Los primeros días
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Los primeros días

Un reportero atrapado en Wuhan

  1. 192 páginas
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Los primeros días

Un reportero atrapado en Wuhan

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A finales de enero de 2020, Jaime Santirso, entonces corresponsal de El País en China, voló a Wuhan para informar sobre la epidemia del nuevo coronavirus desde su foco de propagación.Unas horas después de su llegada, la ciudad fue totalmente blindada por orden del Gobierno de Xi Jinping. Atrapado de pronto a causa de las severas restricciones y acechado por la amenaza invisible de la enfermedad, el reportero se lanzó a recorrer las calles desiertas de la ciudad en busca de las respuestas que todo el mundo ansiaba pero que ni los canales oficiales proporcionaban ni los medios de comunicación lograban dar aún.De esa inmersión total y abrupta en el epicentro de la pandemia, del esfuerzo profesional y humano por saber, interpretar e informar, nacieron unas crónicas de inestimable valor testimonial que constituirían la semilla de este libro.El lector puede encontrar en estas páginas el relato personal y periodístico de uno de los pocos corresponsales que tuvieron el privilegio y el valor de contar, desde los primeros días, uno de los eventos destinados a marcar el siglo XXI.

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Información

Año
2022
ISBN
9788418481628

Parte I:
la llegada

I. Un nuevo virus

2020 empezó como lo hacen todos los años. Con la misma promesa de dispensar anhelos satisfechos; un fugaz frenesí, en realidad, antes de regresar a la monotonía ordinaria. O no. Unos pocos días después, el jueves 9 de enero, crucé Pekín para acudir al hospital a causa de una leve gripe que más adelante sería motivo de grandes inquietudes. Sentado en la sala de espera, comencé a escribir el primer artículo sobre el coronavirus publicado en las páginas del periódico.
«Un nuevo virus tiene a China en alerta», comenzaba aquel texto. La clave del hecho noticioso residía en que un grupo de científicos había logrado aislar la secuencia genética del patógeno causante de la misteriosa neumonía de Wuhan, la cual no respondía a las pruebas de cualquier dolencia conocida. La conclusión: se trataba de un nuevo coronavirus, el séptimo descubierto hasta la fecha. Cuatro de ellos provocan síntomas leves similares a los de un resfriado común. Los otros dos, en cambio, son por desgracia célebres. El sars, también originado en China, provocó la muerte de más de 700 personas en todo el mundo entre 2002 y 2003. En 2015, el mers se cobró 469 vidas.
Las pruebas médicas habían confirmado la presencia del coronavirus en al menos 15 de los 59 casos en observación. Los infectados tenían como vínculo común el mercado de Huanan, una zona en la que se comercializaba todo tipo de animales salvajes sin ningún control sanitario. El recinto había sido desinfectado y llevaba clausurado desde el 1 de enero. A tenor de los detalles facilitados por la Administración regional, la situación no parecía alarmante. «Hasta la fecha, ninguno de los enfermos ha fallecido e incluso ocho pacientes, los cuales ya no mostraban ningún síntoma, fueron dados de alta ayer miércoles». Y, por último, lo que pronto demostraría ser una mentira flagrante. «Las autoridades sanitarias locales han asegurado que no se ha detectado ninguna transmisión entre humanos».
Sobre el terreno se sabía desde hacía semanas que esto no era verdad. El médico Li Wenliang, quien más tarde se infectaría y fallecería convertido en un héroe, había dado la voz de alarma el 30 de diciembre y por ello fue obligado a retractarse. Ya el 24 de diciembre un hospital de la ciudad había hecho llegar a la Comisión Municipal de Sanidad de Wuhan una muestra del virus, cuyo examen reflejó muchas similitudes con el causante del sars. El 1 de enero, no obstante, un responsable de la Comisión habría ordenado detener las pruebas y destruir las muestras, así como cualquier otra información al respecto; según reveló el medio chino Caixin. Cuando el 8 de enero un equipo de expertos enviados por el Gobierno central visitó algunos de los centros sanitarios de la población, también se ocultó la existencia de personal médico infectado.
Pero si algo preocupaba entonces era la proximidad del año nuevo lunar, que en 2020 caía el 25 de enero, apenas dos semanas más tarde. Se trata de la festividad nacional más importante de China, unos días de descanso en los que la tradición manda regresar al hogar familiar; aunque muchos, cada vez más, aprovechan para irse de vacaciones al extranjero. Esto se traduce en la mayor migración humana del mundo, tres mil millones de desplazamientos en menos de un mes: el peor escenario para la propagación de un virus recién descubierto.
El patógeno siguió expandiéndose, y a mí no se me escapaba la ironía de informar desde un escritorio lleno de pañuelos de papel a medio usar. El 11 de enero, dos días después de aquel artículo inicial, se cobró su primera vida: un varón de 61 años que sufría de patologías respiratorias previas. Los 15 infectados se habían convertido ya en 41, 7 de ellos en estado grave. Las autoridades redoblaron su mensaje, ocultando la gravedad de los hechos. «No hay pruebas de que se transmita entre humanos», insistía un portavoz de la Comisión Municipal de Sanidad de Wuhan. «La gente que ha estado en contacto directo con los enfermos, personal sanitario incluido, no se ha contagiado». La realidad, sin embargo, siempre acaba por abrirse paso. El 13 de enero se registró en Tailandia el primer caso fuera de China, una mujer que había visitado Wuhan pero no había puesto pie en el mercado de Huanan. Las mentiras de las autoridades chinas comenzaban a desmoronarse.
El fin de semana siguiente las cifras oficiales dieron un salto, evidenciando que la situación estaba fuera de control. Las autoridades anunciaron 136 nuevos positivos, 59 el sábado y 77 el domingo, lo que elevó el número total de casos a 198. Era el principio de una curva estadística que crecía casi vertical. También se detectaron, además, las tres primeras infecciones en suelo chino fuera de Wuhan, lo que indicaba que el virus corría rampante dentro del país: dos en la capital, Pekín, y otra en Shenzhen, la pujante ciudad al otro lado de la frontera con Hong Kong. Tanto China como el resto de naciones asiáticas comenzaron a extremar las medidas de seguridad en aeropuertos y estaciones de tren. Imágenes difundidas en redes sociales mostraban un grupo de trabajadores sanitarios que vestían equipos de protección y revisaban, uno a uno, la temperatura corporal de todos los pasajeros de un avión presto a abandonar Wuhan. Esta escena, tan impactante entonces, pronto se volvería habitual.
Hubo que esperar hasta el 20 de enero para que el Gobierno chino admitiera, por fin, lo que ya era evidente: la infección se transmitía entre humanos. «El reciente brote de una nueva neumonía por coronavirus en Wuhan debe tomarse en serio», afirmó el líder Xi Jinping en su primera declaración pública al respecto. «Los comités del Partido, los gobiernos y los departamentos relevantes en todos los niveles de la Administración deben poner en primer lugar la vida y la salud de las personas». Documentos filtrados meses después a la agencia Associated Press revelaron que el Gobierno central ya sabía que se enfrentaba a una incipiente pandemia desde al menos seis días antes. Su protocolo de actuación interna había sido activado el 14 de enero de manera confidencial, sin alertar a los ciudadanos ni a la comunidad internacional. Hasta ese mismo día, también la Organización Mundial de la Salud (oms) sostuvo que «no había evidencias claras de la transmisión entre humanos». Seis días no son mucho tiempo, pero tuvieron lugar en un momento crítico: el despertar del brote. Estudios académicos posteriores estimaban que, de no haberse producido este retraso intencionado, el número de casos a nivel global se hubiera reducido hasta en un 66% durante la primera oleada.
Para cuando llegó la confirmación ya había más de 300 infectados y 6 muertos. Fuera de Wuhan se habían detectado al menos 38 casos repartidos en 15 grandes urbes chinas. La epidemia, además, había alcanzado las costas de cuatro países vecinos: Tailandia, Japón, Corea del Sur y Taiwán. El día anterior, la oms había realizado una visita al epicentro de la plaga junto con un grupo de expertos chinos liderados por Zhong Nanshan, científico octogenario convertido en héroe tras dirigir la acción gubernamental contra el sars tres lustros atrás. Los hallazgos fueron desalentadores: hasta 15 sanitarios habían contraído el virus, 14 de ellos infectados por un solo paciente, lo que abría la puerta a la existencia de supercontagiadores. La organización internacional comunicó que al día siguiente, miércoles 22, celebraría una reunión extraordinaria para decidir si declaraba una «emergencia de salud pública internacional». Por su parte, el Consejo de Estado chino, la mayor autoridad en la Administración del Estado, programó su primera rueda de prensa, en la que iba a dar detalles sobre la evolución del virus. Allí, entre muchos otros periodistas internacionales, iba a estar yo.

II. Bajo el liderazgo de Xi Jinping y el partido venceremos

22 de enero de 2020, miércoles
El 22 de enero me levanto más temprano de lo habitual sin saber, como nunca se sabe, que entre las vidas a punto de tomar un giro inesperado se cuenta la mía. He madrugado para asistir a la rueda de prensa convocada por el Consejo de Estado. La infección, que sigue multiplicándose cada día que pasa, ya está bajo el foco de la atención mundial. Con la taza de café en la mano entro en la página web del periódico y me encuentro con que el texto que envié la tarde anterior aparece destacado como la primera noticia de la portada digital. «China confirma 6 muertos y más de 300 casos del coronavirus de Wuhan», reza el titular. Acto seguido abro Twitter y descubro que los designios que me llevarán lejos de la tranquilidad de mi hogar se han puesto en marcha dos horas antes, cuando a mis seis de la mañana, las once de la noche en Madrid, el director adjunto Jan Martínez Ahrens me envió dos mensajes. El primero: «¿Cómo ves ir a Wuhan?». El segundo: «Lo antes posible». Esas eran las palabras que estaba esperando. «Buenos días. Yo estoy dispuesto», contesto.
Media hora más tarde cierro la puerta de casa y echo a caminar por las callejuelas de mi hutong, el barrio tradicional en el que vivo. El recinto data de la segunda mitad del siglo xix, cuando fue levantado como residencia para la sobrina de la emperatriz viuda Cixi, y está catalogado como reliquia histórica. En la década de los setenta, sin embargo, las autoridades lo compartimentaron en viviendas unifamiliares de cincuenta metros cuadrados. Así fue como esta mansión aristocrática quedó convertida en vecindario popular, cocina comunal y baños públicos incluidos. En sus muros, que aúnan pladur, chapa, pintura descascarillada, maderas nobles y ornamentos que representan escenas mitológicas, cinceladas a mano por artesanos siglos atrás, está escrita la historia de China; cómo desde lo que fue ha llegado a lo que es. Un relato a punto de abrir un nuevo capítulo.
Activo el contacto de mi moto eléctrica y recorro la cara norte de la Ciudad Prohibida, entre el foso de palacio y la Colina de Carbón, hasta alcanzar la sede del Consejo de Estado frente a la avenida de Chang’an, la Paz Eterna. Cuando llego la sala ya está a rebosar de periodistas de todo el mundo, esperando apretujados a que los representantes de la institución hagan acto de presencia. Sorteando cables de televisión tengo la suerte de dar con un asiento libre, aunque sea a costa de que mi coronilla eclipse el campo visual de mi amiga Chao Deng. Aquella iba a ser la última vez que la vería en China. Un mes más tarde, el 19 de febrero, ella sería una de los tres corresponsales de The Wall Street Journal expulsados del país después de que el periódico norteamericano publicara un artículo de opinión de una firma invitada bajo el título «China: el auténtico enfermo de Asia».
Al cabo de otro mes, el 17 de marzo, las autoridades reaccionarían con más expulsiones a la decisión de la Administración Trump de limitar el número de visados para los trabajadores de medios oficiales chinos en suelo estadounidense. En esta ocasión, afectó a la mayor parte de las redacciones en China de tres grandes cabeceras globales: The New York Times, The Washington Post y el citado The Wall Street Journal. En esta segunda ronda también perdí a varios amigos, a quienes se les dio un plazo de cinco días para devolver sus credenciales de prensa y abandonar sus hogares. De este modo, el Gobierno se quitó de en medio a toda una generación de reporteros especializados en el país e hizo patente el recrudecimiento de la represión desde la llegada al poder de Xi Jinping en 2012. China se sumió un poco más en la oscuridad en un momento en el que la información y la luz que irradia eran más necesarias que nunca.
Esta primera rueda de prensa comienza con una actualización de los datos oficiales: ya son 9 los fallecidos y 441 los infectados por coronavirus. Sin embargo, Li Bin, vicepresidente de la Comisión Nacional de Sanidad, tiene una explicación. «La cantidad de casos identificados está aumentando porque tenemos una mayor comprensión de la enfermedad, mejores métodos de diagnóstico y más recursos movilizados». En su intervención, el portavoz se congratula por la reacción gubernamental. «Desde el momento en que el virus fue descubierto hicimos arreglos inmediatos para gestionar la situación y sintetizamos su secuencia genética; todos estos esfuerzos han mantenido los casos severos y los fallecimientos en niveles mínimos». «La dirección del Partido y el Consejo de Estado se toman esta cuestión con mucha seriedad y siempre ponen la salud pública como máxima prioridad. Bajo el liderazgo del Partido y de Xi Jinping venceremos», sentencia.
La principal preocupación sigue siendo el desplazamiento masivo que se avecina con motivo del año nuevo chino, lo que el portavoz reconoce como un factor de alto riesgo para la expansión del brote. Por ello, recomienda que en los días siguientes nadie visite Wuhan ni abandone la población en caso de estar ya allí, una pista que nadie capta sobre la histórica resolución que se anunciará unas horas más tarde. Li Bin se despide adelantando, de nuevo, la preparación de «medidas de alta eficacia para asegurar el desarrollo de un Festival de la Primavera armonioso y estable».
Muchos, no obstante, ya están preparados para que no lo sea. Hace unos días hablaba con Wu Han, quien comparte nombre con su ciudad de origen. Esta mujer de 31 años, profesora en un instituto de Pekín, ha decidido cancelar su vuelta a casa. Para muchos ciudadanos chinos se trata de una renuncia traumática: estas vacaciones son el único momento del año en el que pueden reencontrarse con sus familiares. Por suerte para ella, sus padres la acompañan en la capital, donde han ido a pasar unas semanas para echarle una mano con el nacimiento de su primer hijo. «Tomamos la decisión juntos al ver en las noticias que el número de contagiados no dejaba de subir», explica. Aunque entonces era pequeña, Wu Han confiesa tener grabado en la memoria como una pesadilla el recuerdo del sars, el cual surgió también en China, en 2002, y provocó más de 700 muertos en todo el mundo tras convertirse en una pandemia global. «En la escuela nos medían la temperatura constantemente y las aulas se esterilizaban todos los días», rememora. «Espero que no vuelva a suceder nada parecido».

III. No es un trabajo, es un estilo de vida

Con la rueda de prensa finiquitada, conduzco hasta el despacho y preparo unas líneas al respecto. Es entonces, a primera hora de la tarde, cuando recibo luz verde por parte de la corresponsal jefe, Macarena Vidal Liy, para salir hacia Wuhan. Hay vuelos hasta medianoche, por lo que el plan consiste en tomar uno de los últimos aviones del día y regresar el domingo 26 tras pasar allí el año nuevo chino, que se celebra el sábado.
Antes de comenzar con los preparativos hablo por teléfono con mi amigo Pablo M. Díez, corresponsal de abc en Asia desde hace más de 15 años. Habíamos compartido ya algunas aventuras periodísticas, la última de ellas las manifestaciones antigubernamentales de Hong Kong en verano, y en los días previos habíamos comentado la posibilidad de acudir al epicentro de la epidemia. Pablo está preocupado, como es lógico: la falta de información básica sobre el virus —apenas dos semanas atrás el contagio entre humanos se daba por descartado— crea una enorme incertidumbre. Por eso, su idea es alimentarse a base de bocadillos que llevará desde Shanghái, donde está ahora, y alojarse en un hotel de cinco estrellas para asegurarse de que las medidas de higiene son escrupulosas. Yo estoy empeñado en recortar gastos, pero cuando damos con una rebaja sustancial en el Sheraton ambos acordamos hacer la reserva allí. Repetimos la broma de cada viaje: un precepto según el cual la calidad de un establecimiento hotelero se mide en código binario, en función de si en el armario hay o no un albornoz. «En este seguro», nos reímos.
Las conversaciones al final del día, casi de madrugada, con los textos enviados y los albornoces por vestimenta se habían convertido en un rito de cada cobertura. La primera tuvo lugar en junio de 2019 en Hangzhou, donde ambos participamos en un taller organizado por Alibaba. En aquella primera noche yo, que apenas hacía un mes que me había incorporado a la corresponsalía y al periodismo a tiempo completo, comprendí gracias a él la naturaleza de esta profesión.
Al final de una larga jornada en la sede de la empresa tecnológica, nuestros anfitriones nos llevaron a un restaurante cercano. Mientras hacíamos tiempo paseando por los alrededores en espera de la reserva, Pablo comenzó a maldecir con el teléfono en la mano. Desde Madrid le habían pedido que recogiera una exclusiva que acababa de sacar el The Wall Street Journal, según la cual Kim Jong-nam, hermanastro mayor del líder norcoreano Kim Jong-un y asesinado en el aeropuerto de Kuala Lumpur en 2017, habría sido un informante de la cia. Después de una maratón de seminarios y reuniones, preparar un texto especulativo a partir de una noticia que habían dado otros le resultaba un incordio absurdo. Al terminar de cenar, Pablo optó por regresar al hotel para cumplir con el encargo mientras que yo aproveché haber satisfecho mis deberes profesionales y acepté la invitación de un directivo de Alibaba para asistir a la fiesta de inauguración de un local en el centro, propiedad de un nieto de Chiang Kai-shek. Nada más poner pie en tierra después de un trayecto en coche de media hora, mi teléfono sonó: era el fantasma de Kim Jong-nam que también toca...

Índice

  1. Wuhan de noche
  2. Los primeros días :Un reportero atrapado en Wuhan
  3. Prólogo
  4. Cita
  5. Prefacio
  6. Parte I: la llegada
  7. Parte III: la salida
  8. Epílogo
  9. Agradecimientos
  10. Sobre el autor
  11. Índice
  12. Créditos