1
El último
sobreviviente
y Estados Unidos
Caudillismo en América Latina | siglos xix y xx |
Guerra Fría | 1945-1989 |
Países No Alineados | 1955- |
Inicio de la era del caudillo: Fidel Castro en Cuba | 1959 |
Diez Presidentes norteamerica nos y Fidel Castro | 1959-2006 |
«Crisis de los misiles de Octubre» | 1962 |
Fidel Castro recibe al papa Juan Pablo II duranta la visita de este a Cuba en 1998.
CUBA, 13 DE AGOSTO DE 1926. El general Gerardo Machado gobierna a Cuba, pero le han surgido ya muchos opositores. Aquel verano ha sido intenso en una finca situada en Birán, barrio del municipio de Mayarí en la antigua provincia cubana de Oriente. Aproximadamente a las dos de la madrugada nace un niño que sería conocido en todo el planeta Tierra como Fidel Castro. Su padre es un inmigrante gallego. Su madre es una cubana nacida en la provincia más occidental, Pinar del Río. Ninguno de los presentes en el lugar de su nacimiento podía imaginarse que aquel bebé llegaría a ser el político latinoamericano más famoso desde la independencia de las antiguas colonias españolas de América.
Sin duda fue así. Odiado y amado, respetado y despreciado, su nombre se mencionaría tanto como los de John F. Kennedy y Nikita Khrushchev durante la crisis de los misiles de octubre de 1962 que llevó al mundo al borde de una guerra nuclear de consecuencias incontrolables. Kennedy y Khrushchev se convirtieron, escasos años después, en importantes referencias históricas, parte de la historia misma, Fidel Castro, sin embargo, todavía vivía y gobernaba ya entrado el siglo XXI. Su simple presencia en el escenario internacional como gobernante en plenas funciones hizo resaltar su condición de único sobreviviente entre los personajes que fueron noticia más allá de lo que se espera de un político o gobernante, incluso en los países más importantes.
Si nos remontamos a principios del siglo XIX, por espacio de dos décadas Simón Bolívar, el Libertador, marcó la existencia diaria de la mayoría de los sudamericanos, aunque no gobernó todo ese tiempo y compartió el poder con personajes como Francisco de Paula Santander, su gran rival. La historia universal acogió la figura de Bolívar. Su influencia se siente todavía hasta en las divisiones geográficas del conti nente y el nombre de algunas naciones, pero su presencia física y su ejecutoria política no pasaron de un cuarto de siglo.
Y lo mismo sucedió con otros. Las tres décadas del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay, país aislado geográficamente, no incidieron sobre el continente. El general Juan Domingo Perón, de la República Argentina, repercutió fuera de su país, pero ni siquiera su regreso al poder o la vigencia del peronismo como un movimiento político le otorgaron influencia planetaria.
Odiado y amado, respetado y despreciado, su nombre se mencionaría tanto como los de John F. Kennedy y Nikita Khrushchev durante la crisis de los misiles.
Claro, hoy las circunstancias son distintas. Las comunicaciones lo han cambiado todo en un mundo diferente al del Libertador [Bolívar], el doctor Francia y el general Perón. Se han materializado criterios anticipados por Marshall MacLuhan, no sólo los del planeta como «aldea global» sino su creencia de que los medios masivos de comunicación afectarían a la sociedad, no por el contenido del mensaje sino por las características del mismo medio. ¿Qué otro gobernante del «Tercer Mundo » ha llenado como Castro las condiciones para adquirir dimensiones mundiales partiendo del uso exclusivo de los medios de comunicación en su país?
Por supuesto, el fenómeno sociopolítico conocido como «el caudillo latinoamericano» no ha desaparecido. La experiencia de algunos personajes recientes como el religioso salesiano reverendo Jean-Bertrand Aristide en Haití y el teniente coronel Hugo Chávez en Venezuela parecen decírnoslo. Por un momento se pensó que Aristide encarnaba el paso al poder del teólogo latinoamericano de la liberación. El caso Chávez tiene relación con la corrupción de sus predecesores y el gran arma política constituida por el precio de petróleo que le permite distribuir algunos recursos entre la población hist marginada.
La América Latina parece también destinada a producir otro tipo de líderes quizás más cercanos a realidades contemporáneas tal y cual son vistos por grandes sectores del establecimiento político prevaleciente. No nos referimos necesariamente a los nuevos modelos neoliberales ni al populismo tradicional de izquierda o derecha, sino a casos como el de Luiz Inácio Lula da Silva, político brasileño que combina características propias de un caudillo con estilos de candidatos presidenciales en otras latitudes. Desconcertando a los que siguen de cerca situaciones políticas en Estados Unidos y América Latina, Lula da Silva ha sido un líder obrero de confesión católica, basado en la teología de la liberación, pero con gran apoyo en influyentes comunidades evangélicas abiertas a un cambio social moderado. En algunos países parecen florecer esas tendencias. En otros, los del libre mercado han tenido un éxito apreciable, sin llegar sus beneficios a gran parte de la población. En todas partes, la corrupción dentro de la condición humana continúa ejerciendo influencia sobre gobernantes y gobernados.
Muchos personajes del siglo XX contaron con la ventaja o desventaja del uso cada vez más frecuente de los medios masivos de comunicación. Ese fue el caso de los últimos emperadores de Alemania o Austria, el último zar de Rusia, los reyes de Inglaterra y sus primeros ministros, los estadistas franceses, los presidentes estadounidenses, los papas y los líderes espirituales de mayor impacto, los grandes líderes revolucionarios. Lo que tenía relación con ellos —al menos buena parte de la información— llegaba a otras regiones del mundo en cuestión de días, horas o minutos. Esto es cierto también del «camarada Stalin», el «Duce» y el «Führer», de los titanes de la «libre empresa» que dieron forma al capitalismo que conocemos, y de los que crearon la Unión Soviética, la China Popular, el Tercer Mundo o «los países no alineados». Y lo mismo puede decirse de los diplomáticos más efectivos, de los dictadores más conocidos, de los que tuvieron mayor relación con dos grandes guerras mundiales (héroes o generales de ejércitos más poderosos que los creados por Napoleón, César o Alejandro), de benefactores y villanos.
Pero hay algo singular. Todos los mencionados habían muerto o se habían retirado del escenario o del pleno ejercicio de sus funciones gubernamentales. Ya ni siquiera quedaba intacta la alianza occidental tal y como fue concebida durante la Segunda Guerra Mundial. La URSS había desaparecido para ser reemplazada por países independientes como la Federación Rusa y las otras antiguas «repúblicas soviéticas» y «democracias populares» (algunas de las cuales hasta llevan otros nombres. Pero aun quedaba sentado en la silla del poder, de la influencia mundial y de las noticias aquel niño que nació en Cuba en 1926, siendo Presidente el general de la Guerra de Independencia Gerardo Machado.
No todo había cambiado para esa fecha. La geografía no ayudaba. Una isla grande, pero un territorio relativamente pequeño en comparación con el de otras naciones. Tierra favorecida con bellezas naturales. Con caña de azúcar, pero con poco petróleo disponible. Más cercana a la mayor potencia mundial que casi cualquier otro país, Cuba se encontraba en la esfera de influencia norteamericana, pero quedaba en pie la influencia española más que en cualquier otro país latinoamericano, mezclada con contribuciones culturales y raciales de etnias africanas. Muy al contrario de lo que algunos habían anticipado, el país no había sido anexado a Estados Unidos. La Enmienda Platt, que convertía en constitucional la relación especial con Estados Unidos, estaba próxima a su abolición. Ese momento llegaría ocho años después en 1934.
En 1926 se hablaba constantemente de los héroes de las luchas por la independencia, sobre todo del orador, poeta y escritor José Martí, hijo de españoles. Se hablaba también de Antonio Maceo, un general de raza negra; de Carlos Manuel de Céspedes, un aristócrata que liberó a sus esclavos. A Martí, convertido casi en ícono religioso a pesar de su falta de afiliación confesional, se le llamaba «Apóstol»; a Maceo «Titán de Bronce », a Carlos Manuel de Céspedes «Padre de la Patria», a Ignacio Agramonte «El Bayardo». Entre otros extranjeros que lucharon por la independencia se evocaba con admiración a Máximo Gómez, dominicano que encabezó el Ejército Libertador, al general confederado Thomas Jordan, que antes que Gómez desempeñó esas funciones en la Guerra de los Diez Años, y a su compatriota el brigadier Henry Reeve, hijo de un pastor protestante. A Máximo Gómez le llamaban «El Generalísimo », a Jordan simplemente «general Jordan», al brigadier Reeve «el Inglesito». La cubana más venerada seguía siendo Mariana Grajales, madre de los Maceo, la mujer de sangre africana que lamentó no tener más hijos que entregar a la patria. En esa tierra de blancos, mulatos y negros, donde unos pocos llevaban la sangre de los aborígenes que encontró Colón, se decía con admiración de los muchos asiáticos que pelearon por su independencia que «ningún chino cubano fue traidor».
Cuba, 10 de julio de 1926. Unas semanas antes del nacimiento del niño Fidel Castro. El soldado del Quinto Distrito, Escuadrón Cinco, Fulgencio Batista, que estudia para someterse a oposiciones para alcanzar una posición como caboescribiente del Estado Mayor, contrae matrimonio con la joven Elisa Godínez. El padre de Fulgencio no era español sino cubano por nacimiento. Antepasados de Batista habían luchado por la independencia y se decía eran de raza mezclada, condición frecuente en Cuba. Se hablaba de su ancestro europeo, pero también de posibles antepasados negros, chinos o indios. En cualquier caso, su cuna había sido humilde. Batista nace no muy lejos de Birán un cuarto de siglo atrás, el 16 de enero de 1901, en Veguitas, municipio de Banes. Su padre, don Belisario Batista Palermo había luchado en la Guerra de Independencia al lado de sus compatriotas. Según un biógrafo de Fulgencio Batista, Belisario era un hombre fuerte, con bigote y de color oscuro. La madre de Fulgencio, una mujer bondadosa y cariñosa, doña Carmela Zaldívar González tenía dos hermanos, uno de ellos, Juan, murió en la Guerra de Independencia. Ella llamaba «Beno» a su hijo Fulgencio. 1 El niño cursó estudios de enseñanza primaria, y alcanzó el cuarto grado en un plantel de los cuáqueros, el Colegio «Los Amigos» de Banes, realiza trabajos humildes en el campo y los ferrocarriles e ingresa en 1921 en las fuerzas armadas como un simple recluta. El Escuadrón Cinco se ocupa de cuidar al Presidente de la República y el joven Batista está destacado en la finca del presidente Alfredo Zayas, pero ni siquiera el más culto y erudito de los gobernantes cubanos se imagina que el soldado que lee los libros de la rica biblioteca particular del gobernante llegaría a ser no sólo Presidente, sino uno de los dos políticos con mayor influencia en la historia republicana de Cuba. El nombre del otro sería Fidel Castro.
Cuba y Estados Unidos
Los nombres de Fulgencio Batista y Fidel Castro estarían en informaciones y artículos de los periódicos estadounidenses, sobre todo en The New York Tim...