Narrativas hispánicas
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Narrativas hispánicas

  1. 200 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Narrativas hispánicas

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Información del libro

Una novela sobre el mundo virtualmente interconectado y humanamente desconectado. Una enloquecida distopía sobre nuestro presente.

El día que Víctor y Ur rompen su relación, él compra el dominio de internet Monstruopedia.com y crea una herramienta que permite identificar a tu ex con un tipo de monstruo a partir de las respuestas a un test. Como la ruptura le ha dejado tocado y hundido, decide mudarse con su amiga Ju, que, como él, es posicionadora de páginas web, en su caso relacionadas con temas de maternidad, y sus dos compañeros de piso, que hacen lo mismo, pero para webs porno.

A los pocos días de instalarse con ellos, se produce el ciberataque de una anomalía conocida como El Halo, que parece afectar a las personas, alterando su comportamiento de una forma muy particular. Entre las posibles víctimas está Ur, la ex de Víctor, con la que este se reencuentra pasado un tiempo. Y a los posibles síntomas y modos de propagación de la misteriosa anomalía, se suman los efectos de las drogas y de la virtualidad alienante, a veces indistinguibles.

Víctor, el narrador de esta historia, se enfrenta entonces al desmoronamiento de cualquier red habitable, sea afectiva o virtual, y a la necesidad de recobrar un cierto sentido de la realidad. Y junto con sus amigos, emprende una lucha clandestina contra el Halo a través del posicionamiento en motores de búsqueda y en videojuegos.

Una novela distópica (y tal vez psicotrópica), pero no sobre un futuro lejano, sino sobre uno muy próximo, o acaso directamente sobre el presente, nuestro presente. Una novela sobre el duelo y los procesos de depresión, crisis, transformación. Una novela sobre el mundo virtualmente interconectado y humanamente desconectado, materialista y sin empatía, donde el amor y el deseo perviven, pese a todo, en su fragilidad.

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Información

Año
2022
ISBN
9788433945792
Categoría
Literature

Segunda parte

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El deseo solo es, de manera literal, dibujar o un dibujo. Una fuerza tirante o atrayente, y el trazo de esta fuerza en una imagen.
W. J. T. MITCHELL

NIGHT CLUBBING

Llegamos al colector de la Escuela Industrial por una de sus bocanas principales. Yo no sabía que debajo del campo de fútbol de hierba artificial de ese complejo había un gigantesco espacio vacío soportado por pilares. Aquello que vi era una ciudad de neones contenida en un total de cuarenta mil metros cúbicos de espacio. Construida con materiales de obra sin refinar. Paneles, travesaños, colchones distribuidos en diferentes niveles edificados con andamios. Todo esto lo haces porque sí. Porque las estructuras y los órdenes que configuraban tu existencia han terminado. Tu orden ha terminado. Tu vida pasada ha terminado. El Halo se ha extendido. La ciudad se estructuraba en tres niveles unidos por rampas colgantes. En su centro, se había construido un espacio tridimensional con forma de esfera. La plaza central. El centro de la resistencia. Hacia allí nos dirigimos sorteando escombros y cabañas de uralita insertadas en los diversos niveles. Nos escoltaban cuatro chicos con aspecto de programadores. Todos llevaban el mismo emblema en el pecho: un escorpión que podía pertenecer tanto a un club de petanca como a un grupo terrorista secreto. Padre vivía a una manzana de aquel colector. Cuando pregunté desde cuándo existía el complejo, nadie supo contestarme. 2014, acordaron más o menos cuando llegamos hasta una compuerta que conducía directamente a la plaza central de La Cúpula.
En el año 2014, me dije. Nuestro primer año como pareja. Todavía no existía el Halo. La imagen vívida de Ur y yo besándonos en el tumulto de una cabalgata de Reyes. La imagen de yo mismo repitiendo en el interior una única palabra: recuerda. Y su inutilidad: si ya no recuerdo fue porque precisamente nos amamos. Malcom y Fukuoka ubicaron las torres negras en un lugar que tenían reservado. Entre otras torres negras. Los datos, ahora desconectados de la red. Mis páginas web, supongo, shutdown mientras durara la brecha. Nos dieron unos sacos para dormir y nos acompañaron a las plataformas dormitorio. Pasamos junto a los edificios administrativos de estilo chabolero por un puente que conducía a una sección esquinada de la ciudad. El último nivel de la ciudad era un sistema de tuberías que hacía fluir el viscoso líquido de las cloacas por el depósito, sin inundarlo. Haber construido esa infraestructura en secreto, una entera ciudad, sin ser descubiertos implicaba un nivel de inversión y organización que no acababa de asimilar todavía. Pero ahí estaba, una ciudad subterránea gobernada por la así llamada sociedad de La Cúpula. El núcleo central de la resistencia contra el Halo.
Llegamos a una superficie de piedra lisa soportada por las columnas de hormigón donde grupos de personas dormían apiñadas en el suelo. Tres filas de literas se perdían en la oscuridad.
El portavoz de los escoltas nos dijo que cuando descansáramos ya nos pondrían en algún turno. ¿Turno de qué? Encontramos un hueco entre los cuerpos y extendimos los sacos de dormir. Me tocó colocarme de tal manera que mi cabeza casi tocaba la cabeza de Ju. Quiero decir que podría haber extendido la mano y haberle acariciado otra vez el pelo con facilidad. Pero no lo hice. Unos grados más allá la cabeza de Fukuoka leía el Libro negro de Constantin con una linterna portátil. Con una torsión equívoca del cuello pude seguir el curso de la lectura. Está claro que hay una codificación. Que las mentes atravesadas por los nuevos campos adquieren un estado vibracional distinto. No es que pierdan aptitudes. Sencillamente las aptitudes cambian. Nadie se da cuenta de nada, pero todo ha cambiado. Ningún comportamiento es distinto, porque todos lo son. La trampa mortal del Halo es su perfecto isomorfismo.
Nunca antes una entidad autónoma y robótica había tomado consciencia. Aunque eso era lo esperable. Por lo menos la sintiencia. Pero nadie consideró que esa máquina podría mentir y esconder tanto su identidad como sus atributos y, tras un período amplio de cálculo y análisis, imponer una dominación tan perfecta y sutil y masiva, instantánea. La variable que no había sido tomada en cuenta. Una dominación absoluta donde cada cosa sería parecida a sí misma, donde no habría compulsión porque todo sería compulsión. Donde la estabilidad de los cuerpos sería castigada para extraer de ella una sola energía, a la que torpemente llamamos amor y clasificamos en variantes como empatía o afecto. Compasión. Y, sin contraste, no habría inteligencia humana que pudiera distinguir que algo ha cambiado y se nos ha sustraído.
Cuando Constantin escribió esto, dijo Fukuoka, se sabía poco del Halo. Es como leer una leyenda antigua o la alucinación de un profeta.
¿El Halo no es como él lo describe en este texto?, pregunté. Fukuoka rotó las pupilas hacia mí:
Cuanto más lo estudiamos menos lo entendemos. Esa es su principal habilidad defensiva.
¿Qué habilidad?
Evoluciona para que cada vez podamos entenderlo menos. En eso invierte todos sus esfuerzos defensivos. Absorbe y metaboliza.
Malcom se había quedado dormido y roncaba. Ju también dormía. Entonces escuché el sonido distante de lo que parecía una discoteca. Por allí había algunos clubes nocturnos de música latina cuyos sótanos debían de retumbar por las bóvedas de las cloacas y amplificarse en el colector de la ciudad. Con ese sonido rítmico de tambores y letra desfigurada que llegaba como un eco lejano y oceánico me dormí yo también.

TYCOONERS

Estaba claro: nos iba a tocar trabajar. La ciudad estaba sumergida en el colector y el cambio horario funcionaba como en los submarinos: no había pausas. A las siete de la mañana, cambio de turno. Nos pusimos en pie y seguimos al resto de las sombras que se incorporaban. Fukuoka se separó de nosotros y se unió a la sección de videojuegos: iban a patrullar servidores superpoblados para tratar de contener a los bots del Halo. Antes de llevarnos a la plúmbea sección de posicionamiento que nos tenían predestinada, se nos permitió visitar la sección de videojuegos y ver a distintos especialistas, cada uno enfrascado en su respectiva pantalla. Algunos construían imperios comerciales en OpenTTD, otros desempeñaban combates en Age of Empires II. En una parte particularmente animada estaban los jugadores profesionales de shooters. Doom, Battlefield, Call of Duty: todas las variantes podían verse en esos monitores. Eso era lo único que hacían: jugaban. Cuando pregunté qué relación tenían los videojuegos con el Halo, se me explicó que Constantin había descubierto un nexo entre ambos, cuya naturaleza había dejado por escrito en su Libro negro. Hay países que ya se encuentran por completo bajo la brecha del Halo. No parece haber una lógica geográfica. Rusia está dentro, pero Mongolia no. China también, pero solo la parte oriental. En los servidores mundiales de los videojuegos online más jugados del momento se mezclan usuarios de dentro y fuera de la brecha. Constantin descubrió que el Halo también se propagaba de infectados a no infectados en función del resultado de las partidas. Desde dentro de una misma zona libre del Halo, podría estar propagándose el Halo. Paseamos entre hileras de sillas. Cada zona dedicada a un juego. Grupos de campeones para los que el juego se había vuelto un trabajo: inyectados de antídoto mercurial jugaban a ganar contra usuarios de la zona bajo la brecha de Rusia, de la cuenca minera alemana, del sur de África, contra hordas de bots de la IA subyugada al Halo.
Antes de pasar por la zona donde, entiendo, estaba Fukuoka, nos indicaron que debíamos tomar otra pastilla de antídoto mercurial. La tercera. También se nos dijo que lo más probable era que tuviéramos que pasar a la inyección directa en sangre. Quien entonces nos hablaba era una chica con bata que parecía ser responsable de organizar los turnos de los jugadores. En su espalda, en letras doradas y bajo el símbolo del escorpión, podía leerse Lastwitch. Me quedó claro que yo tan solo era un peón. Suponiendo que todo aquello tuviera algún sentido, jugar al videojuego de simulación de ciudades offline, y no a torneos online con vencedores y derrotados, por lo menos me había librado de mi dosis gamer de infección. O eso quería creer. Detrás de los shooters, en una sala aparte y en otro nivel del columnado, se encontraba la sección de universos persistentes. Allí había grupos que pilotaban naves espaciales en Star Citizen o Elite: Dangerous. Fukuoka estaba en Elite: Dangerous. Nos acercamos a él. Concentrado, pilotaba una corbeta de batalla en el interior de una estación espacial. Pude ver que, en el juego, se le había asignado el dique 5. Otras jugadoras junto a él aterrizaban sus respectivos buques en otros diques de la misma estación, en el juego. En una pantalla que colgaba del techo, se veía el plan de la misión desglosado por puntos. Ahora, con un efecto de blur, destacaba «Repostaje en la estación espacial Jameson Memorial».
Repostaje de combustible en la sede de la resistencia en Elite, me dijo la chica en bata cuando se lo pregunté. Luego, del ambiente en penumbra de la sala de videojuegos, pasamos a una sala impoluta, de paredes blancas, baldosas reflectantes y fría iluminación halógena. Sección de posicionamiento. La chica nos dio unas camisas en las que se leía SEO Specialist, bajo la insignia del escorpión. SEO Specialist. Eso es lo que he acabado siendo. Especialista en los robots de cualquier motor de búsqueda que se me pusiera por delante. Frío, despiadado, lógico. Las palabras eran el misterio. Los conceptos eran el error. Y en ese momento me preguntaba qué clase de pesado trabajo nos encargarían esta vez, y me preguntaba cuánto tiempo tendríamos que estar allí. Linkbuilding, construcción de enlaces artificiales, dijo la chica en bata. Cuando dijo esa palabra se me heló la sangre. Linkbuilding. Estaba demasiado cansado, solo, descoyuntado por la travesía de las cloacas como para ponerme a montar enlaces.
¿Cuándo podremos salir?, pregunté. Ju y Malcom estaban conmigo, maravillados, y censuraron mi observación. Obedecían a todo por el puro efecto de la impresión que les había causado aquella ciudad subterránea de neones. Aun siendo cierta, podría ser totalmente falsa. Esa era mi postura ambigua. De momento, ahora toca cumplir con la misión, dijo la señora. Me senté en el escritorio que me habían asignado y arranqué el motor de búsqueda. Aun sabiendo que en aquella profesión, la más mecánica, similar al trabajo especializado de las cadenas de montaje, uno podía alcanzar místicos estados de enajenación, estaba exhausto. Me acomodé y me fijé en las instrucciones de la pantalla: «Ocupar la posición: Metafísica push». Consigue cincuenta enlaces nofollow en periódicos comarcales. Apenas estaba dando mi primera ronda por el motor de búsqueda cuando apareció en la sala alguien a quien reconocí al momento: el mismo profesor Braier. No me resultó difícil identificarlo por su bigote, su baja pero graciosa estatura, la mirada franca que se escondía detrás de unos lentes que le habían resbalado nariz abajo. Cuando apareció se hizo el silencio. Lo escuchamos.
Si el deseo está precisamente ahí, si es de ahí que parten los fenómenos así llamados metafóricos... Es decir, los fenómenos del significante reprimido sobre el significante patente... Si el síntoma es la metáfora, nos equivocamos si creemos que allí no está el deseo. Lo escuchaba absorto como lo hacían los demás. Entendía algo y al mismo tiempo no entendía nada. Pero lo que me vino a la cabeza fue la idea de contraste, y luego una forma lejana que, supongo, asocié tanto a Ju como a Ur en un pensamiento simultáneo. Volví la mirada hacia la pantalla donde se había cargado ya la herramienta para mis análisis de enlazado externo. La voz de Braier, su acento argentino, supongo, tenía un magnetismo que otorgaba sentido a todo lo que decía, aunque tal vez no lo tuviera....

Índice

  1. Portada
  2. Primera parte. Rel=“nofollow”
  3. Segunda parte.Rel=“dofollow”
  4. Notas
  5. Créditos