CAPÍTULO
1
¡SIN PRECEDENTES!
¡Deben regresar a esta zona! ¡Se ha producido un maremoto! Los musulmanes están acudiendo a Cristo en aluvión. Vengan a ayudarnos.
—súplica de un líder musulmán convertido en plantador de iglesias
EL SUEÑO DEL SHEIK
El sueño del sheik Hanif era en realidad muy particular, tanto acuciante como esperanzador.1 No tenía nada que ver con las pesadillas aterradoras e inquietantes que había tenido en ocasiones. No, esto era muy diferente, y había poco tiempo para reflexionar sobre él. Requería de una acción inmediata porque, según el sueño, algo importante iba a suceder ese día, algo que requería que él estuviera en su lugar antes de las primeras luces.
Hanif era un líder musulmán experimentado. Al igual que su padre, él había estudiado el Corán por años. Uno de sus superiores había notado la capacidad de Hanif, y eso dio como resultado que fuera reclutado para organizar comunidades e iniciar nuevas mezquitas. Durante ocho años realizó esa tarea con excelencia. Para su comunidad, Hanif era la voz y el símbolo del islam: un hombre decente que representaba lo que significaba ser un buen musulmán.
Pero había algo en él que nadie podía llegar a conocer. El compromiso de Hanif con el islam era genuino, pero tenía un profundo vacío en su alma que el islam nunca había llenado en realidad. Él anhelaba tener certeza en cuanto a su estado frente a Dios. Luchaba por encontrar respuestas o razones a la violencia que existía dentro del mundo islámico. Lo afligía la falta de compasión por la gente que sufría. Y reconocía que su religión no les permitía ni a él ni a la gente a la que conducía realizar elecciones por ellos mismos, tampoco les daba respuestas satisfactorias a los grandes conflictos que encontraban en la vida. Pero esa noche Hanif se había despertado durante las horas de oscuridad con una nueva esperanza ardiéndole dentro: ¡quizás estaba punto de encontrar la respuesta a esas preguntas!
Había tenido un sueño como ningún otro. En él Hanif se encontraba con un hombre muy bien parecido y lleno de gracia. El hombre se dirigió a él por su nombre, diciéndole simplemente que deseaba que lo sirviera. Pero luego le hizo una advertencia: debía aprender a escucharlo. Sorprendido y sacudido, Hanif le preguntó: «¿Quién eres?»
«Yo soy Isa al Masih (el término utilizado por el Corán para denominar a Jesús el Mesías)», respondió el hombre, «y si me obedeces, tendrás éxito en aquello que has ansiado toda tu vida».
«¿Qué debo hacer?», preguntó Hanif.
Jesús le mostró un árbol solitario de pie sobre la cumbre de un monte, bajo cuyas ramas pasaba un camino muy transitado. Hanif reconoció el lugar, porque lo conocía bien y no estaba lejos de su casa. Jesús entonces le mostró el rostro de un hombre y le dijo: «Ve ahora, y espera debajo del árbol, junto al camino. Busca a este hombre, porque él es mi siervo. Lo reconocerás cuando lo veas. Encuéntralo, porque él te mostrará las verdaderas respuestas a tus preguntas con respecto a Dios».
Hanif despertó de su sueño reflexionando acerca de su encuentro con Jesús, y todavía viendo el rostro del hombre que se le había encomendado encontrar. ¡No podía olvidar ese rostro! En la aglomeración de la multitud, tal vez contara solo con un segundo para hacer una conexión con él. En menos de una hora las primeras luces del cielo del este de África comenzarían a aparecer, y la ruta señalada rápidamente se llenaría de carros, ganado y miles de personas llevando encima sus cargas, en ocasiones sobrepasando el espacio del camino más allá de las zanjas y cunetas. Encontrar al hombre en medio de ese caos resultaba un verdadero desafío.
Hanif se vistió rápida y silenciosamente, sin preocuparse por llevar comida ni agua, en su premura. Tendría que ganarle al sol y llegar al lugar exacto que se le había indicado para poder estar allí y examinar el rostro de cada persona que pasara. Hanif no se animó a contarle a su esposa acerca de este encargo. Ella podría pensar que él estaba bajo un hechizo o que se estaba volviendo inestable. O lo que es peor aún, tal vez dejara trascender sus intenciones delante del consejo islámico local. Y aun si se mostrara solidaria, ¿cómo podría explicarle que estaba buscando a un extraño que había sido enviado a responder todas las preguntas importantes que tenía, cuestiones profundas que habían atormentado su alma?
¿Durante cuántos años había orado diariamente pidiéndole a Dios diecisiete veces por día que le mostrara el camino correcto? Pero antes de recibir este sueño había temido morir sin experimentar el camino recto de la verdadera paz y certeza. Por supuesto, él había guardado todo lo que requería el islam, devoción al Corán y la práctica de las oraciones diarias; sin embargo, no tenía seguridad con respecto al paraíso, ni «salaam» (paz) duradera en su interior. ¿Cuántas veces a través de los años se había sentido afligido cuando algunos musulmanes que confiaban en él le pedían ayuda en cuanto a las mismas cuestiones con las que él estaba luchando, o le preguntaban cómo encontrar unidad y amor dentro de familias que estaban rotas? Cuánto lo humillaba darles la misma respuesta que a él lo había dejado vacío durante años: «más sharia».2
Hanif se dirigió al árbol señalado, se sentó junto al tronco y esperó. Esperaba y miraba; sentado, escrutaba cada rostro de los que pasaban. De tanto en tanto un escalofrío le recorría la espalda: «¡Es él! Pero… no, no lo es». Pasaba el tiempo, pasaba la gente y Hanif continuaba esperando.
Avanzada la tarde, varias millas más allá, un hombre de nombre Wafi se preguntaba si tendría oportunidad de dormir cuando regresara a su hogar a la mañana siguiente. Había sido un día muy ajetreado, y todavía tenía otra hora de camino hasta llegar al lugar apartado que se había elegido para una reunión de oración que duraría toda la noche. Afortunadamente, los vientos del atardecer, tan comunes en esa parte de África, los refrescaban a él y a sus compañeros. Hoy había sido un buen día, viajando a pie con los dos prometedores jóvenes a los que estaba orientando en el presente y visitando a nuevos seguidores de Cristo en sus hogares. No había mejor manera de hacer discípulos que esa.
Wafi había desarrollado la habilidad de encontrar a la gente a la que Dios había preparado y colocado en posición de convertirse en puentes para llevar las buenas nuevas de Jesús a un pueblo nuevo. Aquellos que tenían el privilegio de pasar tiempo con Wafi siempre contaban con él como modelo y mentor en las disciplinas de oración, en los procesos para encontrar aquellos «puentes» que condujeran a una nueva comunidad, o en la paciencia para superar las pruebas. Según Wafi, el compartir, enseñar, caminar, orar y soportar dificultades juntos era la manera en que Jesús había discipulado a los doce, y constituía la única manera que él conocía de hacer lo mismo.
Curiosamente, hacía poco tiempo, Wafi había tenido un extraño sueño en el que Dios le decía: «¡Te daré un sheik!». Wafi entendió que el sueño significaría que probablemente tuviera planes de usarlo para discipular a un sheik que quizá se convirtiera en un puente para llevar el evangelio a otros líderes musulmanes. Pero Wafi suponía que tendría que esperar para descubrirlo. Ese sueño, por lo tanto, no estaba en su mente mientras él y sus dos amigos caminaban a lo largo de la ruta que iba siendo ganada por las sombras.
Mientras tanto, el sheik Hanif, todavía en el lugar señalado, comenzaba a desesperarse. No había imaginado que la tarea que se le había encomendado a través del sueño le llevaría más de doce horas de observar innumerables rostros, hasta que la luz comenzara a apagarse en el cielo occidental, del mismo modo en que empezaba a desvanecerse su esperanza. Entonces, casi en la oscuridad, llegaron unas pocas personas más por el camino ahora prácticamente vacío. Apenas lograba divisar tres figuras al disminuir la distancia entre ellos. Y entonces, aquel que iba en medio… ¡sí, ese era el rostro que había estado esperando!
Le llevó unos cuantos minutos al entusiasta sheik convencer a Wafi que no quería hacerle daño a pesar de lo intenso de su saludo. «¡Amigo, entiéndelo! Es Isa al Masih mismo el que requiere que tú respondas mis preguntas esta noche». A Wafi le parecía una pesada carga encontrarse inesperadamente con un extraño que le dijera: «Debes responder todas mis preguntas… ¡esta noche!». Pero el hombre no estaba dispuesto a encontrarse con él en una fecha posterior; había esperado todo el día (en realidad muchos años) para recibir respuestas acerca de interrogantes que tenían que ver con la vida y la muerte, y no estaba dispuesto a aguardar más. Y Wafi no podía dejar pasar la oportunidad de compartir las buenas nuevas de Cristo con este hombre tan ansioso por escuchar. (Extrañamente no fue sino hasta mucho después que él estableció la conexión entre Hanif y su sueño acerca de que Dios le mandaba un influyente sheik.)
Finalmente, Wafi sugirió que se dirigieran en silencio hasta la casa de Hanif donde pudieran contar con la privacidad necesaria para hablar ahondando en el tema. Allí encontraron a una esposa estupefacta que, comprensiblemente, tenía más de un tema de preocupación con respecto a lo que estaba sucediendo en su familia. Pero en el término de unos días, tanto ella como su marido habían experimentado lo que significaba la verdadera libertad en Jesucristo, en especial por haber vivido mucho tiempo en una oscura incertidumbre y en el desaliento.
* * *
Desde ese momento, Hanif ha sido bien discipulado en la palabra de Dios, y a su vez él ha discipulado a dos nuevos líderes que están ahora plantando iglesias en otra zona de su país. Él también sintió el llamado del Señor a trabajar en un área musulmana con desafíos mucho mayores, en la que ha establecido siete iglesias. Le encanta contar esta historia y lo hace con gran gozo.
En verdad, la buena noticia es que cada día cientos de historias semejantes a la de Hanif suceden a través de todo el mundo musulmán. En los próximos capítulos nos encontraremos con muchos hombres y mujeres notables a los que Dios está usando para comenzar a cambiar el mundo musulmán. Conocer a esas personas de fe ayuda a avanzar más allá de una narrativa sobre el islam a la que han dado forma la historia de ayer y los titulares de hoy, para descubrir que el Dios de amor y gracia está escribiendo una nueva historia del islam en nuestro tiempo. Les damos la bienvenida a los héroes y heroínas de la Historia de Dios, esos hombres y mujeres comunes que viven en lugares difíciles, oran mucho, y a menudo cuentan con recursos físicos limitados, pero que en el poder de Dios logran cosas extraordinarias.
LOS MOVIMIENTOS MILAGROSOS SE ESTÁN EXTENDIENDO A TRAVÉS DEL MUNDO MUSULMÁN
Para cientos de ministerios que sirven en poblaciones musulmanas a través de todo el mundo, la historia del sheik Hanif no resulta para nada inusual. Informes reunidos a partir de diferentes organizaciones sugieren que puede haber un millón de personas, o más aún, pasando del islam a Jesús cada año. Cualesquiera sean estas cifras globales, no queda duda de que Dios está creando una dinámica ministerial notable y sin precedentes en algunos de los lugares en los que no los esperábamos dentro del mundo islámico, ministerio que parece una continuación del libro de Los Hechos.
En nuestro propio contexto ministerial, la expresión «sin precedentes» se utiliza para describir lo siguiente:
Múltiples casos en los que mezquitas enteras vienen a la fe.
Miles de hombres y mujeres comunes que son usados por Dios para lograr resultados aparentemente imposibles.
Decenas de miles de cristianos de trasfondo musulmán que se convierten en intercesores consagrados que ayunan y oran para que el evangelio penetre a una próxima comunidad.
Grupos dentro de pueblos musulm...