Las ciudades de agua
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Las ciudades de agua

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Las ciudades de agua

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Índice
Citas

Información del libro

Las voces que hablan en este libro se turnan entre los vivos y los muertos, y configuran una biografía íntima, filial, amorosa, punteada por el dolor y la pérdida; pero también esbozan la biografía pública de un país y los ríos de sangre que lo atraviesan. En un contexto que es siempre fluvial –ríos, mares en movimiento, llanto, cielos líquidos–, historia pública e historia privada coinciden en una persona llamada Raúl Zurita, chileno, que nos trae el pregón de esas aguas que lo han formado.

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Información

Editorial
Ediciones Era
Año
2014
ISBN
9786074451283
Categoría
Literatura
Categoría
Poesía
Las ciudades de agua
1
Enteras de agua, las ciudades subían cubriendo el cielo y los millones de puntos de luz de las ventanas de sus rascacielos se espejeaban, como si fuera el mar, en la inmensa plataforma del amanecer. No quise despertar a mi compañera de cuarto y recordé que habíamos discutido la noche anterior. Me había dicho que ya estaba viejo para ciertas cosas y me indispuse. El televisor había permanecido encendido y me asomé con el torso desnudo a contemplar la calle. Hacía frío. Abajo dos hombres reñían. Las ciudades de agua flotaban encima del amanecer y sus reflejos se parecían a esas líneas de luz que el sol proyecta en el fondo de las piscinas. Los hombres se habían alejado empujándose y la calle nuevamente había quedado vacía. Las líneas de luz de los rascacielos suspendidos habían comenzado a ensancharse y la imagen se había vuelto transparente como si fueran lágrimas corriendo sobre una inmensa mejilla. Había llorado y tal vez se quedó dormida así, llorando en silencio. Las lágrimas del cielo pensé, y cerré la ventana entrándome. Incontables reflejos de lágrimas se iban cuajando sobre el cielo y ahora las ciudades de agua formaban el contorno de una mejilla. De una mejilla con lágrimas. Me acerqué a despertarla, millones de figuras de agua se iban dibujando en las ciudades suspendidas, millones de rostros, de lágrimas, de bocas contraídas que se fundían unas en otras. Eran infinitos puntos de luz ondeando sobre el agua. La desperté. Su cara se reflejaba en el enorme estanque del cielo. ¿Eres tú?
2
Suspendidas, las ciudades de agua emergían tendiéndose sobre la aurora y los reflejos de sus avenidas parecían enormes canales de luz estriando la amoratada superficie del cielo. Retrocedes entonces, ves el lienzo con la imagen del cura asesinado colgando en la parroquia de tablas de La Victoria y luego el enjambre de casas improvisadas, camiones con soldados y cientos de mujeres que sostienen velas frente a ellos sin moverse. Las protestas que ya habían comenzado recrudecieron con furia y millares de velas encendidas orillaban las calles de tierra hasta la parroquia. Lejos de allí, la que era entonces mi mujer también había prendido una frente a nuestra puerta y pensé que tal vez se vería como esos fanales de los botes pescadores en la redondez negra del mar. Fue poco antes de que me dejara y al amanecer las nubes eran como ahora: primero negras, luego violetas, finalmente blancas. Vuelvo. Está amaneciendo. Tú eres mucho más joven y te acurrucas con frío bajo el cobertor de la cama. Los reflejos de las ciudades de agua entran por la ventana e infinitas líneas de luz ondean cubriendo las paredes. Abres los ojos, los reflejos cruzan tu cara y me dices que todavía es muy temprano. Lentamente los colores se van apoderando de las cosas y miles de velas apagadas comienzan a emerger como pequeñas tripas blancas sobre el tierral de las calles. Las nubes ya muy altas dejan ver un mar azul y es el mismo amanecer que sube despacio, sin prisa, como sube una ola en un sueño.
3
He descendido hasta aquí porque mi vida es vacía. Arriba las ciudades de agua han tomado el color inenarrable de la primera mañana y sus contornos brillan como lejanos planetas azulosos. Habíamos bajado con otros grupos en el día ya claro y al final de las escaleras la estación del metro recién estrenado se abría recortando sus paredes de azulejos y casetas de boleterías sin nadie. Más abajo, el color azul de los flamantes vagones se espejeaba igual que un río en las baldosas del suelo. Mi hijo de un año me aferraba el cuello y su pelo rojo muy largo, en bucles, resaltaba en la pequeña cara blanca. La que era entonces mi mujer llevaba una falda a crochet de color violeta que le caía hasta los tobillos e imaginé que la inmensa pared vacía detrás de ella era un desierto o un mar. Nos subimos a uno de los carros y nos bajamos en la última estación. Luego nos volvemos a subir y regresamos. Ese primer día es sin pago, lo acababa de inaugurar Pinochet y es la joya del régimen. Lo seguiremos haciendo por horas y horas. Es un segundo; la imagen se hace añicos y ahora el pelo rojo se le pegaba a la cara con el sudor, la saliva del chillido y las lágrimas. Su chillido crece y veo que su pelo ha comenzado a ralear. Le digo que aunque no escuche nada, que aunque ahora no oiga nada se pasa, que ese dolor se pasa. Yo le había rogado a ella con la misma furia y arriba las nubes cambiaban de formas. La que había sido mi mujer se granula en miles de puntos igual que el mar sobre la inmensa pared vacía. Recuerdo que los trenes se movían en silencio, un silencio irreal, blanco, como el de las nubes altas cuando se desplazan.
4
Los infinitos reflejos de las ciudades de agua destellaban ascendiendo y sus estelas parecían largos ríos blancos deslizándose en la lividez del cielo. Recuerdas entonces una calle que te parece conocida aunque no sabes su nombre. Suspendidos en lo alto los inmensos edificios se deshacen en un caserío ocre que remata en una plaza cuadrada donde está el campanil y un poco más atrás el río. Llegas a sus bordes y escuchas tras tuyo palabras en un idioma que alguna vez crees haber oído pero que ahora te parece sólo el eco de una lengua mal hablada. Tu abuela emerge y tomándote de la mano te lleva sin mirarte, con los ojos fijos hacia adelante. Tu madre que también ha aparecido te sigue con la vista mientras tu abuela se va internando contigo por un laberinto de calles angostas que terminan en el río. Siempre cogido de su mano cruzas un puente muy viejo con casas construidas encima y ves a tu padre que ha salido de una de las puertas y que también te mira. Ha caído la noche y las ciudades de agua parecen gasas fosforesciendo en la oscuridad. La que ahora recorres es muy antigua. Miras hacia atrás. Tu abuela avanza contigo ignorándote y conversa con sus paisanos, pero tú sabes que es a ti a quien cuida. Miras entonces hacia atrás y sientes su mano deshacerse igual que una pocita de agua en la tuya. Vuelves a mirar hacia atrás. Tus padres también se deshacen mirándote con pena. Arriba, como si fueran inmensos acuarios transparentes, los rascacielos destellaban doblándose en la curvatura azul del cielo.
5
Tú le dices que has buscado la felicidad, ella te dice que has buscado el sufrimiento. Cruzan la calle. Ella te dice que una vez atropelló a una mujer en la madrugada, una mujer harapienta que surgió de golpe bamboleándose, estaba completamente borracha y nadie había reclamado el cuerpo. Te dice que le hizo una misa a la que asistió sólo ella, que estuvo toda la noche junto al ataúd que le había pagado y al otro día la siguió mientras la llevaban al cementerio. Tú le dices que debería escribirlo. Te contesta que todo lo que escribe tiene un fondo de verdad, un fondo biográfico, dice, pero que eso no lo ha escrito. Le preguntas sobre el tema de sus cuentos, te contesta que es algo del amor, del poco amor. Le dices entonces que la que busca el sufrimiento es ella. En lo alto las ciudades de agua flotan destellando sobre el mediodía y de golpe el fulgor te enceguece. Te ciegas. Te arrojas amoníaco puro a los ojos y gritas. Las telas adhesivas pegadas a tus párpados para mantenerlos abiertos saltan y cierras los ojos mientras el olor del amoníaco te asfixia botándote. La que entonces era tu mujer había gritado un poco después, y el grito agudo se suma al tuyo como si proviniera de un sueño paralelo. Atardecía. Le dices que para entonces ella era apenas una adolescente y que volviste a ver al poco tiempo. Se echa a reír, pero tú notas que su risa tiene algo forzado. Te dice entonces que inventas cosas sólo porque quieres impresionarla. Se ha hecho de noche. El cuerpo rebotó sobre el parabrisa y su pollera abriéndose parecía una gigantesca flor negra, ondeante, cruzada por los infinitos reflejos del amanecer.
6
Has salido temprano. Los reflejos de las ciudades de agua han tomado el color oscuro de los ríos encajonados y ves entonces el puente. Tú estás sobre él. Tienes diecisiete años y ella menos. En el escorzo se verán dos bultos pegados y luego una mancha oscura y el pavimento que se pierde. Abres los ojos: la tienes abrazada y le dices tú, le dices que la perderás sin remedio. Corte. Ni siquiera has empezado a escribir y ya te repites: siempre que se dice tú se dice algo que se pierde. Comienzas entonces de nuevo. Pensarás después que esos jóvenes no se han perdido. Pero no tienes edad. Sabes que los seres humanos se pierden los unos a los otros y ya te han dicho antes que no eres serio, que juegas, que haces maromas con las palabras como un saltimbanqui y sin embargo tú sabes que en el fondo de ellas hay verdad. Cierras entonces fuertemente los ojos y empiezas a escribir algo sólo porque quieres oír que te dice lo que tú quisieras que te hubiera dicho. Hablarás entonces de ti como si se tratase de otro y ella te hablará como si no fueras tú mismo el que te hablas. Es un puente en la salida de Sarajevo. En la foto no se ven los rostros, sólo los dos cuerpos muertos y las manchas de sangre o de alquitrán sobre el pavimento. Hay una forma perfecta de morir, pero no quieres morir. Hay un escenario perfecto para morir, pero te levantas, haces tu cama y te preparas un café. Sales. Tú eres mucho más joven y también has salido. Hace frío y las figuras continúan inmóviles sobre el puente como si se hubieran congelado. Tú estás muy lejos y yo he comenzado a escribir Las ciudades de agua en Berlín. Sin embargo es cierto que has salido temprano, que te encontrarás conmigo, que te perderé sin remedio.
7
Las ciudades de agua seguían curvándose en lo alto como si se desplazaran y más acá ves otro cielo que aún no amanece, calles completamente desiertas y los fogonazos de las patrullas militares que las atraviesan igual que chillidos. Caminarás toda la noche eludiéndolas y llegarás al frente de una casa donde ya no vives. Fijarás un año y el frío: 1985, invierno. Miras entonces la casa y te sorprende el segundo piso que le han añadido sobre el antiguo techo. Todavía no aclara, pero ves la calle que se ilumina y cobra vida llenándose de voces. El segundo piso se borra y la que era entonces mi mujer sale de la casa que ha vuelto a ser como antes. Lleva un vestido largo sin mangas y se sienta en las gradas de la puerta. Al comenzar a cortarse debió tal vez haber gritado, no lo sé, después sólo continuó y en la fotografía tiene una expresión tranquila, como si estuviese descansando. Los brazos están apoyados con naturalidad sobre la falda larga ligeramente levantada y los tajos resaltan desde los hombros desnudos hasta las muñecas como si fueran líneas de grafito. Las piernas son muy blancas y las heridas continúan en los pies que están casi juntos, sin zapatos. Vuelve la oscuridad y la mujer que la fotografía comienza a vaciarse como un hoyo en la noche y un instante después ella también se deshace en las gradas oscuras. Viste entonces las nubes violetas del amanecer, muy altas, y te pusiste a golpear la puerta a mamporrazos porque tienes algo impostergable que decir. Por la mirilla ves la figura de un hombre que ha salido desde una de las piezas sacándose el cinturón. Ella se quedó adentro y sabes que la próxima vez que la veas tú estarás muerto y ella también. Te dices que nos perdemos unos a otros porque no estamos ...

Índice

  1. Cubrir
  2. Título
  3. Derechos de autor
  4. Citación
  5. Índice
  6. Cielo abajo
  7. Como una vergüenza
  8. Seis sueños para Kurosawa
  9. Azul cobalto
  10. ¿Por qué te mueres?
  11. Los boteros de la noche
  12. No apagues la luz papá
  13. Otros sueños a Kurosawa
  14. ¿Despertaré entonces?
  15. Las ciudades de agua
  16. El día más blanco
  17. Coda
  18. Agradecimientos