Breve historia del mundo. Nueva edición actualizada a color
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Breve historia del mundo. Nueva edición actualizada a color

  1. 354 páginas
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Breve historia del mundo. Nueva edición actualizada a color

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Una historia del mundo sin reyes ni batallas. La vibrante crónica de la humanidad desde sus orígenes a nuestros días.Comprenda los grandes cambios y el devenir que han jalonado la historia de la humanidad y entienda así el mundo que nos rodea y en lo que se ha convertido. Siempre nos han contado la historia desde el punto de vista de los hechos, las guerras y los grandes sucesos, pero hay otras formas de aproximarse a ella. Conozca la vida de los humildes a lo largo de los siglos. En esta historia los protagonistas no son reyes ni generales, sino ciudadanos corrientes con sus diferentes mentalidades, alejada de la perenne visión occidental. Aventúrese por las praderas de la Europa glaciar en compañía de un cazador de la Prehistoria. Comparta la comida de un campesino egipcio. Descubra que el nivel de vida de un artesano romano era superior al de un obrero inglés del siglo XIX. Sufra la dura vida de la trinchera junto a un soldado francés de la Primera Guerra Mundial.

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Información

Editorial
Nowtilus
Año
2022
ISBN
9788413052564
Categoría
Geschichte
Categoría
Weltgeschichte

1

El amanecer de la humanidad

Así, pues, hubo que hacer una nueva tentativa de crear y formar al hombre por el Creador, el Formador y los Progenitores. ¡A probar otra vez! Ya se acercan el amanecer y la aurora; ¡hagamos al que nos sustentará y alimentará! ¿Cómo haremos para ser invocados, para ser recordados sobre la tierra? Ya hemos probado con nuestras primeras obras, nuestras primeras criaturas; pero no se pudo lograr que fuésemos alabados y venerados por ellos. Probemos ahora a hacer unos seres obedientes, respetuosos, que nos sustenten y alimenten. De este modo hicieron a los seres humanos.
Popol Vuh

UN PROTAGONISTA ESCURRIDIZO

Aunque la literatura, que para eso es arte y no artesanía, no deja de ofrecernos magníficas excepciones, las buenas novelas de aventuras, y esta en el fondo es la mayor de todas, suelen empezar por el principio. Y la lógica impone que ese principio, al menos si se desea ser fiel a los cánones, sea dar a conocer a su protagonista, ese personaje a ratos feliz, a ratos atormentado, que después de sufrir un sinnúmero de peripecias y sinsabores, triunfa sobre sus enemigos, conquista a la chica, o el chico, más popular del pueblo y recibe al fin la gloria y los honores que merece.
Claro que en nuestro caso el protagonista no es un individuo, sino toda una especie, la especie humana, nosotros mismos. Deberíamos, por tanto, conocernos bien, pero para evitar confusiones quizá convenga precisar de qué hablamos. La primera pregunta que debemos responder aquí es, por tanto, y permítasenos, como licencia literaria –y sólo literaria– que usemos el masculino, ¿qué es el hombre?
A primera vista, se trata de una pregunta fácil, de esas que todos desearíamos que nos cayeran en un examen. Sin embargo, no lo es tanto. Durante décadas se ha dicho que nuestra especie posee unos rasgos que la individualizan, que la hacen única en el planeta, lo que, en última instancia, ha hecho que nos consideremos sus dueños absolutos, con pleno derecho a utilizarlo sin otra consideración distinta que nuestro propio interés.
Esos rasgos parecían evidentes hasta hace poco. El hombre es el único ser completamente bípedo, es decir, el único que se desplaza de manera continua –no de forma ocasional como los grandes simios– sobre sus extremidades inferiores. Esta bipedestación le permite liberar sus manos para valerse de ellas en otras tareas, en especial la fabricación de los valiosos útiles e instrumentos que han facilitado su adaptación a cualquier medio físico. Su elaboración y utilidades, además, se transmiten de generación en generación, y con ellas todo un complejo de pautas de comportamiento, tabúes, roles sociales y símbolos, que constituyen, en conjunto, lo que llamamos «cultura». Por último, no podemos dejar de mencionar el gran volumen de nuestro cerebro, no en términos absolutos, pues hay especies con un encéfalo mayor que el nuestro, sino en proporción al tamaño de nuestro cuerpo y, sobre todo, la complejidad de su red neuronal, que nos ha permitido desarrollar un lenguaje articulado y, con él, una organización social de una enorme riqueza.
Sin embargo, la cosa no es tan sencilla como parece. Chimpancés y gorilas, por ejemplo, son capaces de caminar erguidos, aunque no podrían hacerlo de manera continua, porque la forma de su pelvis no es capaz de sostener mucho tiempo sus intestinos en esa posición. Los chimpancés, en concreto, muestran además una evidente capacidad para valerse de utensilios y herramientas diversas, aunque muy sencillas, y transmiten su uso de generación en generación; es decir, poseen, de algún modo, una cultura material. No es extraño, así, que algunos investigadores defiendan su inclusión junto a los humanos entre los denominados homínidos, introduciendo una nueva categoría, los homininos, para englobar en exclusiva a nuestros antepasados directos. Por último, en lo que se refiere al cerebro, resulta complicado trazar una frontera: ¿a partir de qué tamaño puede considerarse humana una especie? El humano moderno, el Homo sapiens, posee un cerebro cuyo volumen medio es de mil trescientos cincuenta centímetros cúbicos. ¿Era más humano que nosotros el hombre de Neandertal, que superaba los mil seiscientos centímetros cúbicos? ¿Lo es menos el dueño del cráneo más pequeño conocido hasta la fecha en nuestra especie, que se ha fijado en ochocientos treinta centímetros cúbicos?
En conclusión, parece que, como mínimo, debemos bajarnos un poco los humos y aceptar que no somos tan especiales como creíamos. Por lo demás, las señas de identidad a las que aludíamos siguen siendo válidas para retratarnos. A grandes rasgos, podemos decir que lo que nos define como humanos, reflexiones filosóficas o religiosas aparte, claro está, es que caminamos erguidos; poseemos un cerebro de gran tamaño que nos proporciona pensamiento simbólico y lenguaje articulado, y nos valemos de nuestras manos para fabricar todo tipo de herramientas y utensilios que integran una cultura material cuyo conocimiento transmitimos de generación en generación. Podríamos añadir también quizá algún rasgo más, pues inequívocamente humanas son nuestra organización familiar peculiar, que se debe a una infancia muy prolongada y a la ausencia de períodos de celo en las hembras, y una tendencia tal vez innata a la búsqueda de lo trascendente, que se manifiesta en la religión, la filosofía e incluso en la propia ciencia. Tendríamos así completo el retrato de nuestro protagonista. Podemos ya, por tanto, comenzar con su historia.

EAST SIDE STORY

Charles Darwin, el padre de la teoría evolucionista, tenía razón. Como él había anticipado, la evolución de la especie humana dio comienzo en África. Fue allí donde nacimos y también el lugar desde el que partimos a la conquista del planeta. Pero, una vez más, la historia no es tan sencilla. El continente en el que se inició nuestra peripecia vital era muy distinto del actual, y el camino que condujo a la aparición de nuestro linaje resultó mucho más tortuoso y largo de lo que cabría esperar de una especie que se considera a sí misma elegida para dominar el mundo.
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A venerable orang-outang, una caricatura de Charles Darwin como simio publicada en The Hornet, una revista satírica británica, en 1871. Su subtítulo, Una contribución a la historia antinatural, expresa bastante bien la opinión de una buena parte de la sociedad de la época.
La historia comienza hace unos siete millones de años. En aquel tiempo remoto, África era mucho más verde y húmeda que en nuestros días. Alimentada por un clima más cálido y lluvioso que el actual, una espesa selva ecuatorial teñía de esmeralda las tierras comprendidas entre el golfo de Guinea, al oeste, y el océano Índico, al este, y flanqueándola al norte y al sur, una densa franja de bosques tropicales alcanzaba territorios que hoy son áridos e incluso desérticos. Y en ese entorno caracterizado por una permanente humedad y una lujuriante vegetación, que ofrecía una gran variedad de alimentos de fácil acceso, vivía un humilde primate de no más de un metro de altura y unos cuarenta kilos de peso que había logrado una perfecta adaptación al medio que habitaba.
Con un cerebro bastante grande, de trescientos o cuatrocientos centímetros cúbicos, y un cuerpo ligero y ágil, debía de pasar la mayor parte de su tiempo colgado de los árboles, pero también, de forma ocasional, se erguía sobre sus extremidades inferiores y caminaba así algún breve trecho. Se alimentaba sin dificultad de hojas, bayas, frutos, insectos, pájaros e incluso pequeños animales, que abundaban en su entorno. Piedras y palos le servían de ayuda para encontrar comida, pero también como instrumentos defensivos. Vivía en pequeños grupos unidos por fuertes lazos de parentesco y jerarquía que vagaban por amplios territorios. Su sociedad era compleja y las relaciones entre los individuos ofrecían todos los rasgos que nos resultan tan humanos, pero que en el fondo compartimos con los grandes simios. La cooperación y el individualismo, la alegría y la tristeza, la sinceridad y la mentira le eran tan familiares como lo son ahora para nosotros.
Pero su tranquila vida estaba llamada a sufrir una trágica, aunque no brusca, interrupción. En una fecha comprendida entre los siete y los cinco millones de años antes del presente, el continente africano comenzó a experimentar una metamorfosis que resultaría determinante para el futuro de aquel pequeño simio y, por ende, de nuestra especie. Por un lado, la meteorología terrestre se encontraba inmersa en una fase de enfriamiento global que tendía a hacer más árido el clima de toda África; por otro, la elevación de sus mesetas orientales, iniciada hace treinta millones de años como resultado de la aparición de la gran fractura que conocemos como valle del Rift, alcanzó entonces un nivel lo bastante considerable, hasta 3.000 metros de altitud en algunas zonas, como para bloquear de forma significativa el paso hacia el este de las masas de aire húmedo procedentes del océano Atlántico. Con menos lluvias, la selva empezó a retroceder en el África oriental. Al principio se hizo menos espesa; luego sus márgenes se contrajeron dejando paso al bosque tropical; por último, los claros se multiplicaron y los árboles hubieron de rendir su dominio ante el avance de las praderas herbáceas salpicadas de arbustos.
Aunque el proceso habría de durar millones de años, la suerte estaba echada. Los descendientes de aquel simio de vida fácil que quedaron al oeste de la gran barrera montañosa, conservaron su vida tradicional y siguieron su evolución hasta dar lugar a los actuales chimpancés. Los que quedaron al este, en lo que, con evidente humor, el paleontólogo francés Yves Coppens, que formuló esta teoría en 1994, llamó el «East Side» africano, no tuvieron más salida que adaptarse. El nuevo paisaje ofrecía menos alimento y garantizaba mucha menos protección. Se había terminado para siempre la comida segura y el refugio cierto contra los depredadores que la antaño espesa selva ofrecía con generosidad. Tocaba ahora aventurarse por aquellas planicies cada vez más abiertas donde un pequeño simio resultaba presa fácil de cualquier carnívoro y el alimento era escaso y difícil de encontrar. ¿Cómo sobrevivieron, pues, nuestros antepasados?
Simplemente, se irguieron. Lo que antes, durante millones de años, había sido nada más que un acto ocasional se convirtió ahora en la postura habitual de los simios obligados a sobrevivir en los márgenes de la selva en retroceso. La nueva postura brindaba indudables ventajas. Un cuerpo en posición vertical ofrece menos superficies expuestas a la radiación solar, mucho más fuerte en la sabana, y se calienta menos. Los ojos, al mirar al frente y no hacia abajo, permiten ver más lejos y percibir así antes las posibles amenazas. Y, por último, las extremidades superiores ya no son necesarias para la locomoción, lo que hace posible liberarlas para alcanzar con mayor rapidez y eficacia los frutos de los arbustos, transportarlos a un lugar seguro y, en fin, sobrevivir el tiempo suficiente para reproducirse y perpetuar el propio linaje.
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Imagen de la sabana africana. En estos espacios abiertos, donde escasean los refugios y los recursos se encuentran dispersos, los antepasados del hombre dieron el salto evolutivo que terminaría por conducir a la especie humana actual.
Pero, ¿cuál fue en realidad nuestro primer ancestro, la primera especie que se separó del tronco común del que habrían de nacer los chimpancés, la especie de primates más próxima a la nuestra, y los humanos? Lo ciert...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Índice
  4. Prólogo
  5. 1. El amanecer de la humanidad
  6. 2. La primera revolución
  7. 3. Siervos y señores
  8. 4. El amanecer de Occidente
  9. 5. Cuando Europa no era el centro
  10. 6. La primera globalización
  11. 7. La segunda revolución
  12. 8. Del imperio a la guerra
  13. 9. ¿El fin de la historia?
  14. 10. Ese país desconocido
  15. Epílogo
  16. Bibliografía general
  17. Contraportada