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Atravesar fronteras, crear nuevas narrativas en educación
Primera invitación: Una propuesta epistemológica y ontológica, modos de ser y estar en los espacios educativos
ASUNCIÓN LÓPEZ CARRETERO, PATRICIA GABBARINI Y ADRIÀ PAREDES
En primera persona: Urge volver a poner la atención al singular; situarse a la intemperie. Recuperar las cosas singulares que fueron abstraídas en el concepto. Invertir el trayecto.
Devolvernos a todos y cada uno de los seres la parte del universo que les fue hurtado. Dejar de jugar en tableros impersonales.
Hablar en primera persona-el yo-sin embargo-ausente.
CHANTAL MAILLARD (2015)
1. El encuentro
Las palabras de Chantal Maillard nos sugieren la conexión profunda con la existencia que nace de la atención a lo singular que, aunque nos deja a la intemperie al desplazar los conceptos que borran las huellas personales, es una fuente de sentido propio. Ella nos invita a hacer el trayecto al revés, de lo singular a lo común, como un camino de ida y vuelta. Nos invita a movernos de los tableros impersonales, para devolvernos esa parte del universo que nos fue hurtado. Nos descubre finalmente la paradoja del «yo ausente» en ese itinerario, es decir, en realidad la desaparición del ego que nos cubre de trajes homogeneizadores a veces, competitivos en otras, y desconectados de nosotros mismos y del mundo en que vivimos.
Sus palabras son una invitación al encuentro, que empieza por el encuentro con nosotras mismas para ir hacia el otro, hacia lo otro y cultivar una alteridad con raíces profundas y sin vestiduras superpuestas. Ese itinerario puede abrirse o transitarse en los espacios educativos.
Sin embargo, los espacios educativos, cuando se institucionalizan en las regulaciones propias de los sistemas de enseñanza, corren el riesgo de burocratizar las relaciones y convertirse en espacios de paso con pocas posibilidades de encuentro; de este modo se generan fronteras reales y simbólicas que nos mantienen en la individualidad y en la repetición.
El fenómeno de mantenerse encerrado en uno mismo es común en los diferentes espacios educativos, pero se hace muy evidente en la Universidad. El aula suele ser un espacio cerrado en el que el profesor o la profesora imparte su clase y pocas veces la comparte con algún colega. También los distintos niveles que componen lo que llamamos sistema educativo permanecen desconectados, haciendo esta distancia mayor en los escalones superiores de enseñanza, y más concretamente en la formación universitaria de los futuros enseñantes, lo que hemos nombrado enseñar el oficio de enseñar (López Carretero, 2019).
Movidas por el intento de abrir esas fronteras y establecer lazos relacionales más allá de la soledad del aula, desde hace unos años un grupo de profesorado nos reunimos para conversar alrededor de nuestras clases; se unieron también estudiantes de máster y de grado; el deseo que nos ha sostenido es el de crear nuevos lugares para habitarlos en primera persona, en donde fluya la relación y la posibilidad de confianza y autoridad pedagógica.
De todos los sentidos posibles, cuando tomamos esta expresión encuentro queremos nombrar el compromiso que asumen una serie de personas para compartir un tiempo y un espacio de palabra con una disposición a la escucha y a dejarse decir. Esta disposición puede dar lugar a la coincidencia y también a la divergencia de puntos de vista. En ocasiones surgen hallazgos imprevistos, asombros, aperturas y nuevos horizontes que rompen con la rutina. La intención que sostiene el encuentro es el deseo de estar juntos y juntas y tejer algo en común que vaya más allá de las aportaciones individuales que pueda abrir nuevos caminos y sentidos educativos.
Decimos conversar, no hablar o planificar, porque el asunto que nos convoca es poner en palabras la inquietud por acercarnos a una formación del profesorado acorde con nuestro compromiso con el oficio. Así, hemos iniciado una conversación basada en la confianza en la que de verdad tuviéramos la oportunidad de ponernos en juego y compartir prácticas, palabras, sentidos y pensamientos educativos.
Fruto de esta experiencia relacional que se proyecta en las aulas, y en otros espacios de encuentro, ha nacido la escritura de los capítulos que componen este libro.
De este modo, como anunciamos en el prólogo, hemos transitado dos momentos en el proceso de creación de texto: la invitación a la escritura en grupos pequeños, donde las voces de cada autora y autor abre un primer encuentro dialógico a través de la escritura y la conversación para dar a luz los diversos capítulos; y un momento posterior donde nos encontramos todos los participantes en espacios de conversación en torno a esas primeras escrituras de los capítulos.
En este primer capítulo abordaremos las temáticas centrales y, a su vez, abriremos pistas e indicios acerca de nuestro proceso de escritura, a modo de un metarrelato que acompaña reflexivamente los movimientos que hemos desplegado, y lo que nos ha significado el pensar en compañía: pensar, conversar, nombrar, escribir. Los encuentros y la conversación son los hilos que enlazan los diversos momentos en que se ha gestado este libro.
Este deseo de encuentro nace porque el oficio de enseñar es de una gran responsabilidad y compromiso; los espacios relacionales abren nuevas perspectivas y caminos para acoger los acontecimientos que suceden y nos suceden en el aula y mantener una brújula de orientación compartida.
La Universidad son muchos mundos: el institucional, el del aula, los pasillos, el bar... En algunos de esos mundos algunas veces lo que convoca es solo el gusto del encuentro y la frontera entre estos espacios puede ser flexible. A veces alrededor de un proyecto común puede nacer un encuentro que va más allá de la sola acción práctica del proyecto en sí mismo. Cuando este encuentro se da en el aula, es una experiencia mágica. Pero también ocurre que a menudo lo institucional-burocrático se come los tiempos y nos impide ir más allá.
Las que hemos desarrollado nuestra práctica profesional en este contexto hemos vivido de cerca las tensiones que circulan día a día. Tensiones que están en movimiento, que a veces son fértiles y en otras muchas ocasiones, muy destructivas; tensiones que son reflejo del mundo que vivimos y de la pérdida de valor simbólico del saber, en favor de una instrumentalización y mercantilización de la formación. Y la formación del profesorado, como parte de ella, no se excluye de esa realidad.
2. Transitar fronteras, abrir pasajes
La invitación a nombrar el mundo en primera persona, que es un modo de colocarnos en las relaciones, es también una manera de hacer estallar las fronteras personales y socioinstitucionales que nos mantienen en un encierro a la vez cómodo y asfixiante.
Este sentido personal y relacional de preguntarnos por nuestro oficio es una forma de abrir y transitar nuevos pasajes en la educación y la formación.
¿A qué sentidos nos abre la palabra frontera y por qué poner en juego esta figura en el momento actual?
La primera consideración es que la frontera como muro y como separación radical reside en nosotros mismos. Sin embargo, estas fronteras personales no se generan casualmente, sino que son el resultado de presiones sutiles y ambiguas que nos van transmitiendo una cierta desconfianza en nuestras posibilidades como seres humanos, generando el sentimiento del otro como competidor o como amenaza. También nos abocan a una obediencia invisible.
El neoliberalismo ha generado unas formas de vida y de cultura en las que desaparece el sujeto y el sentido profundo de lo simbólico. El sujeto se borra como expresión encarnada y viva que nombra el mundo y ello nos impide habitar, crear e imaginar otros mundos posibles.
Cuando hablamos de sujetos, nos estamos refiriendo a un modo de concebir los seres humanos en su complejidad y posibilidades de ser que residen en la capacidad para elaborar su experiencia personal y común en relación con los otros. Dos términos incardinados que no podemos pensar de forma disociada: lo singular y lo común. La disociación entre el mundo de cada quien y el mundo común tiene efectos devastadores, porque nos deja desamparados, replegados sobre nosotros mismos.
Estos muros infranqueables se apoyan en unos modos de pensar cientifistas y reduccionistas en los que se propugna que el control y la técnica nos van a liberar de las contingencias que tiene toda vida humana. Estos falsos salvavidas disminuyen nuestra capacidad de acción, es decir, de movernos confiando en nuestros recursos. En algunas partes del mundo occidental hemos preconizado el discurso de las libertades y los derechos, que podrían ser una garantía si no estuvieran atravesados por tantos intereses contrapuestos que hacen compleja su materialización. Unos derechos que a menudo refuerzan el individualismo y difuminan lo común. En ocasiones se justifican intereses individuales detrás de esa afirmación de los derechos.
Todo ello tiene consecuencias personales y relacionales de gran alcance, los espacios cerrados generan inseguridades y una falta de complicidad entre los seres humanos. Estos muros desacreditan los saberes encarnados que pueden ser movilizadores lo que da lugar a una pérdida de conexión entre el saber y el vivir eliminando toda marca subjetiva en los procesos de conocimiento.
Este encierro interno y externo, genera polarizaciones como, por ejemplo: objetividad frente a subjetividad o productividad frente a sentido de la vida. También fragmentaciones que se sostienen en discursos que están calando en nuestro modo de ser educadores y formadores, dando lugar a relaciones precarias y también a saberes precarizados, señales que vivimos en las escuelas y en la formación con una gran preocupación.
Sin embargo, la peor pérdida de libertad es la interior, la que nos mantiene atadas o atados a lo inmediato y bloquea la capacidad para soñar más allá de los límites de esa promesa implícita de seguridad.
¿En qué sentido queremos atravesar fronteras?
Nuestra aproximación no es tanto tratar de superarlas, ni de atravesarlas sin más, como quedarse en esos «entres»: entre espacios educativos como la escuela y la Universidad, entre la investigación y la docencia, entre el saber y el no saber, entre saberes instituidos y saberes experienciales, viviendo las tensiones y cogiendo fuerza de ellas para generar pasajes y dibujar nuevos paisajes.
Abrir espacios no siempre significa crear pasajes. Coincidir en un mismo lugar una serie de personas no garantiza una apertura generadora de transformaciones que solo nacen si se abren, a la vez, posibilidades de encuentro. Un ejemplo claro de una presencia sin encuentro son algunas reuniones que se celebran en las instituciones que tienen más de un estar presente que de un entrar en relación. Esto mismo sucede y tiene su reflejo en el aula con un estar que no convoca al compromiso ni a la relación fructífera.
La presencia no es suficiente para iniciar un nuevo camino educativo, hay muchas presencias que son ausencias. A raíz de ello nos preguntamos si es lo mismo estar presente y estar con una presencia que toca la existencia. Y junto con ello nos interpela el pensar cuánto de l...