Conversaciones desde Las Gardenias
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Conversaciones desde Las Gardenias

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Conversaciones desde Las Gardenias

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Información del libro

El ejercicio que nos propone Ricardo Torres es un ejercicio de empatía. Se trata de ponernos en el lugar de los otros, sentir su tristeza, llorar sus pérdidas y afligirnos por lo dura que ha resultado la vida para algunos en nuestro país, en especial para aquellos a quienes la violencia ha perseguido y desplazado. Nos invita a escuchar cuatro historias de personas que viven en Las Gardenias, al sur de Barranquilla. Son las historias de Carmen, Marcos, María Petra y Margarita María. Se trata de que conversemos con ellos a fuego lento, que conozcamos sus historias y nos pongamos en su lugar.

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Información

Año
2021
ISBN
9789587824636

¡Fuera!

La profe Carmen

Las Gardenias es uno de esos lugares que viven habitados por la tragedia y el dolor. Más allá de los remedos de soluciones dados por el Gobierno, ese complejo habitacional de carácter social es para Barranquilla ese rincón en la conciencia colectiva que no queremos tener muy presente por miedo a la frustración, la tristeza y la verdad. Por lo mismo, es el lugar que nos invita a tener viva la memoria, porque definitivamente lo que muchos colombianos han vivido, más allá de que se repite cada día, jamás lo repite ninguno. Entonces, al ser un lugar de memoria, también es un lugar de esperanza, un punto de partida para aquellos que, por lo acontecido en el pasado, no tienen en su horizonte uno de llegada.
Miro esquivamente este lugar y pienso en lo que se puede encontrar. No es nuevo estar en un lugar así; lo nuevo es estar ahí y saber que algo hay que hacer, que uno algo debe hacer. Es la bella oportunidad de optar por los que han sido borrados de la memoria de una sociedad deshumanizada. El bolero que le canta a las gardenias nos advierte lo siguiente:
Si en un atardecer
Las gardenias de mi amor se mueren
Es porque han adivinado
Que tu amor se ha marchitado
Porque existe otro querer.
La realidad social es el polo a tierra del ejercicio académico que, sin menospreciar el ámbito de estudio desde las aulas, los laboratorios o las bibliotecas, nos permite constatar e interactuar con el espacio más determinante de la praxis: la realidad.
Se da entonces un diálogo continuo entre teoría y praxis que nos conduce a un escenario determinante: la memoria. El rescate de ella y su preservación les permite a nuestras víctimas narrar su historia, reconstruirla y reconciliarse con ella. Es de tal valor y profundidad que ella misma comporta el eje de la reparación y el principio sobre el cual nuestra sociedad tiene que lanzarse al desafío de reconstruirse en torno a ese ambicioso e invaluable deseo que llamamos paz.
Desde este lugar donde nos ubicamos, ustedes y yo, conscientes de tanto dolor y sufrimiento, recuperamos la narración de vida de nuestras víctimas, que se concibe ella misma como el alma sufriente y esperanzada de este país. Relatos como el de la profe Carmen nos conducen a mirar nuestra nación de una manera diferente, mucho más responsable, mucho más compasiva y optimista.
El domingo siguiente del día en que Nelson me mostró Las Gardenias, en la mañana, fui con él, acompañándolo como si fuera su monaguillo, a celebrar la misa. Llamando a las personas, disponiendo todo para la celebración y urgida, porque muchos llegaran, una mujer cercana a los 60 años, barranquillera, sonriente y a su vez cansada me saludaba con una mirada llena de ternura y agradecimiento. Cuando pregunté al grupo de apoyo por los líderes de Las Gardenias, pensando en el presente trabajo, no dudaron en señalar a la profe Carmen. No la abordé de una vez, tan solo la guardé en mi mente para cuando considerara el momento en que debía reunirme con ella. Y así fue. Casi tres meses después, luego de haber dialogado muchas veces y, por qué no decirlo, de haber ganado su confianza, nos reunimos a compartir la vida, a hablar de ella, a recordar, a narrar su historia y, como consecuencia, a reconciliarse con su propia historia y a reconciliarme con la historia que iba a conocer.
El conflicto en Colombia nos ha dejado muchas enseñanzas. De todas ellas, la más importante es quizá la necesidad de enfrentarnos a la verdad, de asumir la propia realidad; de ser capaces de contarla, de denunciar los esquemas y los actos injustos; de exigir una reparación igualmente justa, y de garantizar que todo esto no vuelva a pasar. La historia de la profe Carmen tiene este propósito; se trata, sobre todo, de que lo que a ella le pasó, pero con la firme intención desde este tímido intento, de que otra colombiana no lo tenga que vivir.
Mi nombre es Carmen. Nací aquí, en Barranquilla, el 4 de marzo de 1956. Me crie en el hogar de mi madre y de mi padre en el barrio La Concepción, de aquí, de Barranquilla. En ese entonces tenía seis hermanos; conmigo, éramos siete, y todo era una felicidad: los vecinos muy bien; jugaba con todos los niños del barrio, niños y niñas del barrio. Mis padres me pusieron a estudiar la primaria; a veces me llevaban mis padres, a veces me llevaban mis hermanos. Estudié en escuelas del sector como la Escuela John F. Kennedy, que quedaba frente a Celanese.2
Esta barranquillera nació en el seno de un hogar feliz. Su relato es conmovedor, cargado de emociones y situaciones que se convierten en la materia prima de lo que podría ser una película. A sus 60 años, recuerda su infancia con gran emoción. Terminado el ciclo de educación secundaria, ingresó a la Universidad del Atlántico. Carmen es una profesora que, apasionada por las matemáticas y la física, quiso salir de su Barranquilla del alma a probar suerte, a iniciar un camino nuevo y nada fácil que se le presentaba, y que como oportunidad plausible no quiso dejar pasar; escogió una ruta que abre esta historia, difícil, muy conmovedora…
La familia de la profe Carmen estaba conformada por sus padres y siete hijos, con un hogar de costumbres sanas y tradicionales. Tanto su niñez como su juventud tuvieron una alta dosis de diversión, alegría, oportunidades y unión familiar. Luego de la muerte de sus padres, la situación familiar obligó a cada uno a tomar un rumbo diferente en la vida. El caso de la profe Carmen, luego de haberse graduado como licenciada en física y matemáticas, no fue la excepción. Ella también tuvo que ir en busca de una vida mejor, a la búsqueda de su propia vida, al encuentro con su propio destino.
Sus raíces no son del Caribe. Su padre, un hijo del Pacífico colombiano, y su madre, una llanera de las de armas tomar, tuvieron que salir de la inmensa llanura hacia la ciudad amurallada, donde se casaron y donde emprendieron nuevos horizontes para una vida nueva. En Cartagena no consiguieron trabajo, por lo que viajaron a Panamá, pero a los pocos meses tuvieron que desplazarse hacia La Arenosa por razones familiares. Estando en Barranquilla, su padre consiguió trabajo en una empresa de la ciudad que le garantizaba vivienda y estabilidad.
Al terminar la carrera de física y matemáticas, la profe Carmen empezó a trabajar en algunos colegios de Barranquilla. Por esos días, la familia recibió una llamada de un tío que vivía en la llanura araucana con su esposa, unos hombres lo habían golpeado y a ella la habían robado. Se empezaban a evidenciar los primeros brotes de violencia en esa región del país. La intención que el tío tenía era proponer a alguno de sus sobrinos viajar a su finca y hacerle compañía a su esposa.
Esa fue [a] la casa que yo llegué cuando viajé. Viajo porque mi mamá nos dijo a todos: “¿Quién quiere viajar donde su tío allá en Arauca?”. Yo dije: “¡Yo quiero ir!”, porque meses antes a mí me había atropellado un carro, sufrí un esguince y, cuando eso [ocurrió], yo tuve que retirarme del colegio Nuestra Señora del Carmen, donde trabajaba.
En 1986 la profe Carmen inició la que, sin duda, podemos llamar la aventura de su vida, llena de expectativas por la experiencia que se venía, pero, sobre todo, feliz, muy feliz:
Entonces yo me llevé mis papeles y allá, pues, conocí primero Bogotá, que es muy bonita; ahí hizo escala el avión. Luego, conocí Arauca, que es bonita también, y llegué a la casa de mi tío. Él me recogió en el aeropuerto. Todo fue una felicidad, todo lindo, todo fue bello. Para mí era bastante difícil ahí en el Llano al comienzo, porque no tenía las mismas condiciones de vida de acá de Barranquilla. Este…, sí, había necesidad en la casa de mi tío, entonces yo solicité trabajo.
La profe Carmen fue contratada por la Secretaría de Educación y enviada a una zona rural, lejos del pueblo, y con dificultades de infraestructura. Llegó a la escuela que le correspondió; fue profesora unitaria y tenía que vivir ahí mismo. Esta historia aconteció en el departamento de Arauca que, por ese entonces, en el interior y en otras zonas del país, no era tan nombrado.
Para poder llegar a esa escuela, el camino para llegar ahí es, primero, de Arauca se viaja a Arauquita por vía Coopetrán; luego, uno se baja en la estación de Coopetrán en Arauquita y espera un bus que lo lleve de Arauquita, hasta la cercanía a una ‘Y’; cuando ya uno está en la ‘Y’, espera un carrito con puesto que viene de Saravena, que es el que entra hasta Puerto Lleras. En ese entonces, no había pavimento desde esa ‘Y’ hasta Puerto Lleras. Había era carreteras de piedras chinas y, entonces, el carro brincaba mucho, y a pocos metros así había un cementerio desolado, pero cuando uno llega a la región uno ve la gente trabajando. Tienen sus tiendas donde venden sus alimentos, sus casitas, una población normal.
Luego, ahí es esa parte; no sabía para dónde coger, y yo preguntaba: “¿Dónde queda El Cedrito? —Me miraban de arriba abajo—. ¿Dónde queda El Cedrito, señor?” “¿Cedrito?” —respondió—. Hasta que llegué a un grupo de pescadores: “¿Señores, ustedes saben dónde queda El Cedrito?”. “¡Claro! ¿Usted es la profesora que viene para la escuela de El Cedrito? Ya la estaban esperando. Venga y la llevamos, enseguida, agárrase bien, no se mueva” —porque como había remolinos en el río así, yo nunca había visto eso. Yo decía: “Ay, Dios mío, como yo me caiga no me salva nada”.
Pero llegué para subir barrancos. ¡Ay, no! Todo fue como tan… pero yo en el momento, como estaba joven, para mí eso era una aventura como tan especial, algo tan importante. El deseo mío era trabajar, enseñar, ver los niños, los padres de familia y así fue.
La profe Carmen emprendía con mucho ánimo su trabajo. Recibía a los niños, organizaba los cursos de primero a quinto de primaria, hacía reuniones con los padres de familia, asistía a las reuniones convocadas por la Secretaría de Educación. Poco a poco se ganó el afecto y el respeto de los pobladores, quienes valoraban su trabajo y agradecían frecuentemente su presencia.
En esta escuela, la profe Carmen no solo tuvo una experiencia profesional, sino que también tuvo la experiencia que más la ha marcado en su vida: conoció al papá de su hijo y por quien hoy la profe Carmen es reconocida como una víctima más de la violencia que este país ha dejado.
Un día llegó el papá de mi hijo; llevó a un hermano que se llama Andrés y lo matriculó, pero sin más allá ni más acá lo matriculó. Luego, pasaron los días y su mamá se mudó cerca a la escuela, y ahí comienza a conocerme y muy atento. La mamá de Andrés comienza a mandarme almuerzos, alimentos; siempre la compañía de esa señora era fundamental, porque era una región tan desolada que apenas se iban los estudiantes queda[ba] eso solo, la tarde y parte de la noche. ¡Ay, no, era horrible! Sin luz, siempre cargaba una vela.
La historia de amor de la profe Carmen es, al igual que su vida, muy particular. Tuvo una relación de poco tiempo pero que marcaría toda su vida.
El joven —como ella llama a su compañero— me decía en la tarde: “Profe, vamos a pasear”. Me decía “Profe”, porque es el acudiente de Andresito. Me llevaba lejos; iba también otro niño llamado Camilito; creo que se llamaba Camilito. Íbamos. Yo estaba más joven, estaba joven, me ponía mis jeans y todo, mi blusa, y vamos corriendo a los naranjales; había naranjas, toronjas, mandarinas, banano, de todo. Yo salía sin nada y regresaba con un saco de frutas y de cosas; veía el ganado bastante, las reses, las haciendas. Y, visitando los padres de familia de los alumnos, los padres de familia se daban cuenta de todos mis pasos, porque en esa vía todo se veía. Pero para mí era emocionante, era bonito. Había partes muy…, o sea, que nunca había visto, y ahí vivía gente como indios, los guahibos.
Todas las noches, después de sus largas caminatas, se sentaba en la caseta que estaba junto al río a oír la radio. Muchas veces lloraba emocionada por las noticias que se oían de Barranquilla o porque alcanzaba a sintonizar Radio Libertad. Extrañaba su familia, su gente, su música, su comida… Esas noches araucanas, viendo la luna llanera, hacían que la profe Carmen recordara su luna barranquillera, esa misma a la que Esthercita Forero cantaba:
Lunita barranquillera, le conozco sus secretos.
Tiene amores hace tiempo con el río Magdalena.
Los he visto besarse en la arena,
Una noche de cumbia y palmera;
Tan airosa la luna garbosa,
Como son las mozas barranquilleras…3
La profe Carmen estuvo en Arauca durante 14 años. En este tiempo, tuvo que alojarse en muchas casas que la recibían por una o máximo dos semanas; cuando no, le tocaba devolverse a la desolada escuela. Vivía con el ruido de los animales, la crecida del río en el invierno, las historias de las personas sobre lo que había pasado años atrás cerca de la escuela, por lo general historias de muertes, crímenes amorosos, en fin. Asustada de estar en este lugar, la profe Carmen habló con la mamá de Andresito para que lo dejara quedar con ella y hacerle compañía. Algunas de esas noches se oían pasos de personas cerca de la escuela, noches en las que no podía dormir porque creía que le podían hacer daño.
Yo llamaba a los vecinos al día siguiente a ver qué pasaba, si ellos sentían lo mismo; sin embargo, ellos me decían que ahí no se llega nadie, lo que sucede es que los burritos buscan ahí refugio para el frío y se cobijan ahí; ellos hacen así y parece que fuera gente. Pero como veía que ni me convencía, entonces, bueno, me acompañaban lo más bien. Un día llega el hermano mayor de Andresito y dice: “mi hermano no puede venir, me va a tocar a mí cuidar”.
Ahí fue la sorpresa más grande, claro que yo le digo sinceramente que en mi mente por aquí no pasó jamás que yo fuera [a] ir a buscar allá un compañero de mi vida, mucho menos. O sea, sé que eso tenía que llegar en mi vida, pero mucho menos; a mí me tocaba buscar una persona preparada al nivel mío para entendernos, pero allá la gente casi toda a un nivel campesino que lo que sabían era lidiar ganado, sembrar. Su nivel...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Página legal
  4. Contenido
  5. PRÓLOGO
  6. INTRODUCCIÓN. UN EJERCICIO DE EMPATÍA
  7. CONSIDERACIONES PRELIMINARES
  8. EN SUS MARCAS…
  9. ¿LISTOS?
  10. ¡FUERA!
  11. COLOFÓN
  12. HOMENAJE A LAS MADRES DE LA CANDELARIA
  13. REFERENCIAS
  14. Cubierta posterior