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Información del libro
Si todas las mujeres amadas y deseadas con intensidad pueden llamarse Helena, entonces el Golfo de México bien puede ser el Mar Egeo. Así lo concibe José Luis Rivas en Un navío un amor, un libro a voces que sabe tirar –desde el color y el sabor, y desde los propios, ubérrimos recursos estilísticos– de la madeja de aquella épica fundacional. Osada empresa: tomar los ingredientes clásicos de Homero, agregar otros, mezclar y ofrecer una nueva y paladeable sazón.
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Información
Categoría
LetteraturaCategoría
PoesiaUna sola Helena
Pero Helena
hecho pedazos
el corazón
confusas las ideas
subió a la nave
abandonando
hogar hermana
esposo y lecho
por Paris
cuyos hermanos
sumidos yacen
ahora
en negra tierra
de Troya
carros de guerra
deshechos en el polvo
cuerpos en trizas
sangre...
muerte...
Aquiles...
Que otros canten la gran alzada de sus potros
la esbeltez del navío en las gradas
antes de ser botado
O la estereotomía
de una locomotora de diamante
A mí –en cambio– séame concedido
celebrar con altura a la que amo
Y algún dios ha querido
que en los tiempos que corren
modelo sea
a la vez de hermosura y de agudeza
Que dejado
haya su vida anterior (y a su esposo,
un renombrado príncipe)
todo ello señala que Eros
aún disfruta de espléndida salud
A tumbos como un globo
contra montañas de arena me obceco
Y no consigo
en medio del derrumbe
plantar un pie ni detener mi viaje
Recuerdo un puerto
de murallón derruido
un mohiento baluarte
levantado en la bahía
(donde los aborígenes
no se asentaron nunca
por juzgarla invivible)
Una pequeña isla
espabilada frente
a un malecón que corroe el salitre
(en el que incide un río
de entumidos manglares
que escalan movedizos
cangrejos moros)
Muchachas prietas
de rítmicas caderas ondulan su silueta
en calles que embocan mediante cubicados
túneles con la mar
Recostada en la alfombra
del salón de lectura
en esa librería de dos pisos
en Santo Domingo
una mañana hojeando
al desgaire una revista
dejaba que mi falda a tablas escotara
mis muslos de caoba
Ya no eras una niña bajita y sin gracia...
La casa de tu abuela
cerca de la bocana era de madera
La cocina empotraba
en su puerta oscilante
aquel ojo de buey
que rescató tu padre
de un buque naufragado
en esa medialuna coralina
que los marinos llaman
arrecife Alacranes
No eras ya una niña...
y a través de un vidrio glauco
te vi por vez primera
En la noche sin luna, ostra cerrada entre el tupido cieno, se enjambra el barullo de los grillos
El barco entra en el río guiado por un ágil transbordador amarillo. En una ribera hay un farol encendido: la corriente, imperceptible en el gran ojo de las aguas, que ahora parpadea y explaya sus ondas hasta que revientan en escalonado chapoteo cerca del muelle de madera donde el gentío con sus linternas se acomoda en los pretiles para admirar –bajo estelar florescencia– al navío recién aportado
Fue una tarde, cerca de la barra norte. Yo bebía, a sorbos, una cerveza en un restaurante a orillas del estero que forma una T con las aguas del río y las del mar.
No había lugar a duda: hasta entonces sólo había conocido de oídas la belleza. Le di, inopinadamente, el nombre de Helena. Pero ella se llamaba O. Y entre O y Helena se tendía una pasarela infinita. Pero, ¿no había brotado ella de la mar abisal?
Sí, había emergido de los montones de arena que rasan las aguas del estuario. Su andar era presuroso y gotas de agua saltaban de su traje de muje...
Índice
- Portada
- Derechos de Autor
- Índice
- Comienzo aquí de nuevo
- Cuando vieron en Delfos
- Sonata
- Santuario
- Una sola Helena
- Vivat Bacchus
- Coda