Tríptico del Desierto
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Tríptico del Desierto

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Tríptico del Desierto

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Información del libro

Javier Sicilia logra hilvanar una de las poéticas más estremecedoras de su tiempo, en donde se entrecruzan varias voces de otras tradiciones literarias. Así, recorremos con él las páginas de este universo que animan las lecturas de Eliot, Seferis, Dante, Celan, Gorostiza o la Biblia misma, con la revelación que experimenta el poeta a cada paso.

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Información

Editorial
Ediciones Era
Año
2014
ISBN
9786074451061
Categoría
Letteratura
Categoría
Poesia
Panel 1
Las cuentas en los dedos
A la memoria de mi abuela Josefina
que un día me enseñó el Rosario
Gozo
I
No sólo el río, tiempo incontenible,
sino la carne es un hermoso dios desnudo,
un puente edificado entre el allá y el acá,
débil, a veces fuerte y, no obstante, pleno en sus límites
como un ave tendida en el viento,
un signo en el abismo,
no una mera consecuencia de los dioses,
sino Dios mismo en su hueco,
en su presencia retraída
como un canto que emerge de los excavamientos del tiempo
y nos permite ser, habitar en su abismo;
ahora un enigma a descifrar,
un puente roto,
un problema de ingeniería genética,
no una presencia, un signo,
sino una maquinaria dejada ahí para ser usada como se interpreta el átomo;
y, sin embargo, cuánta alegría hay en ella aún,
más dichosa y alegre que la delicia de Él en su articulación de luz,
en su divinidad en flor:
polen de su decir,
tumultuosa delicia de delicias,
aparecer de Sí hecho carne
que igual que el río arrastra memorias, recuerdos olvidados, vestigios de la luz:
el Edén, la manzana, los fósiles, las eras,
los glifos y los templos,
las infinitas voces del tiempo y sus distancias
que nos hacen sentir lo inaprensible,
el sabor de su amor en su hueco excavado,
porque la carne tiene muchas voces, que ya pocos escuchan,
muchos rostros y voces donde se dice Él en su decir sin fin incapturable
como el silbo del barco entre la niebla
o el restallar del mar bajo la noche.
II
A la hora del alba
cuando la amarillenta niebla lame las ventanas
y el óxido del cielo entre la oscuridad y la luz
extravía las cosas que la noche ocultó
a la hora del alba
cuando el tiempo parece detenido y salimos de casa mirando sin mirar
con la ausencia ahuecada en los ojos
yendo a ninguna parte porque no hay parte alguna donde reposarse
a esa hora
cuando las voces son sólo un lamento indistinto
yo Ana hija de Fanuel
viuda de muchos años
aunque ciega de tanta espera lo vi en el templo
y un viento apartó tibio la memoria del polvo soplando hacia el desierto
a la hora del alba
hacia el día que no vemos
como si todo se hubiese detenido en su flujo
yo Ana vi y sentí el tiempo desatarse en mis venas
y fluir como el río llenándose de voces
¿Quién habita en el templo?
¿Qué memorias se guardan en sus paredes derruidas?
Yo Ana pude entenderlo porque he visto y conozco la espera y el tiempo que cobija mi carne
oscura y hermosa soy como el templo
como el grito del Ángel en la noche
en mí estaba el Consejo y la sabiduría
piedras preciosas eran mi manto
dë oro mis aretes
y de repente conocí la tierra a la hora del alba
cuando el Edén subvertido se convierte en mundo
y el mundo en un garaje sin fondo donde todo está a oscuras
y sólo hay humo y polvo y cosas inarticuladas
pero Él era entonces un viento para mí
que avanzaba en las cuatro direcciones
el día de Yahvé
con Malaquías que hablaba del Señor y del Ángel
allí nos alcanzó la lluvia
y saltamos alegres en los charcos
con el sonido de todas la voces sonando como un río
yo Ana anciana de muchos días
de encarrujada piel y huesos ateridos
con un pobre y raído chal para calentarme
a la entrada del templo
vi y volví a sentirlo
porque él estuvo aquí
y el tiempo estaba en él
y el ayer y el mañana convergían
y todo se explicaba en mis venas
como el fluir del río
aquí en él allá y en otra parte
en el finito punto de lo interminable
en una carne dichosa
donde se cifra el tiempo y el mío
y el comienzo y el fin y el Alfa y el Omega
y yo Ana vuelta niña en mi encarrujada piel
anciana y hermosa como el templo
vi entre mis sombras
y sentí un tibio viento que apartaba la memoria del polvo
soplando hacia el desierto
y puedo irme ahora
puedo irme
puedo.
III
Todo está aquí, sí, todo
–lo sabes, Ana,
tú, que estuviste en el templo y te has ido sin irte–,
porque este instante finito, esta presencia,
este ser en la carne aún perdura en el hoy y el ayer,
en la línea que enmarca el horizonte,
en el gozo de todo que atestigua
el mudo despuntar de la hoja en invierno,
la caída del árbol y el sabor de la hierba,
en mi fuego de carne que sabe de las cosas en su estar
y se apropia del mundo y de sus voces
más allá del instante en que transcurre,
más acá,
porque nada termina,
todo se añade
en esta permanencia en movimiento,
todo cae con su peso milenario y se alegra de estar,
de acumular el tiempo en su breve envoltura,
mientras se abre a lo abierto que la hace posible,
y heme aquí, como tú, en el templo de mi carne,
sintiendo lo que no he de sentir,
oyendo lo que nunca he de oír,
transcurriendo, volviendo a casa,
como si no me hubiera ido,
saboreando la hierba,
la caída del árbol,
el mudo despuntar de la hoja en invierno
y la alta densidad del mundo acumulado.
No estuve el día en que mordieron del árbol la manzana y todo se hizo añicos,
ni a las puertas de Tebas me detuve a adivinar lo oscuro, blandiendo mi ceguera cual se blande una lanza;
no escuché al Señor en labios de Isaías encarnar la Palabra,
ni con la Sulamita estuve debajo del manzano,
ni en el lecho de Helena gocé de su hermosura;
nunca entré en el Jordán
ni sentí cómo el río llevaba las historias de los hombres: aceite y brea,
flotantes leños de naufragios en dirección al mar más muerto que las dunas del Erg,
donde todo es tiniebla y sal y voces confundidas en lo inarticulado,
flotando,
mientras mi carne, libre al fin bajo la l...

Índice

  1. Cubrir
  2. Título
  3. Derechos de autor
  4. Índice
  5. Panel 1. Las cuentas en los dedos
  6. Panel 2. La noche de lo Abierto
  7. Panel 3. La estría en el yermo