IX:
Vampiros actuales
y entre nosotros
No busques entre las tinieblas
y los cementerios,
no mires en las cuevas oscuras
ni en los ataúdes
ni en los viejos armarios,
que los verdaderos Vampiros
beben tu sangre gratis
y caminan a tu lado.
Anónimo
No falta quien señale que tanto las farmacéuticas como los hospitales y, sobre todo, los bancos de sangre y semen son los supermercados de los vampiros de hoy, evitándose de esta manera conflictos con las autoridades y violencias con sus vecinos, además de comer más sano y limpio y con ello llevar una vida eterna más saludable y menos contaminada.
Lo mismo hacemos los humanos con los cerdos y las vacas. Ya no salimos a cazarlas en orgías de miedo y sangre, sino que las compramos en establecimientos limpios y seguros, ya vacunadas de todo y contra todo, plenas de antibióticos que nos aseguran comerlas sin enfermar.
Ellen, la niñera vampiro de Bram Stoker
Un sobrino nieto de Bram Stoker escribió una novela, Drácula, el no muerto, donde señala que su tío abuelo escribió Drácula para despertar a la humanidad y enseñarle que los vampiros no eran una leyenda, mito o fruto de la fantasía desvelada de los campesinos de la Europa medieval, como Transilvania; ni un cuento para espantar a los niños y a las doncellas de Arabia, China o África; y tampoco la coacción emocional de los dioses arcaicos de todo el mundo para someter al hombre y controlar su comportamiento social, sino una realidad.
Abraham Stoker estuvo muy enfermo los primeros siete años de su vida. Su nacimiento coincidió con la contratación como niñera de Ellen Cron, una joven de quince años de edad sencilla y humilde, pero lozana y hermosa.
Ellen fue, además de su niñera, su nodriza. Una mujer de quince años, a mediados del siglo XIX, ya no era ninguna niña, sino una joven con todos los atributos e incluso una señora casada, hecha y derecha, con dos o tres hijos. Ellen no estaba casada, pero reunía todos los atributos necesarios para hacerse cargo del enfermizo Abraham, que ya tenía un hermano mayor y una hermana mediana.
De origen inculto y humilde, Ellen encendía velas, preparaba emplastos y hacía tés de hierbas curativas para el pequeño Abraham. Y aunque a los padres del niño les parecía un cúmulo de supersticiones, le dejaban hacer a Ellen porque así el niño, aunque no mejoraba, parecía estar tranquilo, además de estar, lógicamente, muy apegado emocionalmente a Ellen.
Unos días antes de cumplir los siete años, Abraham empeoró y la familia se preparó para el final, algo nada extraño en la Irlanda del siglo XIX, donde la mortalidad infantil, como en el resto del mundo, era muy habitual y elevada.
Ellen pidió pasar la víspera del séptimo cumpleaños a solas con él y los Stoker, que ya esperaban lo peor, le dieron permiso.
Ellen se encerró con el niño todo el día y toda la noche, y al amanecer del día del aniversario de Abraham salió de la habitación como avejentada —durante los siete años que cuidó a Stoker siempre pareció tener solo quince primaveras—, con la boca enrojecida como si hubiera bebido vino rojo. Tomó sus escasas pertenencias, se despidió como desfallecida y no volvió a poner los pies en esa casa.
Los Stoker no dijeron nada, pues pensaron que el niño había fallecido y que Ellen había tenido un shock al haber acompañado su muerte. Pero no. Cuando entraron en la habitación el niño estaba perfectamente vivo y animado, nada enfermo, con las mejillas sonrosadas y los labios rojos como si alguien le hubiera insuflado una nueva vida.
A partir de entonces y como un milagro, Abraham Stoker ganó fuerza, agilidad e inteligencia, y en menos de un año ya era un alumno activo y destacado.
De Ellen no volvieron a saber nada hasta trece años más tarde, cuando los hermanos Stoker se la encontraron en un mercado de Londres.
La vieja niñera, que ya debía acercarse a los treinta y tres años de edad, seguía luciendo como una hermosa y lozana joven de solo quince años, lo que no dejó de sorprenderles. Ellos quisieron frecuentarla, pero ella hizo todo lo posible para alejarse de la familia Stoker; sin lograrlo del todo, porque su nuevo amo, un misterioso conde que quizá había sido su patrón desde antes, estaba interesado por el joven Abraham y quería que Ellen lo llevara a su lado.
Ellen cedió y no cedió, porque sí acercó a Abraham a la residencia del conde, pero en el último momento lo echó de casa mientras forcejeaba con su amo.
Le pidió al joven Abraham que huyera y que se olvidara para siempre de ella, que no se preocupara por nada, porque mientras ella estuviera viva él gozaría de fuerza, suerte, inteligencia y salud.
Él no supo por qué, pero sintió que Ellen decía la verdad y que lo protegería hasta la muerte, y que, por supuesto, debía obedecerla; pues sus palabras fueron como hipnóticas, una orden para su subconsciente que él no podía contradecir.
De Ellen no volvió a saber nada en absoluto, pero tuvo sueños y recuerdos donde ella bebía de su sangre y luego le daba el pecho para que él a su vez bebiera de la suya junto con la leche de su pecho.
Durante siete años Ellen se alimentó de él y él de Ellen, para finalmente, un día antes de cumplir los siete años, intercambiar fluidos en un rito vampírico en el que enlazaron sus almas: él convertido en casi un dhampir y ella, exhausta y hambrienta, obligada a volver con su verdadero amo, el conde Drácula. Este terminó matándola, justo cuando Stoker cumplía los sesenta y cuatro años y también moría de un extraño e inesperado derrame cerebral, pues de pronto se le había coagulado toda la sangre.
Cuenta el sobrino nieto de Bram Stoker que su tío abuelo escribió Drácula con mucho cuidado, casi de manera documental, con personajes reales a los que cambió el nombre —como su hermano, su cuñada y el doctor Van Helsing, amigo personal de su hermano en la vida real—, pues lo que sucedió con el conde Drácula fue muy real. Fuera de dos o tres cambios y de dos o tres figuras literarias —como la muerte final del Conde tras clavarle Van Helsing una estaca en el corazón, algo que no dejó nunca claro del todo—, el resto es una historia verídica, incluida la existencia de los vampiros, que eran y son una amenaza para la humanidad. Pues además de su soberbia y de alimentarse con sangre de seres humanos a los que consideran poco más que ganado, fueron, son y seguirán siendo transmisores de toda clase de enfermedades, pestes, bacterias, hongos y virus como el sida o el reciente coronavirus, con murciélago de Wuhan incluido, e incluso Jiang Shi, de los que se habla mucho en China a espaldas de la prensa occidental y a expensas de la OMS, una de las grandes casas de los vampiros de hoy en día.
La novela de Dacre (Drake o Dragón) Stoker apunta en este sentido, y mientras hay críticos que piensan que es más fantasiosa que el Drácula de su tío abuelo, hay otros que se tiran del cabello al ver que la gente no está dispuesta a saber la verdad de que sí hay vampiros entre nosotros, y si a creer en cualquier religión o propuesta “científica” de sospechosos expertos y medios de comunicación.
Para estos últimos los Illuminati son unos aprendices aficionados ante la verdadera secta y élite que domina al mundo, la secta de los vampiros.
Tipos y clases de vampiro
Desde antes de la escritura y de forma oral, la figura de los no muertos y no vivos ha estado presente en la humanidad como leyendas y mitos.
No todos ellos son realmente vampiros, y a muchos de ellos se les ha adosado la condición de beber sangre en tiempos más recientes.
Los vrykolakas o vampiros griegos, muy populares en Santorini hasta la fecha, eran repelidos con ajo, sal marina y pócimas especiales antes de que aparecieran las religiones judeocristianas, y ya eran ávidos bebedores de sangre humana y actuaban al amparo de las sombras y la noche. Pero, al igual que los vampiros chinos J...