El ministerio pastoral
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El ministerio pastoral

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El ministerio pastoral

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Información del libro

Si está tratando de condensar el ministerio pastoral en un volumen, ¡aquí lo tiene!
Alentador, perspicaz y desafiante, El ministerio pastoral está diseñado para una nueva generación de pastores que tratan de dirigir con la pasión de los apóstoles. Escrito por MacArthur y sus colegas en The Master's Seminary, esta guía bosqueja las prioridades bíblicas esenciales para un ministerio eficaz.

Otros colaboradores incluyen a: Richard L. Mayhue, James F. Stitzinger, Alex D. Montoya, James M. George, Irvin A. Busenitz, James E. Rosscup, Donard G. McDougall, Robert L. Thomas, David C. Deuel, George J. Zemek y S. Lance Quinn.

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Información

Editorial
Grupo Nelson
Año
2009
ISBN
9781418581527

PARTE IV
PERSPECTIVAS PASTORALES

14. La adoración
15. La predicación
16. Al modelar
17. Liderando
18. Ganar almas
19. Discipular
20. Vigilar y advertir
21. Observar ordenanzas
22. Respuestas a preguntas frecuentes

14
La adoración

John MacArthur, Jr.

Mucho de lo que hoy se hace en la iglesia bajo el nombre de «adoración» es inaceptable para Dios. La Escritura contiene por lo menos cuatro categorías de falsa adoración. Dios ha diseñado la adoración para que sea honor y adoración dirigidos a Él mismo. Tiene dimensiones internas, externas y celestiales y toca cada área de una vida cristiana en hacer bien, compartir con otros y alabar a Dios. Es la base para su conducta y su ministerio. La iglesia necesita volver a la esencia básica de la verdadera adoración y no distraerse con actividades que están vacías de honor y adoración a Dios.1
La palabra adoración a menudo evoca imágenes de artilugios y ritos sagrados. La mayoría de las religiones del mundo reflejan eso. Muchos usan rosarios, ruedas de oración, arte sagrado, y los consideran esenciales para la experiencia de la adoración. En algunos sistemas religiosos el lugar de adoración es enorme. En dichas religiones, la adoración no se acepta a menos que envuelva una ceremonia prescrita en algún sitio sagrado establecido. Es así como la adoración ha venido a significar ritual. Incluso en algunas tradiciones cristianas, las velas, el incienso, las vestiduras sagradas y la liturgia han llegado a ser virtualmente sinónimos de adoración.
Estos elementos y prácticas en ocasiones han llevado a los evangélicos a la despreocupación por la adoración. En la década pasada, apareció un número de libros de autores evangélicos hablando sobre el tema de la adoración. Algunos de ellos contienen material excelente, pero muchos caen en la trampa de equiparar la liturgia con la adoración. Así que cuando hacen un llamado a la profundización de la experiencia evangélica de la adoración, lo que a menudo tienen en mente es una liturgia formal. Un reconocido libro sobre el tema de la adoración declara repetidas veces que la adoración evangélica no es tan rica como la de las tradiciones católica y ortodoxa oriental. El autor parecía insinuar que sin una liturgia formal que posea solemnidad ceremonial la adoración está coja.
El número de personas que comparten esta perspectiva es asombroso. Recientemente escuché en la radio a un hombre que dice asistir «a una iglesia evangélica por la predicación, y a una iglesia anglicana por la adoración». Se trata de un pobre entendimiento de lo que la Escritura enseña acerca de la adoración.
El mismo Jesús trató este error. ¿Recuerda su conversación con la mujer samaritana? Ella estaba ansiosa por saber si el lugar más aceptable para adorar a Dios era el templo de Jerusalén o bien el lugar sagrado samaritano sobre el Monte Gerizim (Jn 4.20). Jesús le dijo:
Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre busca tales adoradores que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren (Jn 4.21-24).
En otras palabras, no es el sitio ni las formas externas de adoración lo que realmente importa, sino la actitud del corazón del adorador para con Dios. Profundizando, nuestra adoración no es completada por una liturgia más formal; en verdad eso podría resultar contraproducente. Una profunda adoración se produce cuando el corazón del adorador se hace más honesto y cuando la verdad consume la mente del adorador. Toda adoración que no se ofrece en espíritu y en verdad es completamente inaceptable para Dios, no importa cuán bellas puedan ser las formas externas.

ADORACIÓN DESVIADA

La Escritura es muy clara acerca de esto. Aproximadamente la mitad de todo lo que la Biblia dice acerca de la adoración condena la falsa adoración. Los primeros dos mandamientos del Decálogo son prohibiciones contra la falsa adoración:
Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de Mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque Yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso (Éx 20.2-5).
Considere cuánto del Antiguo Testamento describe las malas consecuencias de una falsa adoración. Caín y Abel, los israelitas y el becerro de oro en Sinaí, la ofrenda de fuego extraño de Nadab y Abiú, la intrusión del rey Saúl en el oficio sacerdotal, los malvados hijos de Elí que hurtaban lo que se ofrecía a Dios, las confrontaciones de Elías con Jezabel y los sacerdotes de Baal, y la imagen de oro de Nabucodonosor, son todas ellas variantes del mismo tema: Dios no acepta una adoración que no sea ofrecida en espíritu y en verdad.
Mucha gente cree neciamente que Dios aceptará cualquier cosa que se ofrezca por adoradores bien intencionados. Está claro, sin embargo, que la sinceridad no es la prueba de la verdadera adoración. La adoración de estilo personal o aberrante es completamente inaceptable para Dios. Considere cómo son reiteradas estas cosas en la ley del Antiguo Testamento. Y preste atención a la severidad de las amenazas de Dios contra aquellos que adoran falsamente:
No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque Yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos (Éx 20.4-6).
Guárdate de hacer alianza con los moradores de la tierra donde has de entrar, para que no sean tropezadero en medio de ti. Derribaréis sus altares, y quebraréis sus estatuas, y cortaréis sus imágenes de Asera. Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es. Por tanto, no harás alianza con los moradores de aquella tierra; porque fornicarán en pos de sus dioses, y ofrecerán sacrificios a sus dioses, y te invitarán, y comerás de sus sacrificios (Éx 34.12-15).
A Jehová tu Dios temerás, y solo a Él servirás, y por su nombre jurarás. No andaréis en pos de dioses ajenos, de los dioses de los pueblos que están en vuestros contornos; porque el Dios celoso, Jehová tu Dios, en medio de ti está; para que no se inflame el furor de Jehová tu Dios contra ti, y te destruya de sobre la tierra (Dt 6.13-15).
Pero si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres y a ellos te inclinares, y lo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis (Dt 8.19).
Guardaos, pues, que vuestro corazón no se infatúe, y os apartéis y sirváis a dioses ajenos, y os inclinéis a ellos; y se encienda el furor de Jehová sobre vosotros, y cierre los cielos, y no haya lluvia, ni la tierra dé su fruto, y perezcáis pronto de la buena tierra que os da Jehová (Dt 11.16-17).
Guárdate que no tropieces yendo en pos de ellas, después que sean destruidas delante de ti; no preguntes acerca de sus dioses, diciendo: «De la manera que servían aquellas naciones a sus dioses, yo también les serviré». No harás así a Jehová tu Dios; porque toda cosa abominable que Jehová aborrece, hicieron ellos a sus dioses; pues aun a sus hijos y a sus hijas quemaban en el fuego a sus dioses. Cuidarás de hacer todo lo que Yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás (Dt 12.30-32).
Porque Yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella. Mas si tu corazón se apartare y no oyeres, y te dejares extraviar, y te inclinares a dioses ajenos y les sirvieres, Yo os protesto hoy que de cierto pereceréis; no prolongaréis vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán para entrar en posesión de ella (Dt 30.16-18).

Adoración de falsos dioses

La Escritura destaca al menos cuatro categorías de adoración inacep-table: la adoración de falsos dioses, la adoración del Dios verdadero de modo equivocado, la adoración del Dios verdadero con un estilo propio y la adoración del Dios verdadero con una mala actitud. El Dios de la Biblia es el único Dios, y Él es un Dios celoso que no tolerará la adoración a otro. En Isaías 48.11, Dios dice: «no daré a otro mi gloria». Éxodo 34.14 declara: «no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es».
El cebo de los falsos dioses parece irresistible para aquellos que se apartan del Dios verdadero. Ciertamente es la tendencia natural de la humanidad pecaminosa seguir la falsa adoración. Romanos 1.21 condena a toda la humanidad por este pecado: «Porque habiendo conocido a Dios», escribe el apóstol Pablo, «no lo honraron como a Dios, ni le dieron gracias». De hecho, cuando se negaron a adorar a Dios, comenzaron a hacerse imágenes: «Cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles» (v. 23).
Se negaron a adorar a Dios, volviendo en su lugar a los dioses falsos. Eso es inaceptable. El v. 24 señala las consecuencias de adorar a dios falso: «Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones». El v. 26 declara: «Dios los entregó a pasiones vergonzosas ». El v. 28 añade: «Dios los entregó a una mente reprobada». El resultado de su inapropiada adoración fue que Dios simplemente los entregó a su pecado y sus consecuencias. ¿Puede pensar en algo peor? Su pecado creció hasta convertirse en el factor dominante en sus vidas. Finalmente, se enfrentaron al juicio, sin tener excusa por sus actos (Ro 1.32—2.1).
Todo ser humano adora, incluso la persona atea. Los ateos se adoran a sí mismos. Cuando el hombre rechaza a Dios, siempre adora a dioses falsos de su propia elección. Tales dioses no son necesariamente personalidades. La gente puede adorar el dinero, las cosas materiales, la popularidad o el poder. Todas esas cosas son tan idólatras como adorar a un dios de piedra: la idolatría que es precisamente lo que Dios prohibió en el primero y segundo mandamiento.
La mayoría de la gente que adora las cosas materiales lo hace sin ser conscientes de que están adorando deidades. ¿Sigue siendo eso idolatría? Por supuesto. Job 31.24-28 dice:
Si puse en el oro mi esperanza,
y dije al oro: «Mi confianza eres tú»;
si me alegré de que mis riquezas se multiplicasen,
y de que mi mano hallase mucho;
si he mirado al sol cuando resplandecía,
o a la luna cuando iba hermosa,
y mi corazón se engañó en secreto,
y mi boca besó mi mano,
esto también sería maldad juzgada,
porque habría negado al Dios soberano.
Job fue un hombre justo que rechazó adorar su riqueza material. El haberlo hecho, dice, sería negar a Dios. Éste es un pensamiento sobrio, que muchos cristianos en esta era materialista harían bien en ponderar cuidadosamente. Los cristianos profesantes aborrecen la superstición y la transigencia de los israelitas cuando leen el Antiguo Testamento en lo que se refiere a sus constantes recaídas en la adoración pagana, pero se olvidan de su propio hábito de depositar su confianza en las cosas materiales y de poner su corazón en casas, coches y bienes temporales. De hecho son culpables del mismo pecado de idolatría. La idolatría tiene también otras formas. Habacuc 1.15-16 describe la falsa adoración de los caldeos: «Sacará a todos con anzuelo, los recogerá con su red, y las juntará en sus mallas; por lo cual se alegrará y se regocijará. Por esto hará sacrificios a su red, y ofrecerá sahumerios a sus mallas». «Su red» era su poder militar, y el dios que adoraban era el poder de sus armas, también un dios falso.
Incluso hoy, la gente se formula dioses sobrenaturales, supuestas deidades. El surgimiento del movimiento de la Nueva Era ha producido un reavivamiento de las religiones paganas. La gente de hoy está adorando dioses terrenales, animales, seres espirituales, e incluso deidades mitológicas a una escala desconocida desde la Edad Media. Todo ello no es más que adoración demoníaca. 1 Corintios 10.20 dice que lo que se sacrifica a los ídolos en realidad se sacrifica a los demonios. Por lo tanto, si la gente adora seres falsos, en realidad está adorando a los demonios que personifican a esos dioses falsos.
¡Cuán necio resulta adorar a las criaturas antes que al Creador! En Hechos 17.29 Pablo hizo la siguiente observación: «Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o ...

Índice

  1. Cover Page
  2. Title Page
  3. Copyright Page
  4. Dedication
  5. Contenido
  6. Prefacio
  7. Introducción
  8. Parte I: Perspectivas bíblicas
  9. Parte II: Perspectivas preparatorias
  10. Parte III: Perspectivas personales
  11. Parte IV: Perspectivas pastorales
  12. Lectura adicional