1 Familias sagradas, familias laicas, familias profanas
Algo personal
La primera imagen en la que pienso en relación con el padre materno no tiene tal vez un gran mérito artístico, aún cuando revista para mí un significativo valor.
Es un cuadro al óleo proveniente de la casa de campo (ya perdida) de mis abuelos, en la provincia de Lucca, y representa la Sagrada Familia. En realidad, la tela —oscura, arrugada, deteriorada por el tiempo y la humedad— era casi indescifrable, hasta que, gracias al generoso trabajo de una amiga restauradora, ha recuperado luz y expresividad. Se entenderá entonces que el «descubrimiento» suscitó en mí una íntima emoción, pero creo que, más allá de mis cuestiones privadas, la imagen en sí es singular y digna de interés.
En el centro de la composición vemos a José: fuerte, viril, con una barba corta y oscura, en la plenitud de su madurez, ocupándose tiernamente de Jesús, un niño desnudo y rollizo de más o menos un año, en armoniosa conjunción de abrazos y de miradas. María en cambio, sentada a los pies del hogar, absorta en la lectura, parece psicológicamente ausente. Relegada en el fondo y representada por las reglas de la perspectiva, parece aún más pequeña y remota.
Este gran cuadro de fines del siglo XVIII y de autor desconocido, ofrece una representación atípica respecto a la iconografía tradicional en la cual se ve a la virgen y al niño como protagonistas absolutos, y a José, viejo y canoso, como simple figura marginal, humilde y gregario.
La convivencia cotidiana con la antigua tela, ha ejercido en mí un efecto apaciguador, como si hubiera reencontrado un momento de armonía familiar en la cual la madre puede dedicarse a su propia tranquilidad, mientras el padre y el hijo se entretienen recíprocamente con alegría y naturalidad.
Durante los largos años de lucha feminista hemos negociado fatigosamente para rescatar el derecho presente y futuro de las mujeres y también de los hombres, a una existencia completa, ya no mutilada de intelecto o de afectos, en la cual la experiencia de la parentalidad pudiese ser verdaderamente compartida. El cuadro me ha parecido entonces, una suerte de mensaje reafirmador, capaz de testimoniar la posibilidad, más allá del espacio y del tiempo, de un intercambio de roles masculinos y femeninos simple y sin conflicto.
Tal vez sean solo una serie de coincidencias, pero he querido vislumbrar allí una señal personal, como una bendición laica de mis abuelos que —vaya a saber cuándo y cómo— compraron justamente ese cuadro, que hoy ha llegado hasta mí.
Creo que, aparte de mis fantasías personales, la obra aparece como una ilustración «modernísima», sugestiva y puntual de la profunda revolución de la pareja y de la familia de nuestros días.
A partir de tales sugestiones he comenzado a ocuparme de la figura de José como «padre materno» tal como surge de las escrituras sacras y profanas de la tradición popular y, sobre todo, de la iconografía de distintos países y épocas, capaces de reflejar una intrincada red de dogmas, leyendas, intenciones conscientes del que encarga una obra, e inconscientes del artista que la realiza. También —y este es el aspecto que ha suscitado particularmente mi curiosidad— las fantasías que la imagen de José evoca y recoge.
El fondo cambiante del escenario está constituido por quien mira, sea un espectador contemporáneo o pretérito, las infinitas Sagradas Familias del arte figurativo desde el siglo I d. C. hasta nuestros días. Naturalmente mi aproximación, de corte psicoanalítico, va en busca de los significados profundos, individuales y colectivos, de las imágenes y leyendas. No tengo ambiciones de trazar un recorrido estético, ni mucho menos exhaustivo, del arte figurativo sobre el tema.
Casto, venerado y desvalorizado
La primera consideración evidente, surgida del análisis de estos elementos, es que José es desde siempre objeto de una gran ambivalencia: es tan venerado como desvalorizado. Sus virtudes principales —castidad, resignación, obediencia, paciencia, humildad— le dan el máximo de confianza como custodio de María y del niño. Pero, por el contrario, al mismo tiempo son, en nuestro contexto histórico y cultural, los atributos menos deseables para un hombre que, como modelo de benevolencia, ve seriamente desacreditada su virilidad y autoestima.
En las Sagradas Escrituras José es apenas una figura secundaria y, sobre todo, no habla. Ningún evangelista hace referencia a una sola palabra suya. Está por lo tanto destituido de la connotación preliminar del padre masculino, aquel del logos. También en este sentido se contrapone diametralmente a la figura de Dios, llamado «el Verbo». De él sabemos solamente, sea por Marcos o por Mateo, que era, más bien, un homo faber, el modesto hacer en antítesis al decir.
Los Evangelios apócrifos, en cambio, aparte de ser de agradable lectura, aparecen como el receptáculo de todos los aspectos reprimidos o censurados de la leyenda. En el Protoevangelio de Jaime, en el Evangelio del pseudo-Mateo y en el del pseudo-Tomás, pero en particular en la Historia de José el carpintero, se lee que José tuvo una primer mujer que le dio cuatro hijos y que a los ochenta y nueve años, ya viudo, se casó con María de doce años.
Según estas narraciones, todos los pretendientes de María debían entregar su bastón al sumo sacerdote. Durante la noche, por prodigio divino, florece solo el de José, una vara de almendro, mientras una paloma vuela sobre su cabeza.
Estos símbolos de pintoresca e ingenua sexualidad han sido recogidos a menudo en las tradiciones populares, y hasta en dos maliciosos sonetos de Gioachino Belli, que no deja de tomar las analogías con el alado Espíritu Santo fecundador y con el arcángel de la Anunciación, también este provisto en la iconografía, de una larga rama florecida:
Lo sposalizzio de la Madonna | El matrimonio de la Virgen |
La santissima Vergin’Annunziata, | La santísima Virgen de la Anunciación, |
Inteso c’averebbe partorito, | Entendiendo que habría parido, |
Se diede moto de pijà marito | Se puso en marcha para conseguir marido |
Pe ffà ar meno quer fijo maritata. | Para tener al menos a ese hijo casada. |
E nun stiede a badà ttanto ar partito, | Y no se fijó tanto en el partido, |
Perché già la panzetta s’era gonfiata: | Porque ya la pancita se había inflado: |
Ma a la prima occasione capitata | Y a la primera ocasión aparecida |
Stese la mano, e ffu ttutto finito. | Extendió la mano y todo terminó. |
Su questo viè a ciarlà la gente sciocca, | Sobre esto se puso a charlar la gente estúpida, |
Dice: «Poteva ar meno sposà quello | Dice: “Podía al menos casarse con uno |
Che non facessi bava da la bocca». | Que no tuviera baba en la boca”. |
Nun dicheno però ch’er vecchiarello | Pero no dijeron que al viejito |
Accant’a quer pezzetto de paciocca | Al lado de ese pedazo de muchacha |
J’arifiorí la punta ar bastoncello. | Le floreció la punta del bastoncillo. |
La Nunziata | Virgen de la anunciación |
Ner mentre che la Verginemmaria | Mientras que la Virgen María |
Se maggnava un piattino de minestra, | Se tomaba un platito de sopa, |
L’angiolo Grabbïello vïa vïa | El ángel Gabriel vino y se fue |
Vieniva com’un zasso de bbalestra. | Llegaba como una flecha de ballesta |
Per un vetro sfasciato de finestra | Por un vidrio roto de una ventana |
J’entrò in casa er curiero der Messia; | Le entró en casa el cartero del Mesías; |
E co ’na rama immano de ginestra | Y con una rama de retama en mano |
Prima je recitò ’na vemmaria. | Primero le recitó un avemaría. |
Poi disse a la Madonna: «Sora sposa, | Después dijo a la Virgen: «Hermana esposa, |
Sete gravida lei senza sapello | estás grávida sin saberlo |
Pe ppremission de Dio da Pasqua-rosa». | Por premisa de Dios desde Pascua-rosa». |
Lei allora arispose ar Grabbïello: | Ella entonces responde a Gabriel |
«Come pò èsse mai sta simir cosa | «¿Cómo puede ser una semejante cosa |
S’io nun zo mmanco cosa sia l’ucello?» | Si yo no sé ni siquiera qué es el pájaro?» |
Evidentemente estos aspectos sexuales de José son en general mal vistos por los teólogos, tendientes a proteger la gestación de Cristo de toda sospecha de concepción natural humana.
Por el contrario, desde las primeras especulaciones de los Padres de la Iglesia, mucho se escribió sobre la legítima paternidad de José, con el fin de hacer entrar a Jesús en la historia humana e insertarlo en la descendencia de la estirpe de David y de Abraham. Superfluo en el plano de la gestación biológica, José deviene esencial en el plano legal. Por otro lado, es evidente el culto de la tradición hebrea por la genealogía, conectado con las expectativas mesiánicas en relación con la sucesión al trono de David. Como subraya Santo Tomás, José debe hacer las veces de padre legal de Jesús.
Muchas bellas imágenes tienen como tema el sueño de José en el cual el ángel le asegura sobre la concepción sin mancha de su joven p...