Capíutlo 1. La geografía feminista anglosajona: reflexiones hacia una geografía global
Lise Nelson
Departamento de Geografía
Universidad Estatal de Pennsylvania
Introducción
En este capítulo resumo los debates históricos y contemporáneos dentro de la “Geografía feminista anglosajona”, una etiqueta que en cierto modo reproduce una ontología geopolítica de la producción de conocimiento que resulta excluyente dado que se refiere a la producción académica en inglés hecha fundamentalmente por académicos de instituciones en los Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda y más recientemente, Singapur. Aun así, forma parte de un volumen en español que tiene el fin específico de reunir revisiones de diversas producciones literarias en geografía feminista que han sido desarrolladas y practicadas dentro de diversos contextos a lo largo del continente americano. El volumen es una respuesta a la falta de diálogo suficiente entre estas diversas producciones debido a estas mismas dinámicas geopolíticas –desde el etnocentrismo anglosajón hasta las barreras geopolíticas del proceso de publicación, del acceso al mundo académico y del lenguaje–. Por lo tanto, escribo esta reseña sobre la geografía feminista anglosajóna como parte de un gesto colectivo con miras a la quizás utópica meta articulada en el subtítulo del presente capítulo: crear una geografía feminista más auténtica, inclusiva, y global.
Durante los últimos cuatro decenios la geografía feminista ha llegado a convertirse en una potencia al interior de la disciplina, transformando preguntas, conceptos, metodologías y aspectos éticos dentro de diversos subtemas, y también en distintos ámbitos académicos en América, África, Asia y Europa. Aunque ciertamente no se trata de un grupo homogéneo, las académicas que adoptan una identidad como “geógrafas feministas” tienden a compartir un conjunto distintivo de compromisos teóricos, metodológicos y normativos. A nivel conceptual, la mayoría muestra una persistente preocupación por la manera en que la diferencia y el poder (incluyendo el género, la etnicidad, la sexualidad, la clase y otros ejes) operan en relación con y a través de procesos socio-espaciales, al tiempo que moldean la producción de conocimiento, tanto académico como popular. A nivel normativo, las geógrafas feministas generalmente asumen un compromiso con el avance de la liberación de las mujeres así como con la justicia social y ecológica en un sentido más amplio, una inclinación favorable a la justicia que deriva en investigación práctica, actividades de enseñanza y también directamente a través de la defensa legal, social y política. Como resultado, las geógrafas feministas comúnmente se distancian de posturas epistemológicas que apoyan la objetividad clásica y/o la neutralidad en la producción de conocimiento científico. En cambio, acogen y construyen epistemologías feministas cimentadas en nuevos entendimientos del rigor, la validez y la verdad. Finalmente, mientras que las geógrafas feministas aplican una variedad de métodos, desde investigación espacial-analítica computarizada hasta análisis cualitativo y cuantitativo, lo que unifica el uso de estas metodologías suele ser su insistencia en aterrizar las mismas dentro de ontologías y éticas situadas que requieren una continua reflexión acerca de la parcialidad del conocimiento y un reconocimiento de las múltiples formas en que el poder influye en toda la investigación como proceso. Estas orientaciones conceptuales, metodológicas y éticas pugnan por mirar de cerca las exclusiones y silencios que se producen en el mundo y en la academia –no con la (inasequible) finalidad de tratar de crear un espacio para la producción de conocimiento sin poder, sino con el fin de producir conocimiento situado y ético que pueda inclinar el arco de la historia hacia la justicia–.
Merece la pena celebrar el planteamiento de estos fines y compromisos epistemológicos incluso si reconocemos que la práctica de la geografía feminista está todavía profundamente implicada en mundos sociales y naturales marcados por la inequidad, la exclusión y la explotación. Una dimensión importante de ello es que muchas de nosotras luchamos con nuestros ideales feministas dentro de una serie de marcos institucionales –tales como las universidades y los estados-nación– que nos involucran en la producción y reproducción del racismo, el sexismo, la homofobia, la inequidad socioeconómica y el neocolonialismo.
La siguiente sección es una breve revisión de la historia de la “geografía feminista anglosajona”, con énfasis en su surgimiento dentro de los programas de geografía en Canadá, el Reino Unido, Australia, y Nueva Zelanda desde la década de 1970 en adelante. Después se da paso a la explotación de una era (la década de 1990) durante la cual la geografía feminista anglosajona fue sometida a una profunda crítica –tanto interna como externa– que instó a muchas geógrafas feministas radicadas en estos sitios a adoptar nuevos vocabularios conceptuales como parte del giro pos-positivista de la geografía anglosajona y los cambios dentro del feminismo hacia el concepto de la interseccionalidad. Finalmente, el capítulo echa una mirada a debates más recientes, trazando los contornos de la academia geográfica feminista durante la última década, durante la cual las agendas feministas se han profundizado en muchos frentes. El énfasis estará puesto en revisar los desarrollos en relación con los sistemas de información geográfica (sig), la ética del cuidado y la geopolítica.
Organizar esta revisión en forma cronológica es problemática porque da la impresión de una progresiva sucesión y “desarrollo” lineales cuando, de hecho, las preocupaciones empíricas, teóricas y metodológicas de las geógrafas feministas estadounidenses, británicas y de otros espacios “anglosajones” han sido múltiples y polémicas desde el comienzo. Se utiliza esta aproximación con el interés de ayudar a los lectores a navegar por debates fundamentales durante diferentes épocas, y a explorar las maneras en que las críticas externas e internas en momentos específicos generaron nuevas discusiones y direccionamientos a través del tiempo.
Las décadas de 1970 y 1980: primeras geografías feministas en Estados Unidos de América y el Reino Unido
El surgimiento de la geografía feminista en los Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido puede remontarse directamente al florecimiento de la “segunda ola” de movimientos feministas anglosajones durante la década de 1960, movimientos que directa o indirectamente inspiraron una creciente reflexión dentro de la disciplina con respecto a la ausencia de las mujeres en su quehacer profesional (Zelinsky, 1973) y el descuido hacia los asuntos femeninos en la academia de geografía (para más información véase Monk y Hanson 1982). Aunque Wilbur Zelinsky fue uno de los primeros (y raros) académicos varones en reconocer esta ausencia como un problema, las raíces de la geografía feminista se remontan de manera central a la modesta pero creciente presencia de alumnas y egresadas desde la década de 1970 en adelante, que simpatizaban con movimientos feministas o participaban activamente en ellos. Los movimientos feministas llamaron a la inclusión, la visibilidad y la equidad de las mujeres, un llamado que se tradujo en esfuerzos por remediar la ausencia de las mujeres en la disciplina geográfica, y que involucró a las “mujeres” y “temas femeninos” como objetos de análisis geográfico. Como agregado al movimiento feminista mismo, las primeras geógrafas feministas también fueron inspiradas por el trabajo de académicas en otras disciplinas –incluyendo El papel de la mujer en el desarrollo económico de Esther Boserup (1970), Vida y muerte de las grandes ciudades estadounidenses de Jane Jacobs (1961) y Participación y teoría democrática de Carol Pateman (1970). Aunque compuesta fundamentalmente de estudiantes femeninas y jóvenes académicos que no ocupaban puestos de poder, las primeras geógrafas feministas de la década de 1970 y posteriores, comenzaron a demandar un cambio en la disciplina y en la naturaleza misma de la academia geográfica.
Por ejemplo, la representatividad de las mujeres en los programas de geografía estadounidenses en la década de 1970 era extremadamente escasa, quedando rezagada con respecto a otras disciplinas como la sociología. En 1972 solo 7% de los geógrafos en facultades de geografía en Estados Unidos eran mujeres, una cifra que apenas creció hasta 18% para 1992 (Monk, 1994:279). Estos números tan bajos se relacionaban con estructuras patriarcales más amplias, reproducidas sin más dentro de la disciplina. Las mujeres apenas estaban comenzando a tocar puertas en número importante en busca de obtener grados académicos y carreras profesionales debido a las estructuras sexistas que mantenían que el lugar de la mujer era el hogar y no las aulas de la educación superior (mucho menos las candidaturas doctorales). Las academias estadounidense, canadiense, británica, neozelandesa y australiana (de manera similar a lo que ocurría en otras regiones del mundo) estaban en extremo dominadas por varones en los años setenta. Esto no solo era cierto de forma numérica, sino en términos de culturas profesionales que estaban decididamente cerradas para las mujeres, formal o informalmente -desde la falta de políticas laborales de ausencia por maternidad hasta expectativas de que un profesor tuviera una esposa en casa que se hiciera cargo de todos los aspectos de la reproducción social de su familia (sobre la historia de las mujeres y la academia en el Reino Unido véase Cotteril et al. (2007)–. En la geografía, así como en otras disciplinas, las mujeres no eran alentadas a obtener grados académicos ni buscadas como candidatas para ser miembros de las facultades porque no encajaban en el paradigma masculino de la facultad universitaria que era dado por hecho en esa época. Gillian Rose (1993) establece que el sujeto “geógrafo” estuvo codificado como masculino a través de la mayor parte de la historia de la disciplina.
Además del fallido intento de convocatoria de estudiantes femininas y su progreso dentro de la geografía anglosajona, hubo una dura pugna por expandir la lente del análisis geográfico para incluir a las mujeres y sus ‘temáticas’. Para la primera ola de académicas identificadas con el feminismo que pasaron por las aulas y salones de los departamentos de geografía en el mundo anglófono en la década de 1970, esto último representó una tarea crucial y quizás una de las más difíciles. Una cosa era que los académicos varones aceptaran asesorar a una estudiante interesada en reproducir las metodologías y temas pertenecientes a la corriente principal-masculina en la geografía, y otra muy distinta era la identificación por esas estudiantes de temas nuevos e “irrelevantes” (a los ojos de muchos asesores académicos, editores de revistas y comités de reclutamiento) relacionados con las experiencias vitales de las mujeres. Esta exclusión conceptual ha sido bien articulada por Jan Monk (1995:279), quien argumenta que “el creciente compromiso por identificar leyes científicas ‘universales’ en la geografía de fines de los años cincuenta y principios de los sesenta descartaba todo interés por la especificidad o la diversidad que pudiera haber reconocido diferencias de género.”
La negación hacia temas y espacios codificados como femeninos y/o privados resultó endémica de la geografía anglosajona dominante en este periodo. Como lo demuestran Monk y Hanson (1982), las preguntas de investigación geográfica de aquel tiempo por lo general estaban nominalmente “ciegas al género”; una ceguera que reproducía exclusiones de género. En otras palabras, se asumía que la investigación geográfica aplicaba tanto para hombres como para mujeres, pero las interrogantes y datos eran reunidos y analizados con base en experiencias y espacios masculinos, sin reconocimiento alguno de la parcialidad de ese conocimiento. Hanson y Monk demuestran otras maneras en que el sexismo operaba al interior de la disciplina en aquel entonces. Primero, detectan cómo las preguntas de investigación eran desarrolladas en formas que asumían papeles tradicionales de género como algo “natural” y no como un tema de análisis –por ejemplo, al examinar la geografía económica solo en relación con actividades económicas públicas y remuneradas–. En segundo lugar, muestran que la mayoría de los geógrafos no consideraban la opción de ir en busca de temas de investigación relevantes para las vidas de las mujeres (por ejemplo, violencia de género) y no lograban reconocer la importancia que las actividades co...