejército, en la magistratura, ó bien se preparaban para las dignidades eclesiásticas ó palatinas. Provisto con el nombramiento de alférez del regimiento de Milicias de Aragua, cuya coronelía estaba vinculada al mayorazgo de los Bolívares, partió el joven Simón para Madrid, donde fué recibido por otro tío materno que aquí residía, y le presentó al caraqueño Mallo, personaje de gran influencia en palacio, y de quien se dice que compartía con Godoy los favores de la reina María Luisa.
Por recomendación de Mallo fué nombrado Bolívar paje del príncipe de Asturias, es decir, compañero de estudios y de solaces del primogénito del rey, honor sólo reservado á los vástagos de la grandeza de España. Simón y Fernando, el hijo de Carlos IV, tenían casi la misma edad. En 1799 el caraqueño contaba diez y seis años, y el príncipe uno menos. A este tiempo corresponde la siguiente anécdota. Jugando el príncipe con otros jóvenes de su edad, Bolívar entre ellos, cometió éste la torpeza de derribar al primero el gorro que tenía puesto. Molestado Fernando con este lance, que tomó á burla ó á desacato, fué al rey su padre en queja del americano.
Príncipe — le contestó bondadosamente el rey—, son lances de juego, y pues no lo hizo adrede, no hay por qué amonestar á Bolívar, ni menos para que te resientas con tu paje.
Este lance, verídico ó no, y nos inclinamos á lo segundo, trae su obligado comentario: ¿Quién le dijera á Fernando que aquel criollo que le derribaba el gorro de un golpe de volante, había de quitarle después la espléndida corona de Indias con la punta de la espada?
En una tertulia cortesana conoció Bolívar á la señorita María Teresa, hija única del opulento marqués de Toro, prócer venezolano, y con ella se casó en 1802, llevándosela en viaje de bodas á Caracas. Quedó viudo á los pocos meses, y en 1803 volvió á embarcarse para la Península. Le sorprendió en Madrid un bando singular, fundado en la escasez de víveres, por el que se mandaba ausentarse á todos los forasteros que no tuviesen domicilio fijo, y como Bolívar no estaba avecindado, pidió pasaporte para París, adonde llegó especialmente recomendado al embajador. Por su rango y fortuna, bien pronto tuvo entrada en la mejor sociedad parisiense, frecuentó el trato de los sabios y artistas, pero más que todo, el de las cantatrices, bailarinas y beldades célebres. Vestía como un príncipe, habitaba los hoteles más caros y montaba los trenes más lujosos. Botaba tanto dinero, que París, que en aquel tiempo de esplendor napoleónico no se asombraba de nada, le proclamó el árbitro del mundo elegante; bautizó cierto chambergo con el nombre de Sombrero Bolívar y llamó también Chambre de Bolívar á uno de los aposentos del Petit Trianón, en Versalles.
Al eco de su fama le hizo una visita el desterrado Samuel Robinsón, y el antiguo discípulo, ahito ya de placeres y para reparar los estragos de diez meses de disipación, aceptó el plan propuesto por aquél de viajar por Suiza é Italia, del modo que ya sabemos. Después de Milán, visitaron las principales ciudades de Italia, desde Venecia hasta Nápoles, y en Roma fué presentado al Papa, por embajador español. A este propósito, cuenta O’Leary que al acercarse Bolívar á Su Santidad, se negó á lo que exigía la etiqueta: arrodillarse para besar la cruz de la sandalia del Pontífice, y que advirtiendo éste la turbación del embajador, que en vano trataba de persuadir á su agregado, se limitó á permitir que Bolívar le besase el anillo, lo que hizo del modo más respetuoso. Esto no merece crédito, porque en asuntos de etiqueta de corte no caben términos medios, y por esto, el que asiste á una recepción, sabe á lo que se obliga. Es una de tantas anécdotas republicanas forjadas para dar prestigio á Bolívar, ó que este mismo referiría en sus ocios de campamento para darse realce entre sus ignorantes camaradas, para justificar luego este chiste volteriano, que también se le atribuye: Muy poco debe de estimar el Papa el signo de la religión cristiana cuando lo lleva en sus sandalias, mientras los más orgullosos soberanos de la cristiandad lo colocan sobre sus cabezas. Contaba él también, que en el Aventino de Roma, juró dar la independencia á su patria, y esto ya es más creíble, atendiendo á su vanidad y al catonismo de su mentor Rodríguez; por más que ni uno ni otro, ni ningún americano español podían, ni por soñación, imaginarse lo que iba á hacerse en pocos años.
Pero auténtico ó no ese juramento, lo cierto es que mientras ellos lo hacían solemnemente, saturada la imaginación de clásicos recuerdos y de altas filosofías, Miranda se jugaba la cabeza en su tentativa de dar la libertad á Venezuela, con hombres y dinero extranjeros.
Después de su gira por Italia, volvió á París por segunda vez, hasta que sintiendo la nostalgia de su país, se devolvió á Caracas, dejando consolado al filósofo Robinsón con una pequeña renta que le asegurara el pan del destierro.

II.—El coronel de milicias de Aragua.

Llegó Bolívar á su tierra pocos meses después que Miranda había sembrado la semilla de la independencia en las playas del Ocumare.
Ya conoce el lector la destitución de Emparán en 1810. Los revolucionarios quisieron comprometer al rico hacendado de Aragua, y se pusieron al habla con él. “Bolívar se hallaba en Caracas—se lee en la Escuela Boliviana—no menos interesado en que se diera el golpe y aun había concurrido á las juntas secretas en que se concertaba el plan revolucionario; pero disfrutaba las consideraciones del gobernador y capitán general, D. Vicente Emparán, y probablemente desconfiando del éxito, se salió de la capital en aquellos días críticos y se fué al valle de Tuy, cuya ausencia podía justificarle á los ojos de Emparán en caso de desgraciarse aquella tentativa, como había sucedido en otra que no pudo realizarse por haber sido denunciada oportunamente al mismo Emparán, que la sofocó y cortó con suavidad, sin perseguir á ninguno de los comprometidos en ella.“ (Adviértase que la Escuela Boliviana es hispanófoba, lo que da gran autoridad á estas manifestaciones.)
La verdad es que Bolívar debía verse combatido por dos sentimientos antagónicos: el de la independencia patria, que iba á crear un nuevo orden de cosas y lo empujaba al porvenir, y la preocupación de la aristocracia que le retenía con sus fueros y distinciones. Como quiera que fuese, logrado el golpe, el ausente vuelve á Caracas y el nuevo gobierno conquista á los Bolivares, nombrando á Simón coronel de milicias y agente de la revolución en Londres, y á su hermano mayor, Juan Vicente, comisionado ante el gobierno de los Estados Unidos, y que murió en el camino.
No es cierto lo que sus enemigos propalaron de cómo Bolívar entró en la Revolución, porque debía grandes cantidades á la Hacienda. El hijo del marqués de Aragua seguía siendo rico, tanto que entre sus valiosas fincas tenía una con más de 1.200 negros esclavos. Además, antes de la Revolución de 1810, las arcas reales en Caracas estaban repletas y el gobierno facilitaba á muchos agricultores y comerciantes las cantidades que éstos necesitaban. El sobrante anual, montante á un millón de pesos, después de cubierto el presupuesto oficial, lo toma ban los acomodados de Caracas, quienes entregaban libranzas, con plazos ventajosos, á favor del ministro de Hacienda en Madrid. Entre los empréstitos de aquella época que figuran en el archivo español del Ministerio de Hacienda, aparece Simón Bolívar con la suma de treinta mil pesos.
El joven caraqueño al aceptar la misión de Londres, no quiso percibir sueldo ni gaje alguno. Difícil era su misión, porque el gobierno que lo enviaba no tenía un propósito fijo, vacilaba entre la autonomía y la independencia; sostenía la autoridad real, pero se negaba á obedecer á los mandatarios de España; ante estas dudas, Bolívar cortó por lo sano y visitó en Londres á su compatriota Francisco Miranda, que por dos veces había fracasado en sus expediciones de 1806 por falta de cooperación de los venezolanos.
El viejo luchador recibió con los brazos abiertos á su paisano y le inició en los misterios de la Logia por él creada en Londres, con el juramento de trabajar por la libertad de la América del Sur. Comprometido por este juramento y por los votos de aquella sociedad secreta, Bolívar se vió en el caso de traerse consigo á Miranda, á su regreso á Venezuela é imponerlo á la Junta de Caracas como general de la Revolución, haciendo estallar así la conflagración política, hasta entonces latente.
Al lado de Miranda, hizo su aprendizaje militar como coronel de las milicias de Aragua. En el parte que aquél dió de la toma de Valencia, cita al coronel Bolívar como distinguido en la patriótica jornada. El incipiente guerrero se presentó en Caracas, donde llamó la atención general; amigos y deudos celebraron el bautismo de sangre de Simoncito, que así seguían llamándole; y todo eran fiestas y convidadas en obsequio del joven coronel, que por primera vez había oído silbar una bala. Cansado de felicitaciones, volvió al ejército.
Iniciada la guerra con la venida del jefe español Monteverde, en 1812, le tocó á Bolívar guarnecer la la importante plaza de Puerto Cabello, la que se dejó arrebatar por una conspiración de los prisioneros españoles. Coincidiendo este hecho con la capitulación del general Miranda, Bolívar hubo de refugiarse en La Guaira, como punto de escape de la costa. Ya sabemos la parte principalísima que tomó en la captura de aquel personaje, y cómo Casas, su compañero de traición, impidió la fuga de los más comprometidos, cañoneando los buques con que se daban á la mar, obligándoles á quedarse en tierra, haciendo caer en la redada de Monteverde á insignes patriotas, entre ellos el canónigo Madariaga. A Monteverde se le acusa, y es verdad, de haber contravenido á lo pactado en San Mateo; tal vez sea la disculpa sentir asco por aquel atajo de desalmados, que invocando una causa común, traicionaban á su caudillo y luego se traicionaban unos á otros, bajuna y villanamente. Entre los señalados por Monteverde estaba Bolívar, que de la Guaira escapó á esconderse á Caracas, y mal lo hubiera pasado entonces, si el vasco Francisco de Iturbe no viniera á salvarle. Iturbe había sido íntimo del padre de Bolívar, y en obsequio al hijo ofreció su garantía personal para salvar á éste. Tanta hidalguía tuvo su recompensa. Cuando después del triunfo de la Revolución, en 1826, el congreso de Colombia confiscó los bienes de los españoles, Bolívar dirigió una nota desde el Perú, ofreciendo los suyos para salvar los de su bienhechor, y el congreso hizo una sola excepción, la del digno Iturbe, por haber salvado en 1812, la vida del Libertador. Cuéntase que cuando Iturbe presentó á Monteverde su protegido, lo hizo con estas palabras: Aquí está don Simón Bolivar, por quien he ofrecido mi garantía; si á él le toca alguna pena, yo la sufro.—Está bien—contestó Monteverde, y volviéndose á un oficial de su despacho, dictó: Se concede pasaporte al señor Bolívar, en recompensa del servicio que ha prestado al rey, con la prisión de Miranda.
Quieren los apologistas del futuro héroe que á este estigma con que Monteverde infamaba al favorecido, éste opuso que:—Habíapreso á Miranda, no para servir al rey, sino por castigar á un traidor; no cayendo en la cuenta que si Miranda hubiera sido traidor, no castigo, sino favores habría merecido de parte del general español. Entre Bolívar y Miranda se había repetido la escena de trescientos años antes, cuando Francisco Pizarro entregaba á Vasco Núñez de Balboa á la ira de Pedrarias. El futuro conquistador del Perú perdía al descubridor de sus costas, como el futuro Libertador de América, al precursor de su libertad.

III.—El general improvisado.

La prisión de Miranda, con infracción del convenio de San Mateo, provocó la desconfianza de los demás jefes insurgentes, que, desunidos y decepcionados, habrían vuelto á la vida legal si entonces se hubiera negociado con ellos convenientemente; pero Monteverde extremó las represalias con destierros y secuestro de bienes, pero sin derramar sangre, como falsamente se le acusa. Sanguinarios fueron sus oficiales Antoñanzas, Cerveris y Zuazola, que obrando como seides independientes, se tomaron la venganza por su mano en los distritos que mandaban. De todos modos, los venezolanos se exasperaron, y de ello se aprovecharon los más inquietos ó comprometidos para lanzarse otra vez al campo y fiar á la suerte de las armas la suya y la del país,
Bolívar, que á favor del pasaporte de Monteverde se había refugiado en la isla holandesa de Curaçao, tuvo el propósito de marchar á Inglaterra á pedir al marqués de Wellesley carta de recomendación para el hermano de éste Arturo, después duque de Wellington, con la esperanza de ser admitido como oficial en el ejército inglés que en la península Ibérica peleaba contra los franceses; pero enterado de que Monteverde le había confiscado sus bienes, y falto de recursos por haber perdido en el juego doce mil duros en dinero que le quedaban, tuvo que quedarse en América. Esto recuerda el caso de Cromwel, que á punto de emigrar á las colonias del Norte de América, fué obligado á desembarcar por un edicto, que prohibía la emigración, del mismo rey á quien después había de cortar la cabeza.
El joven caraqueño, creyéndolo todo perdido en su país, se fué á Cartagena, á ofrecerse á los revolucionarios de Nueva Granada.
***
Este país había seguido el ejemplo de las demás provincias americanas, confabuladas para la insurrección cuando el cautiverio del rey de España, Fernando VII, como lo prueba que en un mismo año, el 1810, créanse Juntas locales en todas partes, que deponen las autoridades españolas y van á la independencia. La Junta de Cartagena inició el golpe en Nueva Granada. Para combatir la resistencia realista, se dió el mando de las fuerzas patriotas al aventurero francés Pedro Labatut. A esta sazón se presentó en el campamento de Cartagena Simón Bolívar, que venía precedido de las acus...

Índice

  1. Examen de próceres americanos; los libertadores
  2. Copyright
  3. PRÓLOGO
  4. FRANCISCO MIRANDA
  5. SIMÓN BOLIVAR
  6. ANTONIO NARIÑO
  7. JOSÉ SAN MARTIN
  8. Sobre Examen de próceres americanos; los libertadores
  9. Notes