Pasión por la trama
eBook - ePub

Pasión por la trama

  1. Spanish
  2. ePUB (apto para móviles)
  3. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Pasión por la trama

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Su obra ensayística complementa la calidad excéntrica de Pitol. Tanto en este libro como en el anterior, El arte de la fuga, el orden de los géneros acaba por desvanecerse. Los ensayos están escritos y organizados como capítulos novelísticos; la preocupación del autor es compartir el placer producido por sus lecturas, sus viajes, sus aventuras con el lenguaje, con los escenarios y, sobre todo, la pasión infinita por las tramas que le viene desde la infancia. Volvemos a recorrer con él las amplias avenidas, pero también los senderos umbrosos de la novela inglesa, el dominio germánico, el eslavo, y otras nuevas presencias.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Pasión por la trama de Pitol, Sergio en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literature y Literary Essays. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
Ediciones Era
Año
2013
ISBN
9786074451801
Categoría
Literature
Categoría
Literary Essays
II

Gogol

Algunos rasgos de la época

La vida de Nikolai Vasílievich Gogol se deslizó con intensa excentricidad a través de la más extrema intolerancia conocida por Rusia en el siglo XIX. Al inicio del reinado de Nicolás I se produjo el levantamiento decembrista, realizado por un grupo de jóvenes oficiales entusiasmados por las ideas liberales procedentes de la Francia napoleónica a la que hacía poco habían derrotado. La rebelión fue castigada con severidad ejemplar. Quienes no fueron ejecutados de inmediato, fueron condenados a un exilio de por vida en Siberia. Conocida es la frase de Pushkin, ausente en esa época de San Petersburgo: “De haber estado yo allí habría sido uno de ellos”. Nicolás I impuso un régimen de control absoluto en todos los centros de enseñanza, estableció la censura en la prensa y en las editoriales. Adoptó para su Imperio un lema: “Ortodoxia, Autocracia, Nación”.
Se vivía bajo un estricto régimen policial, pero al mismo tiempo existía una clase culta, cuyo pensamiento no carecía de audacia, no sólo en las grandes ciudades, sino dispersa también en las lejanas propiedades rurales. Varias generaciones se habían impregnado de las ideas filosóficas y sociales más avanzadas de Europa. Muchos jóvenes de la nobleza fueron educados por preceptores extranjeros. Abates exclaustrados, enciclopedistas cuya vida iluminó la pasión libertaria, los habían iniciado en las peligrosas ideas del siglo XVIII francés y hecho conocer las luces de la nueva filosofía alemana. Algunos oficiales que habían cruzado el continente persiguiendo a las tropas napoleónicas se escandalizaban al volver al campo ruso ante los castigos corporales y el tráfico de siervos, de almas, como piadosamente se les llamaba.
En esa atmósfera nació, se desarrolló y creó el más enigmático de los escritores rusos, a quien, según el testimonio de su abundante correspondencia y las memorias de sus amigos, jamás le conmovió de manera especial el destino de aquella multitud aprisionada y embrutecida, a la que sólo parecía considerar como fuente inagotable de lenguaje pintoresco, capaz de crear giros a menudo sorprendentes. Sin embargo, fue él quien produjo el testimonio más intenso y de más largo alcance contra la servidumbre en una novela prodigiosa, Las almas muertas. De la misma sorprendente manera, unos cuantos años atrás había mostrado la corrupción administrativa en una obra que día tras día resulta más contemporánea, El inspector general.
Dimitri Mirski, ese excepcional historiador de la literatura rusa, afirma que la obra narrativa de Gogol constituye uno de los mundos más maravillosos, inesperados y originales que hayan sido creados por un artista de la palabra en cualquier lengua. Todos estamos de acuerdo; pero también es cierto que bajo su sorprendente lenguaje penetramos en uno de los reductos más sofocantes que sea posible concebir. Gogol es el mayor escritor satírico de Rusia. A lo largo de toda su obra se desprende la constante sugestión de un desorden cósmico, de un caos insuperable. Su humor corroe todo lo que toca, sobre todo aquello que había sido considerado como intocable. En ese sentido es uno de los más grandes destructores de tabúes, el flagelo viviente de lo que nadie se atrevía a poner en duda. Donde la crónica oficial quería hacernos creer que imperaba lo bello, lo noble y lo sublime, él rasgó los velos de esa ficción y nos mostró la vulgaridad, la codicia y la estupidez; donde los tratadistas imperiales insistían en hablar de armonía, este escritor mostraba el desorden y se regocijaba en la incesante multiplicación del caos; cuando se hablaba de un reino que instituía el amor al hombre, él mostraba el implacable desprecio del superior sobre sus subordinados, el encarnizamiento de lobo del hombre contra el hombre. Gogol, con un caudal inagotable de bromas en apariencia triviales, con su afán de centrarse en lo nimio y lo irrisorio, desnudó, como nadie, el aparato administrativo, le hizo perder su grandeza aparente, y en vez de mantos imperiales, presentó al mundo los harapos, las cenizas, el estiércol de un sistema adocenado y envilecedor. Ese acoso a todo falso prestigio, a las pompas y circunstancias del idioma oficial al que el respeto estricto había enmohecido y anquilosado hasta hacerlo parecer una lengua muerta, es, históricamente, uno de los aspectos más importantes de su creación. De pronto fue posible advertir que sus monstruosas caricaturas no eran producto de una imaginación desbocada y enfermiza, sino el retrato fidedigno de la realidad.
En la tragedia clásica se produce siempre una alteración del orden universal. Hamlet descubre que su madre es amante y cómplice de su tío en el asesinato del rey, su padre. Se ha violado un orden que afecta la armonía del universo entero. Después de una cadena de violentas convulsiones se logra corregir aquel desarreglo de la naturaleza. El rey y la reina terminarán por pagar sus culpas con la muerte. Pero en el proceso, Hamlet y toda una serie de nobles personajes sucumbirán también; es el alto precio que exige la expiación de la culpa. Otro orden, con nuevos personajes, deberá instaurarse. La tierra y las estrellas volverán a recobrar la armonía. En Gogol, el caos se introduce, pero, en cambio, la expiación final, esa renovación de la armonía universal nunca llega a producirse; sólo vislumbramos su parodia entre risas y muecas de escarnio.

Noticias de su vida

Gogol nació en una modesta ciudad ucraniana, en el seno de una familia de la pequeña nobleza cosaca. Desde la adolescencia sucumbió a la tentación de la literatura. En 1828 se instaló en San Petersburgo. Tenía diecinueve años y llevaba en su maleta un largo y brumoso poema sobre motivos germánicos, que hizo publicar a sus expensas. La crítica trató aquel mamotreto pretencioso como si fuera una broma de mal gusto. El autor recogió de inmediato los ejemplares depositados en librerías y los entregó a las llamas. Su vida literaria comienza y termina de la misma manera. Unos cuantos días antes de morir, arrojaría al fuego el manuscrito de la segunda parte de Las almas muertas, cuya preparación le había llevado cerca de diez años.
Aquel fracaso inicial no le hizo desistir en sus empeños, y poco después, en 1831, aparecía Veladas en una finca cerca de Dikanka, dos volúmenes de relatos folklóricos de tema ucraniano.
Tres tendencias alimentaban en aquel momento la narrativa rusa: el romanticismo alemán, representado por E. T. Hoffmann; el francés, por Victor Hugo, y el incipiente naturalismo ruso. Gogol asimiló esas corrientes y al mismo tiempo abrió nuevos caminos. Todo cabe en su obra con extraordinaria naturalidad, lo costumbrista y lo onírico, lo sarcástico y lo patético, el amor a la patria y la revelación de sus horrores, la demonología y una constante necesidad de redención espiritual.
En 1835 aparecieron los Relatos de Mirgorod donde prosigue, con mano más segura, el ciclo de narraciones ucranianas. Ese año se inició la fase consagratoria. Pushkin declaró en diversas ocasiones su entusiasmo ante la aparición de aquella lengua madura e inesperadamente fresca, y Vissarion Belinski, el crítico liberal más importante, saludó su obra como la del gran narrador aguardado desde mucho tiempo atrás por la sociedad rusa, lo que decidió a Gogol a renunciar a ciertas aspiraciones académicas y dedicarse de lleno a la creación literaria. En esos primeros pasos rige, prioritariamente, lo sobrenatural. Se parte de cuentos populares, de anécdotas por lo general truculentas, colmadas de aparecidos, trasgos, brujas y toda la demás quincallería que acompaña al diabolismo casero; hay también relatos, Taras Bulba por ejemplo, que recrean la épica de los viejos cosacos, y un par de cuentos de tema contemporáneo, uno de ellos, “Iván Sponka y su tía”, una verdadera rareza, anticipa cierta narrativa vanguardista de nuestro siglo. En esa divertida historia, los incidentes cotidianos se ven de repente asediados, atropellados y sumergidos por un galopante flujo irracional, que anuncia ya el delirio de las grandes obras posteriores.
En el ciclo de Mirgorod se encuentra otro cuento que escapa al modelo folklórico. Se trata de “Terratenientes de antaño”, la descripción de la vida diaria de un matrimonio de ancianos terratenientes, donde nada que pueda semejarse a la vida tiene cabida. La pareja vegeta entre la molicie, la glotonería y el sueño. Un gato salvaje penetra en cierta ocasión a la casa y convence a una gatita, la mascota de la vieja propietaria, de escaparse con él y vivir en el bosque. Esa irrupción de la naturaleza, ese fuerte aliento del instinto, al penetrar en el santuario termina por hacer añicos la fortaleza construida a espaldas de la vida.
Otros relatos fueron apareciendo en revistas literarias: “El retrato”, “La avenida Nevski”, “El diario de un loco”, “La nariz”, “El capote”. El absurdo se convierte en un integrante fundamental de la existencia, y esa tonalidad teñirá un conjunto de cuentos que sólo póstumamente aparecerán reunidos, con el título de Cuentos de Petersburgo. Toda excentricidad tiene allí cobijo; los perros hablan entre sí e intercambian una correspondencia a espaldas de sus amos; una nariz decide separarse del rostro de su propietario y, disfrazada con el uniforme de un alto dignatario militar, está a punto de escapar de la capital. Todo en estos relatos es anómalo, excéntrico, inverosímil; aun “El capote”, la matriz, según Dostoievski, del realismo ruso, termina con la aparición fantasmal de un pobre escribiente para castigar al alto funcionario que se negó a ayudarlo a rescatar un abrigo robado.

Aparece el carruaje

Si en alguna parte se ha producido una literatura donde el viaje constituye uno de los elementos fundamentales, ese lugar es la Rusia del siglo XIX. El viaje se convierte casi en una necesidad estructural de la novela y el viajero es una pieza necesaria para el desarrollo de la trama. Los ejemplos son múltiples. El idiota se inicia en un compartimiento de ferrocarril donde Mishkin, el príncipe enfermo que regresa a su patria después de una larga permanencia en el extranjero, conoce al comerciante Rogochin, encuentro funesto que sólo generará desastres. En Los demonios, también de Dostoievski, la vida de una capital provinciana se ve sacudida por un vendaval de locura después de la llegada de Stavroguin y Verjovenski, tal vez los dos personajes en quienes el autor quiso expresar la siniestra vacuidad del mal. La primera aparición de Ana Karenina ocurre en el interior de un vagón de ferrocarril. Al llegar a la estación de Moscú conoce a Vronski, y a partir de ese momento sus vidas y las de aquellos que más íntimamente las rodean sufrirán profundas y terribles transformaciones. ¡Qué decir de la llegada de los dos jóvenes estudiantes a la finca familiar de uno de ellos en Padres e hijos, de Turgueniev, que señala las diferencias no sólo entre dos generaciones, sino entre una Rusia que agoniza y otra que aún no acaba de surgir! En La estepa, Chéjov plasma las circunstancias de un largo viaje contemplado a través de los ojos de un niño; ese pequeño mundo se carga de tal intensidad, se llena de tal riqueza de detalles que, de pronto, parece ser la imagen total del universo. Los ejemplos podrían desgranarse como en una interminable letanía. El esquema es casi siempre el mismo: en cierto lugar cuyo nombre se menciona sólo con una discreta letra inicial, una ciudad provinciana, una propiedad en el campo, o en el seno de una familia, se introduce un elemento extraño: el tentador, el seductor (sus atributos pueden ser o no ser amorosos, sino plasmarse, por ejemplo, en la introducción de nuevas ideas, de formas de vida distintas a las convencionales), cuya presencia va a deshacer una paz aparente, una armonía precaria y abrir abismos de abyección bajo los pies de personajes hasta el momento considerados como ejemplares. Resistir o sucumbir a la tentación, al mal, a la aventura, a lo nuevo, es el dilema. Y para ello es necesario que una caravana de vehículos transite los centenares de kilómetros que separan las dos capitales del imperio y los miles que distan entre ellas y las distintas capitales de provincia. Todo el territorio ruso aparece poblado de carrozas, troikas, brishkas, tartanas, carretelas y trineos. En el mundo de Gogol ocurrirá lo mismo.

El inspector general

Una serie de acontecimientos prodigiosos va a tener lugar cuando un carruaje destartalado deposite al joven Jlestakov en la posada de una ciudad de provincia, donde es confundido con un inspector enviado para examinar la conducta de las autoridades locales. Esto ocurre en El inspector general, una comedia estrenada en 1836 gracias a un raro capricho del zar, quien ordenó a la censura autorizar su representación. Para entonces Gogol se había ya deslizado hacia los grupos nacionalistas, conservadores y estrictamente ortodoxos. Criticar cualquier institución oficial era para ellos un vicio en que sólo podían incurrir los despreciables y cosmopolitas liberales. ¿Qué pasaba con el autor? ¿En qué campo, a fin de cuentas, había decidido situarse? ¡Se hacía necesario darle un buen tirón de orejas!
Jamás nada parecido se había visto en los escenarios rusos. Elinspector general se encarnizaba con la estupidez y la venalidad de los funcionarios imperiales, y fue considerada como bandera por todos los críticos del sistema. Jlestakov, el personaje central, es un pobre diablo sorprendido por los acontecimientos. Está acostumbrado a ser tratado como un perro y de repente descubre que todo el mundo le rinde pleitesía. En toda la obra impera un ritmo desenfrenado, casi demente. Un baile de máscaras donde la palabra parece servir de acompañamiento musical. Las escenas amorosas tienen lugar en medio de tal torbellino que hay veces en que ni el mismo Jlestakov es capaz de saber a quién enamora, si a la esposa o a la hija del alcalde. A partir del momento en que corre el rumor de que en la posada local se alberga un inspector, el terror se cierne sobre la inepta casta gobernante y le impide cualquier posibilidad de raciocinio. La única defensa que sus miembros conocen es el soborno, y el falso inspector estimula y acepta todos los donativos. Jlestakov no miente sobre su identidad al presentarse. Son los otros a quienes el pánico hace ver señales misteriosas en el comportamiento del recién llegado. Gogol no ridiculiza sólo a los funcionarios; también flagela a algunos otros pilares de la sociedad, por ejemplo a ese par de propietarios tontos y amedrentados cuya mente se alimenta de rumores y fruslerías y cuya conversación rechaza cualquier tema que pudiera poseer un mínimo de interés. Su mayor aspiración es que en San Petersburgo alguien llegue a tener noticia de su existencia. Uno de ellos se acerca a Jlestakov para decirle:
Le pido muy humildemente que cuando vaya usted a la capital le diga a todos los funcionarios con quienes tropiece, a los senadores, a los almirantes… “Excelencia, en tal ciudad vive Piotr Ivanovich Bolchinski.” Y si pudiera decírselo al Emperador, dígaselo usted también: “Su majestad, en tal ciudad vive Piotr Ivanovich Bolchinski”.
La desenfrenada mascarada cesa al final y se transforma en una imagen de absoluta petrificación; los miembros del gobierno terminan por enterarse del engaño: Jlestakov es un farsante; el auténtico inspector acaba de llegar a la ciudad.
Era un nuevo e inesperado Gogol. Los jóvenes ovacionaban noche tras noche la comedia; los funcionarios se dedicaron a combatirla. La prensa conservadora inició una virulenta campaña en su contra, y Gogol se asustó. Los círculos liberales, de los que deseaba mantenerse alejado, se volvieron sus aliados incondicionales. Los amigos conservadores a quienes deseaba halagar lo reprendieron. Antes de apagarse los ecos de la contienda, decidió marcharse de Rusia. Durante los doce años siguientes vivió en el extranjero, en Roma sobre todo; en ese tiempo sólo en contadas ocasiones volvió a su país.

Los siervos

Los cinco años siguientes a su salida de Rusia los dedicó a preparar la novela a la que fundamentalmente debe su prestigio, Las almas muertas, una obra que toca uno de los temas más delicados de la época: la cuestión de los siervos. La obligada coexistencia entre hombres libres y siervos la registran de manera siempre grave casi todos los escritores rusos del siglo pasado. Era imposible no tener una relación directa y personal con el problema. Iván Turgueniev, León Tolstoi, Fedor Dostoievski, Anton Chéjov vivieron y comentaron las experiencias traumáticas derivadas de su relación con los siervos.
Dentro de los múltiples misterios que plantea la personalidad de Gogol, uno sobresale: ¿por qué debía ser él quien escribiera Las almas muertas cuando veía con tanta naturalidad el régimen de servidumbre y sus simpatías se inclinaban hacia el sector social opuesto a la liberación de los siervos?
Los incidentes de Las almas muertas con la censura parecen salir de un relato del propio Gogol. Uno de los censores, un tal Golovchas, exclamó al leer el título: “¿Cómo? ¿Almas muertas? ¡Jamás permitiré nada semejante! ¡No, señores, el alma es inmortal! ¡No existe un alma muerta! ¡El autor conjura contra la inmortalidad del alma!” Los amigos y protectores de Gogol tuvieron que echar mano de todos sus recursos para obtener el permiso de impresión, comprometiéndose el autor a hacer algunas modificaciones y a eliminar ciertos pasajes religiosos.
Las almas muertas es, sin lugar a dudas, la más grande novela satírica de la literatura rusa, notable por la originalidad del argumento, por la caracterización de sus personajes, y, también, por la violencia latente bajo una superficie en extremo brillante. La trama es sorprendente. Un individuo llamado Chíchikov llega a una capital de provincia, se relaciona con los funcionarios y los principales terratenientes de la región para casi de inmediato dedicarse a comprar “almas muertas”. En el lenguaje administrativo ese término designaba a los siervos fallecidos en el periodo comprendido entre dos censos, por los cuales el propietario tenía que seguir pagando impuestos hasta que el próximo censo consignara las defunciones. Chíchikov, ese inmenso farsante oculto tras la pulcra vestimenta y el pomposo lenguaje de un digno caballero de provincia, se propone comprar por una suma insignificante el mayor número posible de difuntos para hipotecarlos después y hacerse así de una fortuna redonda con una inversión mínima. Para el efecto, el protagonista inicia una ronda por los alrededores de la ciudad. ¿Qué encuentra? Un mundo degradado y paródico. Una realidad agobiante, el vacío, la intrascendencia, un amplísimo país ineficiente donde todo germen de espíritu parece haber desaparecido, millones de siervos arrastran una vida vicaria impuesta por los caprichos de amos rapaces y grotescos. El retrato es aterrador. Y produjo en toda Rusia un inmenso sobresalto. Apenas si aparece algún siervo en la novela, y eso como figura circunstancial, como una vaga sombra, sin embargo su presencia es abrumadora. Las verdaderas almas muertas resultan ser las del puñado de propietarios a quienes Chíchikov visita. Gogol, dice Edmund Wilson, nos conduce a uno de los dominios del horror, otra selva aún más densa, una ciénaga de aguas estancadas. Su prodigioso estilo tiene una corriente subterránea cargada de tristeza, asco, dolor; una corriente que condena y corroe.
En cierto modo, la fuerza de Gogol deriva de su decisión de eliminar todo signo patético o sentimental que pudiera facilitar pero, a la vez, debilitar su intento. Desde el momento en que entra un carruaje –¡uno de esos benditos carruajes de las novelas rusas!– y conduce a Chíchikov a la posada de una ciudad provinciana, el autor inicia su labor desacralizadora, fijando la atención en lo más trivial, entreteniéndose en hacer descripciones anómalas de situaciones igualmente anómalas. Pocos días después de su llegada, Chíchikov asiste a una fiesta en casa del gobernador, donde se han congregado todos los notables de la región. La crónica del festín es la siguiente:
Cuando Chíchikov entró en la sala, lo deslumbraron momentáneamente el resplandor de las bujías, de las lámparas y de los vestidos de las damas. La luz lo invadía todo. Los fraques iban de un lado a otro en grupos, como las moscas sobre un pilón de azúcar resplandeciente durante el abrasador mes de julio, cuando la vieja ama de llaves lo parte en trocitos centelleantes ante la ventana abierta; los aéreos escuadrones de moscas que se elevan con la ligera brisa, entran volando atrevidamente como dueños absolutos, y aprovechándose de la miopía de la vieja y del sol que la ciega, cubren los golosos terrones, sea en nutridos grupos, sea por separado. Ahítas, debido al exuberante verano y también a los apetitosos manjares que encuentran a cada paso, no habían entrado por comer, sino para lucirse, pasear de arriba abajo por el montículo de azúcar, frotar sus patitas traseras y delanteras, o,...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Índice
  5. I
  6. II
  7. III
  8. IV
  9. V
  10. Sobre el Auhor
  11. Notas