Las palabras justas
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Las palabras justas

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Las palabras justas

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Milena Busquets practica en estos diarios una escritura de pinceladas impresionistas y logra que de lo cotidiano, de lo en apariencia anodino, emerja la epifanía.

Este es un diario sobre días tristes y días felices ?«La euforia y la felicidad absolutas están a un milímetro del ataque de pánico»?, escrito sin trampa ni cartón, sin falsos pudores, ni engolada pompa. Escrito siguiendo esta premisa: «Uno escribe solo ante el peligro, no hay otra manera honesta de hacerlo, el menor atisbo de autocomplacencia es una señal de cobardía. Escribes contra ti primero y luego contra todo el mundo. Te pones a ti mismo contra las cuerdas, es el trabajo más solitario del mundo, no te tienes ni a ti, te presentas completamente despojado, es peor que el amor.»

En estas páginas asoman de tanto en tanto las mascarillas, pero sobre todo asoma la vida: los hijos, los amores, las clases de yoga, las visitas al psiquiatra, los encuentros fortuitos, los reencuentros, los paseos por el barrio, la escritura como una gimnasia diaria... Y aparecen también la seducción y el paso del tiempo, las disquisiciones sobre la verdadera elegancia, Proust, las lecciones literarias y vitales de Chéjov, la emoción hasta las lágrimas ante la celebración de la vida del West Side Story de Spielberg o un divertidísimo listado de tipologías de lectores observados durante las largas sesiones de firmas en ferias. Y el amor, siempre el amor: «En el amor nada es una pérdida de tiempo, todo sirve, la experiencia más banal, más absurda, más ridícula, más humillante, más dolorosa, sirve, nada cae nunca en saco roto. Es imposible perder el tiempo con el amor, enamorarse ?aunque solo sea durante dos días, aunque sea tontamente, aunque sea por despecho o por aburrimiento o por curiosidad? sirve siempre precisamente para lo contrario, para ganar tiempo.»

Con esa capacidad tan suya de combinar en su justa medida lo frívolo y lo profundo, Milena Busquets practica en estos diarios una escritura de pinceladas impresionistas y logra que de lo cotidiano, de lo en apariencia anodino, emerja la epifanía: la novedosa carga erótica del gesto de recolocarle a un amigo la mascarilla que lleva mal puesta en una librería, los zapatos del psiquiatra que asoman coquetos por debajo de la mesa, el vecino que llora en plena calle, el antiguo portero que trae a la memoria la antigua casa... Existe en esta ventana a la intimidad algo genuinamente femenino que se narra con una vitalidad y una ironía inimitables.

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Información

Año
2022
ISBN
9788433946058
Categoría
Literature
6 de enero
Lo único que hay hoy para desayunar son los marrons glacés que me han traído los Reyes.
8 de enero
Carmen quiere saber qué hacer con los adornos de Navidad, si dejarlos un año más o hacer como «la gente normal» y guardarlos en lo alto del armario. Le pido que los deje puestos unos cuantos días más. Resulta deprimente tener que desmantelar la Navidad. También tengo toda mi ropa mezclada, invierno, verano y entretiempo. ¡Si todo pudiese ocurrir a la vez y todo el rato! Es un incordio el tiempo, no solo porque pase tan deprisa y no nos demos cuenta y ya estemos muertos, sino por su manía del orden, primero esto, después aquello, después lo de más allá, como una profesora de guardería. Todo a la vez no puede ser, pero en cambio en nuestra cabeza y en nuestro corazón todo ocurre simultáneamente.
13 de enero
Se ha roto la vela de María Antonieta. Estaba con el móvil en la mano intentando leer un mensaje que me acababa de mandar un hombre que me gusta cuando he cogido la vela, que estaba colocada encima de un montón de libros (necesitaba consultar uno de ellos para resolver una duda del hombre que me gusta), y se me ha caído al suelo y se ha roto el cuello.
«Vaya», he pensado, «pobre María Antonieta, decapitada una segunda vez por mi mala cabeza y mi obsesión por los chicos.» He recogido los trozos –por suerte se había partido en dos fragmentos limpios– y con mucho cuidado he vuelto a colocar la cabeza de la reina encima de sus hombros. Ha quedado perfecta, no se nota nada. Pero creo que el hombre que me gusta se tiñe el pelo.
15 de enero
Me interrumpen sin cesar cuando escribo, Carmen y mis hijos principalmente. No lo hacen para fastidiar, sino porque creen de veras que tienen cosas importantes que decirme. Tengo una frase buena en la cabeza, bajo a abrir al mensajero y, cuando subo, la frase se ha diluido o se ha esfumado o he olvidado la estructura precisa que hacía que aquello tuviese alguna gracia. No tengo una habitación propia, al menos no para trabajar. En realidad, creo que me gusta escribir en medio de cierto barullo controlado. Entiendo muy bien a las mujeres que deciden parir en casa. Yo no lo haría nunca porque desconfío de la naturaleza y porque todo debe de quedar asqueroso después de un parto, pero comparto la idea de querer restarle importancia a un acto trascendental y significativo, aunque solo lo sea para uno mismo.
20 de enero
Hoy Carmen mientras trajinaba con el plumero, su electrodoméstico favorito y también el de mi hijo mayor, que considera que limpiar su habitación consiste en pasar con vigor el plumero por encima de los muebles mientras escucha a Wagner, ha golpeado sin querer la vela de María Antonieta. La cabecita rosada se ha despeñado de nuevo por la montaña de libros y ha rodado hasta sus pies. Carmen ha quedado petrificada con el plumero en alto y me ha mirado con cara de estupor. «Tranquila, tranquila», le he dicho, «la rompí yo hace unos días mientras buscaba unos documentos importantes.» Hemos decidido asegurar la cabeza con celo para que no ocurran más desgracias. Es una chapuza absoluta, el celo reluce escandalosamente contra la cera mate, pobre María Antonieta.
27 de enero
He cambiado la vela de lugar, antes estaba detrás de mí y ahora está en la estantería de delante. Le he cogido un poco de manía. Me recuerda al hombre que ya no me gusta y por culpa del cual María Antonieta fue decapitada por segunda vez.
5 de febrero
Me he comprado unas bailarinas verdes. Todavía es invierno, así que deberé esperar unas semanas antes de estrenarlas. Comprar ropa es algo muy parecido a hacer planes. En cuanto las he tenido en mis manos, e incluso antes, en cuanto empecé a desearlas, me puse a imaginar en qué ocasiones me las pondría, son de un verde profundo, del color de los abetos en medio de la nieve. El arranque de los dedos sugerente e impúdico como todos los arranques queda al descubierto. Mi empeine, suave y liso, surcado por unos huesos largos y delgados como palillos chinos, desemboca en el inicio de los dedos, regordetes y algo infantiles en comparación. La suela es de color arena, delgada y flexible, y está fijada por unos pequeñísimos clavos plateados. Caminar con ellas es casi como ir descalza, una se siente un poco más vulnerable que de costumbre. Igual que con zapatos de tacón una se siente un poco más tonta que de costumbre porque en el fondo sabe que se los está poniendo para un estilo de hombre y de mundo que ya ni siquiera le interesan mucho, y para un tipo de feminidad que nunca ha anhelado, o solo durante cinco minutos.
8 de febrero
Sé cuándo alguien me gusta porque al instante tengo ganas de tocarlo. De pequeña, entraba en las tiendas con las manos tendidas como radares, deseosa de tocar todo lo que me atraía (prendas suaves o brillantes, objetos extraños y desconocidos, todo lo que diese ganas de tumbarse y de acurrucarse) a pesar de las advertencias y broncas de mi madre. ¿Cómo iba a ver algo si no lo tocaba? Para un niño, sus ojos también son sus manos y su boca, como para los enamorados.
12 de febrero
Me pondré las bailarinas cuando vaya a ver al psiquiatra. A veces cuando hablo con él me olvido durante un rato de mi cuerpo y al final de la sesión me pregunto si estaba bien sentada, si mi postura era armoniosa y agradable a la vista. Ayer llevaba unos zapatos de cordones muy elegantes de color marrón oscuro. Relucían debajo de su escritorio como dos animales al acecho en medio de la oscuridad. Al cabo de un rato me olvidé de ellos.
13 de febrero
La capacidad de seducción debería servir exclusivamente para conseguir amor (o sexo, que es casi lo mismo), cualquier otra transacción resulta fraudulenta y deshonesta.
20 de febrero
Solo me interesa saber cómo han dormido mis hijos y los hombres que de vez en cuando duermen conmigo. Nadie más en el mundo.
25 de febrero
La amistad la sé hacer, el amor también, ahora debería aprender a escribir novelas.
Hacemos cosas que no tenemos ni remotamente idea de cómo hacer.
28 de febrero
Los lunes y los miércoles por la mañana intento ir a yoga. En la clase hay una chica a la que no he visto sonreír jamás, intentar hacerse la simpática con ella no sirve para nada. El otro día se volvió hacia mí y pensé que por fin se había dado cuenta de que tenía al lado a un ser excepcional, pero cuando ya estaba desplegando mi mejor sonrisa de complicidad, me miró con cara de asco y me dijo: «Estás demasiado cerca, ¿no?» El virus ha dado alas a la gente impertinente. Así que tuve que arrastrar mi esterilla unos metros más allá. Lo bueno es que soy mucho mejor que ella, y aunque en teoría el yoga sea una disciplina no competitiva, hace mucha ilusión ver que la persona que tienes al lado se ha quedado bloqueada a media postura y que sus manos no tienen ninguna posibilidad en el mundo de llegar hasta el suelo.
Unos meses después del inicio de la pandemia, la directora de la escuela compró una pantalla gigante para transmitir las clases y que los alumnos las pudiésemos seguir desde casa. Algunos días hay fallos en la conexión y una de las partes no puede oír a la otra. «¡No se oye!, ¡no se oye!», gritan l...

Índice

  1. Portada
  2. Las palabras justas
  3. Créditos