Delante de un prado una vaca
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Delante de un prado una vaca

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Delante de un prado una vaca

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Información del libro

Este libro es una red tendida en busca de complicidades. Los poetas suelen buscar el rasgo único, excepcional, que sostenga su discurso. Fabio Morábito viene demostrando lo contrario en cada uno de sus títulos: la naturalidad es lo que irradia, y la escritura es la constatación de esa luz cálida. Y sucede el milagro: un poema se incrusta y brilla en el tedio horizontal de nuestros días.

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Información

Editorial
Ediciones Era
Año
2019
ISBN
9786074450989
Categoría
Literatura
Categoría
Poesía
III
DE NOCHE, en sus ventanas,
sólo se ve una luz.
Procura no encender más de una luz.
Usa la luz para no estar a oscuras,
no para esclarecer su casa.
Por eso con una luz le basta y sobra.
Está de paso,
no deja ninguna luz de más prendida.
Rehúye el halo, la continuidad
que forman varias luces juntas.
No quiere hallarse como en casa.
Teme quedarse, teme
que este país lo seduzca.
Procura que, lo que le pase,
sea un puro aquí y ahora,
que el tiempo corra
y su estadía se acabe
para volver donde lo esperan.
No aprenderá a hacer suyas
las voces de otros pisos.
No pegará el oído a la pared
alguna vez antes de irse.
No encenderá de noche una o dos luces
que no iluminen su quehacer
y sólo añadan un rectángulo
o dos de luz en sus ventanas
(un modo como otro de decir: aquí yo vivo).
No dejará que este país lo alumbre.
ESE BOMBERO era magnífico,
dijo uno de los sobrevivientes
de las Torres Gemelas,
y se le quebró la voz.
En medio de los gritos y el humo,
mientras todos bajaban las escaleras,
el joven bombero subía
hacia los pisos del desastre.
Se encontraron a la mitad
del edificio,
el hombre camino a la vida,
el otro camino al infierno.
Subía de dos en dos
los escalones sin equivocarse,
fue lo que dijo el hombre en la televisión,
y se le quebró la voz.
Todos lo estamos viendo
subir de dos en dos los escalones
a contracorriente de la vida,
hacia el centro ardiente de las cosas,
el magnífico bombero
camino a la licuefacción.
El verdadero infierno siempre queda arriba
y sólo alguien magnífico
puede subir de dos en dos
los escalones hacia él,
como ese otro joven que hace tiempo
subió y subió hasta derretirse
después de abandonar todos los muros.
HAY AVIONES en la vida, yo no sé,
aviones que al levantarse de la pista,
cuando se recoge el tren de aterrizaje
y ellos se vuelven más lisos,
ganan altura,
pero ganar altura no es volar,
aviones cuyo vuelo
es un despegue que no cesa,
como los cohetes desalados,
privados del descenso,
y van así,
con su aleación herida en algún punto,
sin más sustento que ser lisos,
sin otro combustible que subir,
pobres aviones sin aerodinámica,
sin esperanza de maniobra,
surgidos de una posición remota,
cautivos de su propia nube
y cuyo vuelo no se anuncia
y sin embargo tienen que salir.
Ícaro
CUANDO LE DIERON su pase de abordar
vieron que su maleta no pesaba nada.
Tuvo que abrirla y estaba vacía.
¿Por qué su maleta viene vacía?, le preguntaron.
No tuve tiempo de hacer la maleta, dijo.
¿Por qué la trajo si viene vacía?
No me gusta viajar sin maletas.
También su equipaje de mano venía sin nada
y lo revisaron con ayuda de los perros.
Lo observaron durante el vuelo: rubio,
casi albino, muy alto, ensimismado y tímido.
La azafata, al servir el almuerzo,
le preguntó de mala forma si iba a comer.
Asintió, pero sus brazos demasiado largos
le impidieron manejar los cubiertos,
no probó casi nada y pegó la cara al vidrio.
Había pedido asiento de ventana
y su vecino gordo se fijó en el gesto
que estremecía sus hombros:
el gesto de alguien que se sacude
una adherencia que lo agobia,
un tic entre pueril y arcaico.
Era evidente que sufría por la estrechez
y, apenas descubrió un asiento libre,
el gordo emigró, no soportando ese martirio.
Más tarde se apagaron las luces
y pidieron que cerraran las cortinas,
pero él no quiso, absorto en mirar las alas.
Tuvieron que llamar al oficial en segunda.
Me mareo, dijo, si no miro las alas,
o tal vez dijo me muero.
Fueron sus primeras palabras en el vuelo
y también las últimas. Al fin lo convencieron
de no perjudicar la oscuridad de la cabina.
Para que se durmiera le ofrecieron una almohada extra.
Lo hallaron muerto después de la película.
Llamada nocturna
HAY QUIENES SÓLO llaman para oír la voz de alguien,
única luz en la mar negra de su insomnio.
Marcan un número al azar y esperan.
Al otro lado de la línea otros,
aún más desventurados, no contestan.
SE LEVANTA y atisba atrás de las cortinas
en busca de otros como él,
pero es unánime el descanso en las ventanas.
Ninguna luz,
ni un parpadeo televisivo.
Envidia a quienes, en lugar de atajos,
tomaron la vereda limpia,
sin ese vicio de cortar camino
que ahora lo tiene con los párpados abiertos.
Quien se pasa de listo, piensa,
termina así, atisbando el sueño
del vecino.
Levanta la bocina del teléfono,
como otras veces marca un número al azar
y cuando le responden,
dice “perdón” y cuelga.
No lo hace para oír la voz de quien contesta,
sino para pedir perdón,
perdón tal vez a todos los dormidos.
Vuelve a la cama y piensa en el desconocido
que intenta regresar al sueño,
quizá un insomne como él a quien el timbre
del teléfono sacó de su desolación nocturna.
Mis dientes
UN MAL cuidado
a lo largo de los años
ha afectado el hueso que los sostiene.
Tres piezas se perdieron
y otras cuatro
están en grave peligro.
A mis cincuenta y pico,
en buena forma física,
tengo los dientes de un anciano.
Cada mes reviso con mi dedo cada diente
y tiemblo del terror de hallar uno que baile.
Si aún creyera en Dios
le pediría que me conserve
mi dentadura como está,
ni un diente más ni un diente menos.
Pero, ¿por qué
por unos d...

Índice

  1. Cubrir
  2. Título
  3. Derechos de autor
  4. Índice
  5. Capítulo I
  6. Capítulo II
  7. Capítulo III
  8. Capítulo IV
  9. Capítulo V