Si no me conoces, no me inventes
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Si no me conoces, no me inventes

Psicoanálisis para padres

  1. 140 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Si no me conoces, no me inventes

Psicoanálisis para padres

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Información del libro

Madres y padres afrontan a diario la aventura de ayudar, potenciar y fortalecer el crecimiento de sus hijos. Proceso no exento de momentos de preocupación y de dificultad, que en ocasiones derivan en desconcierto, sufrimiento o bloqueo y a menudo generan dolorosos círculos viciosos en la familia.Este libro, dirigido a los padres que se relacionan con situaciones de cambios permanentes en el crecimiento de sus hijos, pretende mostrar una comprensión del trasfondo de las dificultades habituales para un mejor entendimiento, una potenciación de la escucha y del diálogo, y así lograr una mejora en la gestión de las emociones y de los conflictos en la familia, frente al modo de gestión basado en los impulsos, la acción y la reacción, frecuentemente utilizados en momentos de desbordamiento, pero de nula efectividad y provocadores de una importante espiral de empeoramiento. También pone el énfasis en cómo lograr que todos en la familia se conozcan más y no se «inventen al otro».El autor, a partir de la experiencia en su trabajo con padres e hijos, nos muestra cómo ayudar a los padres a conocer más y mejor a sus hijos y cómo ayudar a sus hijos a conocer y a entender más y mejor a sus padres, tras lo cual muchos conflictos y dificultades se suelen disipar, lo cual redunda en la necesaria armonía familiar.

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Información

Año
2022
ISBN
9788419023469
Edición
1
Categoría
Psychology

Algunas características de los adolescentes

Uno de los cambios más notables que detectan los padres es que, conforme van creciendo, van necesitando forjar su identidad cada vez con mayor intensidad. Buscan no ser tratados ya como niños pequeños, sino como adultos, lo cual supone que el grado y las maneras de participación en casa y en otros ámbitos van cambiando hacia nuevas maneras de estar y comportarse, ya sea para bien o para mal. Van a empezar a reclamar en su casa y en el colegio más protagonismo. Por lo tanto, no es lo mismo hablar con un niño o una niña de 6 años que con un chico o una chica de 13.
Lo primero que debemos tener en cuenta es cómo llega el adolescente a esta etapa. Si todo ha transcurrido más o menos bien, mejor, y aunque eso no es garantía de que las cosas vayan a ir perfectamente, sí es un indicador de buen pronóstico. También es fundamental que antes de la adolescencia en la familia se haya instalado la costumbre de hablar.
Lo segundo es que todos podemos sentir algo de miedo ante la adolescencia de nuestros hijos, probablemente porque nosotros fuimos muy arriesgados durante esa etapa, o bien por cómo la vivimos en su día, y tememos que nuestros hijos hagan lo mismo o pasen por lo mismo. Además, es muy frecuente que, para calmar nuestra ansiedad, les reclamemos que se comporten en casa como un adulto y en la calle, como un niño. Vengo a referirme a que los padres, querámoslo o no, nos sumergimos en la adolescencia de nuestros hijos y frecuentemente sufrimos las ansiedades que los chicos nos transmiten, o, para ser más preciso, que «necesitan» transmitirnos, aunque descaradamente traten de disimularlo. Como dice el Dr. Manolo Gutiérrez –un compañero mío– cuando hace referencia a la adolescencia: «Agárrate, que vienen curvas». Es decir, a menudo el adolescente entiende que se invade su espacio íntimo, y tanto los padres como también en ocasiones sus profesores se sienten excluidos, y eso a nadie le gusta.
En realidad, expresan su grado de bloqueo ante los numerosos y difíciles desafíos que tienen que afrontar. No hay periodo en la vida de una persona en el que haya más temas abiertos y desconocidos, o preguntas que en la adolescencia. Pensemos que nosotros, como padres, estamos acostumbrados al modo infantil de relación con nuestros hijos, en el cual nos hablan de todo con mucha fluidez, y pasan a la adolescencia, donde sufren un cambio que puede hacernos sentir no solo que nos rechazan, como decía antes, sino que nos han dejado de querer. Nada más falso. Gestionar tantos desafíos no es fácil para ellos, ni lo es para los padres. La adolescencia no es fácil para ningún adolescente.

DESAFÍOS ADOLESCENTES

Podríamos decir que la agenda de un adolescente está «a tope». Veamos algunos desafíos a los que se enfrentan los adolescentes:
1.Aceptar el cambio de su cuerpo, les guste cómo queda o no. Además, el cambio es irreversible, lo cual les angustia.
2.Empezar a descubrir que sus padres no son tan ideales como pensaban, es decir, se tienen que despedir de los padres de su infancia.
3.Se despiden de su infancia, ya no se sienten tan protegidos ante la vida, los padres dejan de ser tan protectores. Ellos tienen que aprender a defenderse solos. A veces inconscientemente, esto les «cabrea» mucho.
4.Acudir a los padres en busca de ayuda, consejo o apoyo es, sobre todo al inicio de la adolescencia, sinónimo de debilidad, vulnerabilidad y falta de personalidad para ellos («¡¡Que me dejes!!»).
5.Tienen que ser alguien, tener una identidad nueva, lo cual tratarán de conseguir como sea.
6.Pierden la idea de que los profesores son una prolongación de los padres.
7.La clase y el instituto pasan a ser un escenario de pruebas donde se producen: desafíos a los profes, una nueva socialización; los chicos y las chicas se mezclan más y los estudios son una imposición que ellos no decidieron. Así que cualquier adolescente tiene que decidir si sigue estudiando o no.
8.El grupo suple parte de las funciones protectoras de la familia, y el contacto permanente con él a través de los móviles pasa a ser una prioridad para ellos.
9.Temen ser tan solo una «obra a imagen y semejanza» de los adultos, moldeados, dirigidos y configurados por los mayores. No hay nada mejor que decirle a un adolescente: «Haz esto con tu vida», para que no lo haga, «faltaría más».
10.Se encuentran con el desafío del sexo y de su orientación sexual. Las primeras relaciones sexuales son un reto tremendo para ellos, a veces lo niegan haciendo del sexo algo «banal».
11.Se encuentran con lo malo del ser humano, y tienen que decidirse por la destrucción o la construcción.
12.Después tienen que estudiar… Difícil. Si todo va bien, con 15 o 17 años deben elegir una carrera o un módulo, y escuchar que estamos en una crisis terrorífica que no les asegura su futuro… Complicado, ¿no? Además, sienten que sus éxitos y fracasos dependen de ellos mismos, que les corresponde ser ellos mismos, y no unos híbridos de los deseos y aspiraciones de sus padres y profesores.
13.Han de plantearse dejarse seducir por los caminos aparentemente rápidos, como la violencia, las drogas, etc., o renunciar a ello. Y enfrentarse a la idea de que hacer fracasar al otro no sea considerado un éxito para ellos. Como sucede en el acoso escolar, al que yo llamo «terrorismo escolar».
14.Y, ¡cómo no!, sufren decepciones amorosas, éxitos, infidelidades, desengaños, decepciones en las relaciones, y se ven en ocasiones en el centro de las críticas, las polémicas, etc.
Todos estos puntos constituyen desafíos muy importantes y angustiosos para los chicos, y frecuentemente lo expresan de muy diversas maneras en el colegio, en casa o en el instituto, llegando a producir impactos negativos en los profesores y en las familias. Además, en muy poco tiempo para todos. Por lo tanto, es inevitable que a los «adultos» nos sacuda esta avalancha de ansiedades que los adolescentes nos harán llegar de una manera u otra. Y ¿cuál es nuestra reacción, en general? En primer lugar, miedo, incertidumbres y temor a que todo se vaya al traste, que los chicos se queden sin un buen futuro. A continuación, trataremos de disminuir nuestro miedo por diferentes métodos: aumentando el control sobre ellos, enfadándonos sistemáticamente con ellos, dándoles por perdidos o cambiando el modo de dirigirnos a ellos.
Si bien es habitual que aparezcan ocasionalmente, lo que nos puede poner sobre la pista de que ya estamos en un punto de desbordamiento es que pasen a ser el modo habitual de relación con ellos. Son:
1.Modo recordatorio: Un adolescente me comentaba: «Mi madre me cansa». Al preguntarle a qué se refería, me dijo: «Son las cosas de las madres, tú ya sabes. Repiten lo que ya sabes mil veces…, como si ya no las supiéramos… Y hay que hacerlas cuando ellas digan…, si no, se creen que ni las sabemos hacer ni las haremos. Tipo: lávate los dientes, estudia, etc. ¡No ve que ya lo sé! Se imagina que, si no me lo dice, se me va a olvidar». Este adolescente sí que hacía las tareas. También están los que no las hacen y provocan esa reacción en los padres, para luego quejarse y mantener un círculo vicioso interminable de recíprocos reproches y quejas. Esta situación que describo es la habitual en los adolescentes que, por cualquier motivo, temen crecer.
2.Modo «cuña»: Independientemente de lo que se esté hablando, los padres meten una y otra vez «la cuña»: «Tú tienes que…», «Nosotros te lo damos todo…», «No puedes seguir así…», «Siempre estás igual…».
3.Modo «mute»: El silencio y la calma tensa se instauran en casa y todos temen un estallido en cualquier momento.
4.Modo «ultimátum»: Los padres recurren con mucha ansiedad y en un último intento a la desesperada a expresiones como: «Te quitaré el móvil seis meses», «Si sigues así, no te dejaré salir», «Te quito la paga», etc.
Cualquiera de estas configuraciones expresa la intensidad de la ansiedad de los padres, de su preocupación y desesperación cuando la situación ha llegado a un punto de bloqueo significativo, un punto de no salida del conflicto. Lo que en general no saben muchos padres es que los hijos también sufren mucho, tanto como ellos, a pesar de que respondan con dureza, o bien se coloquen en modo «repliegue», modo «indiferente» o modo «clausura», con voto de silencio y voto de desobediencia encerrado en su cuarto; o en modo «explosivo», con insultos intensos y mucha rabia. Todas estas maneras de reaccionar son indicadores de que algo no funciona, que tienen un conflicto importante que les sobrepasa; curiosamente, cuanto más necesitados están, más dificultan la accesibilidad a ellos. De hecho, una parte esencial de la ayuda a los padres es, además de tratar de que entiendan qué les pasa a sus hijos, que puedan encontrar el modo de llegar a ellos, lo cual, en algunas ocasiones, no es nada fácil. Lo habitual es que los adolescentes no expresen claramente que estas situaciones les apenan mucho. No lo dicen abiertamente, y eso confunde a cualquier padre o madre. Recordemos el refrán: «Dime de qué presumes y te diré de lo que careces». Sorprendentemente, he observado en mi trabajo diario cómo todos estos chicos y chicas que actúan de estos distintos modos que he señalado están absolutamente pendientes de las reacciones de los padres –les siguen importando mucho– y en el fondo desean poder acercarse a ellos. En mi opinión, si se llega a este punto, conviene buscar ayuda para salir del atolladero.
La situación puede angustiarnos tanto que se nos pase por alto lo más importante: mantener una vía de comunicación abierta, o lo más abierta posible. Me refiero a prestar especial atención cuando los chicos difieren, discrepan, critican, para poder preguntarles cuáles son sus puntos de vista, que los argumenten, que los expliquen y defiendan sus posiciones. A veces, podemos tender a no propiciar esos momentos porque nuestra inseguridad nos impide hablar.
Desde un punto de vista práctico, creo que habría que instaurar en los colegios e institutos espacios para el debate dirigidos y organizados por los alumnos, con el objeto de estimular su capacidad de pensar, de discutir entre ellos y ver que las cosas se pueden y se deben hablar. El profesor, intencionadamente, deja que tengan un papel relevante en esa «hora de debate». Si hay algo que les gusta a los adolescentes, es discutir y tener sensación de grupo. Las ventajas de que el tutor esté presente de una manera respetuosa son tremendas, porque los chicos le irán haciendo conocedor de sus preocupaciones, inquietudes, etc., y para ellos, alguien cercano que sepa por dónde van las cosas es siempre un gran aliado. Además, el tutor podrá comprender mucho de lo que ocurre al poder escuchar las preocupaciones del grupo. Esto ayudará también a los padres, ya que generalmente estas experiencias las contarán después en casa.
Recordemos que las dos preguntas más frecuentes que le plantean los padres a un adolescente son, en primer lugar: «¿Qué has hecho?», en segundo lugar: «¿Has estudiado?» o «¿Has recogido tu cuarto?». En realidad, es una búsqueda de información para quedarse más tranquilos viendo que las cosas van funcionando. Como señalo en otro lugar, creo que es más práctico preguntarles, también, cómo se encuentran.
Una pequeña puntualización: es muy corriente que, cuando se escucha hablar a alguien de adolescentes se genere una sensación de culpa, o que pensemos en ellos como «pobres adolescentes», incluso podemos preguntarnos: «¿Acaso se lo debemos consentir todo porque, según dicen, lo tienen muy difícil, cuando pensamos que se lo estamos brindando todo, o al menos eso creemos?», «¿Son los adolescentes víctimas de los adultos?», «¿Tan malos somos?, ¿tan mal lo hacemos?», «¿Realmente son víctimas de su propia adolescencia?, porque también se lo pasan muy bien…».
Frecuentemente, más que aclarar las ideas se queda uno desconcertado, lleno de dudas y, en el peor de los casos, sintiendo una culpa que en ocasiones nos paraliza. Incluso a veces no es necesario leer sobre el tema, simplemente cabe escuchar a un padre o una madre con puntos de vista diferentes que se disputan la verdad, o a un profe con unos padres que encuentran diferencias en sus apreciaciones. Me gustaría que nos detuviésemos en analizar estas reacciones un poco a fondo. Una de las dificultades con las que generalmente nos enfrentamos las personas es andar en la oscuridad, tener que soportar periodos de incertidumbres, sombríos, sin saber el final. Cuando escuchamos decir a alguien que «todo está muy claro», normalmente omite estos pequeños, pero grandes detalles: con los adolescentes, en muchas ocasiones nada está claro, y los adolescentes se lo hacen pasar mal a los padres no con mala fe, sino porque ni ellos mismos saben lo que quieren ni quiénes son (están en ello) y nos lo transmiten. Saber todo esto sirve, al menos, para tener más margen de maniobra con ellos. Para darnos y darles un poco más de tiempo.
Por otro lado, es fácil que nos sintamos culpables por no saber qué hacer y queramos huir a toda prisa de esa ignorancia. Pero la realidad es que muchas veces no tenemos ni idea de cómo actuar, y eso cuesta aceptarlo. Y si para colmo, ya algo desesperados, intentamos recordar cómo eran las cosas en nuestra adolescencia, cómo reaccionaron nuestros padres con nosotros, y comprobamos que no tiene nada que ver, el pánico está servido. En mi opinión, antes que proceder precipitadamente es mejor reconocer que no sabemos. Ya habrá tiempo para pensar cómo abordar las cosas. Para ello, hay que tener en cuenta que la soberbia, la propia o la ajena, puede ser un problema.
Uno de los caminos para llegar a quedar seducidos por la soberbia es la ignorancia. Otra vía por la cual también se llega a ella es la ansiedad intensa provocada por situaciones en las que nos cuesta entender qué está ocurriendo, y nos precipitamos en la búsqueda de una solución rápida (la prisa), que está más encaminada a disminuir la intensa ansiedad que nos presiona que a resolver el conflicto en sí mismo. La soberbia impide al ignorante conocer su propia ignorancia, y al ignorarlo, queda secuestrado por ella. Una forma encubierta de soberbia es enjuiciar a los demás desde una presunta posesión de la verdad. Y llegar a ese punto generará, por sí mismo, muchos problemas con un hijo adolescente (por ejemplo: «Hijo, tú no sabes nada de la vida»). Si ello ocurre, entra en acción la famosa expresión que hace referencia la parábola bíblica en la que Jesús reprocha a los hipócritas el querer ver la paja en el ojo ajeno, cuando en realidad no ven la viga en el suyo propio (Lucas 6: 39-42). Como sabemos, en general, se utiliza para indicar que quien juzga o crítica tiene las mismas faltas (o incluso en grado mayor) que las censuradas en el otro. Una consecuencia de ello es tratar al otro como el verdadero poseedor del defecto o el causante del fallo, lo cual puede resultar tranquilizador en la medida que uno se siente libre de ellos, pero la relación con el otro quedará marcada por un círculo vicioso que solo se romperá si uno ve la viga en su ojo antes de juzgar la paja en el ojo ajeno. Si con un hijo adolescente se llega a este punto, se planteará un serio problema.
Como señalaba, en esta parábola se advierte del peligro de las actitudes de quienes, convencidos de que están muy por encima de los demás, solo ven defectos en quienes los rodean. Al pretender convencer a los demás de su punto de vista, se encaminan a un callejón sin salida, cerrado a la verdad y al saber, demandando por el otro; en consecuencia, una sumisión y acatamiento sin respuesta ni crítica alguna. Este modelo estereotipado se repite incesantemente, sin capacidad de cuestionarlo. Y a este punto no conviene llegar con un adolescente, como antes señalé.
Pero muchas veces sucede que el adolescente es quien nos dice que los padres no sabemos nada de la vida. Que ellos sí. Cabe preguntarse entonces si se han vuelto soberbios. Yo creo que algo sí. Pero es una soberbia diferente a la que describía antes. Para ellos, reconocer que no saben algo les lleva a sentirse infantiles, niños pequeños, diferentes al grupo (curiosamente nos dicen que somos nosotros, los adultos, los que no sabemos nada de la vida, que somos nosotros los niños; esto es una clara proyección de sus temores –infantiles– por no saber aún demasiado de la vida). Cuando se relajan son capaces de reconocer lo que ignoran. Lo preocupante es que se junte la soberbia típica del adolescente con una reacción soberbia de los padres. Entonces la situación se colapsa. De la misma manera que se habla de estatus epiléptico o estatus asmático como situaciones muy graves desde el punto de vista médico, el «estatus soberbio» lo es en el ámbito emocional. Recuerdo una graciosa anécdota de un padre que me comentaba que su hijo no paraba de decirle que no tenía ni idea de nada. El padre se lamentaba de cómo el hijo cortaba una y otra vez todos sus intentos por hablar con él. Finalmente, un día el hijo le pidió que lo llevara en coche a un lugar. El padre me decía ...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Agradecimientos
  6. Contenido
  7. Prólogo
  8. Introducción
  9. Un esfuerzo estéril: la elaboración de la vacuna emocional
  10. Nos hacemos papá y mamá
  11. Hijo, ¡cómo complicas las cosas! La sordera transitoria
  12. La proyección de nuestras experiencias (y expectativas) previas sobre nuestros hijos
  13. Síntomas de alarma y situaciones alarmantes en los niños
  14. ¿Padres divinos o humanos?
  15. La acción-reacción-externalización. El perfil
  16. Algunas características de los adolescentes
  17. El arte de permitir y prohibir: la disciplina en casa y los despistes habituales
  18. Los padres no se ponen de acuerdo
  19. Familia 3.0: la digitalización familiar o la familia digitalizada
  20. ¿Cómo se puede enseñar a los hijos a esperar?
  21. Los abuelos
  22. Consideraciones técnicas de este modo de ayuda a los padres
  23. Primeros pasos para la inclusión de los padres en el proceso terapéutico
  24. Bibliografía
  25. Sobre el autor